Los usureros al frente de bancos y financieras, en Semana Santa, no perdonan nuestras deudas así como nosotros tampoco perdonamos a nuestros deudores pero, virtuosos que son, y agradecidos, se encomiendan a Dios por permitirles multiplicar sus panes y sus peces. Los políticos, acostumbrados a tomar el nombre del pueblo en vano y a no […]
Los usureros al frente de bancos y financieras, en Semana Santa, no perdonan nuestras deudas así como nosotros tampoco perdonamos a nuestros deudores pero, virtuosos que son, y agradecidos, se encomiendan a Dios por permitirles multiplicar sus panes y sus peces.
Los políticos, acostumbrados a tomar el nombre del pueblo en vano y a no dejar ileso ningún mandamiento, en Semana Santa, sin embargo, oran para no volver a caer en la tentación… hasta que caigan y, Dios mediante, resucitar al tercer día.
Los empresarios y demás gentiles mercaderes, en Semana Santa, después de despedir obreros, tramitar expedientes y abaratar soldadas, cubren sus vergüenzas con negros capirotes y en devota cofradía desmienten sus siete palabras.
Los jueces, versados en el Sanedrín de sus audiencias en llevar a la cruz a vergüenzas sin cargos y en poner en la calle a cargos sin vergüenza, en Semana Santa se lavan las manos y suscriben lo que firme el anillo que besan y disponga el poder que veneran.
Los torturadores, por misericordiosos, antes de incorporarse el Viernes Santo al habitual calvario en que trajinan ora la bolsa ora la picana, piadosos se persignan y flagelan también al cirineo por ser parte del entorno.
Los hipócritas son tan considerados que, en Semana Santa, penan descalzos sus nazarenas velas en tan ajeno entierro y por aquello de guardar las apariencias y mantener el tono con los días, hasta prefieren pasar por fariseos.
Los agnósticos, para curarse en salud y, no obstante su manifiesta incredulidad, también en estos días escriben columnas sobre la Semana Santa.