Recomiendo:
5

Comunidad educativa vesus ”llaneros solitarios” o cómo ser un profesor confinado y no morir ”solo ante el peligro”

Sobre los gurús educativos…

Fuentes: Rebelión

” _ Estáis equivocados. ¡No tenéis por qué seguirme! ¡No tenéis por qué seguir a nadie! ¡Tenéis que pensar por vuestra cuenta! ¡Cada uno es un individuo! (Brian)

_ ¡Sí, cada uno es un individuo! (seguidores de Brian)

_ ¡Todos sois diferentes! (Brian)

_ ¡Sí, todos somos diferentes!» (seguidores)

_ Yo no. (Una vocecita entre la multitud)”

La vida de Brian

No sé usted, pero servidor anda bastante cansado de tanto “gurú suelto”, y eso que estamos confinados. Basta con tirar una piedra o abrir un periódico para que salte un mentor, un guía o, si lo prefiere en un lenguaje más cool, un coach. Parece que a día de hoy la clave para ser un buen profesor sea conocer a menganito o fulanito y comprarle su fórmula mágica, aunque sea un recetario del año la tos, sin ningún tipo de ingredientes, pero edulcorado un sinfín de condimentos vagos y generalistas. Porque si es cierto que el profesorado siempre tiene que estar dispuesto a renovarse, también lo es la necesidad de identificar a los charlatanes que fundamentan sus conocimientos en su capacidad de vender técnicas educativas al mejor postor, aunque estas sean más antiguas que la propia escuela. ¿Cómo reconocerlos? Generalmente tienden a escupir un repertorio repleto de siglas y anglicismos -STEM, ABP, learner satisfaction, learnlife, chatbot, design thinking, flipped classroom y un largo e interminable etcétera-  no tanto para dar herramientas al educador como para demostrar lo que uno sabe. Luego, a la hora de la verdad, cuando se recibe el enésimo curso, pocos son los que resuelven las dudas del profesorado. Y es que, en la práctica, probablemente no tengan la más remota idea de cómo hacerlo. Insisto, no pretendo desenmascarar tal o cual metodología ni cuestionar todos los profesionales que se dedican a impartir metodologías a los profesores, más bien cuestionar a todos aquellos “profetas de la nada” capaces de, por ejemplo, decir al profesorado que hay que rehuir de clases magistrales mientras, en fragante contradicción, lo argumentan desde una clase magistral, los que aman perder el tiempo y que lo pierdas con ellos al explicar conceptos igual de evidentes que de vacíos del tipo “los alumnos son personas, también sienten” o peor aún, los que, por no saber, no saben ni lo que dicen.

Dentro de la amplia amalgama de resabidos, por lo general en todos ellos destaca el desprecio del conocimiento del profesorado. Así, por ejemplo, si se da una clase de, pongamos gamificación, lo más probable es que el orador dé por sentado que el profesor, por no jugar, no ha jugado ni a las canicas. De poco servirá que uno tenga un vasto conocimiento sobre el tema, se haya adentrado en la obra de Johan Huizinga “Homo Ludens” (El hombre juega), haya estudiado el aprendizaje con dinámicas de juego del primer Kindergarten -jardín de infancia- llevado a cabo allá a principios del siglo XX –sí, hace ya cerca de cien años- o simplemente lleve jugando en el aula toda su santa vida: conforme al “primer mandamiento” de la “santa gurulogía” como el “experto” de turno dé por sentado que no sabe nada, en efecto, el profesor no sabrá nada. Claro que es muy posible que ese mismo sabelotodo “suliveyado por sus perjúmenes” desconozca que brindar ciertos conocimientos –en el caso de que, en efecto se tengan-no supone alzarse para observar la pequeñez del resto, sino lograr que el resto se alce sin empequeñecer a nadie.

En cualquier caso, la mayoría de los gurús educativos no solo se caracteriza por pedir veneración máxima a sus postulados, a modo de axiomas de “infalibilidad pontificia”, sino por recordar al respetable lo imbécil que es, no como él, único verdadero conocedor y valedor de la educación. Una perspectiva anclada en una sociedad en la que prima el «postureo» y en la que se menoscaba la comunidad, para subrayar lo individual. Por desgracia, mucho me temo que el «yoismo» –tal y como anuncia cierta marca “de cuyo nombre no quiero acordarme”- ha llegado para quedarse.

Personalmente, reconozco que dentro de la heterogeneidad de gurús tengo “preferencia” por dos modelos: el que nunca han enseñado en colegios y dedica su vida a mostrar cómo ser un buen profesor y él que en su momento fue uno más y acabó por huir de ese mundo en aras de compartir sus proezas. En el primer grupo abundan los cercanos a políticas de recursos humanos y a la mercantilización de la Educación, expertos en mesarse las barbas mientras explican que la competitividad es la base del sistema. En el segundo, destacan los que dedican a dar charlas para explicar su  “sacrificio” por el bien común, al haber abandonado el que, sin lugar a dudas, fuera el mejor tiempo de su vida, a saber: el de profesor. Sí, a mí también se me ocurre un anglicanismo para dicho servidor de causas ajenas: get lost!

En estos días “envasados al vacío” los modelos de “innovador hiperactivo” (cuantas más plataformas y actividades se manden mejor) e “innovador heroico” (empeñado en mostrar a todo el personal lo mucho que trabaja en oposición al resto) se multiplican. Se trata de una tipología influenciada por el dogmatismo de lo inmediato –siempre mal consejero-  que por lo general se retroalimenta y que en esencia, no conduce a una mejora global del sistema educativo; es más, con frecuencia se limitan a contribuir a la frustración del docente y del alumnado Y así nos va, basta con echar un vistazo a las redes sociales para hacerse cargo de la situación: profesorado y alumnado desbordados por la carga adicional de trabajo y frustración ante la ausencia de recursos. No nos engañemos, el reto educativo en el confinamiento no es implementar determinadas plataformas. El verdadero reto que tenemos hoy en día es el mismo que estaba en el ayer: poder hacer frente a las desigualdades. Pretender que un sistema educativo a distancia sea igual de satisfactorio para todos los estudiantes es una fantasía abocada a la frustración. Es casi tan absurdo como pensar que esas desigualdades no se daban en el aula, y digo casi porque es posible que en ese espacio no fueran tan evidentes, pero estar estaban. La injusticia social, por muy obvio que suene, es un problema que no empieza y acaba en el aula, sino que por su condición estructural se vincula a políticas sociales y económicas, pero también a proyecciones individuales e interacciones cotidianas. Es una realidad global que nos afecta a todos, como parte, pero también responsables de ella. En ese sentido la educación puede y debe interpelar a nuestra participación en esa injusticia social, pero no es la única encargada de cumplir esa función. 

Ante esta realidad cabe rehuir de profesores que disparan sus balas cual “llaneros solitarios”, aparcar las armas y entablar puentes en y desde la comunidad. Abandonar el “todos somos contingentes, pero tú eres necesario” que se profesa a los gurús educativos y generar, en esa comunidad educativa –la misma que no me canso de mencionar en aras de paliar su constante degradación- espacios de reflexión que ahonden en esta problemática. Solo desde el nosotros y no desde el yo, podremos repensar la educación y proponer soluciones.

Termino con una única recomendación tras, lo confieso, haber podido exorcizar en estas líneas, a saber: trabaje o no en el sector de la educación, vaya al “rincón de pensar”, “desconecte para conectar” y si padece de “gurulogitis” y necesita repetir un mantra, repita como deber para casa cinco veces al día el de “no me fiaré de los vendedores de humo”.  Y ya puestos, como prisioneros que somos del capitalismo y de la educación de cuantificar el potencial del alumno conforme a su posible potencial laboral, si tiene que comprar algo, compre algo de humor para poder sobrellevar el vendaval. Ya sabe, mejor algo de humor que de humo, seguro que lo necesita más y, al fin y al cabo, quién sabe, quizá mañana “amanece, que no es poco” tal y como dijo un famoso maestro sin magisterio.

P.S.: Querido docente: “¡Tú eres el auténtico mesías! Lo sé, porque yo he seguido a muchos, y entiendo de esto”. (La vida de Brian, una de las obras que más enseña antes, durante y después de semana santa).