El mundo de hoy no es mejor que el de las postrimerías del siglo XX. Han crecido la desigualdad, la pobreza, el hambre, las guerras locales atizadas por las grandes potencias, las migraciones forzadas por causas económicas y políticas y la reducción de derechos ciudadanos y laborales. Todo ello, gracias al neoliberalismo, que ha dejado […]
El mundo de hoy no es mejor que el de las postrimerías del siglo XX. Han crecido la desigualdad, la pobreza, el hambre, las guerras locales atizadas por las grandes potencias, las migraciones forzadas por causas económicas y políticas y la reducción de derechos ciudadanos y laborales. Todo ello, gracias al neoliberalismo, que ha dejado las arcas públicas bajo mínimos históricos, al tiempo que ha privatizado en parte o totalmente servicios esenciales como la sanidad y la educación.
Más o menos, el periplo neoliberal comenzó con Reagan y Thatcher, teniendo continuidad con Bush hijo y Tony Blair. El laboratorio previo tuvo lugar en Latinoamérica desde la época del golpe contra Allende en Chile alentado por Kissinger y la famosa escuela de Chicago de Milton Friedman y sus simplezas vendidas como teoría revolucionaria contra el Estado y a favor del libre comercio, el abandono de las políticas sociales, la lucha feroz contra los sindicatos y la entronización salvaje de los mercados especulativos a escala internacional.
Esas medidas estructurales de choque reavivaron ideas de izquierda en los países periféricos, situación al límite que hizo emerger sentimientos reivindicativos entre las poblaciones degradadas a meros factores estadísticos de la geografía financiera mundial. Tal movimiento político y popular cosechó en las urnas resultados espectaculares. Véase Venezuela, Ecuador, Honduras, Paraguay, Nicaragua, Uruguay, Argentina, Brasil…
Las experiencias mencionadas han sido diferentes, incluso contradictorias, pues resulta más que evidente la pluralidad de entornos distintos y las peculiaridades intrínsecas de cada país. Sin embargo, hubo una capacidad ilusionante que, al principio, recuperó parte del terreno perdido por las políticas neoliberales en boga.
El capital internacional vio las orejas al lobo cuando democráticamente se iban confirmando las tendencias izquierdistas o nacionalistas de corte social en los comicios que se iban sucediendo en el subcontinente de América del Sur. Y tomaron cartas en el asunto con decisión: desestabilizaciones políticas bajo cuerda, golpes de Estado arbitrarios… El último eslabón, Brasil. El neoliberalismo no ha muerto, antes al contrario está volviendo por sus fueros, con dudosa legitimidad, a liderar los procesos políticos y sociales de la candente actualidad.
El primer mundo
Mientras tanto, en el primer mundo las secuelas de Reagan y Blair han dejado un panorama desolador en el que se han evaporado los derechos constitucionales, sociales y laborales de la inmensa mayoría. Y, todo ello, con el concurso pasivo o activo, según conviniera a las circunstancias, de la socialdemocracia clásica.
Rotos unilateralmente los consensos nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, de los que surgió un bienestar sufragado por el erario público, pensiones más o menos dignas, trabajos más o menos estables y sistemas de educación y sanidad universales, la izquierda, huérfana de referentes ideológicos tras la caída del Muro de Berlín se diluyó en emociones de carácter ético o moral: oenegés caritativas, impulsos posmodernos libertarios e individualistas, iniciativas o performances de índole artística, estética y cultural. Pero el neoliberalismo seguía arrasando la vitalidad de millones de personas ancladas al paro o prisioneras de un empleo precario y mal pagado. A ello cabría añadir, que de los terceros mundos venían oleadas de inmigrantes y refugiados a competir por los exiguos trabajos y las ayudas sociales casi inexistentes.
En ese ambiente amanecieron, no de la nada sino de contradicciones ambiguas pero patentes y muy sólidas, respuestas más o menos coherentes, más o menos puntuales y más o menos elaboradas colectivamente, contra todo lo que venía representando el neoliberalismo durante décadas. Todas esas salidas de tono alternativas fueron englobadas por las elites del sistema imperante en un cajón de sastre denominado terrorista (versión hard) o populista (versión soft).
El término populista lo engloba casi todo ahora mismo: desde los tics de la ultraderecha nazi o fascista a las posturas de izquierda que preconizan o postulan políticas a favor de lo público y de la equidad que rescaten esferas fundamentales o básicas para el ser humano de las garras del beneficio empresarial y la sacrosanta globalización neoliberal de los mercados. Con Bernie Sanders en EEUU y James Corbyn en el Reino Unido vuelven a escucharse tradicionales mensajes de la izquierda genuina: nacionalización de sectores estratégicos como la banca y la industria energética, recuperación y reforzamiento de los sistemas públicos de la enseñanza y la sanidad, negociación colectiva en el espacio laboral, políticas internacionales de distensión y cooperación sobre bases dialogadas sin imposiciones a priori…
Sanders ya ha sido neutralizado por el poderoso establishment de Washington (Hillary Clinton es la candidata presentable del orden establecido). Aun con todo, es un síntoma evidente de los nuevos tiempos, incipientes pero que parecen anunciar algo distinto o singular en el mundo y muy especialmente en los países ricos.
Corbyn, por su parte, está en plena batalla contra… los suyos. Todavía hay renuentes en sus filas y los tendrá siempre: el régimen neoliberal tiene santos y espías en los lugares más inhóspitos. Llama la atención, no obstante, que las bases, juventud y gente trabajadora, voten más de un 60 por ciento por sus tesis, al tempo que la mayoría de los diputados laboristas sean de la cuerda minoritaria, situación muy similar a la de Pedro Sánchez en el PSOE: la militancia está con él, pero los barones, una ínfima minoría con una cobertura mediática extraordinaria, pugnan a sangre y fuego para apearle de su débil liderazgo. ¿A quién representan, de verdad, los barones del PSOE y los diputados críticos del Partido Laborista?
Todo lo que huela a salida de la crisis por la izquierda, será tachado ipso facto de populista e igualado mendazmente a opciones fascistas o nazis. O meramente de derechas con nuevas caras publicitarias tipo Albert Rivera y su artificial método encapsulado en la «regeneracionista» fórmula de Ciudadanos. Con esta confusión deliberada construida al efecto, las izquierdas se dividen y cosechan sufragios despolitizados las formaciones del espectro del centro-derecha-izquierda.
Tanto las izquierdas clásicas ya mencionadas como Podemos o Syriza están abocadas a contestar en un breve lapso de tiempo, interrogantes de largo alcance: ¿entrar en pactos de parcheo reformista o plantear soluciones más ambiciosas que incluyan transformaciones políticas de hondo calado? Dicho a lo coloquial, ¿lo mismo con retoques de fachada o una nueva sociedad de raíces más solidarias y sostenibles con énfasis en lo común por encima del desaforado individualismo de las doctrinas capitalistas y de las derechas internacionales más egoístas y clasistas?
La brecha de la desigualdad no se reducirá con meras palabras y bellos eslóganes gritados a los cuatro vientos. Hace falta saber en qué mundo queremos vivir. Y ese debate corresponde a las izquierdas. Las derechas bastante tienen con evadir impuestos, resolver sus cuitas judiciales por corrupción y crear velos ideológicos para confundir a las ingentes mayorías que buscan desesperadamente un lugar cálido, solidario y confortable en el mundo neoliberal de hoy en día.
Mucho es de temer que sin aclarar qué mundo deseamos, el viaje sin norte ni argumentos acabe en las alforjas regeneradas de un neoliberalismo remozado para desviar los verdaderos conflictos que moldean las injusticias actuales.
Desenmascarar las patrañas del neoliberalismo no será fácil: para las elites mundiales, de momento, señalar como populismo (o terrorismo cuando la ocasión así lo requiera) a todo lo que se mueve en su contra es la mejor manera de mantener sus plusvalías hurtadas y consolidadas en la crisis, asegurando un futuro donde imperen las máximas naturalizadas de las bondades religiosas de los mercados bursátiles dejados a la mano de dioses desconocidos.
Hará falta un relato seductor para hacer frente a tanta mentira neoliberal. Más allá de los datos irrefutables de las desigualdades crecientes entre ricos y pobres, es necesario, además de la acción política y las reivindicaciones sociales continuadas y puntuales, armar un discurso internacionalista y globalizador donde el nosotros/as integrador desbanque al yo unilateral y alienado del consumismo devorador de recursos e ideas individualistas clónicas.
Quizá ese relato liberador ya se esté gestando en rincones muy dispares del mundo. Quizá.
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