Una enfermera de Zaragoza dedicada a cuidados paliativos se acercó hace poco a la activista Clara Valverde en una presentación de su último libro, y le contó que no es inusual que enfermos de edad muy avanzada, a punto de morir, se pongan de pronto a gritar cosas sobre la guerra civil, desabrochando la angustia […]
Una enfermera de Zaragoza dedicada a cuidados paliativos se acercó hace poco a la activista Clara Valverde en una presentación de su último libro, y le contó que no es inusual que enfermos de edad muy avanzada, a punto de morir, se pongan de pronto a gritar cosas sobre la guerra civil, desabrochando la angustia que han arrastrado en silencio durante todas sus vidas.
Ese libro de Clara Valverde Gefaell tiene un título que ayudará a comprender por qué esa enfermera puso en palabras esa escena repetida y mantenida hasta ahora en silencio. El libro se llama «Desenterrar las palabras. Transmisión generacional de la violencia política en el siglo XX en el Estado español. Clara Valverde Gefaell, enfermera e instructora de enfermeras, involucrada de lleno en el 15-M, especialista en biopolítica, estuvo exiliada durante varios años en Canadá y allí hizo un extenso trabajo de campo de transmisión generacional sobre violencia política con miembros de la etnia subártica de los cri, a quienes les dedica el libro. Ella dice que fueron años «mágicos», porque con los cri trabajaron el trauma de haber sido colonizados y, a través de sus rituales y sus relatos sobre sus emociones al respecto, pudo ver cómo un pueblo que había sido sometido decidió elaborar su trauma colectivo y lo hizo a través de la palabra. Valverde trabaja sobre el efecto de los discursos sobre los cuerpos y las mentes. Su libro anterior se llamó No nos lo creemos. Una lectura del lenguaje neoliberal.
Ahora, Valverde propone desenterrar las palabras que han quedado trabadas en alguna parte del inconsciente del pueblo español, que pese a haber sido protagonista de una sucesión de episodios de los más violentos del siglo XX -más de medio millón de muertos, y centenares de miles de desaparecidos-, ha optado por el silencio, no sólo en la esfera pública, sino especialmente en la privada. Hay relatos que nunca salieron de la boca de esas víctimas, que fueron los abuelos de la generación de Valverde. Ella sostiene que ese silencio se convirtió en una negación y que esa negación no es gratis. Se traduce en malestares recurrentes, patologías diversas, en angustia inexplicable, en agujeros negros de la memoria. Como si la violencia política del pasado, encapsulada en recuerdos no transferidos, fuera hoy el soporte de una herida colectiva que no ha cerrado y que obstruye tanto la lectura del pasado como la del presente.
«Somos los nietos. El producto de un siglo con mucha violencia política. Nuestros abuelos y nuestros padres estuvieron demasiado desbordados para poner en palabras sus emociones o para poner emociones en sus palabras. Todo eso se acumuló en sus inconscientes, y lo hemos heredado», dice ella, que agrega que para desenterrar los hechos están los historiadores, los politólogos, los políticos, pero para desenterrar las palabras está esta disciplina, que es la psicología política. El resultado del silencio pertinaz es, dice Valverde, comportamientos individuales y grupales temerosos, vergüenza, victimización, rabia explosiva, entre otras manifestaciones de «lo no dicho».
Además de a los cri del subártico, Valverde le dedicó su libro a su abuelo, Wilhelm Gefaell Fiel, el protagonista de una historia de silencio atronador en el corazón de su propia familia. Ella y todos los primos de esa rama familiar se han abocado desde hace años a la reconstrucción del árbol genealógico de los Gefaell, ayudados por una especialista en ramas familiares desperdigadas en el Holocausto. El abuelo, Willy, era un ingeniero vienés que llegó a España a principios del siglo pasado para trabajar en la construcción de una represa en Barcelona. Se enamoró allí de Pilar Gorostegui, la abuela de Valverde, y tuvieron diez hijos.
Willy era judío pero no se lo dijo a nadie, tampoco a su mujer. Le venía de antes: en su infancia en Viena, para cantar en el coro de niños, había ocultado su identidad judía. Su familia iba muy seguido a España a ver a los nietos, pero como los austríacos no hablaban español y Pilar no hablaba alemán, nunca se enteró de que su familia política era judía. Cuando el nazismo se empezó a hacer sentir mal en Austria, Willy le propuso a su familia que emigraran a España, pero su madre y sus hermanos le contestaron: «No, Willy, esto no llegará mucho más lejos, ¿qué más nos pueden hacer?». La madre de Willy, dos de sus hermanos y muchos otros familiares de la rama Gefaell terminaron siendo asesinados en campos de concentración. Recién entonces la mujer de Willy, Pilar, la madre de sus diez hijos, y su propia familia, supieron la verdad.
Cuando Willy murió en 1953, al vaciar su despacho, la familia encontró muchas cartas procedentes de Estados Unidos. Fue entonces que se enteraron de que en los últimos diez años de su vida, Willy se había dedicado a falsificar pasaportes y había financiado el viaje a muchos judíos austríacos para que escaparan de Europa. La hija de Willy, es decir la madre de Valverde, recordó entonces vagamente que, en su infancia, habían recibido en la casa varias veces a hombres de la Gestapo. Pero nunca se había hablado de eso. Había quedado en una nebulosa. Junto con el Holocausto y la verdad del judaísmo de la familia Gefaell sobre la mesa, llegó el silencio. Nunca más se volvió a hablar del tema.
Valverde se queda reflexionando sobre las últimas palabras de su bisabuela, antes de decidir no emigrar a España. «Esto no llegará mucho más lejos, ¿qué más nos pueden hacer?». Y uno evoca otros tiempos, otras latitudes, otros contextos históricos, en los que otros hombres y mujeres, acorralados por la violencia política, intentaban tranquilizarse pensando lo mismo, que el horror era tal que no podía ser mayor. Y fue mayor.
La historia de la rama materna de Valverde aporta otro tipo de silencio vinculado con la violencia política. José María Valverde Cano, su abuelo materno, fue un poeta republicano que tuvo disidencias con los republicanos y fue encarcelado por ellos. Otro tipo de dolor, otro tipo de trauma. Valverde relata que su propio padre nunca se refería al pasado, y que sólo, en algunos momentos de mucha intensidad emocional, contaba una anécdota: él tenía 10 años y con dos de sus hermanos apenas mayores debieron huir a Francia porque se habían quedado solos y tenían hambre. Cuando su padre contaba eso lloraba, y nadie en la familia era capaz de preguntar detalles.
A lo largo de los años, Valverde ha tratado con muchos españoles a los que les ha preguntado qué había pasado en sus familias durante la guerra. La mayoría no lo sabía o, mejor dicho, sabía vagamente algo que nunca se había animado a esclarecer, porque el dolor había sido tabicado en esas familias. Ella llegó a la conclusión de que ese trauma aún resuena en la sociedad española, porque nadie salió de un repollo y lo que hay es un nudo de silencio.
Sobre los nuevos ánimos para reabrir causas e investigar qué sucedió durante el franquismo, que se chocan con la pared generalizada que se espanta, como diciendo: «Ha pasado tanto tiempo, ¿investigar ahora? ¿Para qué?», Valverde dice: «Eso es lo que quieren los gobiernos que tenemos. Que dejemos el pasado. Que no intentemos hacer justicia. Que no molestemos con querellas como la argentina. A callar y morir. Pero es que es imposible. No sólo porque algunos queremos conscientemente que se hable, que se lleven a cabo procesos de verdad y reparación. Es que aunque no queramos, en los nietos de cualquier trauma de violencia política ocurre ‘el retorno de lo reprimido’. Sale, no se puede evitar. Dos generaciones heridas han tenido que aguantar y olvidar, pero sus inconscientes hablan en sus nietos».
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-254637-2014-09-06.html