A poco de autoproclamarse presidente encargado de un gobierno imaginario que nadie votó, el diputado venezolano en desacato Juan Guaidó, dio luz verde al intento de golpe de estado que dirige el gobierno yanqui de Mr. Donald Trump y su banda de halcones de la Casa Blanca encabezados por el Consejero de Seguridad Nacional, John […]
A poco de autoproclamarse presidente encargado de un gobierno imaginario que nadie votó, el diputado venezolano en desacato Juan Guaidó, dio luz verde al intento de golpe de estado que dirige el gobierno yanqui de Mr. Donald Trump y su banda de halcones de la Casa Blanca encabezados por el Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, y el Secretario de Estado, Mike Pompeo contra la República Bolivariana de Venezuela.
Entre los rimbombantes y estridentes anuncios que realizó el diputado en desacato, devenido por voluntad y frondosa imaginación imperial en autoproclamado presidente, estuvo el de una supuesta «ayuda humanitaria» que el concierto de gobiernos satélites del injerencismo estadounidense «desinteresadamente» estarían dispuestos a enviar a Venezuela. Y no era de esperar otra cosa, ya que para muchos de los gobiernos satélites que orbitan y operan bajo la influencia de la fuerza de gravedad golpista del imperialismo, Venezuela afronta una sensible situación de emergencia humanitaria. Y no importa que la misma haya sido desmentida terminante y categóricamente por el gobierno legítimo y real que ejerce un no menos tangible Nicolás Maduro al declarar que «Venezuela no va a permitir ninguna ayuda humanitaria falsa, nosotros tenemos capacidad para darle comida, empleo y seguridad social a los trabajadores venezolanos».
Allá por agosto de 1976 en la provincia de Río Negro, cuando ya se había instalado en Argentina la larga y oscura noche de la dictadura militar, en un paraje denominado Trapalco vivía una indígena mapuche llamada Gerónima con sus cuatro hijos: Paulino, Floriano, Eliseo y Emiliana. Sus condiciones de vida eran por demás extremas. A duras penas comían aquello que lograban cazar, dormían sobre un piso de tierra y el abrigo era escaso. Para colmo de males el agua y la nieve eran difíciles de contener para el modesto ranchito que habitaban los cinco. Y como si esto fuera poco, no recibían ninguna atención médica. A pesar de todo ése contexto de penurias, Gerónima y sus cuatro hijos afrontaban la vida y sus circunstancias. Hasta que un día una patrulla policial, a lo mejor motivada por el altruismo de las nobles causas oficiales, se llevó a Gerónima y sus hijos al hospital de Gral. Roca.
«El imperialismo no ayuda a nadie en el mundo. Dime en qué lugar del mundo han llevado ayuda humanitaria. Lo que han llevado es bombas para destruir Afganistán, Iraq, Libia, Siria. Para provocar muertes. Es un show, así de sencillo. Venezuela no se va a convertir en un país dependiente, ni mendigo del mundo. Venezuela tiene la capacidad para producir lo que necesita, para importar lo que necesitamos (…) Nosotros vamos a seguir garantizando que nuestro pueblo tenga educación, salud, alimento, acceso al trabajo como hoy por hoy lo tiene. Todo lo demás es un show barato que pretende justificar una intervención y no voy a aceptar ningún tipo de intervencionismo» afirmo el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro ante un periodista que le realizó una entrevista.
Y Maduro acierta, ya que si bien la intención de la «comunidad» internacional aparenta ser buena, en esencia la opinión generalizada que los grandes medios de comunicación han construido e inoculado por doquier es que los venezolanos no pueden ni deben continuar viviendo así, como han decidido vivir. Con esa idea quimérica, por no decir loca, del socialismo del siglo XXI. Y por eso Mr. Trump, Mr. Bolton, Mr. Pompeo, el barrilete sin cola de la Unión Europea y los tristes gobiernos satélites del Grupo Lima han decretado que los venezolanos necesitan ayuda, buena alimentación y cuidados médicos. Para lo cual han resuelto enviar la tan mentada «ayuda humanitaria» ofrecida por la generosa y desinteresada mano del statu quo imperial. Casi como lo hicieron hace más de cuarenta años atrás, salvando las distancias, aquellos policías con Gerónima y sus hijos en la Patagonia.
Al igual que en aquella oportunidad nadie le preguntó a Gerónima si ella había pedido o si deseaba irse de Trapalco, en esta ocasión los amos del mundo tampoco tienen en cuenta lo que la soberana República Bolivariana de Venezuela necesita, solicita o quiere. «Más allá de las opiniones que se tengan sobre la Revolución Bolivariana o del socialismo del siglo XXI que nos empeñamos en construir, hay un derecho internacional, una justicia internacional que deja desnuda la intención de esa élite imperial dominante de la Casa Blanca de apoderarse de Venezuela por los recursos petroleros y grandes riquezas» denunció por enésima vez el presidente Nicolás Maduro.
Gerónima y sus hijos fueron inmediatamente separados ni bien ingresaron al hospital. Y es que hay veces que la «ayuda humanitaria» no entiende de razones humanitarias y actúa con violencia. Las dos niñas y los dos niños necesariamente para bien de la humanidad debían ser atendidos en otro pabellón. Para Gerónima esto fue un golpe muy duro, pues ella nunca se había separado de sus hijos. Pero el problema no era la «ayuda humanitaria», el inconveniente era Gerónima que no se dignaba a adaptarse a su nueva condición de asistida. El tiempo de internación transcurría y a pesar que le ofrecían una humanitaria y confortable cama Gerónima dormía en el piso. No contenta con esto hacía sus necesidades afuera del hospital aprovechando algún ocasional «descuido humanitario» del personal. Pero lo más grave, comenzó a apenarse porque no le permitían permanecer con sus hijos. Gerónima se afligió tanto y a tal punto que de repente se vio inmersa en una profunda crisis depresiva y se negó a comer. Al poco tiempo, su hija Emiliana también comenzó a rechazar la comida. Madre e hija se solidarizaban tanto en el sufrimiento como en una especie de protesta silenciosa.
Hay veces que la diplomacia se parece mucho a la medicina, tal como podemos apreciar en el caso de Venezuela, donde los Estados Unidos se han propuesto imponerle una cuarentena, un «aislamiento humanitario». Diagnóstico compartido por el barrilete sin cola de la Unión Europea. Y es que ambos comparten una cosmovisión etnocéntrica, imperialista y colonialista respecto a Venezuela. Por eso han decidido -eso si, siempre «humanitariamente» hablando- bloquear acceso congelando cuentas y activos que son propiedad de la soberana República Bolivariana de Venezuela como hicieron con las reservas de oro venezolanas que se encuentran depositadas en Inglaterra o con PDVSA y CITGO en Estados Unidos.
Cargada de dignidad, Gerónima enfrentó prejuicios y etnocentrismo de policías y médicos que habían decidido internarla junto a sus hijos. Medida que «naturalmente» no tuvo en cuenta la voluntad de Gerónima ni de sus hijos. «No quiero que me den una mano, quiero que me saquen las manos de encima», la frase retumbó por las paredes del hospital como un grito ancestral, surgido con la fuerza originaria de los retoños de estas tierras. Los médicos ya no podían soslayar lo que estaba sucediendo y decidieron respetar la voluntad de Gerónima, Paulino, Floriano, Eliseo y Emiliana otorgándoles el alta de la institución médica para que pudieran regresar a Trapalco. Dice el saber popular, parafraseando al poeta, que el camino al infierno se encuentra empedrado de buenas intenciones. Dos meses después los cinco tuvieron que ser internados nuevamente. Sus estados eran delicados. Paulino, Emiliana y Floriano fallecieron tras haber contraído «coqueluche» durante la internación anterior. Los médicos lograron salvar la vida de Eliseo. Gerónima, compungida y atormentada, enloqueció.
Hoy Venezuela afronta esa visión etnocéntrica, cargada de prejuicios, que los grandes medios de comunicación propalan impunemente montando la escena, contando con el vértigo de la inmediatez como aliado, para pintar una situación que bajo ningún punto de vista es real: la de una catástrofe o crisis humanitaria. Ya que de esa forma se justificaría la intervención en territorio soberano de la República Bolivariana de Venezuela. Bajo la mascarada de la «ayuda humanitaria» el imperialismo pretende ingresar su caballo de Troya para sembrar el caos y de esa forma promover y darle fuerza al frustado intento de golpe de estado que llevó a cabo la marioneta Gauidó. Golpe que por otro lado, parece languidecer al no encontrar apoyo mucho más allá de las furiosas filas del antichavismo militante.
Y como para muestra sólo hace falta un botón, podemos citar como claro ejemplo de la «ayuda humanitaria» la que intentaron introducir, proveniente de Miami, el domingo 3 de febrero. Digo intentaron porque el Ministerio del Interior de Venezuela incautó fusiles, cargadores, porta fusiles, miras, munición de alto calibre, antenas de radio y teléfonos móviles provenientes de Miami en el Aeropuerto Internacional Arturo Michelena, ubicado en la ciudad de Valencia.
Las historias -tanto las personales como las colectivas- nos enseñan que la «ayuda humanitaria» a veces no resulta, ni tal ayuda y mucho menos humanitaria. Porque con buenas intenciones, ya sabemos adonde arribaremos. Y hoy Venezuela no precisa una mano, necesita que el imperialismo saque sus sucias, mugrosas y sanguinolentas garras de encima.
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