Preguntas retóricas para iniciar una reflexión. ¿Puede una víctima votar por su victimario? Alguien que roba, tortura, reprime, saquea y humilla sistemáticamente a un pueblo, ¿puede salir victorioso en unas elecciones limpias? Aquel que exhibe con impudicia -impune- en los hechos, su obscenidad ideológica, sus derroches, sus corruptelas, su servilismo, su entreguismo… su estulticia, ¿puede […]
Preguntas retóricas para iniciar una reflexión. ¿Puede una víctima votar por su victimario? Alguien que roba, tortura, reprime, saquea y humilla sistemáticamente a un pueblo, ¿puede salir victorioso en unas elecciones limpias? Aquel que exhibe con impudicia -impune- en los hechos, su obscenidad ideológica, sus derroches, sus corruptelas, su servilismo, su entreguismo… su estulticia, ¿puede ganar el voto de una mayoría y representarla? Esos que se muestran circenses y faranduleros, insensibles al dolor popular, embriagados con su «vida empresaria» o «funcionaria», henchidos de glorias fraudulentas, desfigurado el rostro por su mentalidad corrupta, deformados por su ignorancia y señalados como delincuentes, criminales y traidores… todo junto y por partes ¿pueden ser líderes populares de varias generaciones?
Uno no puede descargar responsabilidades sobre las victimas hasta no «separar la paja del trigo» y se esclarezcan los factores, objetivos y subjetivos, que permiten a la democracia burguesa convertirse en dictadura de la estulticia con votos. Tenemos a la vista casos estruendosos. Todo análisis simplista prueba ser fallido. Unos argumentan que la «ignorancia» del votante es la bendición de la oligarquía; que el «atraso político» de los pueblos es el ariete de todos los engaños; que todo es obra de la manipulación mediática al estilo Berlusconi y que la escuela de Goebbels está más actualizada que nunca. Pero el debate teórico y práctico es crucial.
¿En qué piensa cuando piensa el votante? Si, hipotéticamente, ser pobre contiene, entre mil factores, el de la vergüenza que se convierte en auto-negación; si la «cultura del despojo» impide la existencia de un imaginario y un ideario que derrota a la «propiedad privada»; si la política se reduce a «figuritas» de temporada; si reina la indiferencia y la irresponsabilidad salvo cuando hay que acarrear votos; si se cree que todo lo resuelve una «buena foto» y un «buen slogan» repetidos hasta la nausea… si todas las formas del maltrato operan ideológicamente como fatalidad para el pueblo y golpe de suerte para el «político»… en suma si los trabajadores nos son protagonistas ni conductores de la acción política, incluso electoralmente. ¿En qué piensa el que vota, cuando vota?
Como está de moda que los «candidatos» de las oligarquías no expliquen, no respondan no postulen… convicciones, programas o planes (moda en España, México, Argentina, Colombia…) porque es «tendencia» en el mercado de las «ingenierías de imagen». Como se estila la pose más que la idea, quizá en la lógica «moderna» de la burocracia burguesa prospera el silogismo infeliz de que el elector que no piensa es el elector anhelado. O mejor aún, el elector que sólo piensa lo que le decimos que piense, es decir, nada, será el elector más codiciado por los estrategas de la vaciedad electoral.
Otro capítulo es el delito de lesa humanidad que consiste en prometer el cumplimiento de tareas que jamás se cumplen o que se cumplen al contrario de lo prometido. «Fortaleceremos la economía», «defenderemos el empleo», «garantizaremos la salud», «mejoraremos la educación», «garantizaremos la vivienda» y bla, bla, bla, bla. Jamás un tribunal especializado en delitos de falacias electorales, fraudes o traiciones a mansalva. Jamás una herramienta de justicia para los pueblos que miran desfilar ante sus ojos y sus oídos la retahíla nauseabunda de palabrería electorera diseñada corruptamente para el engaño serial. Delincuencia con premeditación, alevosía y ventaja. Sin atenuantes.
Y todo eso a precios demenciales con episodios de obscenidad inenarrable a la hora en que no hay cuenta que salga si hacemos balance de costos en materia de «campañas» electorales. Los grandes triunfadores como siempre son los monopolios y consorcios televisivos, radiofónicos y editoriales que con formato de «propaganda oficial» o camuflados con entrevistas, referencias o noticias facturan a destajo en el reino del mercenarismo mediático esta vez disfrazado de «democracia». El costo por voto es una bofetada (otra más) a la clase trabajadora que paga por estos circos el precio de ser humillada, despreciada y robada por el modelo de fraudes políticos consuetudinarios. Y dicen algunos «politólogos» que eso es lo «moderno».
Dicen muy despatarrados los señorones y los señoritos que medran con los procesos electorales (funcionarios, publicistas, asesores, encuestadores, periodistas….ufff) que al pueblo le gusta ver a los «políticos» en contacto con la realidad (pero sin decir qué harán con ella, qué mandato obedecen ni cuánto cobran por eso). Dicen los «eruditos» del voto que a la gente le gusta que el «político» debata (pero al estilo televisivo, con tiempos recortados, sin mucho enredo y calculando los anuncios publicitarios sin los cuales el negocio de la imagen no se sostiene… dicen). Dicen los «jefes de campaña», de los candidatos oligarcas, que la gente vota por la «gestión» y no por el discurso. Y le llaman gestión a salir en la foto, en la tele, en los cines, en carteles públicos… con su sonrisa de vencedor y su slogan de coyuntura. Dicen que eso es hacer «política». Confunden a los pueblos con los «públicos».
En el fondo de la historia la cosa es muy distinta. Los pueblos votan acosados por una sistema de presión primero económico-política, con ello ideológica y mediática, en el que reina la incertidumbre y el chantaje omnipresentes, bajo miles de trastadas cotidianas y en el pantano de la desinformación y la manipulación de la realidad. Si hubiese información libre y suficiente, si la comunicación sirviera para organizarnos críticamente y para confiar en la fuerza de los trabajadores y no para el individualismo y el linchamiento mediático de las luchas a nadie se le ocurriría votar por sus verdugos aunque se disfrazaran de santos o de «buenos muchachos». Nadie pondría un voto a cambio de babas gerenciales salpicadas contra la historia de despojos y humillaciones incontables. Nadie votaría ni por el «glamour» de campaña ni por el fetiche. Nadie pondría su confianza en el torturador histórico que ha mentido, robado y vuelto a mentir y robarnos sempiternamente. Nadie permitiría semejante farsa y fraude, si pudiésemos votar libremente. Sin capitalismo. Votaríamos sólo por quienes conocemos, con nosotros, en lucha hombro a hombro, diariamente y por el bien de todos. ¿Exagero?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.