Cuando la editorial con la que colaboro pidió mi opinión sobre la conveniencia o la inoportunidad de publicar el libro en el que Nicolas Sarkozy resumió su modo de encarar la vida justo antes de presentarse a las elecciones presidenciales francesas, opté por leerlo, como primera providencia. Acto seguido, informé favorablemente. Me pareció el libro […]
Cuando la editorial con la que colaboro pidió mi opinión sobre la conveniencia o la inoportunidad de publicar el libro en el que Nicolas Sarkozy resumió su modo de encarar la vida justo antes de presentarse a las elecciones presidenciales francesas, opté por leerlo, como primera providencia. Acto seguido, informé favorablemente. Me pareció el libro de un reaccionario ilustrado y bastante astuto. (Aquí salió publicado con el título de Testimonio.)
Entendí que era conveniente que los lectores españoles tuvieran la ocasión de comprobar que no todos los políticos reaccionarios del mundo entero son necesariamente superficiales, garrulos y zotes. Me lo tomé como una contribución generosa a la elevación del listón de exigencia de la derecha española. Uno es así de altruista.
Pero siempre ha sido muy poco práctico echar margaritas a algunos animalillos que no citaré, porque las buenas maneras lo desaconsejan.
Tras haber oído las sesudas consideraciones de Mariano Rajoy sobre el cambio climático (que por feliz ventura no confundió con el ajuste del aparato de aire acondicionado de su despacho) y después de haber leído una amplia reseña sobre la última obra de José María Aznar, titulada Cartas a un joven español (al que llama Santiago, pero al que no apellida Ycierraespaña para no darnos excesivas pistas), me doy cuenta de la inutilidad de mis esfuerzos.
Esta gente no podrá tutearse con los políticos como Sarkozy (por no citar a Villepin) ni aunque siga un cursillo acelerado de enciclopedismo de andar por casa, con urgentes añadidos de dicción y retórica.
Permitidme que os aporte tres muestras de la profundidad del pensamiento del ex presidente Aznar. Una: «España, además de un deber, es una pasión y un sentimiento hondo». Dos: «El ser español lo impregna todo, así de poderosa es nuestra nación». Tres: «Como decía Juan Pablo II, la libertad y la verdad están más allá de la verdad técnica».
Según leí tales apotegmas, me acordé de una reciente maldad de un político de mi tierra. Dijo: «Los hay que se distinguen porque, cuando se ven en un agujero muy profundo, lo único que se les ocurre es seguir cavando».
http://www.javierortiz.net/jor/dedo/siempre-cabe-hundirse-mas