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Sobre el rearme

Fuentes: El País

No he podido tener noticia de la manera conforme a la cual se ha decidido el rearme de casi todos los países árabes -creo que sólo hacen excepción Siria, Jordania, el Yemen y los africanos salvo Egipto-. Con «la manera» me refiero a la relación de oferta o demanda. ¿Había ya una demanda explícita y […]

No he podido tener noticia de la manera conforme a la cual se ha decidido el rearme de casi todos los países árabes -creo que sólo hacen excepción Siria, Jordania, el Yemen y los africanos salvo Egipto-. Con «la manera» me refiero a la relación de oferta o demanda. ¿Había ya una demanda explícita y reciente o bien tácita y permanente, por parte de los países agraciados, de tales herramientas de desgracia que la oferta de los americanos ha venido oportunamente a satisfacer, o el origen de tan sonada compraventa ha sido una ocurrencia totalmente surgida motu proprio de los deseos de la Casa Blanca? En ese caso, cabrían diversas suposiciones sobre el cómo y el porqué el negocio ha sido aceptado -al menos por cuanto yo pueda saber- por cada uno de los gobiernos afectados: unos quizá por puro amor a la fuerza, otros por positiva convicción de la actual conveniencia de un rearme, otros por cortesía o, finalmente, alguno por temor.

Sí, por temor, porque si tal rearme es presentado en razón de su conveniencia para la «guerra contra el terrorismo», el que lo rechazara -tal vez por considerarlo un gasto inoportuno para su presupuesto- temería que se le espetase la amenazadora pregunta tan típicamente americana: «Oye ¿tú de qué lado estás?», lo cual podría no tener mayores consecuencias, pero ¿quién puede estar seguro? «La secretaria de Estado Condoleezza Rice dijo a propósito de las grandes sumas destinadas a armar a varios países de Oriente Medio: ‘Se trata de mejorar la capacidad de asegurar la paz y la estabilidad en la zona del Golfo» [citado de la crónica de Carlos Nadal en La Vanguardia del 5-VIII-07].

El proyecto de rearme de los árabes por los americanos suscitó la protesta de los israelíes, porque «dañaba seriamente la actual superioridad militar y tecnológica del Tsahal» . Una lamentación tan esperable que ni el presidente Bush podía dejar de tener bien prevista y de la cual participaba hasta gran parte de la mayoría demócrata de las cámaras. Así que la parte de Israel ha sido mejorada con un incremento del 43% sobre lo que venía recibiendo en la última década, suficiente para compensar o acaso incluso superar la parte de los árabes.

Y aquí permítaseme alargar la cosa sobre un punto que tal vez sea ocioso señalar, dada la ya más que notoria incondicionalidad entre los Estados Unidos e Israel, pero que para mí no deja de ser curioso añadir como un sumando más a la cuenta de sus afinidades electivas. Se trata de la frase sobre «la actual superioridad militar y tecnológica del Tsahal», puesta en boca (por el diario que la cita: EL PAÍS del 30-VII-07) de dos altos funcionarios del Ministerio de Defensa de Israel, los generales Ido Nejshotan y Amos Guilad. Pues bien, si, tal como parece, esa preocupación por la superioridad militar de Israel respecto de las naciones de su entorno constituye algo así como un principio de «doctrina», no puede dejar de traer a las mientes, inmediatamente, el famoso documento «Proyecto para un Nuevo Siglo Americano», fechado el 29 de mayo de 1998 y suscrito por los ulteriormente más conocidos, por abarcar tal vez dos tercios de la plantilla de la Casa Blanca: Dick Cheney, Paul Wolfowitz, John Bolton, Richard Perle, Richard Armitage y Zalmay Khalizad. El proyecto incluye como cláusula secreta un documento de 1992, que enuncia la doctrina de que América tiene que permanecer para siempre como la única superpotencia, manteniendo una máquina militar lo bastante poderosa para evitar cualquier conflicto localizado o mundial; hay que impedir que Europa tenga una fuerza militar propia y a Rusia y China no hay que considerarlas como partners, sino como rivales o amenazas. Además de esta «doctrina», hoy ya públicamente conocida, el documento incluía, ya en 1998, la necesidad de atacar a Irak. Así que el derribo de los dos rascacielos iguales pilló a los americanos desprevenidos de defensas, pero no, ciertamente, desprovistos de doctrina. En fin, ya se ve cómo la «doctrina» del Ministerio de Defensa de Israel parece a todas luces una imitación, respecto de los países de su entorno, de lo que la doctrina de la hegemonía militar americana pretende ser respecto del mundo entero.

Por otra parte, este rearme de los árabes lo mismo podría ser indicio de una creciente inclinación americana hacia la decisión de atacar de una vez a Irán, que de todo lo contrario, o sea de una próxima tentativa diplomática acomodada al que podríamos llamar «estilo Kissinger». Me refiero al criterio explicitado -hace menos de un año, si no recuerdo mal- por el propio Kissinger, al reprocharle a la Unión Europea que hiciese determinadas gestiones diplomáticas en Oriente Medio sin el acompañamiento de alguna mostración de fuerza. La fórmula que tal reproche echa de menos ha sido siempre, en palabra y obra, la del propio Kissinger, pero no un invento suyo al menos en la práctica; el Imperio Británico hizo frecuente uso de un ardid que la recuerda: el que se designó como «diplomacia de la cañonera», que en inglés se describía como «to show the flag»: mientras el enviado por la Reina (en la reina Victoria estoy pensando) o por el Foreign Office parlamentaba con la autoridad local, un navío -cañonera o lo que fuere- se paseaba por delante del puerto exhibiendo el Union Jack, la bandera del Reino Unido. Tiendo a creer que se trata de esto último, tal como podría haberlo anticipado, hará como unos cuatro meses, la reunión de dos portaaviones, con su escolta, entre el Mar de Omán, el Estrecho de Ormuz y el Golfo Pérsico, de suerte que el rearme de los países árabes aledaños de Irán sería un complemento de presión sobre los iraníes con los que la Casa Blanca estaría dispuesta a tratar, aunque no sin la amenaza simultánea de un gran alarde de potencia militar, en plena conformidad con la peculiar forma diplomática que he designado como «estilo Kissinger».

El primitivismo americano no acepta ni siquiera el más evidente de los éxitos diplomáticos si no lo ve adornado con alguna forma que reluzca como oropeles de victoria; no tiene que parecer que la otra parte «se ha avenido a razones», tiene que parecer que «ha claudicado a las presiones de la fuerza»; las autoridades de la otra parte no es que se hayan dejado convencer por las palabras del enviado de la Reina, sino que han cedido porque con el rabillo del ojo veían el ir y venir de la cañonera con el Union Jack. Al primitivismo americano no le sabe a nada la idea de un avenimiento entre las partes enfrentadas («Así ¿quién coño va a saber quién tiene razón?»); él sólo entiende en términos de ganador y perdedor. Ya más arriba ha salido a relucir la amenazadora pregunta del «¿Tú de qué lado estás?», directamente relacionada con el uso que hizo el presidente Bush de la peor frase proferida por el Jesús del Evangelio: «El que no está conmigo está contra mí». Es congruente que el primitivismo tenga una señalada preferencia por la bipolaridad, que hace el mundo más sencillo y comprensible; si a ello se añade un grado de sentimentalismo desconocido entre los europeos, que, como tal sentimentalismo, necesita la constante asistencia de juicios de valor, ello redunda nuevamente en beneficio de la bipolaridad, que es lo que de modo más simple se presta a juicios de valor, si es que, como es harto frecuente, no los trae ya hechos.

Pero si es cierto, tal como yo me inclino más bien a creer, que tanto los paseos de los portaaviones por el Estrecho de Ormuz como el rearme de ocho Estados árabes quieren configurar la situación preparatoria para un encuentro diplomático entre los Estados Unidos y la República de Irán, no será, ciertamente, porque predispongan el ánimo del Gobierno iraní hacia una actitud conciliatoria, pues es lógico pensar que más bien conseguirán exactamente lo contrario: exacerbar la fobia y la soberbia; pero es de eso, justamente, de lo que se trata: no de ponérselo más fácil a los iraníes, sino más difícil, porque sólo si éstos acaban sometiéndose manifiestamente a la humillación de tener que tragarse rabiando su soberbia, podrán los americanos contemplar y sentir el resultado diplomático aureolado de inequívocas credenciales de victoria. Claro está que apretando las condiciones y exigencias hasta el extremo que semejante efecto necesita se corre el riesgo de que el débil no pueda resistir rebajarse hasta tal punto (como no resistieron los melios frente a los atenienses) y se niegue a claudicar, obligando así al fuerte a ejecutar lo que sus propias presiones amagaban. Aunque tampoco puede excluirse el caso de que el fuerte tenga ya decidida la guerra, y el grado de humillación de las condiciones esté ya deliberadamente calculado para que el último resto de soberbia del débil no las pueda aceptar; un ejemplo de ello nos lo ofrece la conversación entre James Baker y Tarek Aziz celebrada en Ginebra el 9 de enero de 1991.

De un editorial de EL PAÍS (5 de agosto del 2007), que trata de este rearme de los árabes, transcribo la siguiente frase: «… el viejo fantasma del rearme, y de la subsiguiente militarización de las relaciones internacionales y de la diplomacia, ha vuelto a aparecer en escena, y seguramente para quedarse». A este respecto conviene señalar que esta tendencia -por supuesto en su manifestación pública y explícita- tiene ya algunos años, por cuanto yo pueda saber, pues se anticipa en poco más de un año a la fecha de la agresión a Irak. Concretamente a principios de febrero del año 2002, con ocasión de la trigésimo-octava Conferencia sobre Política de Seguridad, celebrada en Múnich, comentando la notable diferencia entre los gastos de armamento de los europeos y los de los Estados Unidos, Paul Wolfowitz -entonces el segundo detrás de Donald Rumsfeld en las autoridades del Pentágono- tachó a los europeos de «falta de ambición», pues la media de los cinco mayores productores de armamento entre los europeos era de 323 euros por habitante, mientras que la de los Estados Unidos arrojaba la cifra de 1.029 por habitante y año. El entonces secretario general de la OTAN estaba de acuerdo en que los europeos debían incrementar sus gastos de armamento, o «ser más ambiciosos» en palabras de Wolfowitz, pero a su vez les reprochó a los americanos el que no fuesen más generosos para revelar nuevos secretos tecnológicos. Pero lo que más concierne a nuestro caso fue la premonición del ex secretario de Defensa americano William Cohen, según la cual el «peso» o el grado de influencia internacional de cada nación dependerá cada vez más del potencial de su armamento. La fuerza logra obediencia, y la obediencia otorgada le va dando condición de autoridad. Toneladas de hierro, toneladas de razón.

* Rafael Sánchez Ferlosio, para muchos el mayor prosista vivo de la lengua castellana, fue Premio Cervantes en 2004.