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Sobre el cambio de calles y sus gentes

Fuentes: Rebelión

Lo he repetido varias veces, y hoy lo hago una vez más. La autora alemana Galster al presentar su tesis a cátedra, convertida en libro en 1994 y traducida al castellano en el 2011 bajo el título «Aguirre o la posteridad arbitraria«, nos enseñó su modo de abordar el estudio de un personaje. Esta infatigable […]

Lo he repetido varias veces, y hoy lo hago una vez más. La autora alemana Galster al presentar su tesis a cátedra, convertida en libro en 1994 y traducida al castellano en el 2011 bajo el título «Aguirre o la posteridad arbitraria«, nos enseñó su modo de abordar el estudio de un personaje. Esta infatigable investigadora somete a una lenta maceración a su presa, la ubica en su tiempo y contorno; estudia, analiza y desmenuza sus escritos y el de quienes anteriormente escribieron sobre ella: qué dijeron, por qué dijeron lo que dijeron, cuáles fueron sus intenciones al escribir, de si lo que se dijo de ella fue más arrebato subjetivo que análisis reposado… Y así de aquel retrato que nos dejó escrito el clérigo Juan de Castellanos en 1589 sobre Lope de Aguirre, como arquetipo de maldad: «El era de pequeña compostura, gran cabeza, grandísima viveza. Pero jamás perversa criatura que de razón formó naturaleza: todo cautelas, todo maldad pura, sin mezcla de virtud ni de nobleza. Sus palabras, sus tratos, su gobierno eran a semejanza del infierno. Charlatancillo y algo rehecho, sin un olor de buenas propiedades. La cosa más sin ser y sin provecho que conocieron todas las edades: Pero nunca jamás se vio pecho lleno de enormes crueldades«, tras estudio minucioso y detallado de la catedrática Ingrid Galster sale un Lope de Aguirre con sabor y aroma, desnudo de prejuicios y casi definitivamente perfilado: «Opresor y oprimido«, y recalca la autora «cuando se le priva de esa doble vertiente se lo mitologiza en uno u otro sentido. La causa de esa privación de complejidad se debe a la utilización de su figura y de la historia, a la manipulación, al convertirle en enemigo o en figura de identificación, en monstruo o libertador. Se erradica lo histórico y cobra peso en la descripción de la figura el destinatario: se presenta a un Lope a la carta, dependiendo del autor y el destinatario».

Hay personajes del pasado, que se adelantaron a su tiempo, que ofrecieron al mundo de entonces lecciones de humanidad, que no agostaron las vidas de las gentes con las que les tocó en suerte, sino por el contrario, con el agua de su vida regaron y aliviaron vidas mustias creando dignidad y hasta sacando del pozo a la sociedad en la que estaba metido cual lucero del alba, y otros, en cambio, fueron látigo y causa de males y cerrojo, sus palabras y escritos no fueron soplos de viento esperanzado sino inquisidores que veían aquelarres y herejías hasta en la sombra de los gatos.

El pasado encierra grandes enseñanzas al humano de vida y de muerte.

Y en éstas estaba cuando me llegó el escrito semanal de otro alemán, Harald Martenstein, sobre los errores de los grandes pensadores. Polémico, como casi siempre, pero que hace pensar. Escribe Harald Martenstein:

«Considero que Karl Marx fue un gran pensador aun cuando no le asista la razón en todos sus puntos. Es cuestionable si ha habido alguien, gran pensador o pensadora, que hubiera acertado en todo, aun cuando abrigue la sospeche de que tal vez Günter Grass y Alice Schwarzer piensen algo semejante de sí mismos. Es cierto que pensadores de menos peso se equivocan raras veces y que mi perro no se equivoca casi nunca.»

En el 2009 hubo un guión radiofónico «Marx & Engels intim» (Marx y Engels en la intimidad), en el que Harry Rowohlt y Gregor Gysi nos leían pasajes del intercambio de correspondencia privada entre Marx y su compañero de fatigas Friedrich Engels. Y me he acordado ahora al enterarme que se puede acceder al mismo por E-book.

Sobre su familia escriben Marx y Engels: «Deben morir todos». Sobre los trabajadores dicen: «Sólo sirven como alimento de cañones». Sobre el líder de los trabajadores y rival suyo, Ferdinand LaSalle, se dice: «Este negro judío». También sobre los pueblos vecinos de los alemanes Marx y Engels defienden ideas muy enérgicas. Los suizos serían muy «tontos», los daneses en cambio «mentirosos», pero de la peor calaña de todas sería la nación polaca, que «no debería tener derecho ni a existir». En una reseña del periódico die Welt se resumía la ideología de Marx y Engels del modo siguiente: «Nacionalismo, sexismo, antisemitismo, racismo e injuria a los propios seguidores». En la vida privada Marx fue reaccionario aunque se ganó el pan ejerciendo como socialista.

En Berlín existe una permanente discusión sobre los nombres de las calles. Hay que cambiar el nombre de calles cuyos titulares se manifestaron en vida antisemitas, racistas o procoloniales. Por tanto la calle Karl-Marx debiera ser la primera candidata. No creo que, en punto a racismo, se pueda estar de acuerdo con la expresión «negro judío». Pero el partido alemán die Linke no hace nada por exigir un cambio de nombre a esa calle. Si Marx no hubiera sido casualmente marxista todos los días asistiríamos a varias peticiones de cambio.

En el S. XIX en Europa el racismo era cosa admitida en la buena sociedad, tan extendido como hoy la sana alimentación; era algo dominante, de todos los días. Si en 1885 en la recepción al príncipe heredero tú hubieras dicho: «Los negros de las colonias tienen los mismos derechos que nosotros, en el ejército tiene que haber más mujeres oficiales y además se dice lo afroalemán» hubieras sido considerado igual que si hoy en un biomercado te pones a fumar. Claro que se puede, pero hay que ser muy fuerte.

No me parece justo aplicar a un persona del pasado las normas actuales, juzgarla por las mismas, sobre todo si la gente que lo hace sigue a rajatabla, sin salirse ni un pelo de lo «que se hace hoy». Sí, no me parece justo que esa gente, que hoy dice lo que todos dicen, se escandalice de que hace 100 años otros hicieran lo mismo.

Habría que suprimir el pasado y poner número a las calles. Si se observa con mucho detalle y se analiza vemos que toda persona, que vivió hace tiempo, dijo, hizo cosas o escribió algo que hoy, y con razón, sería rechazado. Observad los cementerios: No hay ni un solo ejemplo sin tacha.

Por ejemplo el nivel ético de una Claudia Roth antes no lo alcanzó nadie, sobre todo Karl Marx no. ¡Claro está, hasta que un buen día se publique la correspondencia privada de Claudia Roth!

De ahí que sea importante, también para nosotros, borrar a tiempo y antes de morir todos los discos duros de nuestro ordenador».

*

Y llegado a este punto recuerdo aquellas palabras de Koldo Campos: «Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.

Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la gloria van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.