La belleza es rasgo ineludible de cualquier momento revolucionario. A veces la encontramos en las palabras de los líderes, en los carteles, en las consignas, en las fotografías guardadas a la historia, las canciones, las memorias. Esta belleza se traduce al arte como cauce directo de su expresión: La libertad guiando al pueblo de Delacroix, […]
La belleza es rasgo ineludible de cualquier momento revolucionario. A veces la encontramos en las palabras de los líderes, en los carteles, en las consignas, en las fotografías guardadas a la historia, las canciones, las memorias. Esta belleza se traduce al arte como cauce directo de su expresión: La libertad guiando al pueblo de Delacroix, los carteles y los graffitis del mayo francés en ese convulso 1968, la impresionante fotografía del Quijote de la farola en los primeros años de la Revolución Cubana. La pincelada, la barricada o la instantánea nos protegen esos momentos mágicos e irrepetibles. Entonces ¿cómo reconocer la belleza en los años que vivimos?
Desde el estallido de la crisis financiera mundial en 2009, con el crack de muchas economías nacionales en países europeos como Irlanda, España, Gran Bretaña, Grecia e Italia, y consecuentemente la caída brusca del mercado y el comercio de estos con los países del tercer mundo, principalmente excolonias, ha crecido una inestabilidad mundial que se resiente en el seno de los más afectados. Los recortes en educación, los rescates económicos y las fórmulas del FMI, del Banco Mundial y de la UE han hecho mella en la credibilidad de dichas soluciones en aquellos que fueron escogidos por los círculos de poder a ser principales inversionistas de la crisis. Las burbujas del desarrollismo primer mundista explotaron en las caras de los más creídos, los esquemas cayeron.
Como resultado directo de lo insostenible de la situación Europa vivió y vive una ola de protestas. Empezó en Grecia y en septiembre del 2010 alcanzo toda la región con una Huelga gigantesca y multitudinaria. Hoy el mejor y más actual ejemplo lo es España que a cuatro días de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo se ha movilizado en 35 ciudades para reclamar Democracia Real Ya!
A finales del año pasado Túnez y Egipto prendieron una llama que hoy llega de una forma u otra a todos los países árabes, especialmente Yemen y Bahrein, aun con la deformación manipulada en Libia. Con la derrota de Ben Ali y Mubarak en Túnez y Egipto respectivamente empezaron los procesos de cambios, con sus zozobras, pero esforzados por lograr lo dispuesto.
Indiscutiblemente algo explotó en Europa y África y ese volcán tiene una potencia que está en su momento cumbre y nos puede sorprender aun. Es un caso singular y esperanzador para los desoídos, los desplazados, los desaparecidos y los descartados que surge, o resurge, en el mundo de hoy, como fuegos mensajeros, uno tras otro. Las plazas se llenan: Qasba, Tahrir, Atenas, la Puerta del Sol. Son miles apostándole a la dignidad y a la democracia, indignados, cansados, decididos a no pagar la crisis, a no tolerar nada más allá de lo justo y a enfrentar regimenes anquilosados. Las imágenes tumultuarias de las plazas públicas ocupadas recorren el mundo destinadas ya a su lugar en la estética de los momentos de explosión. Los presupuestos zombis de la sociedad, los hombres dormidos, despertaron al olor de los jazmines y a la indignación para ocupar espacios virtuales y reales. El simple hecho de recobrar una conciencia de masas olvidada coloca estos tiempos en el marco de lo bello.
Cuando la espiral de estos levantamientos asciende y se desencadenan uno tras otro los remolinos, que tienen el mismo efecto demoledor de los tronados en EE.UU. sobre las estructuras, y ante las millares de personas que pasan, como nunca antes, por el lente de las cámaras al publico receptor e inactivo del otro lado de la pantalla le surgen una sorpresa y una interrogante. La primera es descubrir, de repente, que existen otras personas en el mundo como ellos y tan lejos, quizás comience un proceso de identificación y quizás la ola cruce el Atlántico con toda su potencia. La segunda es la mecánica pregunta de ¿Quiénes dirigen u organizan? Me pregunto: ¿Tan acostumbrados estamos a que nos dirijan que no sabemos reconocer cuando nos autopropulsamos? La verdad es que esta pregunta no tiene respuesta en un primer término porque estas movilizaciones tanto en el mundo árabe como en Europa no están impulsadas por los partidos de izquierda tradicionales, ni siquiera por los movimientos alternativos. La mayor belleza de estos levantamientos radica en que no podemos distinguir grupos con una simple mirada, hay que adentrarse en la manifestación, caminar a su lado, para percatarse del entretejido social que las conforman. Siempre existen discrepancias cuando se llega a comprender el ajiaco de organizaciones que las constituyen: nasseristas, comunistas y Hermanos Musulmanes en Egipto; sindicalistas, comunistas, socialdemócratas y desocupados en España aunque ambas constituidas básica y masivamente por personas del pueblo. Pero en el proceso de crear se está desarrollando un ejercicio autentico de democracia y poder popular, como la creación de la Qasba en Túnez, la Coalición en Egipto, así como las Asambleas en España. Las nuevas formas de organización en estos países son bellas por novedosas. Las redes sociales Twiter y Fecebook fueron el espacio virtual de organización el cual una vez conquistado ayudó a perder el miedo para conquistar el espacio público. Otro rasgo de belleza radica en que todos en estas plazas tienen derecho a la palabra, así sean mujeres en el Medio Oriente o sanitarios en Europa. La diversidad de posiciones puede o no traer retrocesos, pero el escuchar todas las opiniones hace que no haya, ni deba haber, peligro de que se pierda una pieza del mosaico en la conformación del discurso político y la reclamación de los cambios estructurales.
No hubo alusiones directas a posiciones anticapitalistas y contra hegemónicas en los inicios de las revueltas. Pero el natural avance de las mismas se evidencia en posiciones como la de Egipto al ayudar en la reconciliación de los partidos opositores del movimiento por la liberación de Palestina Fatah y Hamas, hecho que demuestra la solidaridad con el país árabe contra el régimen sionista de Israel, hecho que también demuestra una posición antimperialista. Incluso sin Mubarak, los jóvenes egipcios continúan tomando la plaza contra el ejército, contra ministros corruptos, las protestas crecen y se alejan de lo doméstico para pedirle a la movilización una ola revolucionaria mayor que sacuda los cimientos del sistema y no solo los diseños del mismo.
Una juventud sin futuro reclama un tiempo que es suyo, y se atreve a exigir a los pretéritos un presente bien conjugado. Su acción no es incoherente. La Juventud perdida de la crisis y los olvidos se apropia del discurso subterráneo con perfecto domino del idioma, traducido a todas las lenguas. Lo airea al sol y lo simplifica a gritos de Karama y No pasarán.
Los jóvenes ocupan el espacio que les corresponde en la vanguardia política. Y, como en todo proceso de belleza, lo ocupa con consignas, carteles, canciones, banderas y palabras. No hay pan para tanto chorizo aparece en un globo en Barcelona; las imágenes del Che inundan la Qasba tunecina y renace el romanticismo revolucionario de huelgas, manifestaciones, de multitudes, de unidad y espontaneidad. Una fila de hombres y mujeres se arrodillan en posición de rezo ante el chorro de agua que pretende disolverlos en El Cairo y quizás esos mismos son los que llenen hoy la Puerta del Sol.
Si aceptamos que estos tiempos son bellos a pesar de los bombardeos, de los abusos callados contra los pueblos que reclaman su reconocimiento, a pesar del hambre, del SIDA, de la mediocridad y del consumismo derrochador. Si aceptamos que son bellos porque todavía queda la esperanza de días de luchas tan vertiginosos como estos, entonces estamos apostando por el futuro. Estos últimos acontecimientos demuestran que se puede caminar, a revolcones, creándonos conciencia en el trayecto. Lo imprescindible es no perder el carácter social, es no cercenar la cabeza a los pies.
Que una masa de seres que viven, reclame su derecho a la vida a una sola voz y a un mismo tiempo, tiene tanto de poesía como de revolución, y aunque fracasemos, la leyenda épica que escribiremos valdrá bien el porrazo. Otras revoluciones vendrán. La humanidad ha demostrado que no puede vivir mucho tiempo sin el polvorín que las devuelve otra vez a las estrellas.
Defender esta belleza es defender un aliento de esperanza en las revoluciones.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.