La epistemología es la rama de la filosofía que se encarga de investigar lo que investigan los científicos. En Argentina, el más conocido epistemólogo falleció hace poco tiempo, Gregorio Klimovsky, quien también integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en su momento. Probablemente su formación científica le permitió esquivar la deriva posterior […]
La epistemología es la rama de la filosofía que se encarga de investigar lo que investigan los científicos. En Argentina, el más conocido epistemólogo falleció hace poco tiempo, Gregorio Klimovsky, quien también integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en su momento. Probablemente su formación científica le permitió esquivar la deriva posterior de otros integrantes de esa comisión. Parte de su obra se resume en el libro de divulgación científica «Las desventuras del conocimiento científico». Lógica, método, evolución….
Mario Bunge, argentino radicado en Canadá, otro famoso epistemólogo, más controversial que el anterior, quizás por la dureza de sus afirmaciones. «El psicoanálisis es pura charlatanería» o «los textos del escribidor Martin Haidegger -dice Bunge- todavía esperan ser traducidos al alemán.
La epistemología maneja el concepto de paradigma. En una definición rápida, podemos decir que consiste en un patrón, una línea de acción o pensamiento, un conjunto de estrategias. Veamos en un ejemplo: La teoría geocéntrica (la tierra como centro del universo) era sostenida por los científicos católicos como Ptolomeo, basada en los textos bíblicos. Cuando las observaciones empezaron a poner en cuestión ese paradigma, los «científicos oficialistas» de la época fueron elaborando hipótesis auxiliares. Se crearon de este modo las más disparatadas órbitas planetarias para ensamblar el geocentrismo con lo que se observaba desde abajo. El paradigma trastabillaba hasta que Galileo junto a su precario telescopio le dió el golpe de gracia.
Así, el paradigma geocéntrico ya no pudo resistir y fue sustituido por el heliocentrismo (el sol como centro del sistema planetario). Paso fugazmente por el juicio que la iglesia institucional le hizo a Galileo. El fundamentalismo, habituado a confundir recopilación de metáforas con relato histórico apeló al argumento que mejor maneja: la «razón» de la fuerza. Si el sol no se mueve ¿cómo explicar que se detuviera un mediodía, a pedido de un tal Josué? Galileo, como correspondía, partió para las mazmorras, abjuró «voluntariamente» de sus afirmaciones y se «benefició» con una prisión casi por el resto de su vida. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del pensamiento único de la época, el paradigma geocentrista sucumbía inexorablemente.
El capitalismo constituyó también un paradigma, no sólo en lo económico sino llenando todos los espacios de la convivencia humana. La competencia, la búsqueda de nuevos mercados, la empresa, la exaltación del individualismo, la producción de bienes para comerciar y no para cubrir necesidades, como motor de la actividad humana.
Si bien en cierta etapa del desarrollo histórico tuvo utilidad al reemplazar otros paradigmas como las estructuras feudales y las relaciones de esclavitud, la situación actual, con mil millones de hambrientos (el 15% de la población mundial, FAO) para no hablar de la masiva desocupación y la dramática degradación del medio ambiente sin ninguna esperanza de medidas -al menos- paliativas, son demostrativas de que, en el apogeo de su capacidad de producción, el capitalismo no logra siquiera garantizar la supervivencia de la humanidad. El paradigma capitalista tambalea.
Y del mismo modo que con el geocentrismo, aparecen hipótesis auxiliares: La corrupción, el terrorismo, el neoliberalismo, el exceso de especulación, el subdesarrollo, por mencionar las más difundidas. Otras son simplemente delirantes: Hace poco habló Edmund Phelps, ganador del Premio Nobel de Economía en 2006, neokeynesiano. Phelps estaba glorificando al capitalismo y presentando los problemas actuales apenas como un contratiempo, diciendo que «todo lo que debemos hacer es traer de vuelta las ideas keynesianas y la regulación». John Maynard Keynes creía que el capitalismo era ideal, pero quería regularlo. Phelps reproducía la grotesca idea de que el sistema es como un compositor de música. «Puede tener algunos días malos, de pereza en los cuales no puede producir, pero si usted lo mira globalmente verá que es maravilloso. Piense en Mozart, él debió haber tenido también algún mal día. Así es el capitalismo en crisis, como los días malos de Mozart.» Quien crea esto debería hacerse examinar la cabeza. Pero Phelps, en lugar de hacerse examinar, ganó un premio. (I.Meszaros)
Claro está que un nuevo paradigma en ciernes en el campo de las ciencias sociales no garantiza automáticamente que todo vaya a cambiar de un día para el otro, ni siquiera que vaya a suceder algún día. Por ahora implica, objetivamente, el agotamiento de un sistema económico y social, desde hace tiempo, en crisis continuada.
Pero si ante el error de sostener que la tierra era el centro del universo, la única reacción del establishment medieval fue encarcelar a Galileo, con evidencias menos palpables no es difícil imaginara cuál será la reacción de los nuevos inquisidores. Basta recordar que el capitalismo utilizó a la democracia mientras le fue útil y la descartó sin pudor toda vez que puso en cuestión su reinado. La unidad entre capitalismo y democracia es apenas un accidente histórico, una concesión forzada hacia las luchas sociales y nada indica que esas privilegiadas minorías no reincidirán en viejas prácticas. La democracia, para ellos, es apenas un obstáculo salvable.
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