Se equivoca quien piensa que la calidad de la enseñanza es directamente proporcional al número de días y de horas que los alumnos pasan en la escuela, y que la mejora del aprendizaje se puede conseguir pagando incentivos. Se equivoca quien confunde educación con servicios asistenciales, colegio con guardería; quien no se plantea que una […]
Se equivoca quien piensa que la calidad de la enseñanza es directamente proporcional al número de días y de horas que los alumnos pasan en la escuela, y que la mejora del aprendizaje se puede conseguir pagando incentivos. Se equivoca quien confunde educación con servicios asistenciales, colegio con guardería; quien no se plantea que una sociedad tiene un grave problema si considera que sus niños y jóvenes deben estar institucionalizados la mayor parte de su tiempo. Se equivoca quien afirma que las condiciones laborales de los docentes son envidiables (animo a todos los que lo creen a que intenten aprobar nuestras oposiciones y si lo consiguen -o no- anden durante años dando vueltas a cientos de kilómetros de sus casas y familias, pagando de su propio sueldo alquileres y gasolina, soportando la tensión del trabajo directo con alumnos y padres al que se añade un sinfín de tareas burocráticas, llevándose el trabajo a casa, careciendo de derechos elementales que tienen otros trabajadores como los días de asuntos propios, etc.); quien no sabe que cada hora de atención directa al alumnado tiene necesariamente detrás otras muchas horas de trabajo y formación; quien parece considerar que todo el mundo tiene derecho a conciliar su vida familiar y laboral menos, por lo que se ve, los trabajadores de la enseñanza. Se equivoca quien cree que los problemas de la educación se van a solucionar adoptando medidas populistas con el docente en el punto de mira (por cierto, ¿esta era la campaña de dignificación de la profesión que se nos prometió?).
Se equivoca… o no. No se equivoca si su verdadero objetivo es convertir los centros educativos en un aparcadero de niños sin futuro y profesionales desmoralizados y vapuleados por la propia Administración que los contrata; en una institución desestructurada y sin medios donde esperar que suceda el milagro.
En tiempos en que la educación es clave estratégicamente a nivel mundial (véanse por ejemplo los discursos de Barack Obama), nuestros gobernantes parece que se han propuesto por todos los medios dinamitar los cimientos de nuestro sistema educativo.