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Se tambalea la democracia en Occidente

Fuentes: Rebelión [Foto: Olaf Scholz, Emannuel Macron y Justin Trudeau (Wikimedia Commons)]

Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus

Gobiernos de extrema derecha están en el poder en Estados Unidos, Italia, Hungría, Países Bajos y pronto también en Austria. En Alemania y Francia han caído sendos gobiernos, y en Corea del Sur ha habido un golpe de Estado. ¿Qué causa esta ola de inestabilidad política en Occidente y cómo podemos detenerla?

Especialmente los países del G7, el club de las grandes potencias industriales, se enfrentan a muchos problemas políticos internos.

En Francia el gobierno cayó en diciembre de 2024 al no lograr aprobar los presupuestos. Aunque se nombró un nuevo primer ministro, los problemas persisten y algunos especulan que el presidente Emmanuel Macron podría renunciar antes de que finalice su mandato en 2027.

En Alemania,el gobierno estuvo prácticamente paralizado durante todo el año pasado. En diciembre colapsó finalmente la “Coalición Semáforo” de Olaf Scholz, lo que llevó al país a prepararse para nuevas elecciones.

En Japón el Partido Liberal Democrático perdió la mayoría por primera vez desde 2009, lo que probablemente provocará en elecciones anticipadas.

En Canadá el liderazgo de casi diez años de Justin Trudeau llegó a su fin. Su popularidad cayó drásticamente y sufrió una fuerte presión para que dimitiera.

En Reino Unido el primer ministro socialdemócrata Keir Starmer había logrado una abrumadora victoria electoral, pero tras solo cinco meses en el cargo, es menos popular que cualquier primer ministro británico de los últimos cuarenta años.

En Estados Unidos la situación es incierta con un gabinete lleno de halcones, extraños personajes, multimillonarios activistas y un presidente autoritario e impulsivo al frente. Hace cuatro años el país estuvo al borde de una crisis política muy grave con el asalto al Capitolio. Las declaraciones de Trump sobre Groenlandia, el Canal de Panamá y Canadá, y su discurso inaugural no auguran nada bueno.

El único país que parece ser estable es Italia, donde la extrema derecha liderada por Giorgia Meloni aún cuenta (por ahora) con cierto apoyo del electorado.

La democracia también tambalea fuera del G7. Corea del Sur sufrió un intento fallido de golpe de Estado en diciembre de 2024 y ahora atraviesa un periodo de completo estancamiento político, con intentos de detener al presidente destituido.

En Austria, tras negociaciones fallidas, se encargó formar gobierno a un líder de extrema derecha. Bélgica también se enfrenta a grandes obstáculos para formar un gobierno estable.

En los Países Bajos se logró formar un gabinete técnico tras grandes esfuerzos, pero es extremadamente frágil. En noviembre de 2024 el gobierno estuvo al borde del colapso debido a unas declaraciones racistas en el consejo de ministros.

En Rumanía se anularon las elecciones presidenciales bajo acusaciones de supuesta interferencia extranjera y financiamiento irregular de campañas, aunque estas afirmaciones carecen de fundamento.

En muchos países los gobiernos parecen frágiles o destinados a ser temporales. No solo se enfrentan a dificultades para gestionar sus propios países, sino que también luchan para desempeñar un papel internacional efectivo.

Causas

Esta inestabilidad tiene diversas causas. En países como Japón los escándalos de corrupción desempeñan un papel importante, mientras que líderes como Macron y Trudeau han perdido su brillo tras años en el poder. Si bien estos factores son relevantes, no explican la profunda crisis subyacente.

El hecho de que tantos países se estén enfrentando al mismo tiempo a turbulencias políticas evidencia tendencias globales que generan problemas en todas partes. En casi todos los países se observa una desaceleración del crecimiento económico, una presión fiscal creciente, el envejecimiento de la población, el desmoronamiento del centro político y el auge de la extrema derecha.

En todas partes los presupuestos están bajo una fuerte presión. Los estímulos y ayudas gubernamentales durante la pandemia y la crisis energética en Europa (a consecuencia de las sanciones a Rusia) aumentaron considerablemente la deuda pública. Además, el crecimiento económico es lento, los gastos sociales están aumentando debido al envejecimiento de la población y los gastos de defensa e disparan debido a la fiebre bélica.

Aumentar significativamente la deuda no es una opción inmediata. Entonces, ¿qué hacer? Al no estar dispuestos a aumentar los impuestos a los más ricos para cubrir el déficit, se busca descargar la carga fiscal sobre las clases trabajadoras, una repetición de la estrategia de la crisis de 2008. Pero esto tiene un coste político. Debido a sus políticas antisociales, los partidos de centro pierden gran parte de su apoyo y tarde o temprano son castigados en las urnas.

Por ejemplo, en Reino Unido las subidas de impuestos para sanear las finanzas públicas causaron una fuerte caída en la popularidad del gobierno de Starmer. En Francia el gobierno cayó precisamente por la financiación del déficit fiscal. En Bélgica las negociaciones para formar gobierno son tan complicadas por esta misma razón y en Austria han fracasado por completo debido a este problema.

Además, hay que considerar el factor migratorio. Debido al envejecimiento de la población, muchos sectores con escasez de trabajadores no logran cubrir sus puestos de trabajo, lo que genera una necesidad cada vez mayor de migración laboral. Por ejemplo, Alemania necesita anualmente 400.000 inmigrantes cualificados porque su población activa está disminuyendo debido al envejecimiento. La situación no es muy diferente en otros países.

En otras palabras, se necesita a la migración. Sin embargo, combinar recortes presupuestarios con migración laboral es la receta perfecta para fomentar la xenofobia que, a su vez, se convierte en un terreno fértil para la extrema derecha.

Cuarenta y cinco años de políticas neoliberales han provocado una escasez en los servicios sociales y en los recursos disponibles. Esto genera una competencia perversa entre las personas que dependen de estos servicios, lo que a menudo lleva a la pregunta errónea pero comprensible de quién tiene derecho a esos recursos. El «otro» o el «de fuera» se considera rápidamente una amenaza para el propio bienestar.

El desmantelamiento del estado de bienestar lleva casi inevitablemente al proteccionismo social y al chauvinismo económico. Esto siembra división y enfrenta a las personas entre sí. Es el caldo de cultivo ideal para lemas como «los nuestros primero».

Las tendencias descritas anteriormente han dado impulso a la extrema derecha. La dinámica se ve reforzada por los partidos tradicionales que, impulsados por el éxito de la extrema derecha, se desplazan hacia posiciones más a la derecha. En lugar de abordar las causas socioeconómicas y contrarrestar el ambiente tóxico, adoptan gran parte de la retórica y las propuestas de los partidos de extrema derecha. Lo hacen esto con la esperanza de quitar votos a la extrema derecha. Pero al hacerlo, normalizan sus posturas y terminan fortaleciendo a estos partidos. Al final, cuando llega el momento de votar, el electorado prefiere el original a la copia. Así, se crea una espiral de derechización que permite a la extrema derecha expandir gradualmente su base electoral.

Ofensiva

Con las victorias de Trump en Estados Unidos, de Meloni en Italia, de Orbán en Hungría, de Wilders en los Países Bajos y los buenos resultados electorales de Le Pen en Francia, de AfD en Alemania y de Vlaams Belang en Bélgica, la extrema derecha se siente más fuerte y segura que nunca. Ya no son marginados y han pasado al ataque.

El rostro más visible de esta ofensiva es Elon Musk. Este multimillonario se ha convertido en un actor clave que busca influir en las elecciones y promover a la extrema derecha donde sea posible. Musk estuvo particularmente activo en las elecciones presidenciales de Venezuela en julio de 2024. A través de su plataforma X difundió noticias falsas para apoyar al candidato presidencial de extrema derecha. Cuando se anunció la victoria de Maduro, Musk acusó al gobierno venezolano de «fraude electoral masivo». Musk también apoyó abiertamente el golpe de Estado de extrema derecha contra el presidente democráticamente elegido de Bolivia, Evo Morales, en 2019. Más tarde escribió en X: «¡Hacemos golpes de Estado contra quien queramos! Lidiemos con ello». El verano pasado en Reino Unido Musk alentó a los alborotadores de extrema derecha y expresó públicamente su apoyo al partido de extrema derecha Reform. Se preguntó en X si «Estados Unidos debería liberar al pueblo británico de su gobierno tiránico». Musk acaparó titulares en toda Europa al publicar en X: «Solo la AfD puede salvar a Alemania».

Trump también desempeña su papel. Se ha esforzado por humillar a Justin Trudeau describiendo a Canadá como el estado número 51 de Estados Unidos y llamando al primer ministro «el gobernador».

Los medios han cubierto ampliamente las interferencias rusas en las elecciones, especialmente en Rumanía. Sin embargo, aunque existen estas interferencias, son insignificantes en comparación con lo que Musk está haciendo hoy en día.

Un nuevo contrato social

Los partidos tradicionales de derecha observan impotentes mientras Trump y Musk forjan alianzas con los partidos de extrema derecha en sus países. La política tradicional parece tener pocas respuestas ante la crisis política y figuras como Trump y Musk no hacen más que echar leña al fuego.

Para revertir esta situación se necesitan al menos dos cosas. En primer lugar, los partidos tradicionales deben recuperar su propia identidad. Deben fomentar su propia idea de la sociedad basada en sus principios y valores originales, en lugar de copiar partes de la ideología de extrema derecha.

En segundo lugar, deben romper con las políticas antisociales de los últimos 45 años. En vez de seguir desmantelando el estado de bienestar social, deben establecer un nuevo contrato social, lo que significa concretamente que son necesarias inversiones públicas en vivienda, educación y servicios sociales.

Estos son factores imprescindibles para restaurar la fundamental confianza en la política, fomentar la integración social y evitar las cada vez mayores tensiones dentro de la sociedad. Un contrato social de este tipo supone dejar definitivamente atrás el dogma neoliberal de los recortes. Además, un contrato de esta naturaleza es incompatible con los ambiciosos planes de aumento de los presupuestos de defensa. Las cifras que se manejan son alarmantes. Más tanques significan menos pensiones; más aviones de combate implican menos fondos para la educación, la sanidad u otros servicios públicos.

En estos momentos vemos que los políticos no logran revertir la situación; al contrario, la agravan. Para llegar a un nuevo contrato social y evitar que los partidos tradicionales sucumban a la tentación de la extrema derecha, será necesaria la presión del tejido social, en la que los sindicatos desempeñan un papel fundamental.

El tejido social es más vital que nunca para salvaguardar la democracia.

Fuentes:

– The world’s leading democracies are struggling to govern
– Der Westen wackelt

Texto original: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2025/01/08/de-democratie-in-het-westen-wankelt/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.