«Proletarios del mundo, ¡uníos!» Manifiesto comunista. Marx y Engels. RUIDOS 1.- Lo que dijeron Hubo un tiempo en el que todo iba bien, en el cual se vivía como si todo fuera eterno y la rueda del dinero hubiera alcanzado inercia suficiente como para satisfacer a todos. Los grados de satisfacción variaban según el […]
«Proletarios del mundo, ¡uníos!»
Manifiesto comunista. Marx y Engels.
RUIDOS
1.- Lo que dijeron
Hubo un tiempo en el que todo iba bien, en el cual se vivía como si todo fuera eterno y la rueda del dinero hubiera alcanzado inercia suficiente como para satisfacer a todos. Los grados de satisfacción variaban según el grado de ambición, el cual iba íntimamente ligado a la cantidad de ingresos de cada uno. Trabajo y ocio ofrecían una combinación perfecta y el mundo parecía haber alcanzado un tiempo feliz.
En un ambiente así los ideólogos del libre mercado dijeron tener razones empíricas para proclamar sin ambages que el socialismo y los modelos keynesianos estaban finiquitados, y que todo aquel que tuviera un mínimo de lógica no podía sino rendir pleitesía a la evidencia.
Estas razones empíricas se vieron asimismo reforzadas con la presunción de que a estas alturas de la historia era descabellado pensar que los hechos cambiaran, por lo que se daba por supuesto que el resto de la historia no sería sino repetición ad infinitum del modelo de libre mercado y del interés individual, quedando tan solo en el tintero la expansión de la riqueza a las regiones que aun no gozaban de dichos beneficios.
La tercera vía promulgada por una socialdemocracia que ya en décadas anteriores habían renunciado a postulados más socialistas, no era sino el acta resignada de subordinación al mercado por parte de una izquierda desconcertada y, por qué no decirlo, embrujada por los fuegos festivos sobrevenidos con la caída del muro de Berlín y las sucesivas revoluciones de los países del Este. Una izquierda condenada a vagar por el desierto de las minorías y catalogada como mero rescoldo de un siglo pasado; y que el sistema toleraba gracias a la benevolencia de la libre expresión.
2.- Lo que dieron
Trabajo con el que se abría la posibilidad de comprar un piso, un coche, una nevera y llenarla, una lavadora, un Dvd, ropa, un móvil, un ordenador, una televisión, conexión a internet y que permitiera un excedente para gastar en el cine, en la discoteca, en periódicos y revistas, en drogas, en hamburgueserías, en restaurantes, en porno, en pizzerías, en gimnasios, en libros y en conciertos. Abundancia.
El trabajo regulado en torno a las ocho horas diarias abría una amplia oferta de posibilidades. El ocio se convirtió en la principal preocupación del trabajador democrático moderno, al que también se le cubrió con la ilusión de poseer el poder porcentual de cambiar gobiernos, convencido de que el bipartidismo era el gran remedio contra las habituales corruptelas. Cada cuatro años ilusión de poder, ilusión de cambio, ilusión de libertad; abocado al consumo, seducido, incitado.
El ocio liberalizó las costumbres de tal manera que cada actitud, cada carácter, cada preferencia tuviera sus objetos y sus espacios en los que expresarse, previo pago eso sí, lo cual multiplicó la sensación de libertad en un trabajador democrático moderno para el cual la evidencia del generoso libre mercado se plasmaba con la posibilidad de elegir entre un thriller o una comedia romántica; y para el cual, con todas las necesidades cubiertas, la felicidad dependía única y exclusivamente de sí mismo.
SILENCIOS
1.- Lo que no dijeron
Dado que todo ruido se inscribe sobre un silencio, el ruido neoliberal antes descrito se inscribe también sobre silencios.
No se dijo, por ejemplo, que el mundo solo ofrece recursos limitados y agotables, lo cual cambia de manera el principio de competitividad, pues si bien en la formula neoliberal este es un principio sano que regula el sistema y que en último término beneficia a todos, en la práctica este principio establece relaciones de depredación.
Si bien en algunas regiones del mundo, dígase occidente, los beneficios del mercado parecieron satisfacer a amplias capas de la sociedad, de tal modo que el discurso neoliberal se consolidó bajo la figura del trabajador democrático moderno, esto se hizo a costa de otras regiones, paradójicamente muy ricas en recursos, sobre todo primarios, sumidas en la pobreza, la miseria y la corrupción de sus gobernantes. Vivir en un mundo de recursos limitados tiene estas cosas, pues para tener es necesario que alguien no tenga. Puede argüirse que tarde o temprano el mercado llegará a esas zonas. Lo que ocurre es que el mercado ya está en esas zonas, pero no en forma de luces y fuegos de artificio, sino como expolio y control militar de recursos.
La plena aceptación del libre mercado fue impuesta de manera incondicional desde occidente, asegurando posiciones ventajosas para sus empresas y corporaciones. Tanto la guerra de Irak como la de Afganistán, son ejemplos modélicos de guerras que buscan ventajas en el suministro de recursos y apertura de nuevos mercados a empresas y corporaciones (un ejemplo de ello son las empresas de seguridad privada). No obstante, el ruido del sistema se centra en aspectos de carácter ético y moral, ya sea en su vertiente lucha contra el terrorismo, ya sea con la instauración de democracias en países que carecen de ella, ya sea en la lucha contra las armas de destrucción masiva.
Esto nos hace pensar que en donde dicen libre mercado habría que decir también economía de guerra.
2.- Lo que no dieron
Paralela a la forja del trabajador democrático moderno emerge otro tipo de trabajador, que viene a ocupar ese tipo de sub-empleos temporeros que el primero solo ha llevado a cabo en su época de estudiante. Este sería el trabajador inmigrante de bajo coste, el cual, proveniente de países en el punto de mira de la depredación, se desplazan a esas zonas donde predomina el trabajador democrático moderno, con la esperanza de convertirse en uno de ellos. Otros se quedan, esperando que el que se ha marchado envíe un giro postal que ayude a la supervivencia y quizás combinarlo con el miserable sueldo que le pagan en una planta textil en jornadas de catorce horas diarias; los dos últimos emergen como mano de obra barata global.
Hay un largo camino que va de lo que se da a unos y de lo que se da a otros, pero los movimientos del libre mercando, maravillados por ese número enorme de mano de obra barata global, empiezan a quitar de un sitio para poner en otro, lanzando el mensaje de que hay que renunciar a muchas cosas si se quiere disfrutar de los beneficios del mercado. Pero la mengua a la que está siendo sometido el trabajador democrático moderno no significa que la mano de obra barata mejore en cuanto a calidad de vida. Como mano de obra barata global se trabaja por dos platos de arroz al día o se es un niño condenado al analfabetismo mientras desgrana la vida en fábricas de ropa deportiva o en minas de cobre.
Con la mano de obra barata global se lanza el mensaje de que es la sana competitividad la que exige esto. Pero en este paradigma de la competitividad lo que se produce son movimientos de renuncia por parte de los trabajadores a secas, de tal modo que el que más renuncia más posibilidades de trabajo tiene, reproduciendo año tras año el espectro de pobreza, al tiempo que lo amplia. En este sentido cabe entender la progresiva proletarización del trabajador democrático moderno y el empuje que ha supuesto esto para la criminalización del inmigrante de bajo coste, así como el fenómeno de las deslocalizaciones.
Con ello cabe decir que el ideal de trabajador democrático moderno se inscribe sobre el silencio de una tendencia a convertir a todo trabajador en mano de obra barata.
…
Dada la escasez de recursos y el número creciente de mano de obra barata, la opción que apuesta por el sistema sigue haciendo aún mucho ruido. No obstante, los silencios cada vez son menos silencios y empiezan a ronronear por muchos agujeros. Cuando un sistema no es capaz de guardar sus silencios es porque se está volviendo insostenible, es decir, no es capaz de sostenerse a sí mismo. Puede que hubiera un momento en que las neveras estaban llenas y un coche esperaba en el parking para llevarnos al cine. Pero cabe recordar que eso solo fue para algunos, y que ahora esos algunos empiezan a darse cuenta de que el benévolo mercado les impide el acceso a muchas cosas. Pero ellos erre que erre persisten en sus ruidos, y pretenden, bajo el sano principio de la libre competencia, que los trabajadores luchen entre sí por un puesto de trabajo, una lucha que se decide a través del que más renuncia. Y es en este punto donde se encuentra el nudo gordiano del entramado, justo en el momento en el que hay que decidir si se admite la guerra entre los pueblos, o por el contrario, nos reencontramos con el principio de solidaridad, a partir del cual construir movimientos de defensa.
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