Es una suerte de regla, o tal vez de vicio. Las naciones poderosas, esas que todo lo quieren regir, son las más fervientes devotas de la invocada práctica. Se concreta en solicitar a cualquiera, gobiernos, países, grupos políticos o sectores sociales, que realicen «gestos» que demuestren su «flexibilidad», su «disposición a cambiar», su deseo de […]
Es una suerte de regla, o tal vez de vicio. Las naciones poderosas, esas que todo lo quieren regir, son las más fervientes devotas de la invocada práctica.
Se concreta en solicitar a cualquiera, gobiernos, países, grupos políticos o sectores sociales, que realicen «gestos» que demuestren su «flexibilidad», su «disposición a cambiar», su deseo de contemporizar y de acercar «posiciones» con los que siempre deben decir la última palabra.
Por ese camino, ya largo en la historia global, se le ha llegado a demandar a un movimiento revolucionario o popular que incline sus banderas, o deje atrás determinadas prácticas en la consecución de sus objetivos. O se le ha querido imponer a una nación que ceda espacios y prerrogativas a cambio de aceptación y de alguna dádiva desde el Norte.
Incluso el fenómeno llega a la práctica de inmiscuirse, valorar y calificar aspectos netamente internos de los aludidos, desde su sistema de gobierno hasta sus decisiones judiciales, de manera que soliviantarlas a cuenta de los deseos ajenos se considera también un importante «gesto» con el trono imperial.
Sin embargo, líbrese un empobrecido de solicitar humildemente «gestos» a los encumbrados que, dicho sea de paso, son precisamente los que guardan en sus bolsillos una enorme factura a cambiar urgentemente, porque ya no solo afecta a una u otra víctima individual, sino que atenta contra el propio género humano y su continuidad sobre la corteza de la Tierra.
La lista es grande, casi inabarcable, y va desde eliminar bloqueos y medidas criminales de presión sobre naciones y pueblos independientes, hasta poner fin a las nocivas emisiones de gases de efecto invernadero que están recalentado el planeta, eliminando especies animales y vegetales, derritiendo los casquetes polares, y elevando el nivel de los mares a cotas sumamente peligrosos para buena parte los habitantes del orbe.
Se podría solicitar además, como parte de esos «gestos» imprescindibles desde el Norte, la desaparición de los arsenales nucleares, el cese de las políticas hegemónicas que imponen la guerra y el caos en los más diversos puntos geográficos.
O el cumplimiento de una vez y por todas de los compromisos de los países empobrecedores con las metas de desarrollo de las naciones empobrecidas, y que incluyen asistencia al avance económico, programas de salud y educación, trato comercial justo…en fin, un inventario del que se habla siempre mucho, pero que nunca termina de aplicarse.
De manera que de si «gestos» se trata, parece que, como en otras cosas de este, nuestro mundo, la asimetría es profunda, y no precisamente a favor de aquellos a los que habitualmente se les demanda el guiño complaciente.