Je suis la plaie et le couteau !«Je suis le soufflet et la joue !Je suis les membres et la roue, Et la victime et le bourreau !Je suis de mon coeur le vampire, – Un de ces grands abandonnés Au rire éternel condamnés, Et qui ne peuvent plus sourire.» (Soy la herida y el […]
Je suis la plaie et le couteau !
«Je suis le soufflet et la joue !
Je suis les membres et la roue,
Et la victime et le bourreau !
Je suis de mon coeur le vampire,
– Un de ces grands abandonnés
Au rire éternel condamnés,
Et qui ne peuvent plus sourire.»
(Soy la herida y el cuchillo/soy la bofetada y la mejilla/soy los miembros y la rueda del suplicio/¡soy la víctima y el verdugo!/Soy de mi corazón el vampiro,/-uno de esos grandes abandonados/a la risa eterna condenados/ y que ya no pueden sonreir)
( Baudelaire, Heautontimoroumenos )
El Reino de Bélgica se ha visto sorprendido estas últimas semanas por unas declaraciones de su más alto prelado, Monseñor Léonard, arzobispo de Malinas y primado de Bélgica, sobre el SIDA. En un libro de conversaciones que había pasado hasta ahora inadvertido y que acaba de traducirse al neerlandés atrayendo la atención de los periodistas flamencos y del conjunto de la opinión pública belga, el prelado responde prudentemente a una pregunta algo provocadora del periodista acerca del SIDA negando que esta enfermedad sea un «castigo divino». Con ello, Monseñor Léonard se desmarca de la extrema derecha religiosa que había afirmado desde la era Reagan que el VIH era el instrumento directo del castigo divino que merece nuestra corrupta humanidad por los desordenes en materia de «moral sexual» que suponen la promiscuidad y la homosexualidad. El cardenal belga no afirma eso, afirma sin embargo, que en el SIDA podría verse, si no un castigo «un acto de justicia inmanente» en el que Dios no actúa de manera directa, sino a través de las leyes de la naturaleza. Entrevistado por la televisión belga acerca de las declaraciones vertidas en el libro, Léonard se reafirma en lo dicho y lo justifica. Recuerda por ejemplo que, en las cajetillas de cigarrillos se apela ya a esta justicia inmanente y que se recuerda al fumador que «el tabaco mata». También, usando una perspectiva «ecológica» sostiene el prelado que quien contamina tiene que sufrir él mismo los efectos de su incauto proceder.
El SIDA no es, pues, un castigo, sino un efecto directo del propio acto sexual «irregular» crudamente caracterizado por el representante de la Iglesia de Bélgica como el «uso de mucosas» que no son las adecuadas». La adecuación de las mucosas obedece aquí a dos criterios: un criterio fisiológico, esto es que se haga uso o no del conducto «natural» («vas naturale»)y un criterio jurídico, a saber que el acto se consume con el cónyuge legítimo y con la finalidad legítima del matrimonio que es la procreación. La epidemia de SIDA se ha extendido, según el monseñor, como efecto directo de la promiscuidad sexual reinante. De ahí que no hable de «castigo» en el mismo sentido del castigo divino infligido a Sodoma y Gomorra, sino de «justicia inmanente», esto es de efecto proporcionado a la causa, en este caso, de enfermedad que corresponde directamente -según él- a un acto «antinatural».
Independientemente de sus disparatadas apreciaciones «epidemiológicas» que vienen a incidir en la mortífera y oscurantista campaña que el Vaticano y otras sectas cristianas despliegan a propósito del SIDA, lo que llama la atención en la afirmación del prelado belga es la proximidad de su lógica, no ya a la de las extremas derechas relgiosas que blanden ante los pecadores la inminencia del castigo divino, sino a la corriente principal del neoliberalismo. Léonard, en sus declaraciones no sería así un simple cavernícola como algunos pretenden, sino un eclesiástico resueltamente «postmoderno», capaz de enlazar la vieja tradición cristiana de la «oikonomia», la economía de la salvación en la que Dios se vale de los recursos de este mundo para hacer llegar su reino y, en particular, recurre a la justicia inmanente de la «naturaleza», con la novedosa teoría (neo)liberal de la economía de mercado. Dos falsas inmanencias se comunican así a través de los siglos.
Baste recordar que el liberalismo desde su época clásica siempre se ha presentado como una fuerza de oposición al poder soberano. Lo que propugna el liberalismo es una contracción del poder soberano y un libre despliegue de la presunta capacidad de autoorganización de la sociedad en torno al mercado. La intervención directa del soberano para reprimir una conducta debe pues ser algo cada vez más excepcional, siendo el modo normal de gobierno aquél que se rige por la lógica económica de las acciones y reacciones de los sujetos libres que procuran realizar sus intereses en el mercado. La justicia inmanente es, en este contexto, la que arruina a un comerciante que vende productos que nadie quiere o al pródigo que dilapida sus recursos y tiene que vender su fuerza de trabajo en el mercado para sobrevivir. El mercado no castiga las conductas «irregulares», pero hace que generen pérdidas. En eso es el mercado el operador más eficaz de la justicia inmanente.
Lo que ocurre es que el propio mercado es algo constantemente creado y reproducido por la intervención del soberano y que, dejado a su suerte, genera crisis que amenazan su propia existencia. Tal fue el gran descubrimiento del neoliberalismo que, tanto en su versión alemana (el Ordoliberalismus ) como en su versión anglosajona propugnan una firme intervención del Estado para fomentar el buen funcionamiento del mercado. Lo que para el liberalismo inicial era simple fruto de la naturaleza es ahora resultado de un artefacto político que «ayuda» a la naturaleza a funcionar correctamente.
Un excelente ejemplo de este funcionamiento de la «justicia inmanente» neoliberal lo tenemos en la actual política de liquidación del derecho a la jubilación con una pensión digna. Este derecho, hasta ahora garantizado por los poderes públicos, tiende, mediante una resuelta intervención política sobre las edades de jubilación y sobre el cálculo del importe de las pensiones, a desaparecer del paisaje social de la Europa occidental. El vacío que deja quedará progresivamente cubierto por fondos de pensiones por capitalización enteramente financiarizados. Esto podría considerarse un elemento anecdótico dentro de una ya larga estrategia neoliberal de privatizaciones, si no fuera porque amenaza con convertirse en el instrumento principal de un renovado «capitalismo financiero popular».
Se sabe que uno de los objetivos del neoliberalismo es la «desproletarización». Se trata de liquidar la lucha de clases haciendo que los trabajadores sean propietarios, de su vivienda, de su automóvil, incluso parcialmente de su empresa. En realidad, este objetivo algo utópico sólo se ha logrado en ínfima parte en algunos países como Alemania y los países nórdicos. En los demás, el sueño de la propiedad de la vivienda y del automóvil se ha transformado para muchos en la pesadilla del endeudamiento y la participación en el capital de la empresa no ha llegado a ser ni siquiera simbólica por falta de capacidad de ahorro. La transformación de los regímenes de pensiones brinda hoy al capital una oportunidad histórica para cumplir este programa de desproletarización. La liquidación de la pensión por reparto y su sustitución por la pensión por capitalización hacen de todo trabajador un participante en un fondo de pensiones cuya función es buscar sin descanso las inversiones más rentables posibles. Si la inversión en una determinada empresa ha dejado de ser suficientemente rentable, el capital financiero, como la langosta, busca otro lugar más propicio para obtener el rendimiento financiero que reclaman sus clientes. Ahora bien, sus clientes son los propios trabajadores de las empresas a las que se exige aumentar los márgenes de beneficio, en particular mediante una mayor explotación de sus trabajadores. Como lúcidamente explica Frédéric Lordon «Mediante las masas de ahorro que implica, la jubilación por capitalización lleva al colmo la implicación financiera de los asalariados y, por ello mismo, vincula objetivamente los intereses de los asalariados a la buena fortuna de la finanza, la cual prospera precisamente oprimiéndolos. Un sofista liberal que pasara por aquí objetaría, sin duda, que si ahora sufren un poco los asalariados, los jubilados que ellos mismos serán más tarde saldrán beneficiados. […] Pero lo mandaremos a paseo haciéndole observar, basándonos en las numerosas experiencias ya existentes, que los fondos de pensión por capitalización producen a la vez asalariados explotados y jubilados indigentes, sencillamente porque los numerosísimos intermediarios de la división del trabajo financiero se cobran en especie embolsándose gigantescas comisiones.»
El trabajador queda así dividido entre su condición de titular de un fondo de pensiones que exige mayores beneficios a las empresas donde invierte y de obrero o empleado de una de esas empresas, que aspira a mejorar sus condiciones laborales. Si, como dueño de una parte del fondo de pensiones exige mayor rentabilidad a éste, lo que está reclamando es ser más intensamente explotado o incluso ser despedido si el capital invertido no obtiene una remuneración suficiente. Si, en cambio, como obrero exige unas condiciones de trabajo y remuneración dignas, disminuirá por ello mismo la remuneración del capital financiero y pondrá en peligro su puesto de trabajo. Como futuro jubilado se hará solidario con el capital financiero en general y denunciará a los gobiernos que quieran limitar la movilidad del capital financiero. Ante cualquier intento de regulación de los movimientos del capital financiero podrá acusarse a los gobiernos y a los sindicatos que apoyen estas medidas, de «insolidaridad con nuestros mayores». Quien intente, frente al poder financiero, finalmente interiorizado, realizar una política con objetivos de clase que no sean los de la burguesía, tendrá que atenerse a las consecuencias de sus actos y arriesgarse a que su pensión por capitalización financiera se degrade. Aunque, de todas formas esa perspectiva de degradación está garantizada también por la monstruosa tasa de beneficios en formas de comisiones de los intermediarios financieros.
Tal es el nuevo marco «natural» que el neoliberalismo nos propone y contra el cual toda rebelión, en el caso improbable de que se produzca, saldrá muy cara, en términos estrictamente mercantiles. Como diría Monseñor Léonard, la naturaleza «se venga, mediante su justicia inmanente» cuando nos apartamos de ella.» Esto nos hace ver lo que hoy está en juego en Francia y en toda Europa. La resistencia francesa contra la reforma de las pensiones es directamente política y, como toda acción política, se enfrenta a la enorme mistificación que es la apelación a esa muy artificial «naturaleza» representada por las «leyes del mercado». Gracias a Freud y a Marx sabemos hoy que ni en la sexualidad humana, ni en las relaciones sociales gobierna ningún tipo de naturaleza. Quien habla a este respecto de «naturaleza» nos quiere engañar presentándonos como «natural» su orden moral o político.
Fuente: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2010/10/sida-pensiones-y-justicia-inmanente-del.html
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