«Magistris, aparta de mí este cáliz». Habituado ya a sorpresas de esta suerte, me encuentro ayer con un curioso artículo en el que el arzobispo Luigi de Magistris , penitenciario emérito del Vaticano, afirma que el dirigente comunista italiano Antonio Gramsci habría abrazado la fe católica justo antes de morir. Gramsci , encarcelado por el […]
Habituado ya a sorpresas de esta suerte, me encuentro ayer con un curioso artículo en el que el arzobispo Luigi de Magistris , penitenciario emérito del Vaticano, afirma que el dirigente comunista italiano Antonio Gramsci habría abrazado la fe católica justo antes de morir.
Gramsci , encarcelado por el gobierno fascista- que la misma iglesia de Magistris apoyaba- por haber entregado su vida a la lucha por un mundo más justo, habría abrazado la fe de los aliados de sus verdugos, quizás movido por un infantil miedo a la muerte o esperando la gloria eterna en los apacibles cielos.
Al momento de su condena, el argumento fue que «por veinte años debemos impedir a este cerebro funcionar». Era peligroso, el hombre. Como muchos otros que han sido silenciados sencillamente por pararse frente a la realidad con verdadero afán de transformarla.
La humorada ha sido ya desmentida, pero yo ya me había encariñado con la idea de un posible San Gramsci , de modo que voy a seguir jugando con la hipótesis del amigo Magistris .
Supongamos que Gramsci se iluminó en prisión. Supongamos que no estaba enfermo, que no sufría incluso de alucinaciones y delirios, y que en pleno estado de lucidez efectivamente abrazó la fe católica, cambiando el Manifiesto por la Biblia, el «¡Proletarios del mundo, uníos!» por «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», la idea de un mundo justo y una humanidad feliz por la promesa del paseo eterno sobre nubes de algodón.
Vamos más allá incluso: Dios, que es sin duda alguna más tolerante que Mussolini , le perdona al buen Antonio el haber dudado de su existencia y haber difundido esa barbaridad de que la religión es el opio de los pueblos. Lo acoge en su seno, y hoy Gramsci es uno de los tantos que nos contemplan desde arriba quizás con mueca mezcla de horror e incredulidad.
«Ya no escribe sino poesía (cosas de su ahora vecino y amigo Don Miguel Hernández), y rara vez debate con San Pedro, porque las últimas veces-visto el estado pavoroso del mundo terrenal- se le escaparon al buen sardo algunos comentarios medio explosivos y generó algo de mal estar.»
No lo van a echar, porque el cielo es amplio en cuanto a opiniones, pero tampoco se trata de quedarse solito eternamente, que la eternidad es muy larga, aunque a los mortales nos cueste mucho siquiera imaginarla.
Yo, que me pongo últimamente de mal humor con mucha facilidad, tenía una pregunta, siempre dentro del juego que me propuse.
Va dirigida al simpático Magistris y a sus colegas del pasado y del presente…
Sí, a los cruzados, inquisidores, papas degenerados y sanguinarios, bárbaros de la espada y la cruz despedazando cuanto «nuevo mundo» invadían, jerarquías eclesiásticas apoyando cuanta bárbara dictadura y gobierno tirano existió incluso hasta el día de la fecha, acumuladores de riqueza a la vez que agentes de la austeridad, pederastas y corruptores que exigen la castidad, enemigos de la ciencia, la belleza y el conocimiento, enemigos de la salud (uso del preservativo, etc ), enemigos del amor en sus distintas formas (enemigos del amor, es decir), adversarios de la vida. A su máximo jefe actual, el (¿ex?) nazi Benedicto XVI… a todos ellos pregunto:
Si el buen barbado existe en los cielos, si es justo, bonachón cuanto menos, si cree en la igualdad y el amor y eso de la autoría de los mandamientos es cierto…
¿No creen ustedes que no tendrán oportunidad alguna de salvar sus podridas almas? ¿No tienen la certeza de que arderán eternamente en el averno, a diferencia de Gramsci , a quien como mucho quizá se le niegue una noche el vino por discutir obcecadamente sobre el significado de la equidad o del amor?
Soy conciente de la puerilidad de la pregunta… ustedes nunca creyeron sino en el poder, y no experimentaron otro sentimiento que no fuese la necesidad de someter y oprimir a millones.
Como yo tampoco creo en dios y sé que la promesa de la felicidad vendrá junto con el del mundo que imaginaron Gramsci y otros tantos, les pido a ustedes que se ocupen, en nombre de millones de hombres que creemos en la justicia terrenal, de vuestro podrido imperio oscurantista y sus enfermizos negocios mientras puedan, y que dejen en paz a los verdaderos hombres (y mujeres).
Podéis entreteneros con la imposible tarea de limpiar el nombre de vuestros jerarcas psicópatas, por ejemplo.
Hoy, justo cuando el capitalismo agoniza y demuestra que la sociedad sin opresores ni oprimidos no es sino la única alternativa al colapso de la especie humana, me parece que no son los comunistas quienes necesitan ser salvados por la gracia divina.