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Se cumplen ahora 30 años de la muerte del Presidente Mao Tsetung y 40 del inicio de la Gran Revolución Cultural Proletaria.

Sobre el miedo al comunismo de ciertos comunistas

Fuentes: kimetz

Bajo la apariencia de recordatorio a uno de los más grandes revolucionarios de todos los tiempos, se aprovecha para arremeter contra la más importante de sus aportaciones, la necesidad de continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado para defender el socialismo y avanzar hacia el comunismo. Desde la milenaria China llega el eco de […]

Bajo la apariencia de recordatorio a uno de los más grandes revolucionarios de todos los tiempos, se aprovecha para arremeter contra la más importante de sus aportaciones, la necesidad de continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado para defender el socialismo y avanzar hacia el comunismo.

Desde la milenaria China llega el eco de los fastos en memoria de Mao Tsetung. Una memoria que las autoridades chinas quieren mantener castrada dado lo incompatible del pensamiento maoísta de servir al pueblo con su actual política de exprimir al pueblo, donde hacerse rico se ha convertido en deber nacional. Leyendo la biografía de Mao Tsetung difundida por estos señores, la conclusión que se extrae es que Mao, junto con otros dirigentes populares, hicieron grandes cosas por el pueblo chino (en todo momento niegan la universalidad de sus aportaciones) pero al final de sus días debió sufrir una especie de demencia senil que causó «graves pérdidas» a la nueva China. Es decir, reniegan completamente de las aportaciones, tanto teóricas como prácticas, que hizo en el último período de su vida. Reniegan de la lucha de clases en el socialismo, reniegan del propio socialismo como etapa de transición al comunismo. Con razón que estos señores, en el período del que tanto reniegan, el de la Revolución Cultural, eran catalogados como seguidores del camino capitalista, pues en cuanto pudieron renegaron de todo lo que significa el comunismo y han devuelto a China a la explotación capitalista.

Tras el establecimiento de un sistema socialista en China (1949) se produjeron enormes mejoras para las masas populares, pero, a pesar de ello, todavía subsistían diferencias económicas y políticas significativas así como seguía vivo el pensamiento y la manera de actuar anteriores a la revolución. Ello propició el surgimiento de una nueva élite privilegiada cuyo centro de poder político y organizativo se encontraba en el seno del Partido Comunista. A mediados de los años 60, esos seguidores del camino capitalista estaban maniobrando para tomar el poder y restablecer la explotación capitalista sobre el pueblo chino. Es, en ese momento, cuando se lanza la Revolución Cultural, que lejos de ser una pugna palaciega, fue una profunda lucha para determinar qué camino seguiría el país y quiénes lo dirigirían: los trabajadores o una nueva clase burguesa.

Mao y las fuerzas revolucionarias del Partido Comunista movilizaron a las masas a levantarse para impedir que los seguidores del camino capitalista tomaran el poder y para sacudir los altos niveles del partido que estaban adoptando un molde burocrático-burgués. Sin embargo, la Revolución Cultural fue mucho más que eso. Las masas realizaron transformaciones revolucionarias de la economía, las instituciones sociales, la cultura y los valores de la sociedad, y hasta revolucionaron el propio partido. Mao llamó este proceso continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado.

Los trabajadores, los campesinos y gente de todas las capas sociales participaron en críticas masivas de los círculos oficiales corruptos. Debatieron los planes económicos, el sistema de educación, la cultura y la relación entre el Partido Comunista y las masas populares. Mao no quería «purgas» políticas. Quería que las propias masas tomaran medidas para derrotar a los enemigos de la revolución.

La orientación de Mao respecto a la Revolución Cultural se especificó en documentos oficiales muy difundidos. En la Decisión de 16 Puntos , decía: «Donde hay debate, se debe proceder mediante la razón y no la fuerza». En otras declaraciones, por ejemplo, se especificaba que los Guardias Rojos no podían portar armas, hacer arrestos ni juzgar a nadie.

¿Hubo violencia? Sí. Era una lucha de clases profunda y turbulenta. Con un movimiento de masas sin precedentes y de gran escala (más de 30 millones de jóvenes activistas) y en un país de tal tamaño (por aquel entonces China contaba con unos 800 millones de habitantes) que sería difícil imaginar lo contrario. Inevitablemente, en cualquier gran movimiento social para corregir injusticias habrá excesos. En este caso, hay que poner de manifiesto tres hechos:

En primer lugar, la violencia que se produjo fue limitada y esporádica, e involucró sólo a una minoría del movimiento.

En segundo lugar, cuando se produjeron este tipo de acciones (por ejemplo, si los estudiantes de los Guardias Rojos atacaron físicamente o humillaron a funcionarios, o si aprovecharon el movimiento para saldar cuentas u ofensas personales) la dirección maoísta condenó y criticó esas actividades. Es el caso de Pekín, donde los obreros que seguían la línea de Mao entraron en las universidades a parar las peleas entre diferentes facciones estudiantiles y a ayudarlos a resolver sus diferencias.

En tercer lugar, los altos funcionarios que seguían el camino capitalista azuzaron mucha de esa violencia para defender sus puestos. Si se les criticaba, movilizaban grupos de obreros y campesinos a atacar en nombre de la Revolución Cultural. Incluso crearon grupos conservadores de Guardias Rojos que iban de una parte a otra causando caos con el fin de desacreditar la Revolución Cultural y desviar las críticas hacia otras personas.

A pesar de todos los esfuerzos, en 1976, los seguidores del camino capitalista lograron derrocar el poder proletario, y fueron ellos quienes desataron la violencia reaccionaria del ejército contra las protestas de estudiantes y obreros, como en la plaza de Tiananmen en 1989.

Pero la Revolución Cultural no se limitó a la mera lucha por el poder inmediato, otro objetivo era acabar con el desequilibrio cultural que existía en el país. Los artistas e intelectuales vivían mayoritariamente en las ciudades y su trabajo estaba divorciado de la sociedad, en particular de la población que vivía en el campo que venía a suponer el ochenta por ciento de la población total en la China de la época. Por todo el país, la Revolución Cultural suscitó debates sobre la necesidad de disminuir las desigualdades entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, entre las ciudades y el campo, entre la industria y la agricultura, y entre hombres y mujeres.

Se exhortó a los artistas, médicos, trabajadores técnicos y científicos a unirse a los obreros y campesinos, a aplicar sus conocimientos a lo que la sociedad necesitaba, convivir con la gente trabajadora, compartir información y aprender de ella. Un gran número de jóvenes y profesionales respondieron al llamamiento de Mao de servir al pueblo e ir al campo.

La Revolución Cultural fue un movimiento histórico sin precedentes. Con el sistema socialista ya establecido, Mao y los revolucionarios del Partido Comunista de China movilizaron la actividad consciente y la creatividad de las masas para impedir la restauración del viejo sistema e impulsar la revolución socialista hacia el comunismo: hacia la eliminación de las clases y de toda relación de explotación. En toda la historia, jamás se ha visto un movimiento de masas o una lucha de esa magnitud, guiada por una política y unos principios tan revolucionarios. Jamás se ha visto un esfuerzo tan radical por transformar relaciones económicas, instituciones políticas y sociales, cultura, costumbres e ideas.

Como escribiera Lenin en «El estado y la revolución», marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran burgués) adocenado.

Hoy en día, tal y como ocurriera en los tiempos de Lenin, la posición correcta acerca de la dictadura del proletariado constituye la diferencia más profunda entre una concepción y guía para la acción marxista y una no marxista respecto a la sociedad y a la historia. En particular, constituye la diferencia política más profunda entre el marxismo y el revisionismo. Y es precisamente en este campo crucial donde Mao hizo la más importante de sus aportaciones al marxismo-leninismo y a la causa de la revolución proletaria mundial. Mao profundizó el análisis marxista-leninista de la dictadura del proletariado, demostrando que las clases siguen existiendo bajo el socialismo, que la lucha entre ellas persiste y que la clase obrera tiene que librar su lucha en esas nuevas condiciones, tiene que continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado, lo que nosotros llamamos vulgarmente continuar la revolución dentro de la revolución.

Muchos comunistas de estas latitudes están acostumbrados a mirar hacia el oriente y esperar la palabra salvadora de los dirigentes de los países que en su día fueron socialistas. No pocos siguen intentando sintonizar Radio Moscú y en su búsqueda del dial se han topado con Radio Pekín que les hace el mismo papel. La dependencia de estos «paraísos socialistas» está muy arraigada en nuestra cultura militante y ha convertido el Socialismo científico en su contrario, en un dogma de fe.

Para muchos de estos comunistas, el serlo, pasa por defender países como la China actual, como en su día hicieron con la URSS socialimperialista. Son incapaces, o directamente no quieren, aplicar la dialéctica materialista en sus análisis cuando se trata de analizar sociedades como la china. Para ellos, la lucha de clases se acaba con la revolución socialista. Niegan el carácter transitorio del socialismo, niegan la existencia de la burguesía en el socialismo, niegan que halla que seguir combatiendo contra ella y, por tanto, niegan el avance hacia la auténtica sociedad sin clases, el comunismo.

La Revolución Comunista no debe estancarse. Los revolucionarios tenemos que aprender críticamente de la experiencia pasada, principalmente del proletariado en el poder y sus tres grandes hitos: la Comuna de París; la Revolución de Octubre y la construcción del socialismo en la URSS; y la Guerra Popular prolongada, la construcción del socialismo y el avance hacia el comunismo que supuso la Revolución Cultural en la China popular. Todo ello, sin temor a interrogarnos y a reconocer los aciertos y errores de toda nuestra historia. Teniendo siempre presente que el Socialismo científico es una ciencia viva, no un dogma, que nos permitirá seguir adelante y llegar cada vez más lejos.