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Sobre los problemas del crecimiento económico

Fuentes: Rebelión [Imagen: Agnès Heller, junto con György Márkus, Ferenc Fehér, María Márkus y otros miembros de la Escuela de Budapest en los años '70 del siglo XX]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos un texto de Manuel Sacristán sobre los problemas del crecimiento económico escrito en 1976.


Nota del editor.-  Este texto, de gran clarividencia político-ecológica, fue publicado en la Jove Guàrdia (mayo de 1976), que era el órgano de expresión de la Joventut Comunista de Catalunya.


I. La problemática

La problemática del tipo de crecimiento económico ha caído a la luz por una serie de dificultades que se pueden agrupar así: problemas de exceso de población; problemas de agotamiento o escasez de materias primas; problemas de degradación del ambiente en que se vive y, en general, de la calidad de la vida; crisis de servicios sociales (enseñanza, medicina, transportes y otras prestaciones urbanas y rurales), etc.

Han sido autores burgueses los que han dado la voz de alarma sobre estos problemas. Aunque en el pasado comunista había una tradición de comunismo ascético o comunismo con escasez (la tradición de Babeuf y la «conspiración de los iguales», de finales del siglo XVIII y principios del XIX), sin embargo, esos precedentes estaban olvidados. La mayoría de los marxistas, y, en general, comunistas de este siglo entendía, y sigue pensando, que el comunismo necesita como condición previa una gran abundancia de bienes, fruto de un gran desarrollo de las fuerzas productivas; además, que el comunismo posibilitará un crecimiento todavía más rápido de las fuerzas productivas y de la riqueza.

Todo eso ha hecho que en varios partidos comunistas, y también en partidos socialistas y en grupos anarquistas, hubiera primero una reacción contraria a las advertencias de autores burgueses sobre los excedentes demográficos, el agotamiento de ciertas materias primas, la contaminación, etc. En la conferencia de Bucarest[1], todos los gobiernos de Europa Oriental, junto con el Vaticano, estuvieron contra la regulación de los nacimientos. Consideraban que una política de limitación demográfica no puede ser más que una continuación de los crímenes de exterminio que los servicios secretos yanquis cometen constantemente en América del Sur, esterilizando a las mujeres indias (cuando en América el exceso demográfico no es nunca de indios, sino, si acaso, de blancos).

Algunos partidos comunistas del mundo capitalista, como, por ejemplo, el francés, siguen todavía mayoritariamente ligados a esa manera de ver las cosas: consideran que las propuestas de disminuir el crecimiento económico, o incluso reducirlo a cero, son solo un intento de escapatoria capitalista a la imposibilidad en que se ve el sistema de superar su amplia crisis económica y social. Otros, aunque también con mayoría productivista o desarrollista o progresista (todos los nombres que se les podrían dar), tienen ya importantes minorías críticas respecto del crecimiento económico de base industrial que empezó con los comienzos del capitalismo. Así, por ejemplo, en el seno del comunismo alemán (del Este), aunque hay una mayoría progresista, se ha originado una corriente de crítica del progresismo industrial a partir del libro de Wolfgang Harich ¿Comunismo sin crecimiento? En la Unión Soviética, un grupo de científicos muy destacados –entre ellos el científico ruso tal vez más considerado hoy en el mundo, Piotr Kapitsa– ha celebrado y publicado una mesa redonda sobre el problema, con bastante choque de opiniones. El partido comunista de España, en su reciente Manifiesto Programa, se refiere, él también, a la «explotación rapaz que los monopolios llevan a cabo de los recursos naturales, patrimonio colectivo de las generaciones presentes y futuras», explotación rapaz que «está poniendo en peligro las bases mismas de la vida, está conduciendo a una contaminación creciente de la atmósfera, de los ríos y de los mares, el deterioro global del medio humano». Ya antes que todas esas instancias, los marxistas húngaros, Agnès Heller y György Márkus, habían emprendido la tarea de definir de un modo nuevo las clásicas ideas marxistas de desarrollo de las fuerzas productivas, riqueza social, etc.

II. La posición productivista

Al repasar las posiciones de los varios partidos comunistas ante los problemas del crecimiento económico sobre la base de la tecnología industrial moderna, parece natural fijarse primero en la actividad más tradicional entre los marxistas: la actividad favorable al crecimiento de las fuerzas productivas tal como estas existen, sin más averiguaciones. Es verdad que, como los problemas del medio ambiente y de las materias primas no se pueden ya pasar por alto en los países industrializados, cada vez es menos frecuente que esta postura productivista se afirme sin ninguna reserva. Pero, en lo esencial, los partidos comunistas que la adoptan básicamente tienden a comprender las advertencias contra la agravación de los problemas ecológicos por el actual crecimiento económico como una propaganda del capitalismo para suavizar los fenómenos de exceso de producción («exceso respecto de la capacidad económica de consumo de pueblo; crisis capitalista de sobreproducción») y para aumentar los beneficios empresariales de una manera tradicional, o sea, disminuyendo el consumo de la clase obrera y de las capas populares. Así, por ejemplo, se lee en el libro de George Marchais, secretario general del PCF, Le défi démocratique (p. 27) lo siguiente referido a la sorpresa de que sean los viejos propagandistas burgueses del progreso económico y tecnológico los que ahora lo hacen responsable de «todos los males, trátese de la contaminación o del peligro de exterminio atómico: «¡Qué enigma! ¡Los tecnócratas, los apóstoles de la productividad a cualquier precio o de la rentabilidad capitalista, se convierten ahora repentinamente en adversarios de la expansión y en predicadores del ascetismo! En realidad, esas hermosas proclamaciones no tienen más objetivo que el de preparar el terreno para nuevas restricciones del consumo popular, para abrir nuevas fuentes de beneficio para el gran capital».

El citado libro de Marchais es de hace tres años [1973]. Desde entonces se han acumulado en su propio país datos económicos y sociales que parecen darle la razón. Por ejemplo, las agitaciones de los campesinos pequeños y medianos del Sur y de otras partes de Francia se originan en una situación de «sobreproducción» (capitalista) catastrófica. Basta tener en cuenta que en la sola campaña 1975-76 el estado francés ha destruido aplastándola con excavadoras una «sobreproducción» de 250.000.000 (doscientos cincuenta millones, sí) de kilos de manzanas de mesa o que la sociedad francesa destruye anualmente de varios modos, 1.000.000.000 (sí: mil millones) de kilos de cereales. Y Francia es solo uno de los países del Mercado Común, todos los cuales reciben de la comunidad premios económicos por esas monstruosidades recomendadas por los profesores burgueses de economía e impuesta por acuerdo de los gobiernos. Esas prácticas que en otros tiempos (antes de la II Guerra Mundial) afectaban casi solo a mercancías más o menos exóticas y superfluas (como el café) se realizan ahora con el mismo pan, según se ve. Si ya entonces se entendían como resultado de la contradicción entre las fuerzas productivas en crecimiento y las relaciones capitalistas de producción, más resueltamente aún habrá que entender hoy la generalización de dichas prácticas. Y la decisión de frenar el crecimiento económico en nombre de la ecología o de lo que sea, deberá entenderse como un intento conservador, cuando no reaccionario, de suavizar aquella contradicción e impedir que estalle y determine una crisis general y revolucionaria del capitalismo.

La posición tradicional entre los partidos comunistas tiene, pues, argumentos importantes a su favor. A ellos hay que añadir, además, el de la actitud filosófica o moral de esos partidos, que tienen mucha tradición en el marxismo. Tomando las cosas al pie de la letra, esta posición productivista es la que parece continuar más fielmente la inspiración moral del comunismo marxista. Por decirlo con palabras del mismo Marchais en el lugar citado: «Nosotros, por nuestra parte, estamos por una sociedad de la abundancia y no por la austeridad. Nosotros no contraponemos el placer de vivir a la virtud. Nosotros queremos que todo el mundo disponga de bienes materiales suficientes, variados, agradables y de amplias posibilidades de acceso a la cultura. Creemos que el hombre es capaz de construir una sociedad así no destruyendo a la naturaleza, sino dominándola, domándola, transformándola para hacerla más hermosa. Tenemos confianza en el porvenir. Por lo demás, ya hoy existen los medios técnicos para resolver los problema de contaminación o para hacer frente el previsible agotamiento de algunos recursos».

La conclusión de esos razonamientos, que pueden servir como lema de toda la posición productivista, dice así: «La cuestión verdadera no es ¿crecimiento o detención del crecimiento?, sino ¿qué crecimiento? ¿Cómo? ¿Para quién?» (Marchais, p. 28).

Es una conclusión sólida y, a primera vista, parece la única que coincide exactamente con los principios y la tradición del marxismo. Sin embargo, aunque no tenga mucho interés la cuestión libresca de si los clásicos del marxismo han sido o no tan favorables sin más reserva al crecimiento económico como tal, al examinar los puntos débiles de esta posición productivista también se podrá estudiar si tiene o no derecho a presentarse como herencia directa y completa de Marx».


Notas

[1] El autor se refiere a la Conferencia Mundial de Población de Bucarest, promovida por la ONU y celebrada en Bucarest en 1974, en la que se debatió la relación entre población, desarrollo y bienestar. El resultado fue la creación del Plan de Acción Mundial sobre Población.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.