A ojos vista espeluznados por la difuminación de su poderío -se pierde puede que a trancos-, al parecer la administración de Donald Trump y los neocons «sueñan» con una guerra atómica limitada y localizada contra Rusia. Prueba de lo cual la constituye la recién anunciada decisión de retirarse unilateralmente del Tratado de Fuerzas Nucleares de […]
A ojos vista espeluznados por la difuminación de su poderío -se pierde puede que a trancos-, al parecer la administración de Donald Trump y los neocons «sueñan» con una guerra atómica limitada y localizada contra Rusia. Prueba de lo cual la constituye la recién anunciada decisión de retirarse unilateralmente del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF por sus siglas en inglés)…
¿Por qué afirmamos esto?, nos preguntaría un lector desavisado, al que responderíamos siguiendo la lógica de Pepe Escobar, quien en enjundioso artículo desmonta la falacia esgrimida por los enfebrecidos halcones.
Publicado en Asia Times, Kritica y La Haine, el texto del reputado colega nos devela convincentemente la razón de que los Estados Unidos se retiren del pacto que prohíbe los misiles de alcance medio, algo que, por cierto, ha hecho entrar en shock a Europa occidental, según le ha revelado al citado observador una cohorte de diplomáticos del Viejo Continente. Y no en vano. Evoquemos con nuestra fuente que cuando Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov firmaron, en 1987, el INF, la Organización Internacional de Control de Armas se exhibió extremadamente complacida: «Esta es la primera vez que mediante un Tratado las superpotencias acuerdan reducir sus arsenales nucleares, al eliminar una categoría completa de armas nucleares y aplicar inspecciones exhaustivas para la verificación del acuerdo».
Ahora cunde la decepción. Al punto -salpimentemos estos renglones con una anécdota entresacada de las líneas de Escobar- de que, cuando el trumpiano asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, se reunió con el presidente Vladimir Putin para informarle oficialmente del paso, este le habló a aquel en lenguaje que puso en solfa la postura, en tanto discutían candentes asuntos, como la propia disolución del INF, la perpetuación de las sanciones contra Rusia, el riesgo de no extender un nuevo Tratado START y el despliegue de algunos elementos de la «defensa» antimisiles en el espacio exterior.
Putin ironizó: «Si mal no recuerdo, en el escudo de armas de EE.UU. hay representada un águila calva que tiene 13 flechas en una garra y una rama de olivo en la otra como símbolo de una política pacífica: esa rama tiene 13 aceitunas. Sr. Bolton, yo me pregunto: ¿Su águila ya se ha comido todas las aceitunas y ha dejado solo las flechas?». A lo que, también adusto, y lapidario en la soberbia, el interlocutor contestó: «No he traído aceitunas».
Carencia calzada por una falsedad: en palabras del representante de la Oficina Oval, hoy existe una nueva coyuntura estratégica, y el arreglo bilateral no tiene en cuenta los cohetes de que disponen China, Irán y Corea del Norte. Y sí, decimos que falsedad por el simple hecho de que el ajuste se circunscribe a artilugios con un alcance de entre 500 y cinco mil kilómetros -los poseídos por los tres «levantiscos» países citados no entran en la amenaza esgrimida como causa-; que más bien solo podrían usarse en un escenario bélico ceñido a la «civilizada» Europa. De ahí el apenas disimulado espanto de Bruselas y las principales capitales. Representantes de la UE han aseverado sin cortapisas a Asia Times: La medida de USA «pone en peligro nuestra propia existencia y nos somete a una posible destrucción nuclear con misiles de corto alcance, unos misiles que nunca podrían alcanzar el corazón de los EE.UU.».
Una guerra aún más fría
Para el periodista Rafael Poch de Feliu (rafaelpoch.com) no cabe duda alguna: la situación es mucho más peligrosa que durante la Guerra Fría. El anuncio de Donald Trump del 20 de octubre representa un nuevo desastre, que continúa una tremebunda saga contentiva del «desmantelamiento de los grandes acuerdos que ordenaron la tensión nuclear global entre las dos potencias e iniciaron luego, con Gorbachov, un importante desarme estratégico […]; el acuerdo de no proliferación nuclear (de ámbito global pero cuyo primer artículo obligaba a los tenedores de bomba a desarmarse), el acuerdo ABM de 1972 que limitaba los sistemas interceptores de misiles (con el fin de que no dieran lugar a la instalación de más misiles estratégicos -largo alcance- para escapar a su posible interceptación, lo que abría una escalada de proliferación sin horizonte), así como los sucesivos acuerdos de reducción de misiles estratégicos START. Siempre por iniciativa de Estados Unidos, esos acuerdos han sido anulados (ABM, INF), ignorados, o descafeinados. Eso último es lo que ocurrió con los acuerdos START a partir del firmado en Moscú en 2002, cuando se permitió que las armas retiradas no fuesen eliminadas, sino guardadas en el almacén, lo que permitía su reversibilidad. Aquel acuerdo acabó con el desarme real, es decir, vinculante, verificable y en un marco de disminución, para entrar en otra cosa».
Desde entonces, todo ha rodado cuesta abajo en la hegemonía unipolar de Washington. «Apenas hay garantías ni canales de comunicación contra lo que se llamaba MAD (destrucción mutua asegurada), pero las potencias nucleares están en contacto militar directo diariamente, con barcos y aviones de Estados Unidos provocando y acechando las fronteras de China y de Rusia, en el mar de China meridional, en el Báltico, en Europa del Este y en el Mar Negro, por no hablar de los contactos en el conflicto de Siria. En las actuales condiciones la posibilidad de incidentes o accidentes entre potencias nucleares es solo una cuestión de tiempo».
Tratando de obviar el pesimismo, por una simple cuestión de salubridad espiritual, sí debemos coincidir en que a los despistados que hablan de «responsabilidades compartidas» y «expansionismo ruso» habrá que enseñarles en un mapa que esas fricciones no tienen lugar en el golfo de México ni en Canadá. «La geografía (y la retirada de acuerdos y la cuantía de los presupuestos militares) delata al principal provocador». A todas luces, «la retirada de Estados Unidos del acuerdo INF contribuye a esa insana degradación, incrementa el riesgo de guerra o accidente nuclear en Europa y al mismo tiempo está dirigida contra China. El acuerdo de 1987 impedía a Estados Unidos desplegar armas nucleares tácticas. Ahora, saliendo de él, Washington puede desplegarlas alrededor de China, una potencia no concernida por aquel compromiso, y de Corea del Norte…».
En el criterio de Poch, la visita del siempre iracundo Bolton a Moscú debe de haber supuesto una humillación en toda la línea para el Kremlin, «cuya obsesión y gesticulación en materia estratégica (recuerden los videos de Putin en su último discurso sobre el estado de la nación, el pasado marzo, jactándose de la nueva generación de misiles hipersónicos ‘sin análogos en el mundo’) está encaminada a ser tenido en cuenta por Estados Unidos. Eso no es fácil cuando la desproporción de medios es tan enorme: Washington se gasta 700.000 millones de dólares anuales en sus militares, mientras Rusia no llega a los 70.000, y eso sin contar a los aliados europeos de la OTAN que, sumados a EE.UU. arrojan 950.000 millones. Bolton les ha dicho a los rusos que la retirada del INF no es contra ellos, sino contra los chinos. Imposible imaginar mayor ofensa a Putin que decirle: ‘contigo ni siquiera contamos'».
Este ha advertido que, ante la ausencia de un convenio borrado de un plumazo por los gerifaltes de la ciudad del Potomac, «si Estados Unidos despliega nuevos misiles (nucleares) intermedios en Europa, las naciones europeas estarán en riesgo de un contragolpe (ruso)». Y en Beijing, el presidente Xi Jinping ha recibido el mensaje. Sabe perfectamente que las sanciones y barreras comerciales de Trump no se erigen en una mera disputa económica, sino también, o quizás sobre todo, «en una ofensiva directa contra el desarrollo y ascenso chino, es decir contra lo más sagrado de la política china. El pivot to Asia (despliegue del grueso de la potencia aeronaval americana alrededor de China), y el cuarteto militar formado en Asia con Japón, Australia e India, forman parte de la misma demencial arquitectura que la retirada del INF».
No en balde en una reciente comparecencia ante los mandos del sur responsables de la vigilancia del estrecho de Taiwán y de las islas en disputa, Xi instó a sus tropas a concentrarse en prepararse para luchar y vencer. Colocando el parche antes de que aparezca el desgarrón, continuó: «Debemos aumentar las maniobras para disposición al combate, los ejercicios conjuntos y las maniobras de confrontación para mejorar la capacidad de las tropas y la preparación para la guerra».
Casi simultáneamente, en el Foro de Seguridad de Varsovia, el exjefe de las fuerzas castrenses norteamericanas en Europa teniente general Ben-Hodges lanzaba su pronóstico: «No es inevitable, pero creo que en los próximos quince o diez años tenemos una gran posibilidad de estar en guerra con China».
El Pentágono, en ebullición
¿Y la ganarían, en el improbable caso de que no se convirtiera en un conflicto universal? Bueno, esto puede ser el meollo de lo que abordamos. Aunque China no ha alcanzado aún colocarse a la par de la Unión, está marchando rauda en ese sentido. Pero ello no es lo más significativo. Sucede que el gigante asiático mantiene una relación estratégica con Rusia que incluye la esfera bélica, y el «oso» anda más adelantado que el «dragón» en esos «menesteres», precisamente por la visión de auge asimétrico en vista de que no logra competir con el Tío Sam en cuanto a presupuesto en el ramo. Tanto impulso de tal índole que -evoca el entendido Valentin Vasilescu (Red Voltaire)-, ante «el retraso de Estados Unidos en el desarrollo de misiles hipersónicos [los rusos poseen el fabuloso Avanguard], Trump pretende reconstruir el arsenal estadounidense de misiles nucleares de alcance intermedio. Estados Unidos ya no fabrica motores para ese tipo de misiles -incluso utiliza motores rusos para los cohetes estadounidenses Atlas V. Otro sector donde Moscú también tiene la ventaja sobre Washington». De ahí el rompimiento con el INF.
Recapitulemos con el comentador citado en el párrafo anterior. «En aplicación del Tratado INF, firmado en 1987, la URSS -luego Rusia- y Estados Unidos destruyeron todos los misiles nucleares terrestres de alcance corto, medio e intermedio (entre 500 y 5 500 kilómetros). Los misiles de alcance superior a los 5 500 kil ó metros son considerados misiles balísticos intercontinentales (ICBM, siglas en inglés) y no entran en ese tratado. Debido a la firma del Tratado INF, Estados Unidos retiró sus misiles nucleares de Europa. Los principales beneficiarios de ese tratado fueron los países europeos y Rusia. La salida unilateral de Estados Unidos del Tratado INF, anunciada por Trump, no modifica la situación para los propios Estados Unidos ya que la distancia entre el territorio continental estadounidense y la Rusia europea es superior a los 5 500 kilómetros. Trump creyó que podía engañar a Putin al menos con los sistemas de lanzamiento VLS MK-41 de los escudos antimisiles estadounidenses instalados en Rumania y Polonia. Derivados de los sistemas existentes a bordo de los cruceros lanzamisiles estadounidenses AEGIS de la clase Ticonderoga, esos sistemas son capaces de lanzar misiles crucero Tomahawk equipados con ojivas nucleares miniaturizadas W80, de 5 a 50 kilotones. Pero la velocidad de los misiles crucero estadounidenses es 20 veces inferior a la de los misiles balísticos rusos, además de que su lanzamiento puede ser detectado por los satélites rusos de observación, capaces de captar la energía térmica que desprenden los misiles en el momento mismo del lanzamiento».
Lógicamente, el Pentágono se encuentra en ebullición. Conoce que su debilidad se ha oreado en público y que necesita urgentemente nuevos tipos de estos objetos para instalarlos cerca de las fronteras con la Federación. El problema es que el magnate-mandatario no ha tenido en cuenta que Washington ya no cuenta con importantes elementos para fabricarlos. «En la época en que la NASA recibía fondos importantes, las fuerzas armadas estadounidenses disponían de los motores más poderosos. Pero en los últimos 15 años, la NASA se convirtió en una organización que no es ni la sombra de la entidad que envió los primeros hombres a la Luna», afirma Vasilescu, quien comparte con diversos analistas la opinión de que la preponderancia gringa anda de capa caída.
Rememoremos que la prometida entrega de los antiaéreos S-300 y S-400 a Siria y la India, respectivamente, provocaron una reacción negativa inmediata del Gobierno de Donald Trump. Una señal de que la Casa Blanca teme las capacidades operativas de esos armamentos, porque, al decir de Alfredo Jalife-Rahme, columnista de La Jornada, les restan posibilidades a su aviación y medios coheteriles que actúan en ambos teatros de operaciones. Por su parte, «el conflicto en Siria ha mostrado que Estados Unidos ha perdido la superioridad en materia de guerra convencional y que esa superioridad ha pasado a manos de Rusia. El desarrollo de una nueva generación de vectores nucleares hipersónicos rusos parece indicar que Estados Unidos también se ha quedado atrás en el terreno nuclear. Con la esperanza de salir de ese retraso, el Pentágono pretende aprovechar -mientras aún está a tiempo de hacerlo- la superioridad cuantitativa de su arsenal nuclear para tratar de imponer su voluntad a Rusia y China».
Como si no bastara, el portal Wirtualna Polska ha explicado por qué los mandamanses de la OTAN están tan preocupados por el despliegue de los tácticos Iskander-M cerca de los lindes occidentales de Rusia. Ese medio ha hecho especial hincapié en la incapacidad de interceptarlos, ya que realizan maniobras impredecibles cuando regresan desde el espacio a la atmósfera, una característica que les distingue de los convencionales.
A modo de colofón, es vox populi que el Ejército de EUA afronta «serios problemas» y podría perder la próxima gran guerra en la que se involucre si no atiende las recomendaciones del más reciente informe de la Comisión de Estrategia de Defensa Nacional. Al menos, esta es la conclusión a la que ha llegado Thomas Spoehr, teniente general retirado y director del Centro para la Defensa Nacional de la Fundación Heritage, tras analizar el documento en The National Interest.
La entidad dibuja «una imagen extraordinariamente preocupante» del estado de la protección territorial, calificando la situación actual de «crisis grave» que exige una «urgencia extraordinaria», considerando el clamor «un llamado al que debemos prestar atención». Glosados por numerosas agencias de prensa, el reporte señala que Washington afronta cinco «desafíos crecientes» -China, Rusia, Irán, Corea del Norte y el terrorismo transnacional-, si bien tiene «menos fuerzas militares que en cualquier otro momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial». Según Spoehr, «numerosos expertos, tanto dentro como fuera del Gobierno, nos han estado diciendo lo mismo durante años»: la Armada afirma que requiere 355 barcos para cumplir con los objetivos de la estrategia de resguardo nacional, pero cuenta solo con 286. La Fuerza Aérea, con 312 escuadrones, se queja de que precisa 386. El Ejército terrestre, integrado actualmente por 476 mil soldados activos, aspira a congregar no menos de 500 mil… «Si las recomendaciones no son atendidas, una de las declaraciones más escalofriantes podría llegar a suceder: que «EE.UU. perdiera la próxima guerra con otro país», concluye el analista.
Todo lo cual nos reafirma que la cacareada embestida nuclear limitada y localizada contra Rusia no pasa de onanismo mental -perdonen el desplome del tono- de algunos cuyo poderío se ha degradado y que, resistiéndose a aceptarlo, sueñan con lo imposible: un Apocalipsis en «pequeña» escala, destinado a quien ha apostado por una defensa la mar de inteligente, asimétrica, y que ha dicho a aquellos que quieren escuchar que no aspira a convertirse en gendarme del orbe, como los enfebrecidos legionarios de USA.
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