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El Partido Comunista Chino sueña con un mundo que comercia en yuanes, pero tiene que empezar limpiando su propia casa

Se acerca la era del yuan

Fuentes: Al-Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Todos conocemos los nombres de la nueva generación, de Xi Jinping, ahora secretario general del Partido Comunista Chino (PCCH) antes de ser consagrado como presidente el próximo año, al vice-premier Li Keqiang. ¿Pero qué importa el nombre? No gran cosa, porque ahora en China todo tiene que ver con el ataque estructural; cómo retocar el modelo de crecimiento económico precipitado combinado con estancamiento político mientras al mismo tiempo se combate la corrupción.

Xi ya ha hecho una advertencia al Politburó: «Si la corrupción aumenta en seriedad, arruinará inevitablemente el Partido y el Estado». Bueno, ya es tan seria que el propio Xi no puede dormir ante la posibilidad muy real de una Primavera Árabe en mandarín, aunque una China en rápido desarrollo no es exactamente un Egipto económicamente subdesarrollado. Pero la autocracia y la corrupción siguen dominando la escena.

La cultura china es una cuestión de números. Las tres principales fuentes de noches de insomnio para la mayoría de los chinos son la inflación, la corrupción y la desigualdad. Lo mismo vale, esencialmente, para la economía, estúpido. Pero a medida que la economía llega a un terreno más escabroso, es inevitable que las masas comiencen a formular preguntas sobre todas las cosas disfuncionales involucradas en un régimen de un solo partido. Por lo tanto, finalmente, este aumento de la corrupción constituye una «amenaza existencial» para el sistema.

Oh, de nuevo esa crisis

Comencemos por la economía. Desde 2008, con los efectos de la fusión de la crisis financiera global hecha en EE.UU. con el incremento de los salarios en China, ahora es evidente que el antiguo modelo chino de exportación tiene que ser reajustado. El aparato intensivo en mano de obra se deslocaliza ahora en masa a Indochina, especialmente a Camboya y Vietnam.

Economía china

Para complicar las cosas, hay una burbuja del mercado inmobiliario lista para estallar. Y luego está el Gran Salto Adelante de la generación MTV/Google de China, la explosión demográfica de los años ochenta y noventa. En lo que a ellos se refiere, la pareja letal de la autocracia y la corrupción es el opuesto absoluto a la típica situación beneficiosa china en la que todos ganan.

Pero a largo plazo, ¿es todo eso tan poco prometedor para el modelo chino? No realmente. Después de todo, la competencia no muestra un rendimiento realmente superior.

Hagamos un desvío geopolítico. La semana pasada, el reelecto presidente Obama se presentó en una cumbre en Phnom Penh, Camboya, para ‘vender’ un Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP), un mecanismo de libre comercio al estilo del NAFTA, que excluye a China.

Bueno, lo que sucedió realmente es que el 20 de noviembre, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), más China, India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda -o sea nada menos que la mitad de la población del mundo- anunciaron que iniciarían un Acuerdo de Asociación Económica Regional Integral, excluyendo -ya adivinasteis- al propio EE.UU. Juego, set y partido para Pekín.

No cuesta ver por qué. Un número basta: 2008.

Hasta 2008, la globalización turbo-capitalista, centrada en EE.UU., era el nombre del juego. En The Making of Global Capitalism: The Political Economy of American Empire (Verso, London and New York, 2012), Leo Panitch y Sam Gindin demuestran ampliamente la importancia estratégica del capital estadounidense en áreas como la tecnología de la información.

Hasta 2008, EE.UU. representaba casi un 75% de toda la inversión en investigación y desarrollo del mundo industrializado en el espacio aéreo y los instrumentos científicos, y hasta un 50% en la electrónica y los productos farmacéuticos. Las corporaciones estadounidenses dominaban en la alta tecnología y los servicios empresariales (de administración, legales, de ingeniería, consultoría y financieros).

EE.UU. tenía tres de las cuatro principales empresas de hardware tecnológico, software y ordenadores, aeroespaciales/militares y equipamientos y servicios petroleros. Tenía cuatro de cinco en los medios globales. Tenía dos de tres en productos farmacéuticos, transporte industrial, equipamiento industrial y telecomunicaciones de línea fija. Tenía nueve de los principales 10 en servicios financieros globales.

Después de la mayor crisis económica desde (e incluida) la Gran Depresión, la principal ventaja competitiva de EE.UU. -su ilimitado impulso innovador- fue cuesta abajo, ya que el capital de riesgo para la manufactura de alta tecnología simplemente desapareció. Asia quiere y necesita de EE.UU. productos de alta tecnología de alto valor agregado. Lo que no necesita es una superpotencia que pide prestado como si se acabara el mundo para financiar una deuda gubernamental multibillonaria.

Mientras tanto, en paralelo, había comercio entre China y el resto de Asia que sobrepasaba el comercio entre Asia y EE.UU. Otra manera de decirlo es que, en términos económicos, el «pivoteo hacia Asia» ya está moribundo.

Una vez más, consideremos las cifras. Asia exporta en conjunto 20% más que el máximo exportado antes de la crisis de 2008. Europa, por otra parte, exporta más de 20% menos.

China exporta un 50% más al resto de Asia – no menos de tres veces más que lo que exporta a EE.UU. Las exportaciones chinas a EE.UU. no aumentan. Hace diez años, China importaba cinco veces más de Asia que de EE.UU. Ahora importa 10 veces más de Asia, en comparación con EE.UU.

La moneda sigue al comercio (¡y pensar que Mitt Romney quería lanzar una guerra monetaria/comercial contra China el Primer Día de su -fallida- presidencia!). Prácticamente, casi cada divisa asiática comercia más en yuanes que en dólares de EE.UU. Cualquiera que viaje por Asia del Este se dará cuenta de que el yuan ya es la moneda de referencia de facto. Es un resultado inevitable de la creciente integración comercial regional.

Tengo yuanes, viajaré

Durante los últimos meses, se ha exagerado mucho la posibilidad de un aterrizaje forzoso (de la economía) china. Al contrario, la economía china se está recuperando en el cuarto trimestre, creciendo un 8,4% (en comparación con 7,4% en el tercer trimestre), según un reciente informe del Instituto de Investigación Económica de la Universidad Renmin.

China terminará por crecer un 8% en 2012, por cierto 1,3% menos que en 2011, pero todavía por sobre el 7% predicho. Esto se debe a un auge del consumo interior y mucha inversión en infraestructura; al mismo tiempo, no hay señales de desempleo masivo o deflación. Podría ser una señal de que el PCCh está haciendo bien las cosas antes de la tan cacareada lucha interna contra la corrupción. Según el Instituto de Investigación Económica, en 2013 China volverá a crecer un sorprendente 9,3 por ciento.

Los think-tanks de la escuela excepcionalista en Washington deberían comenzar a considerar un hecho contundente: a EE.UU. le resulta cada vez más complejo y costoso mantener su hegemonía. En toda Asia, el dólar estadounidense está en relativa caída. E históricamente esa caída se parece a la decadencia de la libra esterlina británica -así como del poder imperial de Gran Bretaña- de 1918 a mediados de los años sesenta.

Obviamente, la decadencia del dólar estadounidense tiene lugar en paralelo con el ascenso del yuan. Este será totalmente convertible incluso antes de la fecha señalada usualmente mencionada de 2020. Esto significa que dentro de los próximos cinco años, la mayor parte de Asia Oriental, si no toda, formará parte del bloque del yuan. Inevitablemente, China será el mayor socio comercial de todas las naciones de Asia Oriental.

Esto significa que la mayor parte de su comercio será en yuanes; la moneda de referencia de sus propias monedas será el yuan; y la moneda de reserva para todos será el yuan. Por cierto, habrá un período de tres monedas de reserva global simultáneas, el dólar estadounidense, el euro y el yuan; pero, en última instancia, la principal moneda del mundo será el yuan.

No hay nada que un pivoteo del Pentágono pueda cambiar. En cuanto al Reino del Medio, ahora es el momento de combatir al monstruo de Tres Cabezas: corrupción, corrupción, corrupción.

Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009).

Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2012/11/2012112895215981884.html

rCR