«No es el final del capitalismo, sino una mejora del sistema. Lo del final del capitalismo ya lo hemos visto muchas veces» -Pedro Solbes, ministro español de Economía- Venga, ya pueden salir de debajo de la cama, que al final la cosa no era para tanto: el capitalismo no se muere, no estaba moribundo como […]
«No es el final del capitalismo, sino una mejora del sistema. Lo del final del capitalismo ya lo hemos visto muchas veces» -Pedro Solbes, ministro español de Economía-
Venga, ya pueden salir de debajo de la cama, que al final la cosa no era para tanto: el capitalismo no se muere, no estaba moribundo como podían creer algunos ingenuos. Está malito, sí, pero tiene cura. Sólo necesitaba un poco de cariño y unas cuantas inyecciones de su medicina favorita: dinero, mucho dinero.
Para que lo tengamos claro, las autoridades mundiales llevan meses haciendo pedagogía a lo grande, hasta conseguir que memoricemos dos mensajes fundamentales que todos repetimos ya hasta dormidos: uno, que la crisis es muy gorda, histórica, sin precedentes, apocalíptica. Dos, que la culpa es de unos cuantos codiciosos, malos capitalistas, que han fastidiado un invento que sin ellos funcionaría de maravilla.
El trabajo de propaganda, perdón, de pedagogía, es fundamental. Si usted no asume ambas ideas, le parecerán mal las soluciones propuestas, querrá otra cosa, y no compartirá el entusiasmo por los resultados de la cumbre de Londres. Allí nuestros líderes, que de estas cosas saben un rato, han comprendido que lo que necesitamos no es menos capitalismo, ni otro sistema, sino más capitalismo, eso sí, del bueno, del ético.
El capitalismo utiliza las crisis para renovarse, para que el invento dure otros cuantos siglos. De eso se trata: no cambiarlo, sino mejorarlo, reforzarlo. Ya saben: lo que no te mata te hace fuerte.