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Las últimas declaraciones del supuesto asesino y del cineasta Sergio Citti ofrecen una nueva versión de la muerte del creador

Se reabre el caso Pasolini

Fuentes: El Mundo

La autopsia de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) permanece abierta, sujeta a la incógnita, envuelta en la mortaja de las dudas. Será porque la obsesión retrospectiva de Italia redunda en los misterios del pasado. O será porque el otrora homicida confeso ha depositado en las cámaras de la RAI una versión exculpatoria de cuanto sucedió en […]

La autopsia de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) permanece abierta, sujeta a la incógnita, envuelta en la mortaja de las dudas. Será porque la obsesión retrospectiva de Italia redunda en los misterios del pasado. O será porque el otrora homicida confeso ha depositado en las cámaras de la RAI una versión exculpatoria de cuanto sucedió en 1975.

Treinta años después, el fantasma de Pasolini reaparece en la actualidad para desempolvar los viejos interrogantes: ¿Fue un asesinato premeditado? ¿Hubo un móvil político? ¿Qué papel tuvo en la trama el rodaje de Salò? ¿Fue un crimen pasional o un ajuste de cuentas sentimental?

Suficiente para que la Justicia italiana haya encontrado agarraderas en la hipotética reapertura del caso. Lo exigen los abogados del intelectual italiano, sobre todo después de haber escuchado el testimonio escalofriante de Roberto Pelosi en la madrugada del domingo: «Yo no maté a Pasolini. Lo masacraron otros tres tipos mientras le decían ‘sucio comunista’ y ‘maricón’. Estaba todo organizado para ejecutarlo».

La nueva versión

El 2 de noviembre de 1975 falleció Pasolini víctima de una descomunal paliza en el litoral romano. Roberto Pelosi, menor de edad (17 años), admitió la responsabilidad y fue condenado a nueve años de prisión, aunque las sentencias posteriores de segundo y tercer grado establecían que el homicidio se produjo en colaboración con otros desconocidos.

¿Quiénes? Pelosi no sabe la identidad, pero ha cambiado la versión inculpatoria porque ya no tiene miedo de las represalias ni de los ajustes de cuentas. «Me amenazaron con matar a mi familia si implicaba a quienes realmente habían matado a Pasolini. Yo intenté defenderlo, pero me dieron con una porra en la cabeza para distanciarme. Sé que eran del sur, que tenían unos 40 años y que habían planificado todo para matarlo», explicaba Roberto Pelosi en la entrevista al programa Le ombre del giallo (Las sombras del misterio).

La versión del homicida confirma, en cambio, los pormenores del preámbulo que condujeron al crimen. Pasolini fue a recogerlo cerca de la estación de Termini, le invitó a cenar y le dio 20.000 líras (10 euros) como recompensa de las prestaciones sexuales.Era un hábito recurrente del cineasta boloñés, de modo que los «verdaderos» asesinos conocían bien los escenarios de la prostitución masculina y los escondites de Pier Paolo Pasolini.

«Primero le atacaron cuando salió del coche. Después le dieron patadas y puñetazos hasta reventarlo. El no reaccionaba. Sólo podía gritar. Yo estaba aterrorizado. ¿Qué podía hacer? Cuando vi que estaba muerto, cogí su coche y escapé», decía Pelosi conmovido y bastante avejentado.

Nada que ver con la imagen adolescente que sedujo al escritor ni con la arrogancia de un ragazzo di vita (chico de la vida).Pino la Rana, he aquí su apodo, habla a los micrófonos de la RAI midiendo cada palabra y cada gesto. Sabe que está revelando un secreto guardado en la memoria durante 30 años, aunque ya no tiene miedo de las consecuencias.

El caso ‘Salò’

La aparición de Roberto Pelosi ha servido de excusa para romper el pacto de silencio que envolvía la muerte de Pasolini. Empezando por las declaraciones que ayer deslizó al Corriere della Sera Sergio Citti, director de cine, íntimo amigo de Pasolini y celoso guardián de una pista decisiva. Se trata de Salò, la última película del colega italiano y el hipotético móvil inmediato del crimen.No porque el filme contuviera una lectura infernal y desgarrada de la alta sociedad mussoliniana, sino porque los rollos de celuloide originales fueron sustraídos de los estudios de Cinecittà y utilizados como un soborno.

«Los robó Sergio P. Un tipo que gestionaba el tráfico de prostitutas y que se me acercó a bordo de su Mercedes para decirme: ‘La tenemos nosotros la película original de Salò. Así que dile a tu amiguito que ya puede ir soltando 2.000 millones de liras (dos millones de euros)’. Con esa información me fui a ver al productor de la película, Alberto Grimaldi, y me respondió que no pagaría más de 50 millones», asegura Sergio Citti en la reconstrucción personal de los hechos.

Así se explica el vuelo que ha adquirido una nueva conjetura: Pasolini se había citado la noche de la muerte con los asesinos para tratar las condiciones del rescate de la película. «Me lo había dicho cenando la noche antes del crimen», añade Citti.»Quería recuperar el material original y tenía decidido entrevistarse con quienes poseían el material cerca de Acilia».

Acilia se encuentra en el litoral romano, a 30 kilómetros de la estación de Termini, donde Pasolini había recogido a Roberto Pelosi. No tenía sentido recorrer semejante distancia para mantener relaciones sexuales. A no ser que el autor de Salò hubiera fijado una cita irrenunciable.

Un plan premeditado

De acuerdo con la versión de Citti, el secuestro de la película funcionó finalmente como un anzuelo. Ahora bien, ¿asesinaron a Pasolini porque no llegaron a un acuerdo en relación al rescate? ¿O ya se había urdido el homicidio con premeditación, nocturnidad y alevosía?

La segunda hipótesis se ha manejado tradicionalmente con mucha insistencia lógica y ninguna prueba concluyente. Estaba claro que Pier Paolo Pasolini era un personaje incómodo y que agitaba las aguas de la sociedad italiana transversalmente. Era una amenaza al bienestar democristiano, como era un azote impenitente del Partido Comunista, de modo que la muerte se justificaba en el plano de la conveniencia general.

«La muerte de Pasolini la ordenaron personas exquisitas. Fue un complot que requería un chivo expiatorio: Roberto Pelosi.Quiero hablar con él y citarle el nombre de una persona que le hará hacer memoria», señalaba enigmáticamente Citti en otras declaraciones al diario La Repubblica.

El porvenir jurídico

Unas y otras declaraciones han provocado una reacción de comedida euforia en los abogados históricos de Pasolini. Guido Calvi y Nino Marazzita consideran obligatoria la reapertura del caso, pero semejantes expectativas arriesgan malograrse por la falta de pruebas.

Pino la Rana pudo no haber cometido el asesinato, como dice.Incluso recuerda el aspecto y la voz de los verdaderos autores.El problema es que desconoce los nombres y que el testimonio televisivo de anteanoche le ha sacado de la escena del crimen, pero no la ha aclarado de manera significativa.

La Fiscalía de Roma, de momento, ha adoptado una línea cautelosa y prudente. Quizá para dejar pasar el furor conmemorativo de los 30 años. O quizá para que las contribuciones de Sergio Citti y de Roberto Pelosi sirvan para incitar el testimonio de otros involucrados.

Tres décadas de autopsia son muchas. También para Pasolini.

 


Un hombre perseguido

Aunque fuera de Italia se le conoce sobre todo por sus películas, especialmente por títulos tan significativos como ‘El evangelio según San Mateo’, ‘Edipo Rey’, ‘Decamerón’ o ‘Las mil y una noches’, Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922 – Roma, 1975) siempre se consideró poeta.

El tono lírico que también supo imprimir a su cine define a este hombre multidisciplinar que, además de poesía, también publicó obras de narrativa, crítica y teatro.

Un intelectual de izquierdas, comprometido política, social y artísticamente, que ejerció la crítica contra los males de la sociedad de consumo y fue perseguido por su homosexualidad y sus ideas comunistas.

«Me han detenido, procesado, perseguido durante casi dos décadas…Siempre he pagado y he ido desesperadamente hasta el final en todo. He cometido muchos errores, pero desde luego no tengo remordimientos», llegó a declarar, dando cuenta de una trayectoria vital que hubo de afrontar la hostilidad de un tiempo y una sociedad que no supieron comprenderlo y ante los que él se comportaba y actuaba como una especie de testigo provocador, incómodo, nunca dispuesto a callar sus verdades.