En esta Navidad,
a los niños masacrados de Gaza
por el nuevo Herodes (Netanyahu) y
su imperio (EEUU y UE)
¿Cómo es posible que la mayoría de una nación (étnica), como los judíos, que nos recuerdan a cada rato el “holocausto” que sufrieron a mano de los fascistas alemanes, pueda apoyar a una dirección política (sionista) que repite los mismos métodos genocidas contra el pueblo palestino? ¿Qué explica que alguien que habla del sufrimiento que padecieron de los habitantes del Gueto de Varsovia replique y justifique exactamente el mismo campo de concentración en que Israel ha convertido a la Franja de Gaza?
¿Cómo los descendientes judíos de las víctimas del nazismo, calificadas de “subhumanos” por Hitler para justificar su asesinato, repiten desde el gobierno israelí los mismos adjetivos contra los palestinos para pretender “legitimar” su genocidio?
¿Los medios de comunicación de masas de todo el mundo, controlados por el lobby judío, que a cada rato sacan a relucir las cámaras de gas con que el gobierno alemán exterminaba a los asquenazis, ahora usan esas imágenes para callar cómo las tropas israelíes queman con fósforo blanco a la población gazatí, bombardean casas de civiles, matan niños a mansalva, destruyen hospitales y disparan a periodistas y ambulancias?
El llamado “holocausto judío”, junto a otros genocidios (contra gitanos, rusos, ucranianos, etc.), que supuestamente fue la base para la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hace 75 años, ha dejado de tener sentido.
Nadie debería hablar de algún holocausto o genocidio, sin atenerse y exigir el respeto a los principios de esa declaración, cuyo artículo 1 dice: Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Sacar a relucir a relucir el llamado holocausto para luego justificar los mismos métodos fascistas contra los palestinos significa que ese hecho ha sido convertido en instrumento ideológico del nacionalismo judío, cuya forma extrema es el sionismo, un equivalente del nacionalismo alemán, cuya variante extrema es el nazismo.
Los nacionalismos son la ideología de la modernidad usada como instrumento de legitimación política por las clases gobernantes. El nacionalismo ha sustituido en gran parte a la religión, o la ha supeditado, como instrumento de dominio mental sobre los pueblos. Las ideologías nacionalistas toman elementos parciales y aislados de la realidad para, a partir de allí, hacer creer a la gente que pertenecen a un pueblo o nación diferenciado de los demás seres humanos. Los que hablan tal idioma, viven en tal territorio, poseen tales costumbres, se constituyen en una unidad frente a los que no poseen esas características. Esas características supuestamente les hacen diferentes y hasta opuestos a los demás. Hasta justifica odiarles y hacerles la guerra.
Como dice Benedict Anderson el nacionalismo es una ideología construida en el siglo XIX que ha servido de amalgama a los estados modernos. Una amalgama construida sobre mitos históricos. Cada nacionalismo escarba en el pasado algunos hechos de manera arbitraria, los cubre de una narrativa épica, los eleva a epopeya y los ordena de manera que parezcan que un determinismo histórico (teleología) que desemboca en la “nación moderna”, sea la que sea.
Por supuesto, como bien dijo Ernest Renan, “la esencia de una nación está en que todos los individuos tengan muchas cosas en común y también que todos hayan olvidado muchas cosas”. Es decir, las ideologías nacionalistas borran de su memoria histórica lo que no conviene a sus mitos.
Anderson también cita a Gellner: “… nacionalismo no es el despertar de las naciones a la autoconciencia, inventa naciones donde no existen”.
Lo cual viene a pelo con el mito del “antisemitismo” por el cual cualquier crítica a la política racista y genocida de Israel se le denuncia como si se tratara de una persecución antijudía (antisemitismo). Pero resulta que la mayoría de los judíos ortodoxos que emigran a Israel como colonos y matan palestinos, no son semitas. Son askenazis, un pueblo europeo que, en la Edad Media, se hizo judío, pero no son descendientes de los hebreos del Antiguo Testamento.
En cambio, los palestinos, como los árabes en general, al igual que los judíos sefarditas, sí son semitas, descendientes (míticos) de Abraham, a través de su hijo Ismael, si nos atenemos a la Biblia. Los judíos askenazis, por la vía de la ideología sionista, han sido convencidos de que ellos son semitas y los palestinos no, cuando la verdad histórica sería completamente la opuesta.
Lo que es inadmisible es que los gobiernos alemán y francés, que deben saber de historia, por culpa de la mala conciencia nazi que les queda a los alemanes, y los crímenes cometidos por Francia en Argelia, pretendan prohibir las banderas palestinas como emblemas “antisemitas”. Con esto los gobiernos europeos no se libran de su responsabilidad moral con los fascistas que los gobernaron y sus actos, sino que están renovando esa ideología racista ahora contra palestinos en particular y contra árabes y musulmanes en general.
Los crímenes de lesa humanidad cometidos por Israel contra el pueblo palestino, con el apoyo activo de Estados Unidos y la Unión Europea, han desmontado toda la falacia de sus pretendidos argumentos “humanitarios” para su política en la guerra Rusia – Ucrania.
Para que algún día la Declaración Universal de los Derechos Humanos tenga verdadero sentido y deje de ser palabras huecas, hay que repudiar los nacionalismos de cualquier tipo y recuperar una filosofía verdaderamente humanista, como la que estaba en la base del cristianismo original y en la utopía socialista, que empieza por el verdadero principio: todos y todas somos iguales, hermanos de una sola raza, la humana.
Solo en el humanismo consecuente las víctimas inocentes tanto del Gueto de Varsovia, como de la Franja de Gaza, y tantos otros genocidios, se hermanarán en un símbolo universal que muestre la fase bestial que vive la especie humana desde que sociedad se dividió en clases, pero peor aún bajo el sistema capitalista mundial, que debemos luchar por derrotar, para que algún día todos podamos mirarnos a la cara sin odio y sin vergüenza.
El nacionalismo se ha convertido en el nuevo opio de los pueblos. Corrijamos a Marx.
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