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Sobre la bondad

Fuentes: Rebelión

La otra noche me sorprendí a mí misma pensando en el absurdo de tanta acumulación de papeles y documentos; recortes, datos, apuntes o ideas aún sin forma para próximos artículos o reflexiones. Me imaginé en unas pocas decenas de años más, muerta, ahogada entre cientos de folios que alguien cercano metía en enormes cajas para […]

La otra noche me sorprendí a mí misma pensando en el absurdo de tanta acumulación de papeles y documentos; recortes, datos, apuntes o ideas aún sin forma para próximos artículos o reflexiones. Me imaginé en unas pocas decenas de años más, muerta, ahogada entre cientos de folios que alguien cercano metía en enormes cajas para tirar directamente a la basura o a un contenedor azul. En ese momento me dije que lo único que nos salva del sinsentido de ese futuro invariable es la bondad y la entrega a los otros. «La bondad es intemporal» escribió W. H. Auden, aun cuando no tenga espacio en los libros de historia, dedicados por entero a gestas guerreras, bombardeos masivos y luchas por el más allá o acá de unas fronteras, simples contingencias temporales sin trascendencia real. Habría que reescribir la historia desde una perspectiva humana. Y aunque la poesía, la sabiduría, el arte, nos eleven y alimenten el alma, nos hagan crecer por dentro, lo más valioso y que nos da la medida como personas, son la bondad y el amor. «Debemos amar al prójimo y morir», dijo también el poeta, y verdaderamente no hay otra opción que tenga más sentido en este tiempo oscuro y trágico, que nos obliga a comprobar diariamente si somos o no gentes de bien.

La bondad es una elección ética. Entender y aceptar al otro. Ponerse en su piel y tener memoria. A los puertos canarios han arribado en los primeros meses del año más de ocho mil inmigrantes irregulares, cinco veces más que el año pasado; muchos de ellos han sido llevados a la península -sólo en marzo más de mil-, pero probablemente llegará un momento en que el ritmo de llegada supere al de los traslados y queden otros tantos inmigrantes en las islas intentando luchar por un futuro mejor. Creer que esta triste sangría motivada por la miseria se va a detener de un día para otro con algunos pocos convenios de ayuda o repatriación, o con el despliegue oceánico de la armada, es tan sólo una fantasía, especialmente si tenemos en cuenta que de los 30 países más pobres del mundo, 28 están en el África subsahariana; o si recordamos que un africano vive una media de 46 años, frente a los casi 80 nuestros. Tamaña desigualdad entre zonas geográficas tan próximas conduce a que miles de personas arriesguen su vida cruzando decenas de kilómetros todos los días. Más de mil quinientos seres humanos podrían haber muerto en lo que va de año intentando alcanzar nuestras costas. Un futuro desesperanzado de hambre y guerra es lo único que les aguarda si se quedan donde están.

En estos momentos de crisis migratoria nuestra humanidad se pone a prueba; tenemos que ejercer la misma responsabilidad solidaria que hace unos años nuestros compatriotas de Latinoamérica; cubanos, venezolanos o argentinos, tuvieron con nosotros, cuando éramos los canarios los que cruzábamos el Atlántico esperando su acogida y una oportunidad de progreso. Ante este fenómeno imparable, lo que menos se necesita son respuestas demagógicas, como la del secretario general del Partido Popular, Ángel Acebes, cuando relacionó la inmigración con la delincuencia, apuntalando futuros brotes racistas, o posiciones egoístas como las del alcalde de Garachico, Francisco Miranda, quien desde el oportunismo se puso al frente de una manifestación vecinal en contra del traslado de un grupo de menores inmigrantes a su municipio, aunque luego se viera obligado a rectificar. Lo que necesitamos son políticos y medios de comunicación prudentes y con altura de miras que no alimenten la desconfianza hacia el otro, hacia el extranjero, con planteamientos que sólo buscan obtener un puñado de votos, el rédito político inmediato; o atraer público o lectores mediante el sensacionalismo, generando alarma social. Apoyar la irracionalidad de la ignorancia o sembrar intransigencia sólo propicia xenofobia y dificulta la integración de los que vienen y vendrán -nos guste o no- por mar o por aire. Somos seres humanos. La bondad es una obligación ética para no convertirnos en piedras, y morir.