«La vida es maravillosa, porque le da la posibilidad a cada generación de probarse a sí misma: de crecerse o sucumbir»Silvio Rodríguez Es esta una carta abierta lanzada al vuelo; que interpela tanto a ese gerente de unos grandes almacenes que se frota las manos con avidez, como a la familia de barrio humilde gastando […]
Silvio Rodríguez
Es esta una carta abierta lanzada al vuelo; que interpela tanto a ese gerente de unos grandes almacenes que se frota las manos con avidez, como a la familia de barrio humilde gastando con frenesí; a quien solo cree en los festivos que traen estos días y al parado o la precaria que no conocen las vacaciones como tal; a ese conductor eternamente malhumorado y a quien exhibe una sonrisa a plazo fijo para estas fechas que dicen «tan entrañables»; y hasta a la mascota de la casa, que de todos es el reino de los regalos… Una carta para ti.
Cuando leas esto un grupito de 6 jóvenes de la Rioja Alavesa estaremos en Grecia, en los maltrechos campamentos en que, aunque nos olvidemos de ello, siguen habitando miles de personas refugiadas (por cierto, ¿refugiadas es el término correcto, cuando precisamente se trata de gentes a quienes negamos refugio?). Somos dos chavalas de Elciego, una moza de Oyón, uno de Samaniego y otros dos de Elvillar. ¡Una fabulosa selección de la cosecha joven de esta temporada!
No es fácil ser joven en el medio rural en general, tampoco en la Rioja Alavesa; más bien es extremadamente difícil. Bien pocos atractivos mientras toca quedarse en los pueblos, nulos incentivos luego para potenciar que alguien permanezca y solo cierta oferta que la juventud conoce bien para evadirse en momentos bajos…
Y, sin embargo, ahí vamos ‘los 6 de la Rioja Alavesa’: en Quíos, isla griega, junto a Turquía, en primera línea de la llegada de chalupas. Con ilusión a raudales, aprendiendo a cada paso, ajenos a asistencialismos caritativos, lejos de zonas de confort, ocupando espacios de los que broten nuevas formas de solidaridad y de apoyo mutuo, sin escurrir el bulto de la responsabilidad de lo que hoy ocurre en el mundo: porque es hora de poner el cuerpo y reapropiarse de nuestras vidas. Se dirá que perdiendo festivos y dinero, y, técnicamente, así es. Pero, ¿alguien duda que a la vuelta podremos decir que hemos recibido mucho más de lo ofrecido? Y es que, ¿acaso no es esto, en el fondo, un ejercicio de reciprocidades?
Aunque solo sea por interés
Unas líneas para quien alega que no se le ha perdido nada en el Mediterráneo, para quien le rebotan las cifras que alertan de que este año se han ahogado allí casi 5.000 personas. Le diríamos que en este asunto podríamos actuar solo por puro interés, sin pensar en los demás. Porque, en verdad, en función de lo que durante estos años hagamos (o no hagamos) en torno al candente asunto de las personas refugiadas y sus derivados, así se irán fraguando las grandezas o las desventuras de la Europa del siglo XXI en general. Efectivamente, es este asunto un juego de espejos donde nos reflejamos, según el caso, deformes o con hermosura. Aquí hay millones de vidas en juego, y no hablamos solo de las de quienes se hacinan en los campamentos de la -de nuestra- vergüenza. La cosa va de nosotros y nosotras. Por eso nos parecen certeras las palabras de la filósofa Marina Garcés: «No se trata de pensar en el Estado acogiendo o no refugiados, sino de quiénes somos nosotros, en este mundo común». De modo que bien podría decirse que en el Mediterráneo hoy se nos ha perdido nuestro futuro político como especie. ¿Desmesurado? Leamos el párrafo siguiente.
Gobiernos de todo signo político viran en masa a la derecha más extrema como arrastrados por un viento huracanado. Pocas pruebas mejores de ello que la infamia de las declaraciones de Angela Merkel, al calor del reciente atentado de Berlín, poniendo en la diana gratuitamente al colectivo refugiado (y rememorando aquel ministro del PP, Acebes se llamaba, en las horas posteriores al 11M). Lo cierto es que Europa ha levantado ya más de media docena de alambradas en diversos países, con una longitud de 1.200 kilómetros (si bien las heridas que las vallas del imaginario social y político dejan son mucho más profundas). ¿Qué está pasando? ¿Hasta qué punto es real que una ola xenófoba esté impregnando nuestras sociedades? ¿Hasta dónde es algo inducido desde el poder? Tal vez el racismo no es sino el dedo al que observamos con embeleso, cuando la Luna que habría que mirar serían las políticas opresivas y de ajuste que estrangulan a los pueblos, a todos los pueblos, producto de lo cual en la periferia se generan desplazamientos por millones y en los países centrales la tensión social desemboca en segregacionismo. Un círculo vicioso.
Sea como fuere, hoy un frente europeo de rechazo a las personas refugiadas se alza poderoso. Pero no es lo único que hay. Si miramos la realidad desde abajo nos daremos cuenta de que si alguien ha respondido ante semejante ofensiva es un rico tejido social auto-organizado presente en ciertos países de la ribera mediterránea desde el principio, entramado del cual nos sentimos partícipes. No son las agencias institucionales ni otros actores similares quienes han demostrado mayor implicación, operatividad y dignidad política, sino miles de jóvenes, desocupados, bomberos, profesoras y jubiladas de todo el mundo, destilando solidaridad de primera. Ahí vamos.
Ahí estamos, sí. Pero, ojo: en enero volvemos a nuestros pueblos y así arrancará la segunda parte del proyecto de nuestra brigada, conscientes de que la cuestión de las personas refugiadas precisa de un ejercicio de pedagogía política. Porque necesitamos una lenta y sostenida batalla de pensamiento y debate en cada pueblo de Europa para ir ganando terreno en una contienda, por ahora, perdida por k.o. «La clave está en el empoderamiento de la sociedad, que tome conciencia como actor politizado y presione cambios progresivos», señalaba un vecino de Oyón en una charla hace un año. Nos apuntamos a eso.
Caro es no hacer nada
Nos apuntamos a eso, que, a ver si se enteran algunos anunciantes, es un sueño bien baratito. Contrariamente a lo que se nos quiere hacer creer a fin de encarecerlos (y lograr así enjaularnos), sí tenemos sueños baratos. Lo hemos comprobado en nuestros pueblos de la Rioja Alavesa durante todos estos meses quienes impulsamos iniciativas a favor de los derechos de las personas refugiadas. Acciones en las que sobrecoge el extraordinario apoyo que nos han brindado siempre las gentes de la comarca: y es que también son sueños baratos los de quienes nos han cedido una botella de vino, una tortilla o unos bocaditos de jamón en los pintxo-potes que han financiado esta aventura.
Nuestros sueños son baratos. Los que son, digamos, caros son los de los bancos que nos extorsionan y chantajean sin cesar, los de la industria del armamento que crece a modo de metástasis social o los del descomunal desfalco de esas que se veneran como estrellas del deporte.
Mas, por encima de todo, lo que puede resultarnos caro de verdad es no hacer nada, y dejar que todo se pudra, que el destrozo de la política de fronteras perdure, que el clima autoritario lo vicie todo y su hedor penetre hasta nuestros dormitorios, hasta nuestros sueños. Ese precio a pagar sí que sería inasequible.
Nosotros y nosotras, igual que Mikel y Bego, activistas vascos encarcelados en Grecia, lo sabemos bien: «Crecerse o sucumbir».
Jonathan Ruiz, voluntario que forma la brigada Arabako Errioxa junto a Aiala Baigorri, Eva Cañas, Uxue Fernández-Andes, Toño Gainzarain e Iván Zapata.
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