Podría prolongarse durante más tiempo el ciclo de precios altos. Y detenerse el crecimiento mundial. Pero la hegemonía estadounidense no corre peligro.
Hace quince días, el dólar alcanzó el valor más bajo en relación al euro, al necesitarse 1,557 unidades de la moneda norteamericana para comprar una europea. El verde billete mantiene una tendencia a la baja hace tiempo, pero la crisis desatada en el sector financiero a fines de 2007 y su más que posible traslado a la economía real actuaron como agravantes de la situación.
¿Qué hace que una moneda pierda su valor? Existen dos explicaciones básicas: una para todas las economías y otra para Estados Unidos. Para la casi totalidad de las naciones, el signo monetario pierde valor a raíz de la emisión espuria por parte de su banco central. En estos países el detonante es el déficit fiscal, el cual es financiado con emisión de moneda sin respaldo. Si a este rojo en las cuentas estatales le agregamos un déficit en la balanza comercial -a la simultaneidad del déficit fiscal y comercial se los llama «déficit gemelos»-, la devaluación es inminente.
Los agentes económicos buscan defender sus ingresos de la inflación, y acuden a un valor que consideran fuerte y estable. En este caso, el dólar estadounidense. Se incrementa la demanda de la moneda verde y su valor crece. Esta es una explicación «grosso modo».
Para Estados Unidos rigen otras causas. La mayor economía del mundo sufre un fenomenal déficit gemelo desde la primera mitad de los años ´70. Pero su moneda se mantuvo como la más fuerte desde entonces, salvo el último período. La causa tenemos que encontrarla en que, a pesar de lo mencionado, el mundo entero demanda dólares en forma continua. Esta demanda externa es la que mantuvo firme a la verde moneda.
En un sentido, existe una demanda de dólares porque el comercio mundial se realiza en su mayoría en esta moneda. El dólar es la moneda internacional, y los precios globales se cotizan en este billete. Al respecto, Argentina y Brasil, que tienen un comercio bilateral de casi 25.000 millones de dólares, planean eliminarlo y reemplazarlo por las monedas propias (el peso y el real) durante el corriente año.
En otro sentido, miles de familias, empresas y grupos financieros de todos los rincones del orbe atesoran en dólares. En algunos casos, como en Argentina, el dólar tiene «devotos», que tienen una fe ciega en el billete con el rostro de George Washington. Nadie sabe si la Reserva Federal (FED, banco central estadounidense) emite espuriamente, pero nadie duda de refugiarse en el dólar cuando asoma alguna crisis.
A tanto ha llegado esta devoción que el país tiene atado el peso al dólar aún ante la caída de este último. Es decir, que con la devaluación del billete verde se devalúa el peso, ya bastante maltrecho de por sí. Mientras que en las naciones vecinas comprar bienes y servicios importados les puede costar menos, los salarios argentinos se achatan aún más.
Aquellos que tienen una aversión «pasional» por la Unión van a festejar este derrumbe de su signo monetario. Pero nada es tan sencillo. Por un lado, es casi imposible que el dólar se convierta en una moneda de segunda categoría: todavía es la mayor economía mundial, y deben pasar muchos lustros para que ceda el cetro a manos chinas. Por cada diez dólares que se producen en el ecúmeno, dos y fracción de ellos se originan en los 50 estados, pero su población es apenas el 5 por ciento del total. Por el otro, al tratarse de una moneda mundial pero que sólo la FED puede manipular, Estados Unidos puede exportar su inflación.
No debemos olvidarnos que en lo que va de siglo los bienes básicos o commodities (cereales, hidrocarburos, metales, etc.) baten récord de cotizaciones. La causa principal es la enorme demanda del Lejano Oriente, pero no debemos quitarle mérito a la debilidad del dólar.
La anemia del dólar se contrapone con una corriente concretada en los países emergentes y que se basa en atesorar esa moneda en sus bancos centrales. China tiene un billón de dólares en billetes y bonos del tesoro, Japón (este es un país desarrollado) apenas se ubica por debajo de su vecina continental; mientras que en tercer lugar se encuentra la Federación Rusa. En nuestra región, Brasil tiene unas reservas en dólares que en 2007 superaron a su deuda pública (150.000 millones) y Argentina superó la semana pasada la barrera psicológica de los 50.000 millones de la misma moneda.
¿Qué debemos esperar del derrumbe del dólar? No demasiado. Desde nuestra óptica argentina tendemos a creer que las crisis son tan trágicas como en nuestro país. El dólar podrá caer un poco más, pero lo más probable es que se estabilice en algún momento inmediato. El mundo atravesará por un período de precios altos y se va a aminorar el crecimiento global. Aquí el problema se volvería peligroso si la recesión estadounidense derivase en depresión y se traslade al resto del mundo. Pero lo sabremos en no demasiado tiempo, así que no vale la pena realizar pronósticos.
Las naciones debieran privilegiar el uso de una canasta de monedas para determinar precios internacionales en lugar del monopolio verde. Pero no se debe pensar en una hiperdevaluación del dólar, con quita de ceros como ha ocurrido en reiteradas oportunidades en el Cono Sur.
Quienes creen que nos encontramos a la víspera de la caída de Estados Unidos como superpotencia, no se ilusionen. Sólo puede aguardarse que esa economía entre en recesión, lo cual no es una buena noticia para nadie. El crecimiento vigoroso que muestran todas las naciones latinoamericanas podría terminarse, y en estas latitudes sí podrían reiterarse esos sacudones que sólo dejan un tendal de pobreza y atraso.