Pedro Montes Fernández se licenció en 1968 en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Al año siguiente ingresó por oposición en el cuerpo de Titulados del Servicio de Estudios del Banco de España. Su actividad en el Banco de España ha sido variada: investigaciones econométricas relacionadas con el sector exterior; durante seis años […]
Pedro Montes Fernández se licenció en 1968 en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Al año siguiente ingresó por oposición en el cuerpo de Titulados del Servicio de Estudios del Banco de España. Su actividad en el Banco de España ha sido variada: investigaciones econométricas relacionadas con el sector exterior; durante seis años fue responsable del área de coyuntura y análisis económico. Posteriormente fue responsable del área del Sector Público. Los últimos años los dedicó principalmente a estudiar los problemas de las relaciones de España con la Comunidad Europea y al proyecto de la integración monetaria europea.
Tú has sido uno de los promotores de un reciente manifiesto favorable a la salida del euro que creo que ha conseguido unas 2.500 firmas hasta el momento. Recientemente, en Freitag, a mediados de mayo, Michael R. Krätke [MRK], miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y, por si fuera poco, catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster (Reino Unido), publicó un artículo -«Las ilusiones fatales de quienes propugnan ahora una salida de la Eurozona»-, traducido al castellano por Amaranta Süss para sin permiso [1], crítico, muy crítico de esa posición. Me gustaría preguntarte sobre los argumentos que esgrime el gran economista alemán. Ocho preguntas, no más.
La frustración nacida de la estulticia de la Troika en la gestión de la crisis, admite MRK, está tan justificada como la crítica de los errores de diseño en la construcción de la unión monetaria. Pero, señala, «un regreso al parapeto atrincherado de las monedas nacionales no ofrece solución ninguna. Nadie debería sucumbir a la ilusión fatal de que eso permitiría poner freno a la política económica y financiera neoliberal». ¿Creer una cosa así es realmente una ilusión, una vana ilusión?
Mrk tira con bala, y no de fogueo. Los defensores del euro, aunque sea como mal menor, debieran opinar con más cautela y modestia: el desastre causado por la unión monetaria -insisto: por la unión monetaria-, con su mal diseño y sus carencias básicas ahí está, con el proyecto de la construcción europea paralizado, una crisis generalizada en el continente y algunos países ardiendo en el infierno, que por lo que se ve existe.
¿Piensas en Grecia por ejemplo?
Pienso en Grecia por ejemplo, aunque no sólo en Grecia. MRK, olvidándose del papel redistributivo geográfico y personal de los presupuestos estatales en un área de moneda común, no ve ninguna diferencia entre la unión monetaria europea y las diferencias regionales que pueden darse en los países que la integran. La unidad monetaria y la compartimentación fiscal no es un error «de los que parlotean los aspirantes a salir de ella».
Por otra parte, es importante resaltar que el artículo de MRK está escrito con la perspectiva de Alemania y los peores piropos se destinan a los alemanes que postulan el abandono del euro por Alemania o defienden un desmantelamiento ordenado del mismo. Aquí aparece una de las cuestiones más controvertidas y más incoherentes del artículo de MRK: el papel de las monedas en el equilibrio de las relaciones económicas de los países. Si para los países del Sur la salida del euro, o como lo escribe MRK, «el regreso al parapeto atrincherado de las monedas nacionales no ofrece ninguna solución», e insiste «que una competición devaluatoria sacaría de la miseria los países en crisis es cosa que sólo los ilusos pueden llegar a creer», no es compatible con la afirmación de que un marco recuperado y fuera del euro experimentaría fuertes presiones alcistas y que «El alza del marco se situaría entre el 20 y el 30%. Eso dañaría enormemente a las exportaciones alemanas: sería el final del milagro exportador». Si la revaluación del marco frena las exportaciones alemanas, como él mismo afirma, hay razón para pensar que la devaluación de otras monedas estimularía las exportaciones del país que la llevase a cabo.
Mientras esté en vigor el Tratado de Lisboa de 2007 seguirá el baile, en opinión de MRK. ¿Los que proponéis la salida del euro pensáis que debe seguir en rigor este tratado?
MRK llama baile a la política económica y financiera neoliberal. Nadie debería sucumbir a la ilusión fatal de que el regreso a las monedas nacionales la detendría, nos avisa. Pero justamente de eso se trata, de romper con el Tratado de Lisboa, porque mantenerse en él es garantía de que sigue el baile, mientras que desvincularse permitiría crear condiciones para detenerlo.
El error intelectual cardinal en la gestión de la crisis del euro, prosigue MRK, «consiste en confundir la Unión Monetaria con un recinto habilitado para la actividad económica mundialmente competitiva». La disolución del euro, según él, no alteraría eso para nada ni pondría fin a los gravosos desequilibrios económicos entre el Norte y el Sur de la Unión. ¿Cuál es su opinión sobre este punto?
La contraria. La disolución del euro permitiría una corrección significativa de los desequilibrios económicos entre el centro y la periferia de la unión monetaria. Ya lo he señalado: si para Alemania revalorizar su moneda sería indeseable, para los países del Sur devaluar sería necesario.
Prosigue MRK con su crítica: que una competición devaluatoria sacaría de la miseria a los países europeos en crisis, es una conjetura que sólo los ilusos pueden llegar a creer. ¿Tú tienes esta creencia?
Si, lamentablemente soy un fervoroso creyente. En última instancia todo depende de la intensidad de las revaluaciones y devaluaciones. Si no se corrigieran, a través de ellas, de modo suficiente los desequilibrios exteriores, sólo sería cuestión de forzar las modificaciones del tipo de cambio, naturalmente con sus consecuencias. Tengo un ejemplo sencillo y bien estudiado que contradice a MRK.
Adelante con él.
Con la crisis del Sistema Monetario Europeo a partir de 1992 se produjeron cambios muy sensibles de las cotizaciones de las monedas europeas y creo haber demostrado fehacientemente en mi libro La historia inacabada del euro (Trotta, 2001) como la devaluación de la peseta en un 20% entre 1991 y 1995 con respecto al resto de las monedas del sistema sirvió para corregir el desequilibrio exterior e impulsar las exportaciones, al punto de que a través de ellas se puso en marcha la economía y se superó la recesión de 1992/3. Insisto con alguna cifra porque esto es un punto esencial del debate del euro: tan pronto, como en 1993, la devaluación de la peseta – la primera devaluación tuvo lugar en septiembre de 1992- se dejó sentir en las exportaciones de bienes y servicios: crecieron en términos reales en un 8,5%, frente a una caída del 4,2% de la demanda interior. En 1994, las exportaciones aumentaron en un 16,7% cuando la demanda interior lo hizo tan sólo en un 1,3%.
No caben analogías fáciles, pero tampoco afirmaciones sin fundamento.
De los shocks monetarios que seguirían a la desintegración del euro, señala también MRK en su artículo, «sólo se alegrarían los especuladores internacionales de divisas». Los gobiernos que devaluaran su moneda un 20, un 30% o incluso más, «tendrían que atenerse sin demasiadas sorpresas a las reacciones de los mercados financieros». ¿No es este un peligro evidente? Quien devalúa, señala igualmente MRK, «es castigado con intereses y primas de riesgo más elevados».
Realmente no estamos muy de acuerdo. Él sostiene que los desequilibrios de la balanza de pagos no pueden resolverse con euro o sin euro, mientras que yo opino, como he señalado en la respuesta anterior, que sí. Después él piensa que la ruptura del euro produciría unas reacciones financieras incontrolables e inmanejables. Por mi parte afirmo que. se rompa o no el euro, habrá convulsiones financieras muy graves porque se ha creado una burbuja financiera entre los países de la Unión Monetaria que no puede mantenerse hinchada. De hecho, ya ha habido que rescatar a Grecia, Portugal, Irlanda y España. Por supuesto que la situación puede agravarse cuando haya novedades sobre la existencia del euro, pero ya se puede decir que la deuda exterior de algunos países es impagable.
Por lo demás, continúo con MRK, los países en crisis de la Eurozona, no se han endeudado en la propia moneda. Dado que «los patrimonios y las deudas exteriores de sus ciudadanos están denominados en euros, la devaluación no puede sino provocarles pérdidas». Ello significaría, además, «cerrar cualquier vía de escape a su actual situación de servidumbre por deuda». ¿Es así en tu opinión? ¿Los ciudadanos endeudados de los países afectados saldrían perdiendo?
Es verdad, obviamente, como MRK indica, que la deuda valorada en euros supondría un esfuerzo adicional para los países deudores que devaluasen su moneda, pero… después de todo, si se incrementa el montante de la deuda, menos pagable será. Conscientes de este problema, los que sostenemos que es necesario abandonar el euro, añadimos inmediatamente que nos parece que, en el caso de nuestro país, los más de 2 billones de pasivos exteriores no se pueden afrontar, algo que tendrán que resolver los agentes privados implicados…
¿Y en el caso de la deuda pública?
En el caso de la deuda pública, que nos concierne a todos, respaldamos que debe reestructurarse cuando menos.
Pero al margen de este problema, lo que hace muy criticables los escritos del tipo del de Mrk es que introducen miedo y confusión en la izquierda, y tienden a paralizarla. Conozco, como es natural, lo que podríamos llamar la línea editorial de Sin Permiso y la insistencia con que publican artículos en defensa en última instancia del euro, resaltando los graves problemas que surgirían de abandonarlo, cosa que nadie niega. Pero no acaban de dar solución con tantos remilgos a la desesperada situación de nuestro país. Hay una pregunta que invalida los profundos análisis y argumentos de quienes no ven la salida del euro como alternativa: bien, puede que lleven razón, pero, ¿qué se le dice a la sociedad española? ¿Son conscientes de que asumen el compromiso político de dejar que el país se siga degradando económica y socialmente sin proponer salida alguna?
Sigo con Michael R. Krätke. El espectáculo más estupefaciente de este debate sobre la salida del euro lo ofrecen, lo ofrecéis, en opinión de MRK, «los críticos de izquierda de la gestión política hecha hasta ahora de la crisis del euro cuando se suben al carro de la ‘competitividad». ¿Por qué? Porque os tragáis también la fábula de que «la fortaleza exportadora de Alemania sería indiscutiblemente (y absurdamente) atribuible a la pérdida de salario real». ¿Esa es vuestra creencia? ¿Os tragáis esa fábula?
No es mi caso. La competencia exacerbada existe en la Unión Monetaria, y la necesidad de ser competitivos viene impuesta por las reglas de juego, pero de ahí a comulgar con que un factor decisivo de la competitividad son los salarios queda un trecho que nunca he recorrido. De ahí vino la oposición a Maastricht, que el sector mayoritario de Izquierda Unida adoptó: las disparidades y desigualdades económicas entre las economías que iban a participar en el euro eran sustanciales, y por eso no había bases económicas para crear la moneda común. Pero además, con un sentido de clase elemental, entendimos que con la desaparición de la peseta y la imposibilidad de manejar el tipo de cambio, los intentos de mantener o mejorar la competitividad descansarían en los ataques a los salarios y, en general, a todos los elementos de los derechos y condiciones de vida de la inmensa mayoría. Fue el mismísimo canciller alemán Helmut Schmidt el que nos lo dijo claro: Maastricht y el estado del bienestar no son compatibles.
Una nota marginal: ¿por qué el sector mayoritario de Izquierda Unida?
Porque no todos, como seguramente recordarás, apoyaron esa línea de oposición, la que finalmente se adoptó.
La última pregunta. MRK admite que, desde luego, la construcción de la unión monetaria tiene errores de diseño. Pero no, en cambio, «los errores de que parlotean los aspirantes a salir de ella.» ¿Por qué? Porque disparidades económicas y diferencias estructurales las hay en cualquier espacio monetario, «incluso en países pequeños como Holanda o Bélgica pueden observarse notables diferencias regionales». Pero de eso, señala críticamente, «no se sigue que cada provincia deba tener su propia moneda; el espacio monetario homogéneo óptimo sólo existe en los modelos económicos neoclásicos». ¿Creéis vosotros en ese modelo homogéneo?
A lo largo de las preguntas anteriores creo haber contestado a estas últimas cuestiones. Muchos fallos de diseño, pero también carencias decisivas. Una muy importante es la desigualdad de derechos y servicios sociales entre los países, que llevan a competir profundizando en ellas. La fundamental desde luego es la falta de un presupuesto común que pueda desempeñar el papel de los presupuestos de cada estado para corregir y amortiguar la distribución de la renta que resulta de las fuerzas del mercado y las disparidades productivas de zonas o regiones. Habiéndonos llamado MRK ilusos tantas veces en su corto artículo, no se comprende que con su lucidez haya recurrido a un argumento tan falso, tan incorrecto, para defender la Europa de Maastricht.
Notas:
[1] Michael R. Krätke, «Las ilusiones fatales de quienes propugnan ahora una salida de la Eurozona» http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6008
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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