El domingo 7 de octubre, millones de brasileñas y brasileños participarán en las elecciones presidenciales, depositando en las urnas sus preferencias. Según la última encuesta publicada por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadísticas (Ibope), el candidato derechista Jair Bolsonaro lideraría los comicios con un 28% de los votos, seguido por el candidato del […]
El domingo 7 de octubre, millones de brasileñas y brasileños participarán en las elecciones presidenciales, depositando en las urnas sus preferencias. Según la última encuesta publicada por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadísticas (Ibope), el candidato derechista Jair Bolsonaro lideraría los comicios con un 28% de los votos, seguido por el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, con un 22%. En una eventual segunda vuelta las cifras favorecerían a este último. Para analizar la coyuntura política brasileña, hacer un balance de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, y profundizar en el carácter de la administración de Michel Temer, La Correo entrevistó al historiador, docente de la Universidad Federal del ABC y destacado dirigente del PT, Valter Pomar.
Javier Larraín Parada.- ¿Quién es Fernando Haddad? ¿Cuáles son sus atributos para ser apoyado abiertamente por Lula?
Valter Pomar.- Fernando Haddad es militante del PT desde los años 80, cuando actuaba en el movimiento estudiantil. A partir de 2003, pasó a integrar el Gobierno de Lula, inicialmente como asesor de un ministro y después como ministro de Educación.
En 2012 fue elegido alcalde de la ciudad de São Paulo, cargo que ejerció hasta 2016. Su formación es en Derecho y trabaja como profesor universitario. Fue invitado por el ex presidente Lula para coordinar la elaboración de su programa de gobierno para las elecciones de 2016.
El pasado 5 de agosto fue elegido por Lula como su candidato a la vicepresidencia de la República. El 31 de agosto, el Tribunal Superior Electoral (TSE) decidió bajar a Lula de la disputa electoral, en uno de los muchos actos de arbitrio perpetrados por el sistema judicial brasileño contra el ex mandatario, el PT y la clase trabajadora.
El pasado 5 de agosto fue elegido por Lula como su candidato a la vicepresidencia de la República. El 31 de agosto, el Tribunal Superior Electoral (TSE) decidió bajar a Lula de la disputa electoral, en uno de los muchos actos de arbitrio perpetrados por el sistema judicial brasileño contra el ex mandatario, el PT y la clase trabajadora.
El TSE dio plazo hasta el 17 de septiembre para que el PT reemplazara a Lula. De esta manera, el propio Lula optó por indicar a Haddad como su sustituto. Públicamente, Lula ha dicho que esto se debe al desempeño de Haddad como su ministro de Educación. Y en relación a eso es importante explicar lo siguiente: si logramos vencer en las presidenciales, será gracias a Lula. El nombre elegido por Lula, Haddad o cualquier otro, no es el factor decisivo en las elecciones. La variable decisiva es el apoyo popular al ex mandatario y al PT, que hoy recuperó la popularidad que tenía en 2002. Esto a pesar de años y años de masacre mediática.
Javier Larraín Parada.- En caso el caso de triunfar, ¿cuáles serían los desafíos o tareas urgentes que debiera afrontar Haddad y las fuerzas que le apoyan para reencausar al país en el sendero progresista por el que se conducía hasta antes del Gobierno de Temer?
Valter Pomar.- Primero, aunque pueda parecer obvio, tenemos que vencer las elecciones. Y si vencemos, tenemos que tomar posesión. Hay sectores de la derecha, incluso militares, que ya están diciendo públicamente que no aceptan que el PT pueda ganar y, si gana, que pueda tomar posesión. Por lo tanto, para que todo vaya bien y para que podamos comenzar a gobernar el 1 de enero de 2019, tendremos que matar un león al día.
Una vez en el gobierno, observo tres desafíos fundamentales: aplicar un programa de emergencia, revocar las medidas golpistas y crear las condiciones para la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Dada la situación económica del Brasil, un programa de emergencia que genere empleos y recupere las políticas sociales, dependerá en el corto plazo de utilizar parte de las reservas internacionales del país.
La reversión de las medidas golpistas (con realce en la contrarreforma laboral) obedece a la capacidad de conseguir mayoría parlamentaria, sea en la elección (lo que es muy difícil y poco probable) o a través de la presión social.
Lo mismo vale para la creación de las condiciones necesarias para la convocatoria, elección e instalación de una ANC.
En definitiva, pensamos en estos desafíos, tienen que haber las condiciones para que podamos no sólo gobernar, sino también conducir reformas estructurales en el país. Algunas de estas reformas -como la de la comunicación de masas- deben comenzar a realizarse el día de la toma de posesión, ya que son imprescindibles para la gobernabilidad.
Javier Larraín Parada.- ¿Qué pasó con la institucionalidad brasileña como para que se produzca un impeachment contra una presidenta democráticamente electa como Dilma Rousseff, y seguidamente se condene sin pruebas a Inácio Lula da Silva?
Valter Pomar.- Nada. No pasó nada. Ese es el problema. Nosotros asumimos el gobierno en 2003 y no intentamos hacer, no hicimos o no logramos hacer una reforma del Estado, una reforma política, una democratización de la comunicación de masas. No intentamos hacer una reforma judicial, una reforma del aparato de seguridad y militar. No hemos logrado cambiar las políticas de financiamiento privado de la cultura, el contenido conservador de los currículos educativos. Yo podría proseguir con los ejemplos, pero el caso ya está claro: la institucionalidad que la clase dominante brasileña siempre usó para gobernar, fue dejada intacta por nosotros. Y cuando esta clase dominante decidió poner fin a nuestro gobierno, ella utilizó la institucionalidad con mucho éxito. Con un agravante: algunos de nosotros se rindieron a esta institucionalidad, como si ella tuviera derechos de hacer lo que hizo.
Mire la situación del ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva: la presidenta Dilma aún estaba en el gobierno, cuando el ministro de Justicia aún era un petista, por lo tanto, cuando la Policía Federal supuestamente debía obedecer al Gobierno. Pero prevaleció la idea cretina según la cual las «instituciones de Estado» no deben rendir cuentas al «gobierno de turno». Es decir, deben dar cuenta a los poderes reales, léase, a la clase dominante.
Javier Larraín Parada.- En términos electorales, ¿cuán determinante ha sido el injusto encarcelamiento de Lula para sensibilizar a la población de los arbitrarios actos de la derecha?
Valter Pomar.- La prisión en sí no es el principal. Sino que arrestaron a Lula, en cuyo gobierno los pobres mejoraron en calidad de vida de vida, y no a algún otro político de similar importancia. Es decir: lo que sensibilizó a una parte significativa del pueblo es la persecución, la aplicación selectiva de la «justicia». La gente se dio cuenta que el problema de la élite no es sólo contra Lula, sino contra lo que él representa, en otras palabras, contra el pueblo.
Javier Larraín Parada.- ¿Qué errores pudo haber cometido el PT y sus aliados para, luego de más de una decena de años en el poder, pudieran ser despojados del mismo en actos tan grotescos como los antes mencionados?
Valter Pomar.- Nuestro principal error fue creer que la clase dominante brasileña es democrática. Que si fuésemos moderados, ellos también lo serían. Que si rebajábamos nuestro programa, si respetáramos las instituciones, si estimuláramos el desarrollo capitalista, los capitalistas aceptarían que lenta y gradualmente se elevara el nivel de vida del pueblo brasileño. En otros términos, el error principal fue pensar que la oligarquía brasileña no se opondría a convivir con un Estado de bienestar social.
El segundo error deriva de ello: no nos preparamos para lo que inevitablemente ocurriría. Por cierto, hasta hace poco tiempo, había mucha gente en la izquierda brasileña que creía que no iban a golpear, que no iban a arrestar a Lula, que no iban a impedir su candidatura. Y, obvio, quien no cree que va a suceder eso, no se prepara para impedirlo.
Javier Larraín Parada.- ¿Qué coyuntura le permite a la derecha brasileña arremeter con éxito contra Dilma y Lula y cuál es su proyecto político y social, hoy encarnado en Jair Bolsonaro?
Valter Pomar.- La crisis internacional de 2008 fue el factor decisivo. El deterioro de las condiciones internacionales dejaba dos alternativas para un gobierno popular: o desistía de mejorar la vida de los pobres; o ampliaba los impuestos sobre los ricos. Igualmente, renunciaba a tener crecimiento económico; o ampliaba la presencia del Estado en la economía.
Por desgracia, en 2010, cuando discutimos el programa de gobierno que defenderíamos en la elección de Dilma, prevaleció en la comisión programática la idea incorrecta según la cual el escenario del primer gobierno de Dilma (2011-2014) sería similar al escenario del segundo mandato de Lula (2007-2010). Y no lo fue. La situación cambió mucho, y para peor. Pero no nos habíamos preparado para esto. La clase dominante se preparó. En 2011 le pidió al Gobierno que cambiara totalmente de política. Y como nuestro gobierno, a pesar de los errores y vacilaciones, no aceptó cambiar completamente su política, la clase dominante se organizó para derrotarnos. Y como no lograron hacerlo electoralmente, en 2014, lo hicieron a través de un golpe, en 2016.
Lo que la clase dominante ha querido hacer ahora es legitimar el golpe, en las elecciones presidenciales de 2018. Pero aparecieron dos «imprevistos». El primero es nuestra resistencia y resiliencia. El segundo es que el monstruo de la extrema derecha que usaron contra nosotros en 2014-2016, creció demasiado y superó a los candidatos de la derecha tradicional. Bolsonaro es eso: un perro de la dictadura, pero cebado por el Partido de la Social Democracia y la Rede Globo de Televisión.
Javier Larraín Parada.- ¿Cuáles fueron las medidas más importantes del Gobierno de Temer para desmantelar el proyecto social que venía dándose en Brasil y cómo se pueden revertir?
Valter Pomar.- El Gobierno Temer es un buen ejemplo de cómo la derecha es audaz. En el corto espacio de dos años destruyeron la mayor parte de lo que hicimos desde 2003, tanto en el terreno de la integración y soberanía nacional, como en el de la democracia y los derechos sociales. Y viene destruyendo, también, conquistas más antiguas: los aspectos positivos de la Constitución de 1988, la empresa Petrobras, creada en 1953, la consolidación de las Leyes del Trabajo que datan de la década de 1930. Ahora, entre las medidas, yo citaría: la alteración del modelo de explotación del presal, que sería la fuente de financiamiento de parte de las políticas sociales; la aprobación de una enmienda constitucional que congela por 20 años buena parte del presupuesto social, sin importar que la población y la riqueza crezcan en este período; la reforma laboral y la tercerización, que destruyen las conquistas que la clase trabajadora acumuló a lo largo de tres cuartas partes del siglo pasado.
La reversión de estas medidas depende ahora de la instalación de un nuevo gobierno, que tenga mayoría parlamentaria y/o que tenga fuerza para convocar a una Constituyente.
Javier Larraín Parada.- ¿Cuán estratégico es para la izquierda y progresismos de América Latina un triunfo electoral de Haddad?
Valter Pomar.- La posibilidad de retomar el impulso de integración regional, depende de que Brasil vuelva a tener un gobierno de izquierda y progresista. Y sin integración, lo que quedará a cada gobierno y nación de la región es la subordinación o el aislamiento. Ahora, es importante decir: no basta un triunfo electoral. Es necesario que el gobierno quiera y sea capaz de implementar un programa transformador. Porque habrá muchas presiones, que ya están en curso, para intentar derrotarnos y también para tratar de domesticarnos.
Javier Larraín Parada.- ¿Cuáles son los aprendizajes del PT y sus allegados tras ser despojados del poder y qué errores no se deben repetir en caso de triunfar electoralmente el 7 de octubre?
Valter Pomar.- La lista de aprendizajes es grande. Pero la fundamental, creo yo, es no tener ilusión alguna en el lado de allá. La integración, la soberanía, el bienestar y las libertades democráticas sólo tienen una garantía segura: el nivel de conciencia, la capacidad de organización, de movilización y de lucha de la clase trabajadora. Aunque el programa sea «sólo» democrático y popular, necesitamos tener una disposición socialista y revolucionaria. Pues para el lado de allá, cualquier mejora en la vida del pueblo será atacada como si fuera la instalación del comunismo.
Publicado en edición papel en: La Correo (nº 79 – octubre 2018). www.lacorreo.com.
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