En las vísperas del tercer milenio occidental y como guinda de hegemonía del proyecto neoliberal, el intelectual orgánico Fukuyama proclamaba el «fin de la historia», el triunfo final del proyecto capitalista. Años más tarde la central de Fukushima, golpeada por un prosaico terremoto, volteaba los cimientos de una civilización, anclada y atada a su pesar […]
En las vísperas del tercer milenio occidental y como guinda de hegemonía del proyecto neoliberal, el intelectual orgánico Fukuyama proclamaba el «fin de la historia», el triunfo final del proyecto capitalista. Años más tarde la central de Fukushima, golpeada por un prosaico terremoto, volteaba los cimientos de una civilización, anclada y atada a su pesar a los cuatro elementos, y recordaba la materialidad y precariedad del sueño de dominación global.
El hipo telúrico y la posterior recomposición de la isla nipona, dejará aún más maltrecha a una economía global que, desde hace décadas, sobrevuela lo tangible y multiplica sus números sin correspondencia ni equivalencia con el mundo de las cosas. Así, cuando el dinero, el yen, tenga que materializar su valor de cambio ante las contingencias del mundo real, descubrirá su intraducible e impalpable alma de papel.
Porque la crisis desatada por los vahos de Fukushima revela la inconsistencia de esta sociedad especular, anclada sobre la fe en la prosperidad, cuyo ejemplo más notorio y cruel es el delirio nuclearista, una tecnología frágil, que a la par que sueña imitar las labores del Astro, se blinda entre muros que se desmoronan ante el cíclico estornudo planetario.
La ridícula imagen de un camióncisterna antidisturbios tratando de disolver el escape radioactivo de la central atómica de Fukushima ilustra a las claras su patética entelequia, mientras recuerda el indisoluble vínculo entre proyecto nuclearista y sociedad autoritaria.
II. Semanas antes, el norte de África estallaba en sucesivas revueltas que derribaban, con efecto dominó, el castillo de naipes de los sátrapas locales. Ante el levantamiento de unas sociedades, definidas bajo parámetros occidentales como atrasadamente sumisas, la izquierda revelaba a la par, su profundo eurocentrismo fundado en la ignorancia y el prejuicio. Las revueltas ponían en tela de juicio demasiadas certezas, entre ellas la insuficiencia del binomio régimen autoritario/democracia representativa, pero también la imposibilidad de exportar el proyecto y la cosmovisión emancipatoria socialista construida sobre privativos rasgos culturales occidentales. Ante esta desorientación manifiesta, cada cual se agarraba a su pequeña brújula -unos a la sociología, otros a la geoestrategia, los más delirantes a las virtudes de la tecnología-, incapaces así de admitir un aturdimiento, que corría el velo del recelo.
Con todo, esta desorientación ha sido disipada manu militari, cuyos cazas han acudido oportunamente en su auxilio. Pues la crisis libia -caracterizada frente a las otras revueltas por ser primordialmente una disputa entre élites locales en el control de un territorio al servicio de la Unión Europea-, y la posterior intervención de los aliados del gendarme francés, ha dejado de nuevo el camino expedito a los axiomas del antiimperialismo, rancias certezas que seccionan el orbe con sus cómodas dicotomías. Así, la socorrida senda de las Azores, no sólo ha sido un manido coletazo de la saliente socialdemocracia española, sino también ha proporcionado un plácido esquema para una izquierda nuevamente salvada de la tentación de repensarse.
III. Los últimos acontecimientos nos brindan el deber de repensar los lazos entre tradición emancipatoria occidental e ideología eurocentrista, de admitir los límites culturales y determinar los orígenes históricos de nuestra propuesta, con la ambición de abordar y acompañar los procesos de otras latitudes desde sus propias claves y aspiraciones. En este quehacer, la constatación del delirio de un capitalismo que levita su bienestar sobre el punto de fuga del desarrollismo, debiera pasar de incómodo a priori, a espina dorsal de un renovado proyecto emancipatorio liberado de la indolencia doctrinaria. Mientras tanto, la inanidad ante la catástrofe en curso refleja el crédito otorgado a una materialidad capitalista soportada sobre la mera fe, por una sociedad sobornada en la bonanza.
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