Traducido para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Manuel Talens
Hoy voy a hablar sobre un hombre que ha sido apartado de nuestro discurso intelectual. Si consideramos su inmensa influencia durante la primera mitad del siglo XX, su absoluta desaparición debería motivar algunas preguntas. Wittgenstein lo consideraba una influencia importante. Inspiró a James Joyce cuando escribía Ulises y a Robert Musil y Herman Broch. Puedo identificar fácilmente sus pensamientos en Lacan y Heidegger. Freud discutió sus ideas e incluso Hitler lo mencionó cuando hubo de admitir que «hubo un judío decente, pero incluso él se mató». Otto Weininger fue uno de los personajes intelectuales más influyentes en las primeras cuatro décadas del siglo XX y, a pesar de ello, supongo que no hay muchos de los presentes que estén familiarizados con sus pensamientos o hayan siquiera escuchado su nombre con anterioridad. Creo que debo decirles por qué. Señoras y señores, Otto Weininger fue un racista, un antisemita y un misógino radical. No le gustaban los judíos o las mujeres, pero ¿saben qué?, él mismo era judío y, en la medida en la que la investigación histórica puede revelar alguna verdad, fue un afeminado.
Les aseguro que no me interesan las tendencias sexistas y antisemitas de Weininger. En todo caso, encuentro que esos dos aspectos de sus trabajos son más bien risibles. Muchas de sus declaraciones no se pueden tomar en serio. Sus diatribas contra las mujeres muestran la imagen de un colegial travieso que lucha por ajustarse al mundo de los adultos y, a pesar de todo, es uno de los pensadores más sorprendentes que he encontrado en mi vida. Su comprensión de la noción de genio podría haber formado parte perfectamente de las últimas páginas de la tercera crítica de Kant. Su comprensión de la sexualidad es abrumadora y, si se considera el hecho de que su libro fue publicado cuando tenía sólo veintiún años, incluso sus numerosos oponentes admiten que el hombre tenía un talento asombroso. En una palabra, hay demasiada sabiduría en Weininger como para desecharlo de un plumazo. Además, y esto lo digo personalmente, he de admitir que Weininger me ayudó a comprender quién soy o, más bien, quién podría ser, lo que hago, lo que trato de lograr y por qué hay quienes tratan de impedirlo.
Weininger publicó Sexo y carácter, su único libro, en 1903. Tenía 21 años. Su libro fue presentado como un estudio filosófico de la sexualidad. Se trata de un feroz ataque contra la noción de mujer, tanto la idea como la apariencia. Pero no son sólo las mujeres a las que Weininger parece despreciar: el judío, al que presenta como un ser degradado, está lejos de recibir elogios. El inglés aparece como un carácter afeminado. Digámoslo bien claro, Weininger es indignante. Algunas de mis compañeras que tuvieron el texto en sus manos lo rechazaron antes de llegar al final del primer párrafo y, a pesar de todo, insisto en que casi cada una de sus frases pertenecen a la prestigiosa categoría de la literatura que hace reflexionar. Por cierto, Weininger es racista, es sexista, odia a las mujeres, odia a los judíos, odia casi todo lo que no es masculinidad aria, su tendencia hacia la formulación matemática es ligeramente infantil y, sin duda, anticuada. Comete algunos errores categóricos, pero me hace pensar. Y, con su permiso, quisiera compartir con ustedes algunos de mis pensamientos sobre el hombre.
Sexualidad
El punto de partida de Weininger está lejos de ser original. El hombre y la mujer, dice, son simplemente tipos. En otras palabras, la apariencia individual es básicamente una manifestación de una mezcla de ambos tipos. Cada individuo es un compuesto de los dos tipos sexuales en diferentes proporciones. Algunos hombres son más masculinos que otros, algunas mujeres son más femeninas que sus hermanas. La idea, obviamente, se apoya en muchas observaciones fisiológicas, así como en conclusiones genéticas y biológicas.
Pero Weininger va más allá. Sigue adelante y formula la «ley de la atracción sexual». Según él, «Para la verdadera unión sexual es necesario que se junten un varón completo y una mujer completa» (Weininger, 2003: 29). El vínculo entre el hombre y la mujer resulta en una unidad de masculinidad y feminidad en la que las dos partes contribuyen mutuamente. En la práctica, Weininger habla aquí de la complementariedad entre hombre y mujer. Cada una de las partes contribuye mutuamente a la formación de una mayor feminidad y masculinidad. Por ejemplo, si Tony es varón en un 80% y mujer en un 20%, y Sue exhibe proporciones opuestas, la suma de su masculinidad y feminidad resulta en una unidad perfecta de feminidad al 100% y de masculinidad al 100%. En otras palabras, en lo relativo a la atracción sexual podemos esperar que Tony y Sue se exciten fuertemente entre sí. Su unión vincula una unidad completa de un 100% de hombre y mujer.
Sobra decir que la referencia de Weininger a los seres humanos como objetos estadísticos es ligeramente extraña, así como problemática. Cuando analizamos a la gente a nuestro alrededor no vemos cifras matemáticas o una división bien definida entre masculinidad y feminidad. Más bien vemos a seres humanos con deseos, ansias, intenciones, esperanzas y necesidades sexuales. Y, a pesar de todo, la idea de Weininger, si se dejan de lado sus implicaciones prácticas, está lejos de ser estúpida. La idea de que Tony y Sue están involucrados en una relación complementaria es muy explicativa. Tony busca la masculinidad que le falta, mientras que Sue celebra el encuentro de su feminidad ausente. Tony se siente atraído por Sue no sólo a causa de sus cualidades femeninas, sino también porque posee lo que le falta a Tony. Según Weininger, nos sentimos atraídos hacia aquellos que nos acercan más a la unidad.
Naturalmente, se podría esperar que el vínculo entre la extrema masculinidad y la extrema feminidad resultara en una intensa atracción sexual. Pero, tal como señala Weininger, esta atracción está combinada con muy poca comprensión a través de los géneros. «Mientras más feminidad posea una mujer, menos comprenderá a un hombre… Y, así, también mientras más varonil sea un hombre, menos comprenderá a las mujeres» (Weininger, 2003: 57). La razón es evidente, mientras más feminidad posee una mujer, menos masculinidad presenta dentro de todo su sistema físico y psicológico.
Esta perspectiva weiningeriana puede explicar por qué los hombres quieren que sus esposas se acuesten en pijama, mientras que esperan que sus amantes se metan en la cama con medias y ligas. Con la propia mujer uno prefiere hablar de vez en cuando. Queremos que nos comprenda, que escuche nuestras aburridas historias repetitivas sobre la jornada en el trabajo. Ella quiere quejarse sobre los niños. Los dos buscan compartir lo más posible: comparten noche tras noche, se cuentan historias, algunas veces incluso leen libros juntos, luego apagan la luz y se dan la vuelta del otro lado. La amante es algo diferente: es la carencia, no está ahí para conversar, sino para actuar. Le hacemos el amor, luego nos damos una ducha y regresamos a la oficina. En lugar de compartir, los amantes están empeñados en un silencioso consumo mutuo. Suponiendo, por ejemplo que Tony sea muy masculino y Sue muy femenina, entonces se atraerán sexualmente, pero sus posibilidades de comunicación son insignificantes.
La idea es escandalosa por su simplicidad, pero sus implicaciones son devastadoras, pues arruinan el discurso de la izquierda. Si Weininger tiene razón, la comprensión del Otro es básicamente una forma de autorrealización. Si Weininger tiene razón, las nociones de empatía y de otredad son totalmente engañosas. El concepto del Otro, que fue abrazado con entusiasmo por el discurso de la izquierda tras la Segunda Guerra Mundial (Lévinas), se derrumba. Si Weininger tiene razón, no hay sitio para un discurso sobre la noción de empatía que no sea una sugerencia normativa. En otras palabras, no hay sitio para creer que el hombre sea un ser empático. Tony puede comprender a Sue mientras Sue esté dentro de su campo empático. Entiendo a mi mujer amada mientras tenga una parte suficiente de ella en mi interior. Así, en realidad, la comunicación con mi pareja es básicamente una conversación que tengo conmigo mismo. Al parecer, los hombres y las mujeres tienden a quejarse de la falta de comunicación entre los géneros. Por lo que parece, Weininger, logra aclarar un poco el asunto.
El genio y el artista
Weininger explora esta misma noción de la posesión de diferentes características psicológicas en su discusión sobre el genio. Para él es obvio que el genio es más que un superdotado: un genio no es un talento ni una cualidad que se puedan aprender o desarrollar. El genio es «un hombre que descubre a muchos otros en sí mismo. Es un hombre con muchos hombres en su personalidad. Pero, si es así, el genio puede comprender a otros hombres mejor de lo que éstos pueden comprenderse a sí mismos, porque en su interior no sólo posee el carácter que controla, sino también su contrario. La dualidad es necesaria para la observación y la comprensión… en suma, para comprender, el hombre necesita tener partes iguales de sí mismo y de su opuesto» (Weininger, 2003: 110).
En cierto modo, el genio alberga un dinamismo dialéctico que permite la aparición de una rica visión del mundo y de su paisaje humano. En cierto modo, Weininger está sugiriendo en este caso las cualidades positivas de la esquizofrenia, ideas que Lacan exploró años más tarde. El genio alberga un vívido debate dentro de sí mismo. Puede observar diferentes puntos de vista mientras explora simultáneamente diferentes perspectivas y sus opuestos.
El genio siempre nos dice algo sobre el mundo, algo que no sabíamos antes. El científico observa el material y el mundo físico, el filósofo considera el campo de las ideas y el artista hace introspección. Por extraño que pueda sonar, el artista nos dice algo sobre el mundo sólo mediante la introspección; «en el arte, la introspección es la exploración del mundo…» (Weininger, 2003: Prefacio del autor, pág. 1).
Weininger argumenta que el genio es objeto de las «pasiones más extrañas» y de «los instintos más repulsivos». Pero estas pasiones encuentran la oposición de otros caracteres internos. Por ejemplo: «Zola, que ha descrito tan fielmente el impulso de cometer asesinatos, no cometió asesinatos él mismo porque había otros tantos caracteres en su interior» (Weininger, 2003: 109). Zola, según Weininger, reconocería el impulso asesino mejor que el propio asesino sólo porque tendría la capacidad de reconocer el impulso en lugar de ser sólo su objeto. La capacidad de presentar un carácter ficticio auténtico se debe al hecho de que el carácter y su opuesto están bien orientados dentro de la psique del artista.
Confesión
Como algunos de ustedes empiezan sospechar, es en este punto donde empiezo a tomar muy en serio a Weininger. Durante años me he esforzado en escribir sobre Israel, el sionismo y el judaísmo. En mis escritos de ficción me especialicé en crear algunos personajes israelíes encantadores, pero atroces; todos ellos son gente condenada al fracaso que se lanza a toda velocidad contra un muro de hormigón. Escribo sobre gente que no jamás logra vivir según las condiciones que se impusieron, gente que nunca puede encontrar su camino a casa. En mis trabajos políticos e ideológicos, trato de establecer un modelo filosófico que ilustre la complejidad que implica el judaísmo. Busco el núcleo metafísico de las diferentes posiciones supremacistas del mundo, trato de seguir las huellas de identidades moral y éticamente degradadas. Pero antes me consideraba un pensador autónomo, situado en una posición objetiva de exploración similar a la de Arquímedes, y me esforzaba por establecer una búsqueda clínica de la condición del conflicto israelopalestino.
Señoras y señores, estaba equivocado. Weininger me lo aclaró de modo evidente, no soy objetivo con respecto a la realidad sobre la que escribo y nunca lo seré. No estoy considerando la identidad judía o de los judíos. No estoy considerando a los israelíes.
Estoy considerando mi propio interior. Estoy considerando lo que poseo, mi judío interno e incluso eterno. Pero mi judío interno no vive en una isla, está rodeado por muchos enemigos hostiles y personalidades contrarias que están ahí, dentro de mi propia psique. Ahí mismo, en mi interior, se hace sentir una guerra. Muchos caracteres se oponen los unos a los otros. Pero, créanme, no es tan horrible como pueda parecer. En realidad es bastante productivo.
El antisemita
Cumpliendo con su propio paradigma, Weininger continúa y argumenta que «a las personas les gustan en los otros las cualidades que les gustaría poseer, pero que no poseen realmente en una medida importante. Así que sólo odiamos en otros lo que no desearíamos ser, pero que, a pesar de ello, somos en parte. Odiamos sólo las cualidades a las que nos acercamos, pero que reconocemos primero en otras personas… Por lo tanto, el hecho explica por qué los peores antisemitas se encuentran entre los propios judíos» (Weininger, 2003: 304).
Evidentemente, algunos judíos se oponen a lo que desprecian entre ellos mismos. Esta tendencia se denomina antisemitismo, pero, como todos sabemos, los judíos no están solos. Algunos no judíos encuentran las tendencias judías dentro de ellos mismos. Según Weininger, «incluso Richard Wagner, el peor antisemita, no está libre de judeidad en su arte» (Weininger, 2003: 305). Por lo tanto, me permito argumentar que, para Weininger, la judeidad no es una categoría racial. Es claramente una actitud mental que algunos de nosotros poseemos y a la que muy pocos tratamos de oponernos.
Ahora bien, ¿no estamos acaso ante una repetición del trato de la identidad judía por parte de Marx tal como la exploró en su famoso y controvertido ensayo «Sobre la cuestión judía»? En él, Marx equipara a los judíos con el capitalismo, el interés personal y la avaricia. Para Marx, el capitalismo es judaísmo y el judaísmo es capitalismo. El dinero se ha convertido en un poder mundial y el práctico espíritu judío se ha convertido en el espíritu práctico de las naciones cristianas. Los judíos se han liberado en la medida en que los cristianos se han convertido en judíos. A ojos de Marx, los judíos son tanto creadores como creación, literalmente el excremento del capitalismo burgués. Tal como concluye ferozmente, «la emancipación social del judaísmo es la emancipación de la sociedad del judaísmo».
Pero, entonces, si se juzgan las ideas de Marx en el lenguaje weiningeriano, lo que se revela es:
1. Que Marx no consideraba la judeidad como una identidad racial, sino más bien como una forma de actitud mental. En la práctica, son las naciones cristianas las que adoptan la actitud mental judía.
2. Que el análisis de Marx es el resultado de que el propio Marx es parcialmente judío. En otras palabras, por ser un genio weiningeriano, Marx logró oponerse a su propia actitud mental judía.
Como podemos ver, Weininger nos ofrece un instrumento analítico bastante útil. Es posible que tengamos que admitir que nos da una cierta perspectiva sobre el asunto del odio y del odio a sí mismo. Weininger llega a argumentar que «el ario debe agradecerle al judío que gracias a él sabe cómo protegerse contra el judaísmo como posibilidad en su propio interior». Cuando odiamos al judío odiamos nuestro propio judío interior. Esto explicaría obviamente el ciego odio nazi contra todo lo que oliese remotamente a judío. Pero entonces, si el odio es una forma de autonegación, también puedo tener que admitir que mi guerra contra el sionismo puede entenderse como una guerra que declaré contra mí mismo. Y permítanme que dé un paso más adelante, en la medida en que todos en este recinto están de acuerdo conmigo en que el sionismo y el racismo deben ser derrotados, entonces todos tenemos que admitir que tenemos un pequeño racista sionista dentro nuestras psiques. La lucha contra el racismo y el sionismo es la oposición contra nosotros mismos. Y quiero decirles que ése es exactamente el camino correcto a seguir.
Conclusión
Otto Weininger nos ofrece, claro está, instrumentos analíticos más que suficientes para deconstruir su propio trabajo. Habría que preguntar: ¿Por qué sabe tanto sobre las mujeres? ¿Cómo es posible que las odie tanto? ¿Por qué sabe tanto sobre los judíos? ¿Por qué los odia tanto? La respuesta la dan los pensamientos de Weininger, aunque no sea a través de sus propias palabras. Weininger odia a las mujeres y a los judíos porque es judío y mujer. Adora la masculinidad aria porque no hay una sola gota de una cualidad semejante en toda su persona. Probablemente esta revelación condujo a Weininger a suicidarse, sólo meses después de la publicación de su libro. Por fin comprendió de qué trataba realmente su libro.
Decidí hablarles hoy de Otto Weininger, sobre todo porque un importante filósofo fue descartado de nuestras bibliotecas y prácticamente prohibido por nuestros guardianes informáticos. ¿Es porque no tenía nada que decir? Al contrario, tenía demasiado que decirnos. Mucho más de lo que muchos de nosotros estamos dispuestos a admitir. Weininger, uno de los últimos filósofos alemanes gigantescos, ilumina los aspectos más vívidos de nuestro ser. Y, como todos sabemos, lo que se encuentra demasiado cerca es difícil de ver.
Pero hay algo más en lo que vale la pena que reflexionen. Se habrán dado cuenta de que al entrar a la librería había un ruidoso grupo de «judíos antisionistas» piqueteando en la calle. Estaban piqueteando contra mí, contra mis amigos, contra mi mensaje, contra nuestro mensaje o incluso contra todo mensaje en general. Puedo asegurarles que tanto la librería como yo los hemos invitado a participar en este debate. Como podrán imaginar, se negaron terminantemente. Weininger nos dice por qué. Es evidente que me odian, odian todo lo que defiendo. Pero ¿por qué me odian tanto? Porque me conocen muy, pero que muy bien. Se preguntarán ustedes: ¿Cómo me conocen tan bien? Es muy simple, estoy profundamente en el interior de todos ellos, soy el que formula esas preguntas intolerablemente molestas. Soy el que pregunta qué representa la judeidad, qué significa la laicidad judía, quien cuestiona las relaciones intrínsecas entre el sionismo y la judeidad. Con mucho gusto discuto abiertamente cualquier narrativa histórica judía, incluido el Holocausto, y simplemente me odian. Gracias a Weininger, deberían comprender ahora que tienen que despreciarme porque esas mismas preguntas no los dejan dormir. Todos ellos las confrontan a diario, pero no pueden encontrar la fuerza en su interior para enfrentarse a las consecuencias de contestarlas. Ni siquiera se atreven a sentarse en una misma habitación con nosotros. Estar sentados aquí, entre ustedes y mi persona, significaría para ellos estar consigo mismos. Significaría enfrentarse a su propia persona. En lugar de hacerlo, se involucran en el acostumbrado juego talmúdico simbólico de calumniar al mensajero y de ponerle etiquetas. Admitámoslo, matar al mensajero forma parte de la narrativa histórica judía.
Después de mi propia confrontación con los escritos de Weininger, me doy cuenta ahora de que mi trabajo extrae su fuerza de un proceso de autorreflexión. En lugar de contemplar el mundo, básicamente miro hacia mi interior. Extraigo música, literatura e ideas. Ustedes decidirán si mi trabajo tiene algún valor. Si logro decir algo sobre el mundo, el tiempo lo dirá. Algunos de ustedes leerán mis libros y estoy bastante seguro de que podrán decidir. Pero cuando se trata de los que estaban piqueteando ahí afuera, es categóricamente seguro que no se van a decidir, no están dispuestos a estar junto a otros o, para ser más preciso, ni siquiera están dispuestos a mirar dentro de sí mismos. Mientras estamos aquí, sentados en una librería, ellos están ocupados quemando libros. Ése es el auténtico significado de los muros del gueto judío, ya se trate del muro del apartheid en Palestina o sólo de un pequeño tabique de separación en este lugar, delante de Bookmarks, en Londres. El sionismo trata de segregación, que existe para separar a los judíos del resto de la humanidad. Es triste descubrir que una enfermedad política semejante haya contaminado hasta a los poquísimos judíos que declararon que se le oponían. Deseo todo lo mejor a esos judíos antisionistas y quiero creer que tarde o temprano se emanciparán ellos mismos. Si lo logran, vendrán a sentarse con nosotros.
1. Weininger Otto, 2003, Sex and Character (Howard Fertig: New York).
2. Karl Marx, On The Jewish Question, 1844,
www.marxists.org/archive/marx/works/1844/jewish-question/
* Conferencia pronunciada en Bookmarks, librería marxista de Londres, el 17 de junio de 2005
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www.gilad.co.uk/html%20files/sexpolitics.html