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Sin palabras

Fuentes: El Universo

Hace algunos años este diario me invitó a escribir una columna de opinión, desde aquel día siempre he encontrado un tema para comentar, algo que contarles a mis lectores, pero hoy no tengo palabras, solo un nudo en la garganta y lágrimas que nublan mi visión impidiéndome ver la pantalla con claridad. Pantalla que sigue […]

Hace algunos años este diario me invitó a escribir una columna de opinión, desde aquel día siempre he encontrado un tema para comentar, algo que contarles a mis lectores, pero hoy no tengo palabras, solo un nudo en la garganta y lágrimas que nublan mi visión impidiéndome ver la pantalla con claridad. Pantalla que sigue en blanco porque no hay palabras para describir la tragedia que los ecuatorianos estamos viviendo.

No tengo respuestas, solo preguntas e indignación, porque más allá de la fuerza de la naturaleza está la pobreza, instalada en nuestro país desde siempre. Porque este país no es sino el resultado de muchos egoísmos, de muchas necedades, de muchas ambiciones desmedidas, de una carrera contra el tiempo por tener más, por ser rico a como dé lugar.

Siempre hemos sabido que vivimos en una zona de alta sismicidad, siempre ha habido normas de construcción, pero la ambición de algunos, los réditos políticos de otros y la irresponsabilidad de muchos ha permitido que el cemento invada nuestras ciudades, nuestras costas, nuestra vida.

En los años 70 se permitió construir edificios, Quito salvó con las uñas su centro histórico; en los 80, también con las uñas, salvó el parque Metropolitano; pero desde hace algunos años la construcción es imparable, cada día se botan casas y se reemplazan por horrendas moles de cemento que han convertido la ciudad en un «no lugar», en una ciudad sin personalidad, en un espacio donde se respeta únicamente a los autos. Y ese camino siguen todas las ciudades, sin que sus autoridades se detengan a pensar la irresponsabilidad de permitir a los voraces constructores alzar un edificio tras otro en zona sísmica.

Ahora que el terremoto del 16 de abril ha devastado la Costa, pregunto: ¿no será hora de que los municipios se pongan a pensar en lo irresponsable que es seguir encementando las ciudades con altísimas construcciones, con puentes a desnivel, con metros por debajo de la tierra?

En cuanto al cemento me pregunto: ¿Adónde irán todos los escombros de las ciudades destruidas? ¿Se taparán quebradas, se cubrirán esteros, se seguirá atentando contra la naturaleza?

Ahora fue la Costa, mañana la Sierra, pasado mañana el Oriente, porque todo el país está asentado en una zona de riesgo, todo el país corre peligro. Los movimientos telúricos no avisan, no son predecibles, simplemente llegan y destruyen, sacuden las entrañas y siembran dolor.

¿Qué pasará con la gente que lo perdió todo, cómo continuará viviendo, cómo superará el dolor? ¿Cómo viviremos nosotros, los otros, los que hemos visto la destrucción por televisión, como quien mira una película de terror? Con la diferencia de que estas imágenes nos pertenecen y nos han devastado, al igual que el sismo devastó la Costa.

Lo único que tengo claro es que la solidaridad, que como pueblo hemos demostrado, tiene que haber llegado para quedarse, porque la situación de nuestra gente no se arreglará en un mes, ni en un año, su recuperación será muy larga, la tristeza se disipará en años, años en los que ojalá la politiquería, la viveza criolla y la ambición se entierren junto con los escombros inservibles.

Fuente: http://www.eluniverso.com/opinion/2016/04/26/nota/5545470/palabras