Sami Naïr acaba de publicar en El País un artículo (breve y quizá por ello reflejo necesariamente incompleto de su pensamiento) titulado La impotencia de la izquierda europea que ha merecido una crítica de Carlos Martínez*, presidente de ATTAC España, y que quizá valga la pena comentar. La tesis central del artículo es que en […]
Sami Naïr acaba de publicar en El País un artículo (breve y quizá por ello reflejo necesariamente incompleto de su pensamiento) titulado La impotencia de la izquierda europea que ha merecido una crítica de Carlos Martínez*, presidente de ATTAC España, y que quizá valga la pena comentar.
La tesis central del artículo es que en Europa «impera el silencio. Es el grado cero de la izquierda política e intelectual europea». Frente a ello, cree que «ha llegado la hora de que la izquierda europea se recomponga y sobre todo que haga propuestas que no sean solo insustanciales y tímidas adaptaciones a las medidas tomadas por los grandes centros financieros. Propuestas realistas y socialmente progresistas para modernizar las relaciones sociales y convertirse en una alternativa creíble, movilizadora, frente a las derivas de un sistema económico exclusivamente dedicado al culto del beneficio y de la especulación financiera. Si la izquierda europea quiere oponerse de verdad a este sistema globalizado que ha logrado dividir como nunca a los asalariados, debe aprender a trabajar y actuar solidariamente a escala europea».
Por su parte, Carlos afirma que el articulo de Sami es desmovilizador y que falsea la realidad porque al hablar de izquierda se refiere tan solo a la socialdemocracia, porque cita a Grecia y su gobierno y no habla de las seis huelgas generales, porque hablar de política alemana y no citar a Die Linke es «mala leche o desinformación», porque en su opinión hablar de la necesidad de acciones aunque sean simbólicas europeas y no hablar del 29 de Septiembre es «no desear que se conozca esta movilización europea de los sindicatos» y finalmente porque «no ser capaz de citar siquiera la resistencia que los movimientos sociales europeos están articulando poco a poco pero con constancia es trabajar para el capitalismo financiero aunque sea de forma tal vez involuntaria».
A pesar de que se pueden parece opiniones muy antagónicas, yo creo que hay elementos razonables en los dos textos.
Por un lado, me parece que es importante ser conscientes de que lo que está ocurriendo es efectivamente el resultado de un gran fracaso de la izquierda en los últimos años.
Es cierto que se trata de un fracaso que no se puede achacar solo a su completa responsabilidad: no olvidemos que en los últimos cuarenta años las políticas neoliberales que se han presentado como la suprema expresión de la libertad se han impuesto en muchos sitios de la mano de dictaduras que han asesinado a miles de políticos, sindicalistas, líderes ciudadanos y simples personas normales y corrientes que trataban de forjar nuevos ideales y poner en marcha resistencias sociales. Y que allí donde hay un movimiento de respuesta en muchos casos se ha producido represión física y casi siempre política, académica o electoral, o que la concentración del poder mediático y su vinculación con el económico y financiero es más grande que nunca.
Por eso me choca que una persona que conoce tan bien como Sami Naïr los entresijos del poder diga que los intelectuales de izquierdas permanecemos en silencio sin mencionar que apenas disponemos de espacios donde decir lo que pensamos. Lo que yo creo que ha faltado y está faltando no son análisis, ni denuncias, ni propuestas de intelectuales comprometidos sino su difusión.
Otra cosa es que sí debamos reconocer que la izquierda ha sido incapaz de organizar en todo este tiempo su propio sistema de mediación social y, por ello, que los análisis que podrían sustentar respuestas políticas en la línea que apunta Sami Naïr parezcan inexistentes o no puedan servir como catalizadores efectivos de la movilización social.
Y desde luego se ha producido un gran fracaso de la izquierda porque, hasta el momento, y salvo experiencias muy contadas, ni ha sido capaz de superar su división, ni de definir un nuevo proyecto político y social atractivo, ni ha sido capaz de articular en torno a sus análisis y propuestas a una fracción considerable de la ciudadanía. Y es cierto que si no todos, la mayoría de los intelectuales de izquierda no se han movilizado ni suficiente ni valientemente para dar fuerza a los movimientos sociales frente a la crisis. La izquierda no solo está siendo incapaz de aprovechar esta crisis para avanzar sino que ni siquiera está teniendo fuerza para resistir.
También es cierto, como señala Carlos Martínez, que Sami Naïr se centra exclusivamente en el papel de la socialdemocracia y que silencia lo que se está haciendo en otros espacios políticos. Pero, al mismo tiempo hay que reconocer que esto último está siendo hasta ahora bastante insuficiente. Es verdad, por ejemplo, que ha habido varias huelgas generales en Grecia pero lo relevante quizá no sea solo que se hayan producido sino que estén resultando ineficaces para frenar la extraordinaria agresión que allí vienen recibiendo los trabajadores, posiblemente, porque no hayan sido tan generales como indica su nombre. Como también es cierto que en España se prepara una huelga general, pero me parece que todos somos conscientes del fuelle tan escaso que la impulsa precisamente porque el papel desempeñado hasta el momento por sus convocantes (una buena expresión de la impotencia y del fracaso innegables de las izquierdas que denuncia Sami Naïr) no es precisamente el que mejor puede fortalecer ahora una movilización general contra las políticas neoliberales.
Por eso creo que ambos análisis tienen razón, aunque también los dos me parecen incompletos: creo fundamental reconocer la impotencia, el fracaso y también la complicidad de las izquierdas, cada uno en partes desiguales en sus diferentes corrientes, pero lo que no se puede hacer es invisibilizar lo que se viene haciendo para tratar de superarlos y analizar la situación como si no hubiese nada a la izquierda de la socialdemocracia. Y, sobre todo, no mencionar que el principal y más lamentable fracaso está siendo ahora el de ésta última que, por miedo, por verdadera impotencia o por complicidad se ha convertido una vez más en el brazo ejecutor de las políticas neoliberales, e incluso en algo peor: en aún más desmovilizadora de la sociedad y en la silenciadora de todo lo que ocurre o se gesta a su izquierda.
Dicho esto, creo, sin embargo, que en este sentido se sigue valorando de un modo muy equivocado el papel de la socialdemocracia.
Cuando se habla de ella queriendo disimular su efectiva responsabilidad, se oculta que hay otra izquierda y se quiere hacer creer que el mundo de la política termina allí donde acaban los socialdemócratas. Y cuando se analiza desde su izquierda reclamando políticas más radicales parece que el problema consiste simplemente en determinar (con razón) que las políticas que lleva a cabo no son de izquierdas y, en todo caso, como hace Carlos Martínez, a pedir a los socialdemócratas que se vengan «a luchar junto a las y los que estamos en ello».
Ambas posiciones me parecen inapropiadas.
La historia nos demuestra que la socialdemocracia ha sido o ha hecho lo que ha permitido que sea o que haga la correlación de fuerzas sociales de cada momento.
El gran problema de los socialdemócratas es creer que cualquier correlación de fuerzas les va a permitir actuar como cuando las clases trabajadoras están empoderadas y apoyan sus programas reformistas y entonces pueden lograr avances sociales efectivos e innegables, como ocurrió en los años de pleno empleo posteriores a la segunda postguerra mundial. Y creyendo eso, se deja llevar y renuncia a fortalecer el poder de su base social, lo que la ata de pie y manos frente al capital. Y el problema de la izquierda de la socialdemocracia es pensar que todo lo que ha hecho la socialdemocracia no sirve nada más que para sostener al capitalismo, de modo que lo que hay que hacer es atacarla y abrir una fosa lo más grande posible entre ella y la izquierda «de verdad».
Es evidente que cuando la correlación de fuerzas es desfavorable, la socialdemocracia en el gobierno no puede llevar a cabo sus políticas redistributivas y de pacto social y que, renunciando como suele renunciar a la movilización de apoyo social, se convierte simplemente en un instrumento de las políticas de derechas que no solo producen resultados materiales más desfavorables a los trabajadores sino que además crean ciudadanía de derechas (he analizado todo esto con detalle en La estrategia del bienestar en el nuevo régimen de competencia mundial).
Esto es cierto y es lo que está pasando actualmente en España. Pero creo que es bastante simplista que quienes nos consideramos a la izquierda de la socialdemocracia nos limitemos a reclamar que los socialdemócratas se caigan del caballo y se venga al lado de los movimientos sociales que «de verdad» luchan por el cambio social.
Yo tengo la convicción (porque me parece que eso es lo que demuestra la experiencia histórica) de que las políticas socialdemócratas que no se basan (como suele ocurrir) en la movilización social y en el empoderamiento de la ciudadanía terminan siendo un simple sostén de las políticas liberales. No voy a insistir en ello porque creo que está a la vista. Pero lo que al mismo tiempo me parece fundamental reconocer es que será imposible avanzar de verdad hacia una transformación social más completa, auténtica y radical si no se articula un bloque social que para poder ser tan amplio como es preciso y no muy minoritario necesariamente ha de contar con la base social que hoy día sostiene a la socialdemocracia.
¿O es que acaso podemos creer que quienes cuando se presentan a las elecciones no sacan más del 10% de los votos, en el mejor de los casos, pueden considerarse de veras en condiciones de liderar el cambio social?
Yo creo que es ahí donde está de veras el auténtico fracaso de la izquierda llamémosla transformadora o más radical: se limita a considerar que la socialdemocracia no transforma o no lo hace suficientemente a la sociedad y a los individuos (con toda la razón) pero lo hace mirándose a su propio ombligo y sin ser capaz de generar alternativamente un proyecto que sea atractivo y capaz de generar cohesión social y apoyo suficientemente potentes como para avanzar en dicha transformación, comprometiendo con él a la gran parte de la base social y de la propia militancia de la socialdemocracia que de verdad desea avanzar más radicalmente hacia otra realidad social. Y como la socialdemocracia, guste o no, lo consigue en mayor medida, sigue siendo la referencia para la inmensa mayoría de las personas que no quieren un mundo como este, y aunque eso al final solo se traduzca la mayoría de las veces en pasos atrás o en frustraciones.
La historia nos ha demostrado los efectos negativos de esa actitud cómplice y desmovilizadora de la socialdemocracia. Pero también la inutilidad de que el resto de la izquierda se limite a levantar banderas muy puras y radicales que, sin embargo, solo siguen minorías tan selectas como inoperantes.
Y por eso pienso que lo que sería deseable es que se fuesen reconstruyendo espacios de unidad en torno a demandas que creo que hoy día son radicales y que claramente apuntan a la línea de flotación del sistema pero que pueden ser suscritas por amplios sectores sociales (frente a las injusticias fiscales, contra el poder de los bancos, contra la pérdida de derechos elementales…). Unos espacios que no pueden reproducir la experiencia de los viejos partidos políticos sino que deberían surgir desde abajo, democráticamente, y contar con la participación mancomunada de todas las corrientes de las izquierdas, que deberían dejar de preocuparse por sentirse más ortodoxas o como portadoras más auténticas de la verdad y empezar a trabajar conjunta y generosamente para promover la movilización social.
Y más concretamente, creo que en España todo ello pasa en este momento por ir creando una alternativa electoral única a la izquierda del PSOE, no para combatirlo sino para combatir a la derecha (la de fuera y la de dentro del PSOE) y de esa manera avanzar hacia la conformación de un bloque social capaz de enfrentarse con algo más de éxito a las agresiones que se están produciendo y a las que vienen.
* La crítica de Carlos Martínez fue realizada a través del correo de ATTAC de modo que no nos es posible reproducirla.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla y miembro del Consejo científico de ATTAC-España. Su web personal: www.juantorreslopez.com
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