Harald Martenstein, redactor del Tagesspiegel, nos cuenta sus contradicciones a la luz de un atentado, descubierto buscando fuentes para un artículo. ¿Se debe ser siempre sincero en política o a veces se requiere deslealtad? A mi parecer hay situaciones en las que es lícito engañar al público. Y lo he repensado con motivo del […]
¿Se debe ser siempre sincero en política o a veces se requiere deslealtad? A mi parecer hay situaciones en las que es lícito engañar al público. Y lo he repensado con motivo del 70 aniversario de la fundación del periódico Die Zeit. Debía escribir algo sobre 1946, año de su aparición. La primera idea fue escribir algo sobre Konrad Adenauer. Y tropecé con algo nuevo, a pesar de haber estudiado historia y ser un lector de periódicos.
En marzo de 1952 se intentó atentar contra el primer canciller de la Alemania federal. Un hombre convenció a dos muchachos para que entregaran un paquetillo a Adenauer. Pero los jóvenes no se dirigieron a correos sino a la policía, donde explotó y mató a un policía. Las investigaciones condujeron a dos combatientes de una organización judía clandestina denominada Irgún [el Irgún fue el predecesor del partido político nacionalista Herut («Libertad»), lo que condujo al actual partido Likud]. Uno se puede imaginar lo que hubiera podido significar la publicación de esta noticia en la Alemania de esta época posnazi, profundamente antisemita. Adenauer determinó mantener en secreto el trasfondo de este atentado. Cinco sospechosos, detenidos en Francia (entre ellos Elisier Sudit), fueron expulsados discretamente a Israel. Se interrumpieron las diligencias y se archivó el caso. Oficialmente se atribuyó el intento a una sola persona trastornada.
El miembro de Irgún, Elisier Sudit, especialista en el manejo de material explosivo y constructor de bombas, escribió más tarde, en 1994, un libro, sus memorias, en el que se decía que en realidad se intentó atentar contra Adenauer por tres veces. El instigador, sostenía Sudit, habría sido el más tarde primer ministro de Israel, Menachem Begin, que quería impedir a toda costa un acercamiento entre la Alemania occidental de Adenauer y la Israel de Ben-Gurion. Begín reclamaba venganza en lugar de reconciliación; a su juicio todo alemán era un asesino.
Si hoy nosotros tuviéramos una estructura informativa como en 1952, si no tuviéramos internet, quizá la batida criminal en la noche de san Silvestre en Colonia se hubiera encubierto. Cierto, difícil, en aquella noche hubo en Colonia muchos testigos, fueron muchos lo que presenciaron, pero también sobre el atentado a Adenauer fueron muchos los que supieron la verdad de lo ocurrido.
¿Y a mí qué? Me parece bien que se publicara lo ocurrido en Colonia. Y también pienso que Adenauer hizo lo correcto. Me doy cuenta del embrollo en el que ando envuelto: barra libre en un caso y, al mismo tiempo, abogo por la política de reconciliación con Israel de Adenauer. Y es que en política depende del resultado final. Ahí es donde se decide si todo, desde un punto de vista moral, fue justo. Es claro que el fin no justifica cualquier medio, pero en todos los pasos de nuestra vida no se puede ser sincero si uno no quiere convertirse en la vida en un cuchillo sin mango, en cuchillo todo corte.
Como Adenauer, pienso que los políticos a veces deben ocultar la verdad. Pero al mismo tiempo creo, metido en contradicción, que los periodistas no deben ocultar noticia alguna. Cuando algo llega a la mesa del periodista, que no se ajusta a la visión del periodista, éste debe olvidarse de su visión y dar la noticia. Odio artículos, que no siendo comentarios ni columnas desde la primera frase dejan claro de parte de quién está el autor, la mayor de las veces son un desatino polémico-moralizante.
¿Y qué hubiera hecho yo en 1952 como redactor jefe?: «¿Atentado judío contra Adenauer»?
No había internet y no sé qué habría hecho.
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