Decía Séneca que la sabiduría es la única posesión que no disminuye sino que crece cuanto más se la usa. La demagogia opera precisamente a la inversa: se deteriora mientras más se la usa. La respuesta de Guillaume Long a un artículo de Immanuel Wallerstein recientemente publicado ilustra el deterioro. De izquierda va quedando únicamente […]
Decía Séneca que la sabiduría es la única posesión que no disminuye sino que crece cuanto más se la usa. La demagogia opera precisamente a la inversa: se deteriora mientras más se la usa. La respuesta de Guillaume Long a un artículo de Immanuel Wallerstein recientemente publicado ilustra el deterioro. De izquierda va quedando únicamente la publicidad. Más que un viraje a la derecha del régimen, como señala Wallerstein, asistimos a un destape.
En su artículo , Wallerstein argumenta:
«Los entusiasmos colectivos iniciales pronto empezaron a desaparecer en múltiples frentes. Las clases medias no sólo se veían perturbadas por la rampante corrupción de los gobiernos de izquierda, sino también por las maneras cada vez más severas en que estos gobiernos trataban a las fuerzas de oposición» .
Entre 2009 y 2013 se han abierto entre 300 y 400 juicios por año por delitos contra la seguridad del Estado. La mayoría son juicios por rebelión, sabotaje, terrorismo y una combinación de los tres. En un país como Ecuador, semejante criminalización sistemática de luchadores populares carece de precedentes. Luego del paro nacional y el levantamiento del 13 de agosto de 2015, cerca de doscientas personas fueron apresadas, casi todas ellas indígenas. Con las izquierdas, los sindicatos, los ecologistas y el movimiento indígena la política gubernamental no tiene ambigüedad alguna: destruir su capacidad de movilización. El gobierno ni siquiera ha sido capaz de crear la suya propia, por no hablar de una organización política digna del nombre. La débil tradición de organización social ecuatoriana no ha cambiado; al contrario, ha empeorado porque el gobierno hace lo posible por destruir lo que había en zonas indígenas y rurales ¿Qué herencia de organización social y fuerza popular quedará cuando Alianza País deje el gobierno? Su legado en este campo no califica como progresista, todo lo contrario, seguiremos constatando retrocesos sociales por largo tiempo, y vienen de las decisiones tomadas durante estos nueve años.
Despejemos cualquier malentendido. Guillaume Long dice, como Alvaro García Linera, que la oposición de izquierdas se queja de que los gobiernos progresistas no han construido el socialismo en cinco minutos. En palabras del máximo líder, somos ultra izquierdistas, minorías, tirapiedras, malcriadas, infantiles. Pero nuestro reclamo es más modesto. ¿Es razonable, desde una postura progresista, no digamos de izquierda, deslegitimar la oposición a la adhesión ecuatoriana al Tratado de Libre Comercio con Europa que el gobierno firmó en 2014 y que espera la ratificación parlamentaria en 2015 como el reclamo de una izquierda troglodita y arcaica? El presidente Correa acaba de anunciar que la venta de gasolina a través de la empresa pública es nada más y nada menos que una «competencia desleal» para las comercializadoras privadas como la Shell o la Mobil. No criticamos la falta de socialismo, sino el regreso de los argumentos y políticas del capitalismo salvaje bajo la justificación insostenible de que son políticas de izquierda orientadas a la inversión social.
El reclamo por la supresión del libre ingreso a las universidades públicas con un examen masivo y estandarizado que todos sabemos que excluye a pobres, indígenas y negros, tal como ocurre en todas partes del mundo donde se aplica, ¿califica como desvarío ultraizquierdista de tirapiedras profesionales? Asimismo, la prohibición presidencial del debate sobre la despenalización del aborto dejará afuera a miles de niñas y jóvenes, muchas de ellas víctimas de violencia sexual, sacrificando muchas veces sus proyectos de vida o su educación. ¿Es de «radicales» defender la erradicación de estas violencias? Estas parecen más bien mínimas demandas democráticas de liberales progresistas en cualquier país que quiera reducir las desigualdades.
Ante la crisis, el gobierno ecuatoriano anunció las entregas de las carreteras a inversionistas privados. ¿Dónde está la política de derechas? ¿en denunciar la privatización o en defenderla cambiándole el nombre por «alianzas público-privadas»? Ni hablar del proyecto de la ley de alianzas público – privadas que ofrece exoneraciones tributarias insólitas incluso en tiempos neoliberales.
Ahora resulta que las nuevas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y con Goldman Sachs, en otros tiempos denunciados por sus mismos defensores de hoy, son ejemplo de conversión cristiana e instituciones aliadas para apoyar el cambio radical de la matriz productiva. ¿Es prueba de radicalismo infantil dudar del compromiso ambiental y laboral de las empresas chinas en sus operaciones mineras y en la construcción de represas hidroeléctricas? ¿Se transfiguraron acaso en líderes en la defensa del agua, el trabajo digno, la vida y la Pachamama?
¿Es prueba de rechazo a la modernización y de pastoralismo vulgar e irracional, que exotiza la pobreza, oponerse porque en las ciudades del milenio, creadas para reducir la resistencia a la explotación minera o petrolera, en plena Amazonía, pobladas de indígenas quichua-napo, se incluya un reglamento de vida urbana donde se prohíben las costumbres bárbaras de criar pollos, vacas y cerdos o mantener cultivos cerca de las casas, ahumar pescado o carne y cocinar chicha de yuca? Es difícil imaginar un modelo de modernización más reaccionario, que desprecia el saber local, el modo de vida y las técnicas constructivas locales. ¿A esto llama Guillaume Long «no caer víctimas de la vieja infantilización occidental neocolonial del ‘buen salvaje’ y su rechazo a la modernidad»?
No nos oponemos, faltaría más, a las demandas de la gente más pobre por educación, salud, seguridad social, trabajo. Long las llama «muy modernistas». El problema de la «modernidad» gubernamental es que consideró necesario y legítimo tirar abajo la educación intercultural bilingüe por la que habían luchado por décadas las organizaciones indígenas; eliminar las escuelas comunitarias que podían brindar buena educación de pequeña escala en tantas zonas rurales que ahora se quedan sin nada. ¿Era necesario encomendar el plan nacional de salud reproductiva y de educación sexual a una conocida militante del Opus Dei que rechaza abiertamente lo que ella llama «las ideologías de género», nombre con el cual el Vaticano condenó hace veinte años las luchas de las mujeres? ¿Es eso «moderno»?
Ante estos hechos, todos los Guillaume Long balbucearán una lista de logros y avances. Podemos reconocer sin problemas varios de ellos. Infraestructura, hospitales, escuelas, carreteras; la relativa reducción de la pobreza y de la desigualdad de ingresos. El punto es que muchas de esas cosas ocurrieron también con gobiernos neoliberales como en Colombia o Perú. Lo central no es elaborar la lista de ventajas y desventajas y hacer las sumas y restas para decidir si el gobierno fue bueno o malo. Lo esencial es el proyecto político, económico y cultural. El correísmo se ha rendido ante el capital y su ideología modernizadora, y el buen vivir ha sido vaciado de contenido y usado para la conformidad. Y en eso, el agotamiento del progresismo ecuatoriano es análogo al agotamiento de la socialdemocracia europea: llegado un punto, adoptó el programa de sus rivales conservadores. Si algo vuelve reaccionario al correísmo es precisamente eso; igual que el nuevo laborismo de Tony Blair, en la cúspide de su claudicación nos grita «there is no alternative».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.