En este artículo el autor defiende la necesidad de salir a la calle, de estar en la calle, para llegar a ocupar la silla presidencial en Planalto, insistiendo en que «llegó la hora de salir de la burbuja, de la academia y parar de hablarle al convencido».
En Brasil, quienes ganaron en la primera vuelta electoral son quienes están más preocupados, por lo incierto de la segunda ronda dentro de tres semanas, que definirá si el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva vuelve al poder o el ultraderechista Jair Bolsonaro lo conserva por cuatro años más. Mientras, los perdedores, están con la adrenalina ante la posibilidad de conservar la presidencia y el poder.
A Lula le faltó menos del dos por ciento de los votos válidos para adjudicarse la presidencia, pero el clima preparado por las encuestadoras lo daba como ganador. El fascismo ya estaba en el gobierno, pero ahora aparece fortalecido. A tres semanas del balotaje, la ventaja de Lula en las encuestas sigue estable, a pesar del terrorismo desatado por la maquinaria bolsonaristas.
De todas formas, el primer turno electoral demostró que las fuerzas democráticas están bien posicionadas para conquistar a la mayoría de los electores, aun cuando la alianza con el neoliberalismo no parece haber tenido gran peso en la votación por Lula. En Sao Paulo pesó mucho más la unidad con el Partido Solidario (PSOL) y la gran votación de Guilherme Boulos que la figura del derechista Geraldo Alckmin, el candidato a vicepresidente.
El apoyo tardío de los líderes históricos del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) tampoco parece haber tenido influencia electoral. Quizá dialogar con sectores neoliberales pero que no están cómodos con la dinámica fascistizante Bolsonaro, sea realmente importante para la segunda vuelta.
Ya la candidatura de Bolsonaro dejó de ser “competitiva” para pasar a ser una con reales oportunidades de victoria, en base a su fuerza organizada tanto en el Estado como en la sociedad y en la capacidad política para operar grandes movimientos centralizados de votantes. Además del respaldo nada disimulado de las Fuerzas Armadas.
En la primera semana de la segunda vuelta, Bolsonaro puso en marcha una estrategia para ganar votos con una serie de medidas dirigidas a las personas de bajos recursos, las mujeres y la población nordestina, segmentos considerados estratégicas.
Primero, intentó convencer de que la economía está mejorando. “Reconocemos que el poder adquisitivo de las familias cayó, pero la economía se está recuperando bien”, dijo. El foco es la ampliación de 520.000 familias en el contingente atendido por Auxílio Brasil y la promesa de crear un aguinaldo para las mujeres inscritas en el programa (recién se podrá poner en práctica en 2023 dada la falta de presupuesto este año).
Y sigue usando la máquina estatal y su presupuesto secreto y billonario, las corporaciones del Ejército y las fuerzas de seguridad, las iglesias pentecostales y neopentecostales, las redes sociales dominadas y financiadas por grupos de derecha y extrema derecha integrados al capital trasnacional, la bolsonarización de la campaña de Ciro Gomes y su antipetismo reaccionario, el feminismo coqueto de Tebet, y a los del voto nulo.
Finalmente, bloqueó el presupuesto a la educación… en un país donde sólo falta alguien que arroje un fósforo: una chispa para que se incendie la pradera, dijera Mao. Si gana Lula, deberá rearmar el rompecabezas de conflictos en que el gobierno sumió al Brasil.
Si bien algunos hablan de una fascistización de los sectores populares, lo que quedó en evidencia es la ideología neoliberal o ultraliberal, antipopular y antinacional, que parece haber afincado sus raíces en la clase media-acomodada brasileña, parte de la cual supo ser progresista años atrás.
¿Dónde está el “frente democrático”?
Se habla de una necesaria articulación de la izquierda en el comando de campaña de Lula, porque no basta el apoyo de artistas o académicos, sino que es imprescindible salir a las calles a buscar los votos, máxime cuando quedó demostrado que la población en general no recuerda las acciones en favor de los pobres de los gobiernos de Lula, dos décadas atrás.
El mensaje del lulismo no llegó a las capas de escasos ingresos, básicamente por la negativa a ocupar los espacios públicos, mientras Bolsonaro reunía multitudes por donde pasaba. Aun siendo abanderado del partido de los Trabajadores, el lulismo se olvidó del trabajador, de la población más pobre, encandilado por las agendas neoliberales y perdiendo la posibilidad de conectarse con su electorado.
Hasta el lingüista estadounidense Noam Chomsky señala que no basta tener artistas o académicos de su lado, sino que es preciso salir a las calles y organizar las masas para tener realmente fuerzas populares reales. La gente no sabe que se puede beneficiar con los programas que Lula creó, no sabe que fue el responsable de que sus hijos pudieran ingresar a las facultades. Según el discurso oficial debe haber sido Dios, o la suerte, pero no el PT o Lula.
Una semana antes de las elecciones, la encuestadora Datafolha apuntaba el desempeño de ambos candidatos por segmento: por ejemplo, sexo, escolaridad, ingresos, donde Lula perdía entre las personas con ingresos superiores a cinco salarios, con diploma universitario y entre los evangélicos.
Traduciendo, Bolsonaro es favorito de los que están en el tope de la pirámide económica y académica del Brasil. Ambos sectores, en la cima de ingresos económicos, también.
La izquierda da buenos discursos sobre manipulación mediática, pero carece de planes y estrategias que lleguen a las masas. El progresismo no sabe qué es una política comunicacional. Hay intelectuales lulistas que creen que salir a la calle («ir para a rua») es esconderse en internet: la calle del siglo 21 es digital, no sirven para ganar votos y son útiles en caso de protestas, dicen. La comodidad burguesa ante todo, en nombre de los pobres.
Hoy el desafío para tanto intelectual y académico lulista es comprender el apoyo en masa de los evangélicos a Bolsonaro. Parecen haber olvidado que casi la totalidad de esas iglesias descienden de misiones estadounidenses que en diferentes momentos históricos se instalaron como focos de diplomacia paralela de Estados Unidos, importando su visión política y económica no solo para Brasil sino para toda Latinoamérica.
En las redes sociales, y en especial con los llamados fake-news, los estrategas comunicacionales del bolsonarismo se dedicaron a confundir a su oponente manipulando los hechos e interfiriendo en su capacidad de orientarse en la nueva realidad. La consigna del establishment político, empresarial, judicial y mediático desde hace dos décadas es aniquilar a Lula.
Para sacarlo de la carrera presidencial, poco después de la destitución de Dilma Rousseff por golpe parlamentario, fue condenado a 12 años de prisión. A seis meses de la elección presidencial de 2018 fue encarcelado por casi dos años y el eligió a Fernando Haddad como reemplazo, quien logró apenas el 29,2 por ciento de los votos en la primera vuelta. Aniquilar a Lula y destruir su imagen siempre fue la consigna.
En el discurso de despedida del Comando del Ejército, en enero de 2019, el general Eduardo Villas Bôas homenajeó a “tres personalidades que se destacaron para que el ‘río de la historia’ volviera a su curso normal”, recuerda Jeferson Miola.
Esos personajes eran Bolsonaro, por vencer en las elecciones de 2018 cuando se impidió la candidatura de Lula, al general Walter Braga Netto, por intervenir en Rio de Janeiro para consolidar del control del estado por las milicias y las estructuras corruptas y criminales y el juez Sérgio Moro, por la persecución y prisión ilegal de Lula, una medida esencial para el avance del proyecto de poder fascista-militar.
En un vídeo con un desfile militar de fondo, el diputado bolsonarista Roberto Jefferson –con arresto domiciliario por atentar contra la democracia, por calumniar, difamar, injuriar y hacer apología del crimen- criticó las abstenciones del 2 de octubre: “40 millones se lavaron las manos, entregaron una victoria de primera ronda al satanista, al abortista, al gaysista, al pedófilo, al borracho, al adicto, a los corruptos, Luladrão”.
El éxito de la propagación de los fake-news contra el partido, el candidato y la izquierda en general apunta a que las temáticas referentes al aborto o el armamento de los civiles sean estrategias de distracción para desviar el foco de los más pobres en relación a los temas importantes, las políticas económicas que los mantienen en el subsuelo de la supervivencia. Quizás el peor crimen de Bolsonaro haya sido destruir la Amazonia, que pone en peligro la supervivencia de la humanidad, pero de eso nos se habló.
El Tribunal Superior Electoral ordenó la eliminación de publicaciones mentirosas y manipuladoras en las redes sociales de Bolsonaro, que asocian al ex presidente Lula da Silva con el satanismo. Un actor identificado como Vicky Vanilla grabó un vídeo en el que se hace pasar por un satanista que apoya a Lula. Las imágenes fueron compartidas por el senador electo por Minas Gerais, Cleitinho, quien hizo un llamado a los “cristianos” a votar en contra de Lula en la primera vuelta.
La ausencia del lulismo en las fábricas sobrevivientes le dejó el espacio para que la derecha radical capturara esa faja del electorado. El PT no está organizado desde las bases, como cuando surgió de la mano de aquel barbado obrero metalúrgico de Sao Bernardo do Campo, conocido como Lula.
Una carta de una lulista de las favelas, difundida por redes sociales, describe a las claras la situación: no es hora de hablar de presupuesto secreto ni de compra de votos para quien está escuchando que si gana Lula va a tener que asar a su propio perro y va a tener su casa invadida por los sin techo.
Los vídeos de artistas haciendo la L frente a su mansión no convence al que está sin dormir a causa del atraso del pago del alquiler. Llegó la hora de salir de la burbuja, de la academia y parar de hablarle al ya convencido. Hay millones de realidades: las personas tienen hambre y quien tiene hambre lo sufre ahora, no mañana, no cuando el programa de gobierno fuera aprobado, añade.
Esas discusiones son importantísimas, pero no son para ahora. Basta de quedarse en esa burbuja de que nosotros somos inteligentes y especiales y estamos haciendo todo por el bien de la humanidad. Estamos haciéndolo por nosotros mismos, pero es de este lado que la cuerda revienta…, señala el mensaje.
“Ya basta de hacer sambitas fuera de la realidad: eso no convence y muchas veces ni siquiera llega a quien más lo necesita. Hay que recordar que no estamos en los 80, que Chico Buarque y Caetano Veloso son divinidades, pero no hablan más con el pueblo, y que el mundo no es sólo Rio y Sao Paulo. Es necesario tener en la campaña gente con los que las personas reales se identifiquen. Con o sin Lula, la policía arremete contra la favela y dispara primero y pregunta después…”, dice.
Ese es el Brasil real. Pero para conocerlo hay que llegar a la gente, seducirla, convencerla de que caminen juntos, recorrer las favelas y el campo y oír las realidades de la gente, olvidarse de la academia. La única verdad es la realidad. En definitiva, hay que hacer política.
Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Fuente: https://estrategia.la/2022/10/08/sin-calle-no-hay-planalto/
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