Milton Friedman, el gurú neoliberal que desbancó en las preferencias de las cúpulas económicas al Keynes de la postguerra, predicaba urbi et orbi la mismidad entre capitalismo y democracia, tal para cual. Su tesis durante oprobiosas décadas fue que donde arraigaba el capitalismo existía democracia y viceversa. Aquel tanto monta monta tanto, parecía la escenificación […]
Milton Friedman, el gurú neoliberal que desbancó en las preferencias de las cúpulas económicas al Keynes de la postguerra, predicaba urbi et orbi la mismidad entre capitalismo y democracia, tal para cual. Su tesis durante oprobiosas décadas fue que donde arraigaba el capitalismo existía democracia y viceversa. Aquel tanto monta monta tanto, parecía la escenificación perfecta del «fin de la historia»…y comieron perdices. Pero en eso llegó la crisis y ha sido precisamente la insurgencia de lo social lo que terminado fulminando las bribonas teorizaciones de ricos, poderosos y mandamases. Aunque a algunos aún les cueste entenderlo, por la labor de zapa del panóptico mediático que nos troquela y marca la agenda diaria, la vida en el siglo XXI para media humanidad sigue siendo, como en tiempos de Thomas Hobbes, breve, solitaria y brutal. Y como entonces, la salida que se ofrece desde las tribunas púrpura del trono, el altar y los negocios, con sus gobiernos mendicantes y pensadores de cabecera al alimón, es más Estado y menos pueblo, un Leviatán posmoderno. O sea, más de lo mismo, matapobres,pero con prosopopeya y bajo palio. Ahora lo visten de «regulación», pero de hecho no es más que cambiar algo para que todo siga igual o parecido. Se trata de que al socialismo de cuartel que han blandido durante años, utilizando impunemente al Estado como ogro filantrópico y policial, suceda un socialismo para ricos que colectivice el sufrimiento provocado por la barbarie de un sistema financiero concienzudamente «regulado» a favor de los de arriba y de sus privilegios.
Dóciles rehenes de las impagables deudas contraídas con la gran banca para financiar sus costosas campañas electorales, políticas y demás saraos, los partidos mayoritarios en tándem con los sindicatos «representativos» (un término, «representativo», que hay que poner ya en cuestión para empezar a hablar con propiedad), legitimaron una sociedad dual y caníbal que basculaba entre la opulencia de unos pocos y la precariedad de los muchos. Estructurada económicamente sobre el rutinario saqueo de trabajadores y contribuyentes, mediante una continua redistribución de renta del mundo del trabajo a favor del capital, vía reducción salarial e inequidad fiscal, y oportunamente «regulado» bajo el disfraz del Estado de Derecho, la clase dirigente (no es verdad que no haya clases, lo que pasa es que los ricos las han vampirizado) ha hecho añicos cualquier posibilidad de coexistencia pacífica entre dominados y dominadores. Otra vez tenía razón Proudhon. La propiedad es un robo, pero como nuestros caseros tienen la sartén por el margo y el mango también, esos corruptos que nos gobiernos pregonan cínicamente que «los ladrones somos gente honrada».
De momento, el experimento del socialismo para ricos, que es una brutal trasferencia de riqueza de los que menos tienen a los que más poseen y derrochan, avanza viento en popa sin que nadie en las instituciones lo frene. Es el atraco perfecto. Bancos con beneficios a espuertas recibiendo dinero público sin garantías ciertas de contraprestación; escuelas de postín subvencionadas con la excusa de evitar la emigración a los centros públicos de enseñanza; altos directivos de entidades financieras quebradas «despedidos» con indemnizaciones multimillonarias, y castas profesionales con el riñón blindado, como jueces, pilotos y controladores aéreos, desenterrando el hacha de huelga para que cunda el chantaje y se sepa quien manda aquí. Mientras, el paro diezma a los verdaderos agentes productivos de la sociedad; hay jueces que «regulan» la convivencia mandando a la cárcel a jóvenes por quedarse con unas pizzas o robar una baguette, y empieza a ser habitual que ciudadanos de a pie tengan que devolver sus viviendas protegidas recién adquiridas porque la huelga de créditos caídos de los bancos les asfixia. Esa misma banca, criada en las ubres del proteccionismo en canal, que contabiliza en sus balances a precio de tasación activos basura, mientras, implacables en la usura, cobran las hipotecas a sus clientes como si el valor del bien mantuviera su estratosférico precio original.
A todo esto, el gobierno del talante y el estado de ánimo, tan cerca de los banqueros y tan lejos de las ciudadanos. De mentira en mentira hasta la derrota final. Regurgitando que la economía del hambre (Filosofía de la Miseria, decía Proudhon) es un estado de ánimo. Retomando el populismo gañán en los mítines de las elecciones vascas y catalanas, mientras rectifican la ley de costas para volver a subastar el litoral; se someten a los intereses de la iglesia en asuntos como la eutanasia y la retirada de símbolos religiosos de la escena pública para ganar cuota de mercado entre la derecha cañí; encarecen el recibo de la luz con tretas para agradar a las poderosas eléctricas y pasan página de la investigación sobre los vuelos de la CIA. Y todo ello para atarse al sillón en una gran coalición con el PP, la Iglesia, la Banca, los sindicatos y la Casa Real, sin darse cuenta que ellos, y nada más que ellos, serán los responsables, por acción y omisión, de la cada vez más que factible revancha de una ultraderecha xenófoba y redentora. Todo por la patria, no vaya a ser que se favorezca una peligrosa alternativa verdaderamente democrática de la izquierda social y ecológica que tome el relevo político e institucional allí donde el modelo neoliberal ha consumado su holocausto.
Frente al nuevo proteccionismo expropiatorio del socialismo para ricos decretado («regulado») por el gobierno del PSOE («nuestra paciencia con la banca es ilimitada», Pepiño Blanco dixit) convendría rescatar aquella hermosa frase de Luisa Michel: «Es preciso que la verdad ascienda desde los tugurios porque desde arriba sólo caen mentiras».