Como se esperaba, el Senado brasileño, esa casa inútil, votó favorablemente la reforma de las leyes del trabajo. Nadie, en sana conciencia, podría esperar otro resultado. La absoluta mayoría de los senadores y senadoras representa a la clase dominante, son siervos fieles del sistema que los paga regiamente para defender sus intereses. Sólo el pueblo […]
Como se esperaba, el Senado brasileño, esa casa inútil, votó favorablemente la reforma de las leyes del trabajo. Nadie, en sana conciencia, podría esperar otro resultado. La absoluta mayoría de los senadores y senadoras representa a la clase dominante, son siervos fieles del sistema que los paga regiamente para defender sus intereses. Sólo el pueblo organizado y una lucha radical podrían cambiar el rumbo de las cosas. No hubo nada de eso. Lo que vimos fue una secuencia de marchas promovidas por los luchadores de siempre, pero sin la radicalidad necesaria para imponer miedo a los sirvientes del capital.
Para los que tienen bastante claridad de lo que significa esa «reforma», quedó la perplejidad. Pero esta no es una actitud que ayude mucho a comprender la realidad. Es necesario que la gente se incline sobre las causas de la apatía de los trabajadores ante ese ataque abrumador y busque caminos para superar la tremenda derrota sufrida ayer.
La primera cosa que tenemos que tener en mente es que en Brasil el porcentaje de la población económicamente activa es muy baja: el 46,7%, según datos de 2010. Poco más de 80 millones de personas (datos de 2016), en una población de 190 millones, están ocupadas. Es decir, mucho menos de la mitad está en el sector productivo. Y, de los que están activos, cerca de 30 millones tienen la cartera firmada. Los demás están en el mercado informal, por lo tanto, a ellos, ni interesa ese debate sobre leyes. No saben lo que significa. Están en la lucha para mantenerse vivos, muchas veces en el límite.
Los datos muestran que al menos 50 millones de personas que trabajan hoy en Brasil están completamente fuera de cualquier amparo. A ellos no conmueve, para nada, el discurso de la clase media en facebook, y mucho menos el de los sindicalistas. Este pueblo ni siquiera sabe lo que es un sindicato. No está en su foco de existencia. Su batalla es cargar cosas allá y para allá, huir de la policía, o mantener algún tipo de trabajo suelto tipo albañil, electricista, etc … Todo lo que saben sobre la reforma es que «va a generar más empleo», pues es el que dicen los periodistas famosos de las cadenas de televisión.
De los 30 millones que tienen cartera firmada y son, por lo tanto, potenciales perdedores de los derechos, al menos la mitad ni siquiera sabe que tienen derechos. Los que trabajan a lo cierto, cumplen las reglas, creen que el patrón es una especie de padre y agradecen a Dios por tener un empleo. No se meten en sindicato, no les gusta la confusión y buscan alejarse de los sindicalistas y de las «badernas» en las calles. También se sientan ante la TV y creen en el discurso que oyen, que es la reproducción de las ideas dominantes.
También tenemos que contabilizar una masa de 14 millones de personas que están desempleadas. Todo lo que quieren es encontrar un trabajo que les garantice sostener a sí mismos ya sus familias. En la actualidad, posiblemente la mayoría de estas personas no están interesadas en las luchas para defender los derechos de quienes tienen empleo. Están más enfocadas en la búsqueda del suyo.
Sobran entonces unos 15 millones de trabajadores que saben lo que va pasar con el fin de las leyes laborales. La mayoría de ellos está en las luchas. Son los que van a las protestas, a las marchas, junto a los jóvenes y estudiantes, potenciales trabajadores. Pero, como la mayoría de los sindicatos estuvieron dormidos durante la era petista, en general, no hay propuestas radicales de lucha. Cualquier grupo que asome rompiendo vidrios de bancos o de tiendas ya es luego colocado de lado como «inoportuno». La consigna es orden. «Vamos a mantener el orden». Así, sin provocar miedo en la clase dominante, las protestas son meros rituales, sin correspondencia en el mundo donde se deciden las cosas. Ni cuando más de dos millones de personas acudieron a las calles contra las reformas, el eco llegó a los diputados y senadores. Todo siguió su rumbo.
Y si eso fuera poco, los liderazgos políticos que aún tienen alguna ascendencia sobre las gentes tampoco incentivaron las luchas más reñidas. Exceptuando algunos de sectores importantes, pero aislados, nadie más convocó a las masas. Los combativos diputados y senadores en el Congreso Nacional hicieron discursos, armaron algunas inconveniencias, pero también sin mayores consecuencias. Y no convocaron a las masas. Las mujeres senadoras, tuvieran ayer, un acto de desesperación, cuando intentaron impedir la votación, ocupando la mesa de trabajo. Fue hermoso, tuvo su impacto emocional, pero una buena analizada en las conversaciones que siguieron durante el período de resistencia, por parte de ellas mismas, lo que se oyó fue el intento de poner remiendos en la ley, como si las cosas pudieran arreglarse allí mismo en la casa legislativa. No hubo una convocatoria revolucionaria para que el pueblo ocupara el Congreso y, entonces, impidiera la votación. Se acabó como otro espectáculo, sólo en el plano de la sensación.
También no se vieron los probables candidatos presidenciales de la elección de 2018 levantar la voz para convocar al pueblo. Nada. Silencio de Ciro Gomes, silencio de Lula, silencio en todas partes.
Así, en las calles del país, que debían estar en rebelión, lo que se vio fueron algunas vigilias de trabajadores, que hasta podrían provocar ternura, si no fuera tan trágica la situación.
Ahora, está hecho. Y viene ahí la reforma de la Previdencia. Un golpe en la cabeza, para romper de vez.
Para los trabajadores se presenta una dura tarea. Empezar de nuevo, todo otra vez. Fueron más de 60 años de lucha para garantizar algunos parcos derechos que ahora se desvanecen. Hay que recomenzar las batallas, una a una. Hay que reconstruir todo un escenario de lucha y de rebeldía, con una generación anestesiada por décadas de domesticación socialdemócrata y por las hipnóticas redes sociales.
En el futuro, pronto, se presentan algunas figuras, queriendo tomar la rienda del país. Y los que asoman como más progresistas, o al menos los que aparecen en los medios, son un patrón a la moda antigua (Ciro) y un liberal, casi neo (Lula). Trágico escenario.
Sin embargo, hay esperanzas. Y ellas viven en medio de las gentes, en los grupos radicales, en los sindicalistas que nunca se rindieron, en la juventud rebelde, en los sin nada que nada tienen que perder. La vida pulsa. Pero hay que trabajar. Organizar, estudiar, enredarse en la vida real. El camino es largo, pero ahí está. Y allá vamos. Porque no puede paralizarse en la tristeza, ni en la desesperanza.
La lucha de clases es el motor de la historia y la clase trabajadora brasileña habrá de levantarse. Cuando no, ahora!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.