«América Latina tiene sed de ética». «Que la ética vuelva a la economía y la política», no ha mucho que afirmó un alto funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El funcionario recordó la atroz pobreza de la región. Apuntó cinco desafíos éticos: infancia abandonada, familias en la miseria, jóvenes sin oportunidades, alta criminalidad, inequidad. […]
«América Latina tiene sed de ética». «Que la ética vuelva a la economía y la política», no ha mucho que afirmó un
alto funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El funcionario recordó la atroz pobreza de la región. Apuntó cinco desafíos éticos: infancia abandonada, familias en la miseria, jóvenes sin oportunidades, alta criminalidad, inequidad.
«Los niños no son lo primero» dijo. Las cifras acompañan. 38 % de menores de 5 años son pobres; 36 % de menores de 2 años pasa hambre; 190 mil niños mueren al año de enfermedades curables ligadas a la pobreza (OMS); 22 millones de menores de 14 años trabajan; 40 millones de niños viven en la calle; 6 de cada cien se suicidan…
Inobjetable el planteamiento. Luego enumeró países con economías de rostro humano. Noruega, Suecia, Australia, Canadá… Aquí empezó a erosionarse su irrebatible tesis.
El funcionario recurrió al artificio de hacer recaer en gobiernos y clases dominantes nativas la responsabilidad de la corrupción y la inequidad. Que la tienen sin duda alguna, y mucha.
Desaparecen las respuestas con la pregunta de quiénes apoyan a esos gobiernos y sustentan a las oligarquías parásitas. Quiénes en los países de economías humanas nutren ese sistema.
Quiénes han derrocado a gobiernos honestos, destruido procesos de cambio, fomentado la corrupción para favorecer a sus empresas. De eso no habló el funcionario. No podía.
Lo despiden.