A finales del año 57, Pablo de Tarso escribe la segunda carta destinada a las comunidades cristianas de la ciudad de Corinto, donde cuatro facciones rechazaban su autoridad, y en la que además las mujeres gozaban de una libertad que al feroz converso le producía escozor. Casi dos mil años después, las palabras del santo […]
A finales del año 57, Pablo de Tarso escribe la segunda carta destinada a las comunidades cristianas de la ciudad de Corinto, donde cuatro facciones rechazaban su autoridad, y en la que además las mujeres gozaban de una libertad que al feroz converso le producía escozor. Casi dos mil años después, las palabras del santo están inscriptas en las miras telescópicas de precisión de los fusiles que utilizan los soldados estadounidenses en Irak y Afganistán, junto a otras citas bíblicas. No es este el caso de la Biblia y el calefón. Biblia y fusil maridan de maravillas, y desnudan un mismo universo ideológico de atropellos, conquistas y represión.
«2Cor4:6». Parece una suerte de cifra de la bestia, pero tiene pretensiones angélicas. Acaso es posible imaginar que un Marine, piadoso, pose su mirada sobre ese mensaje cifrado, y rece, y se encomiende a Cristo su señor, antes de apuntar y colocar en la mira a «un enemigo del imperio» y disparar. Desde los albores del relato cristiano, cuando apenas estaba escribiéndose, Pablo de Tarso saluda al soldado invasor con las palabras de su epístola virulenta y militante, con la que combatió los excesos de las comunidades cristianas que se desviaban de su mensaje. «Para Dios, quien mandó que la luz brillara desde la oscuridad, ha brillado en nuestros corazones, para dar luz del conocimiento de la gloria de Dios en la cara de Jesucristo», señala el pasaje de la segunda carta de San Pablo a los corintios, en el Nuevo Testamento y en la mira. Teniendo en cuenta que varios de los modelos de miras que contienen las citas grabadas son para visión nocturna, es obvio que «la luz que brilla en la oscuridad» es la de la tecnología de punta que permite a los invasores salir a cazar enemigos por las noches, con la impunidad que les brindan las sombras. Las miras, efectivamente, como señala el mensaje paulino, «dan luz», presuntamente para conocer «la gloria de Dios en la cara de Cristo», y probadamente para meter balas en la cara, la cabeza y otras partes del cuerpo de muchos civiles, incluso niños, de los países invadidos.
El escándalo estalló la semana pasada en Estados Unidos, cuando se conoció, a través de un informe de la cadena ABC, que las miras telescópicas de los rifles empleados por los soldados estadounidenses y las fuerzas especiales en Irak y Afganistán, tienen grabadas citas del Nuevo Testamento. Los equipos fueron provistos por la empresa contratista Trijicon, que tras la revelación anunció que dejará de grabar esos mensajes, «luego de 30 años de hacerlo sin quejas», según señaló la firma. El Pentágono minimizó primero el asunto, pero luego, cuando se expresó preocupación incluso desde dentro de las filas del propio ejército, señaló que iban a «evaluarlo». Finalmente, la compañía se comprometió a borrar las citas, que están grabadas en de más de 300 mil miras. Todo sea para evitar que no se caiga el multimillonario contrato.
Otra de las citas se presenta bajo la cifra «JN8:12», en referencia a San Juan 8:12. Y aquí también se juega con la luz y la oscuridad a través de un enunciado de Jesús: «Yo soy la luz del mundo: quien me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida».
Pero más allá de la macabra ironía que subyace a estos planteos que hablan de la vida y la luz en instrumentos para matar en la oscuridad, los mensajes bíblicos marcan una continuidad absoluta, coherente y lineal entre el agresivo proselitismo de Pablo, quien configuró buena parte de los rasgos que caracterizaron a la Iglesia Católica como instituciones poderosa, triunfante e imperial, y la utilización que hoy hace de ese mensaje el imperio estadounidense, que mucho tiene que aprender del poder avasallante de la milenaria institución que pasó de ser una minúscula y perseguida secta a dominar buena parte del mundo.
El proselitismo de Pablo, sutilmente violento, se ubica en un período fundacional y decisivo de la historia de la Iglesia Católica, que se lanzará luego a la conquista del mundo, y no sólo con las armas de la retórica paulina. La Iglesia «eligió la fuerza y el dominio», como lo señala el teólogo Jacques Ellul en La subversión del cristianismo, donde estudia el proceso de tergiversación que se operó en esa institución, que desestimó la prédica de los primeros cristianos para convertirse en algo completamente distinto.
La ciudad de Roma es testigo y monumento de este proceso de conquista, y del posterior triunfalismo. Allí, pueden observarse los antiguos monumentos paganos «intervenidos» por el triunfalismo cristiano: crucifijos, imágenes de santos, símbolos cristianos superpuestos, adosados, pegados sobre las marcas de un pasado derrotado y aplastado. En la propia arena del Coliseo, donde los cristianos servían de alimento a las fieras, se erige hoy, erecta y triunfal, una enorme cruz. El Vaticano es en sí mismo un fastuoso monumento a la cristiandad triunfante, que pasó de ser pobre y sojuzgada a ser rica y sojuzgar. Tanto glamour, riqueza y fasto contrastan con las modestas marcas de los primeros cristianos. Las catacumbas, cuevas bajo tierra, también están en Roma, pero a las afueras, marginadas y confinadas a la prehistoria de la institución. Como quien, desde su nueva casa de rico, se olvida de su humilde pasado.
El Imperio católico es el molde ideológico, el ejemplo a seguir, para todo imperio que se precie, para toda reacción, para toda ideología conservadora. Por su duración, por la manera espectacular en que sus militantes pasaron de perseguidos a perseguidores, adosándose al poder de turno hasta devorárselo. Tras el proselitismo de los primeros apóstoles, vinieron luego las conversiones masivas de los sajones en la época de Carlomagno, por sólo tomar un ejemplo de la larga historia de prepotencia. Aunque nunca le faltaron competidores de fuste, la Santa Inquisición, para tomar otro ejemplo, hizo escuela en las técnicas de tortura. Sus aportes en la materia, dentro de la historia de Occidente, sólo son comparables, en épocas más recientes, con los de los franceses (país campeón de la cristiandad europea), y con la Escuela de la Américas de Panamá, donde actuaron instructores estadounidenses.
La distancia entre las guías ópticas avanzadas de combate (ACOG, por su sigla en inglés) de Trijicon y las cartas de San Pablo puede parecer enorme en término de años, pero ideológicamente, en cuanto a las estructuras discursivas, no lo es. Son apenas distintos avatares de la misma concepción del poder, de una estructura represiva, avasallante, que arrasa todo a su paso para perpetuarse y crecer negando la otredad. Para pensar en las conversiones forzosas, las torturas y el genocidio de civilizaciones enteras no es necesario cruzar el Atlántico. La historia de América fue marcada por la barbarie de la conquista europea, y el papel de la Iglesia Católica en la masacre fue decisivo.
Ante el descubrimiento de los mensajitos en las miras, en Estados Unidos se habló de violaciones a la Constitución. «Viola varias leyes federales», señaló Michael Weintein, que pertenece a la Military Religious Freedom Foundation, grupo que lucha por preservar la separación entre Iglesia y Estado dentro del ejército, según reprodujo el diario Página/12.
Los propios militares estadounidenses le dieron al asunto una interesante interpretación que también remite a cuestiones históricas, se señala en el portal estadounidense Alternet. El general David Petreus, jefe del comando central encargado de las operaciones militares en Irak y Afganistán, señaló que le preocupa que este hecho alimente la percepción en países musulmanes de que Estados Unidos está realizando «una Cruzada».
No vaya a ser que a alguien se le ocurra pensar en las célebres Cruzadas contra el Islam. Hubo seis entre 1095 y 1270, fueron pioneras de la economía globalizada, y consagraron además la utilización a gran escala de presuntos motivos religiosos o morales como tapadera de otros fines, políticos, económicos y nada espirituales.
Porque la cuestión de la Guerra Santa es todavía hoy motivo de disputa entre cristianos y musulmanes que se acusan mutuamente de ser los inventores. Es notable, en este punto, como a contrapelo del sistemático ocultamiento de las influencias musulmanas sobre otros aspectos de la civilización europea (influencia decisiva en el arte del Renacimiento, por ejemplo), sí se señala a la jihad y la ribad del Islam como inspiradoras del Catolicismo armado, la cruz y la espada, el ejército de los Papas y las invasiones de la Iglesia devenida poder imperial.
Mientras las ACOG y las balas trazantes regalan ominosa luz a la oscuridad de Irak y Afganistán, el imperio estadounidense sigue pretendiendo ser un ejemplo de «democracia y libertad» para el mundo. Y la Iglesia Católica, con su tradición de violencias, atropellos y sexualidad patológica, y su presente de escándalos por abusos sexuales, sigue erigiéndose en autoridad moral.
Fuente:http://www.argenpress.info/2010/01/guerra-santa-san-pablo-en-irak-y.html