El problema de la libertad remite a dos dimensiones, que son la libertad interna y la libertad externa. La libertad interna quiere decir que, por muy condicionados que estemos, tenemos siempre un margen de decisión. La libertad externa es el límite que nos marcan nuestros condicionamientos externos. La libertad interna depende de uno mismo. La […]
El problema de la libertad remite a dos dimensiones, que son la libertad interna y la libertad externa. La libertad interna quiere decir que, por muy condicionados que estemos, tenemos siempre un margen de decisión. La libertad externa es el límite que nos marcan nuestros condicionamientos externos.
La libertad interna depende de uno mismo. La libertad externa, en cambio, depende de la sociedad en la que vivimos. Si la primera era la capacidad de decidir y de llevar a término lo que queremos, la libertad externa es el marco de posibilidades que te da la sociedad en que vives para elegir. Cuando hablamos de la libertad interna quiere decir la capacidad de hacer lo que decidimos, sin estar limitados por «nuestras pasiones», como decían los antiguos. Cuando la ira, el miedo, la indolencia o las adicciones nos impiden llevar a término lo que decidimos, es decir lo que realmente queremos, entonces falta libertad interna. Es un trabajo interior el que nos debe posibilitar desarrollarla. Es una cuestión ética. La ética apunta siempre al compromiso con nosotros mismos y con los otros. Es nuestro compromiso, es nuestra responsabilidad. Se trata de asumir no solamente las consecuencias de nuestros actos, en relación con nosotros mismos y con los otros, sino también de hacernos cargos de nuestras vidas.
Pasamos entonces a la libertad externa, que es la dimensión política. Se elaboran unas leyes para regular la libertad y los derechos de todos porque la libertad común solo es posible si cada cual respeta la de los otros.
Me parece que la mejor formulación de cómo debe plantearse esta libertad externa la han hecho John Stuart Mill y Philip Pettit. Mill separa lo privado de lo público para afirmar que la libertad solamente puede ser limitada si afecta a la libertad del otro. En el momento en que mi libertad coacciona la del otro las leyes deben intervenir. Con lo cual las leyes lo que hacen no es limitar la libertad, sino la de cada uno para favorecer la de todos. No van contra la libertad sino que se ponen a su servicio. Pero sin olvidarnos de la igualdad, como nos enseñó Marx. ¿cómo podemos hablar de libertad si no hay unas condiciones dignas de existencia?
Philip Pettit, por su parte, complementa lo dicho por Mill. La libertad como no-dominación, es decir como el derecho a que no sea limitada de manera arbitraria por la voluntad del otro. Con ello se supera el viejo (y mal planteado) dilema entre la libertad de los antiguos y la de los modernos, que luego se llamaría libertad negativa y libertad positiva. Y nos permite entender que la libertad debe complementarse con la igualdad. Es la necesidad de vincular la libertad social con la idea de justicia. Es decir, que a veces las leyes deben limitar la libertad en nombre de un valor diferente que es el de la justicia. La cuestión es, por supuesto, que entendemos por justicia y como mantener este equilibrio entre un Estado justo y la defensa de las libertades individuales. Para mí se resumiría hoy en lo que recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es decir que la libertad individual debe estar vinculada a la necesidad de garantizar unos derechos sociales para todos. Pero hay que entender también la libertad externa como libertad política. La libertad política es la de expresarse, asociarse, reunirse y manifestarse libremente. Es lo que podríamos llamar libertad republicana. Pero esta libertad republicana cierra el círculo con la libertad interna. Porque solamente los ciudadanos con información y con criterio pueden dar contenido a una democracia. Es decir, que son las virtudes cívicas las que necesitamos para que esta democracia sea no solo un procedimiento formal sino también una cultura. Esto nos lleva nuevamente a la sociedad, a la educación, a los medios de formación y de información. La política debe ser justamente el esfuerzo por realizar, por materializar y concretar estos derechos, hacer que sean efectivos.
La conclusión es que la libertad interna y la externa no pueden separarse y que todo lo humano tiene una dimensión social. La sociedad hace al individuo y el individuo hace la sociedad.
Cada cual ha de asumir la responsabilidad que tiene para hacer que sea posible, como decía Paul Ricoeur, «una buena vida, compartida con los otros y en el marco de unas instituciones justas. El necesario complemento entre la ética y la política.
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