Es lo que tiene la esperanza, que en invierno nos hace pensar en la primavera y en el rocío de las flores reventando al compas del trinar de las aves que retornan después de su larga ausencia. Pronto escampará, decimos cuando retumban los aguaceros sobre los techos de lámina en los arrabales y las goteras […]
Es lo que tiene la esperanza, que en invierno nos hace pensar en la primavera y en el rocío de las flores reventando al compas del trinar de las aves que retornan después de su larga ausencia.
Pronto escampará, decimos cuando retumban los aguaceros sobre los techos de lámina en los arrabales y las goteras son una más de las penas del paria, mientras las calles se transforman en ríos donde los niños saltan y juegan con sus barcos de papel, con el hambre en las tripas y los sueños cundidos de inocencia. Marginados ancestralmente.
La leña mojada aperchada a un costado de la cocina nos recuerda que el polletón sin rescoldo no es la poesía silvestre de las flores que embellecen el campo. Y el batidor sin el café caliente es como una olla sin alma, cuando no tiene frijoles.
Pronto aclarará, decimos en el pueblo mientras el temporal ahoga el milpal, esperando que la raíz resista y no se deje arrastrar por la correntada y la necesidad nos anegue.
En la penuria y el desvelo de las madrugadas anhelamos el sueño o el amanecer, para que el tedio y la angustia encuentren cuña y el alma un respiro.
Un respiro ha estado esperando México durante décadas, un resuello, una luz de candil en la oscuridad de la impunidad y la mancilla. Pero finalmente comienza a escampar y el tiempo de primavera para el pueblo que sufrió la furia de la sequía y el oprobio está próximo. Alud que se llevó tanto a su paso, sueños, vidas, generaciones completas, correntada que obligó a migrar a pueblos enteros, que los empujó al exilio, que los enterró en fosas clandestinas. Plaga que los desangró, mancilló y trató de exterminarlos.
Si las utopías son realizables, en el desierto florecerán milpales que se cundirán de enredaderas de frijol y López Obrador con su actuar enaltecerá la memoria de Emiliano Zapata, Pancho Villa, Las Adelitas, Malinali, Siqueiros, Revueltas, los 43 de Ayotzinapa, los mártires de Tlatelolco, a Lucio Cabañas y los pueblos fecundarán sus raíces sin ser arrancadas por la erosión de migración forzada y la humillación.
Si las quimeras tienen la capacidad de florecer en las sierras Tarahumaras y en el desierto de Sonora, el eco de los Pueblos Originarios mexicanos retumbarán en toda Latinoamérica con un presidente que los supo honrar. Y la sequía y la hambruna serán parte de la Memoria Histórica de un pasado que servirá como abono donde crecerán los nuevos pastizales que darán alimento a las parvadas de golondrinas que harán del verano un camino por donde avancen las alegrías de quienes en el pasado lloraron la desolación.
Si las utopías son realizables, López Obrador responderá con el mismo amor al pueblo que le confió la semilla, el machete y el azadón. Que le confió el canto de las chicharras, la luz de las luciérnagas y el aleteo de las libélulas. Al pueblo que le compartió la melodía del crepúsculo en sinfonía de grillos en los campos que esperan la llegada de la primavera.
Si las utopías son realizables, México comienza hoy a rescribir su propia historia.
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