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Socialismo

Fuentes: ruthcuadernos.org

Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos. El camino de la transición socialista de los países pobres […]

Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos. El camino de la transición socialista de los países pobres exige negar la ilusión de que la sola expropiación de los instrumentos del capitalismo permitirá construir una sociedad que lo «supere», y negarse a «cumplir etapas intermedias» supuestamente «anteriores» al socialismo. Es decir, a este socialismo le es ineludible trabajar por la creación de una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeña en cumplir con sus prácticas más inmediatas.

 

I. Socialismo, socialistas

El concepto «socialismo» ha sido cargado de sentido desde una amplia gama de orientaciones ideológicas y políticas durante más de un siglo y medio. Sin duda, esto dificulta el trabajo con él desde una perspectiva de ciencia social, pero es preferible, en vez de lamentarlo, partir de esa realidad, que es casi imposible separar del concepto. Lo más importante es que desde el siglo XIX y en el curso del siglo xx la noción de socialismo auspició un amplísimo campo de demandas y anhelos de mejoramiento social y personal, y después de 1917 llegó a asociarse a las empresas de transformación social y humana más ambiciosas y profundas que ha vivido la Humanidad, constituyendo a la vez el reto más grave que ha sufrido la existencia del capitalismo, en todas sus variantes, a escala mundial.

También ha estado vinculado el socialismo a la interrogante crucial de esta época: la multiplicación acelerada de logros técnicos y científicos en tantos campos y de las necesidades asociadas a ellos, del conocimiento cada vez más profundo de los seres humanos, y del desarrollo de las subjetividades y las relaciones interpersonales; es decir, el raudo crecimiento de las potencialidades y las expectativas de la Humanidad, ¿desembocará en una agudización de la dominación más completa y despiadada sobre las personas y la mayoría de los países, y de la pauperización de gran parte de su población, más un deterioro irremediable del medio en que vivimos? ¿O será el prólogo de movimientos e ideas que logren transformar el mundo y la vida para poner aquellos logros inmensos al servicio de las mayorías y de la creación de un orden social y humano en que primen la justicia, la libertad, la satisfacción de necesidades y deseos y la convivencia solidaria?

Socialismo y socialista han sido denominaciones utilizadas por muy disímiles partidos y movimientos políticos, Estados, corrientes ideológicas y cuerpos de pensamiento, para definirse a sí mismos o para calificar a otros. Las posiciones que se autocalifican socialistas pueden considerar al capitalismo su antinomia y trabajar por su eliminación, o limitarse a ser un adversario legal suyo e intentar cambiarlo de manera evolutiva, o ser apenas una conciencia crítica del orden social vigente. Por otra parte, la tónica predominante al tratar el concepto en los medios masivos de comunicación y en la literatura divulgativa incluidas enciclopedias, y en gran parte de las obras especializadas, ha sido una sistemática devaluación intelectual del socialismo, simplificaciones, distorsiones y acusaciones morales y políticas de todo tipo. Pocos conceptos han confrontado tanta hostilidad, lo que aquí registro solamente como un dato a tener en cuenta.

 

Las relaciones entre los conceptos socialismo y comunismo a las que me referiré más adelante no solo pertenecen al campo teórico y a las experiencias prácticas socialistas; el cuadro de hostilidad mencionado ha llevado muchas veces a preferir el uso exclusivo de la palabra socialismo, para evitar las consecuencias de incomunicación o malos entendidos que se levantan de inmediato si se utiliza también la palabra comunismo. Esa desventaja fue agravada durante una gran parte del siglo XX por la connotación que le dio a «comunismo» ser identificado con la tendencia más fuerte que ha habido dentro de las experiencias, organizaciones e ideas socialistas, es decir, la integrada por la Unión Soviética, el llamado movimiento comunista internacional y la corriente marxista que llamaron marxismo-leninismo.

No pretendo criticar, o siquiera comentar, las muy diversas definiciones y aproximaciones que registra el concepto de socialismo, ni el océano de bibliografía con que cuenta este tema. Intentar apenas esa valiosa tarea erudita ocuparía todo el espacio de este ensayo, y no sería lo apropiado. Solo por excepción coloco algunas notas al pie, para que estas no estorben al aire del texto y su intención. A mi juicio debo exponer aquí de manera positiva lo que entiendo básico en el concepto de socialismo, los problemas que confronta y la utilidad que puede ofrecer para el trabajo intelectual, desde mi perspectiva y desde nuestro tiempo y el mundo en que vivimos.

Dos precisiones previas, que son cuestiones de método. Una, todo concepto social debe ser definido también en relación con su historia como concepto. En unos casos puede parecer más obvio o provechoso hacerlo, y en otros más dispensable, pero entiendo que en todos los casos es necesario. La otra, en los conceptos que se refieren a movimientos que existen y pugnan en ámbitos públicos de la actividad humana, es necesario distinguir entre los enunciados teóricos y las experiencias prácticas. Tendré en cuenta ambos requerimientos en este artículo.

 

II. Historia y concepto, prácticas y concepto

El socialismo está ligado al establecimiento de sociedades modernas capitalistas en Europa y en el mundo, si prescindimos de una dilatada historia que se remonta a las más antiguas sociedades con sistemas de dominación. Esta incluye rebeliones de los de abajo contra las opresiones, por la justicia social, la igualdad personal o la vida en comunidad, actividades de reformadores que tuvieron más o menos poder, y también creencias e ideas que fueron formuladas como destinos, y construcciones intelectuales de pensadores, basadas en la igualdad de las personas y en un orden social colectivista, usualmente atribuidas a una edad pasada o a una era futura sine die. En la Europa de la primera mitad del siglo xix le llamaban socialismo a diferentes teorías y movimientos que postulaban o buscaban sobre todo la igualdad, una justicia social y un gobierno del pueblo, e iban contra el individualismo, la competencia y el afán de lucro nacidos de la propiedad privada capitalista, y contra los regímenes políticos. Prefiguraban sociedades más o menos perfectas o favorecían la idea de que predominaran los productores libres.

En general, esos socialismos debían mucho de su lenguaje y su mundo ideal a los radicalismos desplegados durante y a consecuencia de las revoluciones burguesas, especialmente de la francesa, pero encontraron base social entre los crecientes contingentes de trabajadores industriales y sus constelaciones sociales. Una parte de esos trabajadores solía luchar por algunas reformas que los favoreciera, y potenciaba sus identidades a través de movimientos sociales, en ciertas coyunturas encontraban lugar o recibían apoyo de organismos políticos. Pero surgieron también otros activistas y pensadores que aspiraban a mucho más: cambios radicales que implantaran la justicia social, o que llevaran la libertad personal mucho más lejos que sus horizontes burgueses. Socialistas, comunistas y anarquistas pensaron y actuaron en alguna medida durante las grandes convulsiones europeas que son conocidas genéricamente como la Revolución del 48.

En la Europa del medio siglo siguiente se desplegó la mayor parte de las ideas centrales del socialismo y sucedieron algunas experiencias muy radicales, pero principalmente sobrevino la adecuación de la mayoría de los movimientos socialistas a la hegemonía de la burguesía. El triunfo del nuevo tipo de desarrollo económico capitalista, ligado a la generalización del mercado, el dinero, la gran industria y la banca, las nuevas relaciones de producción, distribución y consumo, el mercado mundial y el colonialismo, unido a la caída del antiguo régimen y las nuevas instituciones e ideas políticas e ideológicas creadas a partir de las revoluciones burguesas y las reformas del siglo XIX, habían transformado a fondo las sociedades en una gran parte del continente. Pero entonces fue posible entender también esos profundos cambios como los procesos de creación de condiciones imprescindibles para que la humanidad contara con medios materiales y capacidades suficientes para abolir con éxito la explotación del trabajo y la propiedad privada burguesa, las opresiones sociales y políticas, el propio poder del Estado y la enajenación de los individuos.

Esa noción estaba ligada a la convicción o la confianza en la actuación decisiva que tendría un nuevo sujeto histórico. El mismo proceso de auge del capitalismo en Europa estaba creando una nueva clase el proletariado, capaz de llevar a cabo una nueva labor revolucionaria y destinada a ello por su propia naturaleza; su trabajo, igual que el de la burguesía, tendría alcance mundial, pero con un contenido opuesto, liberador de todas las opresiones y de todos los oprimidos. El nacionalismo, política e ideal triunfante en gran parte del continente y que parecía próximo a generalizarse, sería superado por la acción del proletariado paneuropeo, que conduciría finalmente al resto del mundo a un nuevo orden en el cual no habría fronteras. Las ideologías burguesas del progreso y de la civilización podían ser aceptadas por los proletarios porque ellos las volverían contra el dominio burgués: el socialismo sería la realización de la racionalidad moderna. Aún más, el auge y el imperio de la ciencia, con su positivismo y su evolucionismo victoriosos, podían brindar la clave de la evolución social, si se hacía ciencia desde la clase proletaria.

Una concepción se abrió paso entre las ideas anticapitalistas, en franca polémica con el anarquismo en torno a los problemas de la acción política y del Estado futuro, aunque coincidiendo con él en cuanto a la oposición radical al sistema capitalista y la abolición de la propiedad privada. Esta fue la concepción de Carlos Marx (1818-1883), que en vida suya comenzaron otros a llamar marxismo. Ella ha sido el principal adversario del capitalismo desde entonces hasta hoy, como cuerpo teórico y como ideología; además, innumerables movimientos políticos y sociales anticapitalistas y de liberación en todo el mundo se han proclamado marxistas, y prácticamente todas las experiencias socialistas lo han hecho también. La producción intelectual, su historia de más de siglo y medio y las diferentes tendencias del marxismo están profundamente vinculadas a todo abordaje que se haga del concepto de socialismo. No me es posible sintetizar ese conjunto, por lo que me limito a presentar un sucinto repertorio del marxismo originario, tan abreviado que no tiene en cuenta la evolución de las ideas del propio Marx. Más adelante añadiré algunos comentarios parciales.

Carlos Marx intentó desarrollar su posición teórica a través de un plan sumamente ambicioso, que solo en parte pudo realizar; pero además, es erróneo creer que estuvo elaborando un sistema filosófico acabado, como había sido usual en el medio intelectual en que se formó inicialmente. Marx fue un pensador social, lo que sucede es que sentó las bases y construyó en buena medida un nuevo paradigma de ciencia social en mi opinión el más idóneo, útil y de mayores potencialidades de los existentes hasta hoy. También entiendo que existe ambigüedad en ciertos puntos importantes de su obra teórica, y además ella adolece de ausencias y contiene algunos errores, exageraciones y tópicos que hoy son insostenibles. A pesar de su radical novedad, la concepción de Marx no podía ser ajena a las influencias del ambiente intelectual de su época, aunque fue capaz de mantener su identidad ante él, y de contradecirlo. No puede alegarse lo mismo de la mayor parte de sus seguidores, lo cual ha tenido negativas consecuencias. En general, la posición tan revolucionaria de Marx resultaba chocante, y el conjunto formado por la calidad de contenido y el carácter subversivo de su teoría, su intransigencia política y su ideal comunista concitó simplificaciones, rechazos, distorsiones y exclusiones. Apunto los rasgos de su pensamiento que considero básicos:

1. el tipo capitalista de sociedad fue su objeto de estudio principal, y a su luz es que hizo postulaciones sobre otras realidades o planteó preguntas acerca de ellas. Tanto por su método como a través de la investigación de la especificidad del capitalismo, Marx produjo un pensamiento no evolucionista cuando esa corriente estaba triunfando en toda la línea. Para él, lo social no es un corolario de lo natural;

2. se enfrentó resueltamente al positivismo, que en su tiempo se convertía en la dirección principal del pensamiento social, y propuso una concepción alternativa;

3. superó críticamente los puntos de partida de los sistemas filosóficos llamados materialistas e idealistas, y la especulación filosófica en general, colocándose en un terreno teórico nuevo;

4. produjo una teoría del modo de producción capitalista, capaz de servir como modelo para estudiar las sociedades «modernas» como sistemas de relaciones sociales de explotación y de dominación entre grandes grupos humanos. Esa teoría permite investigar las características y los instrumentos de la reproducción del sistema de dominación, las contradicciones internas principales de esas sociedades, su proceso histórico de origen, desarrollo y apogeo, y sus tendencias previsibles;

5. para Marx, la dinámica social fundamental proviene de la lucha de clases moderna. Mediante ella se constituyen del todo las clases sociales, se despliegan sus conflictos y tienden a resolverse mediante cambios revolucionarios. Las luchas de clases no «emanan» de una «estructura de clase» determinada a la cual estas «pertenecen». La teoría de las luchas de clases es el núcleo central de su concepción;

6. la historia es una dimensión necesaria para su teoría, dados su método y sus preguntas fundamentales. ¿Cómo funcionan, por qué y cómo cambian las sociedades?, se pregunta Marx. Su concepción de la historicidad y del movimiento histórico de las sociedades trata de conjugar los modos de producción y las luchas de clases, pero sus estudios del capitalismo son la base de sus afirmaciones, hipótesis y sugerencias acerca de otras sociedades no europeas o anteriores al desarrollo del capitalismo, de las preguntas que se hace acerca de ellas, y de las prevenciones que formula respecto a la ampliación de su teoría a otros ámbitos históricos;

7. su comprensión unitaria de la ciencia social, y su manera de relacionar la ciencia con la conciencia social, la dominación de clase y la dinámica histórica entre ellas, inauguraron una posición teórica que es muy diferente a la especialización, las perspectivas y el canon de «objetividad» de las disciplinas y profesiones que se estaban constituyendo entonces, como la Economía, la Historia y la Sociología. Ese es uno de los sentidos principales de la palabra «crítica», tan usual en los títulos de obras suyas. Marx sentó las bases de la sociología del conocimiento social;

8. Marx es ajeno a la creencia en que la consecuencia feliz de la evolución progresiva de la Humanidad sea el paso ineluctable del capitalismo al socialismo. Esta aclaración es muy necesaria, por dos tipos de razones: a) como ideología de la liberación, la propuesta de Marx era más bien una profecía frente al inmenso poder burgués y lo incipiente de su movimiento. Para reafirmarse y avanzar, los marxistas comenzaron a atribuirse el respaldo de la Historia, de la ciencia y de la propia ideología burguesa del progreso: ellos eran la promesa de que el futuro sería del socialismo; b) en la época de Marx la actividad científica estaba muy ligada al determinismo. Numerosos pasajes suyos sugieren que el modo de producción capitalista contiene rasgos y tendencias que lo llevarán hacia su destrucción, pero eso se debe a cuestiones de método y de exposiciones parciales de su concepción. La misma expresión de «socialismo científico» reúne ideología y ciencia, que se refuerzan mutuamente. Pero Marx siempre postuló de manera explícita que el derrocamiento del capitalismo solo sucedería mediante la revolución proletaria, o revoluciones proletarias, que conquistaran el poder político a escala mundial y establecieran la dictadura revolucionaria de la clase proletaria;[1]

Según Marx, solo a través de un prolongado período histórico de muy profundas transformaciones revolucionarias del que apenas bosquejó algunos rasgos se avanzará desde la abolición de la explotación del trabajo y la apropiación burguesas hacia la abolición del tiempo de trabajo como medida de la economía, la extinción de los sistemas de dominación de clases y los Estados, la desaparición progresiva de toda dominación y la formación de una sociedad comunista de productores libres asociados, nuevas formas de apropiación, nuevas personas y una nueva cultura. El poder público perderá su carácter político, y junto con el antagonismo y la dominación de clase se extinguirán las clases: «surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos».[2]

El ápice de los movimientos anticapitalistas del siglo xix fue la Comuna de París, en 1871, primera experiencia de un poder proletario. Aunque efímera y aplastada a sangre y fuego, la Comuna dejó un legado sumamente valioso: sus hechos mismos y las enseñanzas que aportaron, una identidad rebelde que al fin tuvo encarnaciones propias, insurrección heroica con democracia participativa, y la «Internacional», una canción que ha alcanzado significado de símbolo a escala mundial. Hasta poco antes las represiones y la negación de ciudadanía plena al pueblo habían sido armas comunes a los príncipes y los políticos liberales europeos, mientras la autonomía local, la democracia, la soberanía popular y las cuestiones de género eran banderas de los socialistas. Pero en 1871 ya estaban en marcha reformas que llevaron a la construcción de un nuevo sistema en los Estados nacionales, con derecho general al voto de los varones, constituciones, Estado de derecho, parlamentos y predominio de la instancia nacional, un nuevo orden que cedió en materia de ciudadanía y representación, y en derechos de organización social y política, en una Europa que desplegaba el imperialismo y renovaba el colonialismo. Los movimientos socialistas encontraron un lugar en ese sistema y el socialismo colaboró así en la elaboración de la hegemonía burguesa reduciéndose progresivamente de antinomia a diversidad dentro del capitalismo.

Partidos de trabajadores y federaciones sindicales que se declaraban socialistas y marxistas alcanzaron éxitos notables dentro de la legalidad que se abrió ya en esa década de 1870, dieron más impulso a sus intereses corporativos y a las luchas por democracia en sus países, y se asociaron en una II Internacional. Pero ellos se alejaron definitivamente de los ideales y la estrategia revolucionaria, y asumieron el reformismo como guía general de su actuación. Estaban escindidos, entre los ritos de su origen y su adecuación al dominio burgués que llegó a hacerlos cómplices del colonialismo, en nombre de la civilización y de la misión mundial del hombre blanco. Su pensamiento también se escindió, entre una «ortodoxia» y un «revisionismo» marxistas, que a pesar de sostener controversias constituían las dos caras de una misma moneda. La gente común que se sentía socialista vivía el activismo sindical o la participación política como formas de obtener mejoras en la calidad de la vida, superación personal y satisfacciones en su pertenencia a un ideal organizado, o admiraba al socialismo como ideal de los trabajadores y los pobres, acicate para adquirir educación y creencia que aseguraba que el progreso llevaría a un mundo futuro sin capitalismo.

 

III. Socialismo y revoluciones anticapitalistas de liberación

La «bella época» del imperialismo desembocó en la horrorosa guerra mundial de 1914-1918. Pero en 1917 la quebrantada Rusia zarista entró en revolución. El Partido Obrero Socialdemócrata ruso (bolchevique) dirigido por Vladimir I. Lenin y opuesto a la posición de la II Internacional, que había pasado a llamarse Partido Comunista desde abril, logró tomar el poder y convertir aquel proceso en una revolución anticapitalista. El bolchevismo desplegó una gigantesca labor práctica y teórica que transformó o creó numerosas instituciones y relaciones sociales, a favor de los pueblos de la Rusia Soviética (URSS), y multiplicó las capacidades humanas y políticas de millones de personas.

Ese evento histórico afectó profundamente el concepto de socialismo. Las ideas sobre el cambio social y el socialismo fueron puestas a prueba, tanto las previas como las nuevas que surgieron en aquella experiencia. En vez de la creencia en la evolución natural que llevaría del capitalismo al socialismo, y de los debates anteriores acerca del «derrumbe» forzoso del capitalismo a consecuencia de sus propias contradicciones, el bolchevismo puso a discusión la naturaleza del poder obrero, la actualidad de la revolución, los problemas de la organización estatal y partidaria, la política económica, la nueva educación y los nuevos valores, la creación de formas socialistas de vida cotidiana, los rasgos y los problemas fundamentales de la transición socialista, las perspectivas, en fin, del socialismo. El objeto de la teoría marxista se amplió. El campo conceptual y político del socialismo fue sometido a una alternativa, entre la revolución y el reformismo, entre el comunismo y el reformismo socialdemócrata; la separación entre ambas posiciones fue tajante y cada una tendió a negar a la otra.

El impacto y la influencia de la Revolución Bolchevique a escala europea y mundial fueron inmensos. La existencia y los logros de la URSS daban crédito a la posibilidad de alcanzar el socialismo en otros países, elevaron mucho el prestigio y la divulgación de las ideas socialistas y permitieron que las ideas internacionalistas se pusieran en práctica. Después de 1919, la creación y el desarrollo de la Internacional Comunista y su red de organizaciones sociales fueron el vehículo para formar un movimiento comunista que actuó en numerosos lugares del mundo. Se pretendió que una sola forma organizativa y un mismo cuerpo ideológico-teórico fueran compartidos por los revolucionarios anticapitalistas de todo el orbe, y que la línea de la Internacional se tornara determinante en las políticas y los proyectos de cambio en todas partes. Los partidos comunistas que se fueron creando en docenas de países debían ser los agentes principales de esa labor. En escala muy diversa y adecuada a las más disímiles situaciones, la influencia del socialismo soviético estuvo presente en las experiencias de creación de sociedades socialistas a lo largo del siglo XX.

El concepto de socialismo del marxismo originario sufrió adaptaciones a prácticas que fueron más o menos lejanas a sus postulados teóricos por dos razones principales:

1. Para Marx, la revolución anticapitalista y el nuevo régimen previsto debían ser victoriosos a escala mundial, es decir, a la escala alcanzada por el capitalismo. Al no suceder así, ambos tipos de sociedad quedaron como poderes enfrentados en una enemistad mortal. Pero en el interior de los regímenes de transición socialista estuvieron presentes cada vez más instrumentos, relaciones, formas de reproducción de la vida social y de dominación del capitalismo; y

2. el predominio de intereses parciales y la apropiación del poder por ciertos grupos en esas sociedades en transición, con la consiguiente expropiación de los medios revolucionarios, la participación democrática y la libertad necesarias para la formación de personas y relaciones socialistas.

El proceso de la transición socialista debía ser diferente y opuesto al capitalismo y no solo opuesto a él, y sobre todo debía ser un conjunto y una sucesión de creaciones culturales superiores, obra de contingentes cada vez más numerosos, más conscientes y más capaces de dirigir los procesos sociales. En vez de esto sucedió una historia de deformaciones, detenciones, retrocesos e incluso desafueros. Durante ese proceso el socialismo fue relacionado a necesidades e intereses del poder en la URSS «el socialismo en un solo país», convertido en sinónimo de metas civilizadoras o demagógicas «construcción del socialismo», «régimen social superior», referido a una competencia entre superpotencias «alcanzar y superar», e incluso llegó a ser un apelativo de consuelo: «el socialismo real». En 1965, Ernesto Che Guevara escribió en un texto clásico acerca del socialismo: «[…] el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período».[3] La gran experiencia de la URSS y de otros países de Europa degeneró en un bloque de poder que asfixiaba a sus propias sociedades y participaba en la geopolítica de una época. Después de sufrir procesos de corrosión paulatina, finalmente aquel socialismo de las fuerzas productivas y la dominación de grupos fue vencido por las fuerzas productivas y por la cultura del capitalismo. La caída de esos regímenes, tan súbita como indecorosa, le infligió un daño inmenso al prestigio del socialismo en todo el mundo.

Sería un grave error, sin embargo, reducir la historia del concepto y las experiencias del socialismo al ámbito de aquellos poderes europeos. En la propia Europa la cuestión del socialismo registró numerosas experiencias y aportes intelectuales, algunos de estos como los de Antonio Gramsci han sido muy trascendentes para la teoría. En América Latina y el Caribe, las necesidades y las ideas relacionaron a la libertad y el anticolonialismo con la justicia social, desde los primeros movimientos autóctonos. La cuestión social fue pensada por radicales durante las gestas independentistas y en las nuevas repúblicas; el socialismo, como otras concepciones, fue valorado sobre todo en relación con los objetivos y las posiciones que se defendían o promovían. El caso de José Martí (1853-1895) es paradigmático. El cubano fue a mi juicio el pensador y el político más subversivo de su tiempo en América, respecto al colonialismo, a las clases dominantes del continente y al naciente imperialismo norteamericano. Martí conoció ideas marxianas y anarquistas, y admiró a Marx y a los luchadores obreros de Estados Unidos, pero fijó su distancia política e ideológica respecto a ellos. Su lucha y su proyecto eran de liberación nacional, una guerra revolucionaria para conseguir la formación de nuevas capacidades en un pueblo colonizado y la creación de una república democrática en Cuba, la detención del expansionismo norteamericano en el Caribe y el inicio de un nuevo ciclo revolucionario que cambiara el sistema vigente entonces en las repúblicas latinoamericanas.

Hace más de un siglo que las ideas socialistas existen en América y organizaciones que las proclaman o tratan efectivamente de realizarlas. Una gran corriente ha sido la que se inscribió, fue fundada o influida por la Internacional Comunista, y sus sucesores en ese movimiento. Otras han sido las de pensadores y organizaciones, muy diversos entre sí, pero identificables por su inspiración en los problemas, las identidades y las situaciones latinoamericanas, que han debido ser antimperialistas para lograr ser anticapitalistas y socialistas; entre sus líderes ha habido personas extraordinarias como Augusto César Sandino y Antonio Guiteras.[4] El socialismo sigue vivo en el pensamiento latinoamericano actual que es tan vigoroso, y en movimientos sociales y políticos cuya capacidad de proyecto acompaña a su actividad cotidiana.

La historia del concepto de socialismo en Asia y África ha estado ligada al desarrollo de las revoluciones de liberación nacional y social, y a la emergencia y afirmación de Estados independientes. Han sido muy valiosos los aportes de China y Vietnam, pero también los de Corea, los luchadores de las colonias portuguesas y Argelia, y otros africanos y asiáticos. En África cierto número de Estados se calificaron socialistas en las primeras décadas de su existencia como tales, y también movimientos políticos que deseaban unir la justicia social a la búsqueda de la liberación nacional.

IV. Experiencias y deber ser, poder y proyecto, concepto de transición socialista

La historia de las experiencias de socialismo en el siglo XX ha sido satanizada en los últimos quince años, y tiende a ser olvidada. Es vital impedir esto, si se quiere comprender y utilizar el concepto, pero sobre todo para examinar mejor las opciones que tiene la humanidad ante los graves peligros, miserias y dificultades que la agobian actualmente. El balance crítico de las experiencias socialistas que ha habido y existen es un ejercicio indispensable para manejar el concepto de socialismo. Contribuyo a ese examen con algunas proposiciones.

Poderes que aspiraban al socialismo organizaron y desarrollaron economías diferentes a las del capitalismo basadas en su origen en satisfacer las necesidades humanas y la justicia social; los Estados las articularon con muy amplias políticas sociales y con cierto grado de planeamiento. Pueblos enteros se movilizaron en la defensa y el despliegue de esas sociedades lo cual aumentó sus capacidades, la calidad de la vida y la condición humana. Esas experiencias y las luchas de liberación y anticapitalistas involucraron a cientos de millones de personas; ellas, y la acumulación cultural que han producido, constituyen el evento social más trascendente del siglo xx. Pero a pesar de sus enormes logros, los poderes socialistas acumularon descalabros y graves faltas en cuanto a elaborar un tipo propio de democracia y enfrentar los problemas de su tipo de dominación, no le dieron cada vez más espacio y poder a la sociedad, y en síntesis se mostraron incapaces de echar las bases de una nueva cultura, de liberación humana y social. La victoria del capitalismo frente a este socialismo ha sido reabsorberlo a mediano o largo plazo, lo cual forma parte de su extraordinaria cualidad de absorber los movimientos y las ideas de rebeldía dentro de su corriente principal. Pese a ser esta la línea general, Cuba, un pequeño país de Occidente, ha logrado mantener su tipo de transición socialista durante casi medio siglo.

Al hablarse de socialismo aparece de inmediato la necesidad de distinguir entre las propuestas y su deber ser, por una parte, y las formas concretas en que ha existido y existe en países y regiones a partir de las luchas de liberación y los cambios profundos en las sociedades que han emprendido transiciones socialistas. Las ideas, la prefiguración, los ideales, la profecía, el proyecto, constituyen el fundamento, el alma y la razón de ser del socialismo y brindan las metas que inspiran a sus seguidores. Las experiencias son, sin embargo, la materia misma de la lucha y la esperanza; mediante ellas avanza o no el socialismo, y por ellas suele ser medido.

Esa distinción es básica, pero no es la única importante. En cuanto se aborda una experiencia socialista, se encuentran dos problemas. Uno es interno al país en cuestión: cómo son allí las relaciones entre el poder que existe y el proyecto enunciado; y el otro es externo: se refiere a las relaciones entre aquel país en transición socialista y el resto del mundo. En la realidad ambos problemas están muy relacionados: las prácticas que se tengan en cuanto a cada uno de ellos afectan al otro, y en alguna medida lo condicionan.

 

Las cuestiones planteadas por las experiencias socialistas no existen separadas, ni en estado «puro». Hay que enfrentarlas todas a la vez, o están mezcladas o combinadas, ayudándose, estorbándose o confrontándose, exigiendo esfuerzos o sugiriendo olvidos y posposiciones que pueden ser fatales. Sus realidades propias, y cierto número de situaciones y sucesos ajenos, condicionan cada proceso. Enumero algunas cuestiones centrales. Cada transición socialista debe conseguir cambios «civilizatorios» a escala de su población, no de una parte de ella, y debatirse entre ese deber y el complejo formado por los recursos con que cuenta; pero a la vez se debatirá con la exigencia de cambios de liberación que debe ir conquistando, o todo el proceso se desnaturalizaría. Las correlaciones entre los grados de libertad que tiene y las necesidades que la obligan son cruciales porque la creación del socialismo depende básicamente del desarrollo de la actividad calificada que sea superior a las necesidades y constricciones. Cómo combinar cambios y permanencias, relaciones sociales e ideologías que vienen del capitalismo y que son muy capaces de rehacer o generar capitalismo con otras que están destinadas a formar personas diferentes, nuevas, y a producir una sociedad y una cultura nuevas. Cómo aprovechar, estimular o modificar las motivaciones y actitudes de los individuos que son los que pueden hacer realidad el socialismo, cuando el poder socialista es tan abarcador en la economía, la política, la formación y reproducción ideológica y la vida cotidiana de las personas, y tiende a hacerse permanente. Cómo lograr que prevalezca el proyecto sobre el poder, cuando este suma a los ámbitos referidos la defensa del país frente al imperialismo y los enemigos internos. Hacer que prevalezca el internacionalismo sobre la razón de Estado. Y quedan aún muchos dilemas y problemas.

Es necesario que el pensamiento se ocupe de los problemas centrales, como los citados y otros, porque él debe cumplir una función crucial en la realización práctica del socialismo. No hay retórica en esta afirmación, es que para toda la época de la transición socialista el factor subjetivo está obligado a ser determinante, y para ello debe desarrollarse y ser muy creador. Algunas cuestiones teóricas más generales, ligadas a los problemas que cité arriba, resultan de utilidad permanente en el trabajo con este concepto. También poseen ese valor proposiciones estratégicas del marxismo originario, como la de la necesidad de la revolución a escala mundial frente al ámbito nacional de cada experiencia socialista y frente a un capitalismo que ha sido cada vez más profundamente mundializado, o el problema de decidir qué es lo fundamental a desarrollar en las sociedades que emprenden el camino de creación del socialismo.

Paso a exponer mi concepto de transición socialista, que intenta precisar y hacer más útil para el trabajo intelectual el concepto de socialismo.[5] La transición socialista es la época consistente en cambios profundos y sucesivos de las relaciones e instituciones sociales, y de los seres humanos, que se van cambiando a sí mismos mientras se van adueñando de las relaciones sociales. Es muy prolongada en el tiempo, y sucede a escala de formaciones sociales nacionales. Es ante todo un poder político e ideológico para realizar el proyecto revolucionario de elevar a la sociedad toda y a cada uno de sus miembros por encima de las condiciones existentes, y no para adecuarse a ellas. El socialismo no surge de la evolución progresiva del capitalismo; este ha sido creador de premisas económicas, de individualización, ideales, sistemas políticos e ideológicos democráticos, que han permitido postular el comunismo y el socialismo. Pero de su evolución solo surge más capitalismo. El socialismo es una opción, y existirá a partir de la voluntad y de la acción que sean capaces de crear nuevas realidades. Es el ejercicio de comportamientos públicos y no públicos de masas organizadas que toman el camino de su liberación total.

La práctica revolucionaria de los individuos de las clases explotadas y dominadas, ahora en el poder, y de sus organizaciones, debe ser idónea para trastornar profundamente las funciones y resultados sociales que hasta aquí ha tenido la actividad humana en la historia. En este proceso debe predominar la tendencia a que cada vez más personas conozcan y dirijan efectivamente los procesos sociales, y sea real y eficaz la participación política de la población. Sin esas condiciones el proceso perdería su naturaleza, y sería imposible que culmine en socialismo y comunismo.

La transición socialista es un proceso de violentaciones sucesivas de las condiciones de la economía, la política, la ideología, lo más radical que le sea posible a la acción consciente y organizada, si ella es capaz de volverse cada vez más masiva y profunda. No se trata de una utopía para mañana mismo, sino de una larguísima transición. Su objetivo final debe servir de guía y de juez de la procedencia de cada táctica y cada política, dado que estas son las que especifican, concretan, sujetan a modos y etapas las situaciones que afectan y mueven a los individuos, las instituciones y sus relaciones. Por tanto, no basta con eficiencia o utilidad para ser procedente: es obligatorio sujetarse a principios y a una ética nueva, socialista. Sus etapas se identifican por el grado y profundidad en que se enfrentan las contradicciones centrales del nuevo régimen, que son las existentes entre los vínculos de solidaridad y el nuevo modo de producción y de vida, por un lado, y por otro las relaciones de enfrentamiento, de mercado y de dominio.

La transición socialista debe partir hacia el comunismo desde el primer día, aunque sus actores consuman sus vidas apenas en las primeras etapas. Se beneficia de un gran avance internacional: la conciencia y las acciones que sus protagonistas consideran posibles son superiores a las que podría generar la reproducción de la vida social a escala del desarrollo existente en sus países. Es un grave error esperar que el supuesto «desarrollo de una base técnico-material», a un grado inciertamente cuantificable, permita «construir» el socialismo, y por tanto creer que el socialismo pueda ser una locomotora económica que arrastre tras de sí a los vagones de la sociedad. El socialismo es un cambio cultural.

Nacida de una parte de la población que es más consciente, y ejercitada a través de un poder muy fuerte y centralizador en lo material y lo ideal, la transición socialista comienza sustituyendo la lucha viva de las clases por un poder que se ejerce sobre innumerables aspectos de la sociedad y de la vida, en nombre del pueblo. Por tanto, su factibilidad y su éxito exigen complejas multiplicaciones de la participación y el poder del pueblo, que serán muy diferentes y superiores a los logros previos en materia de democracia. Desatar una y otra vez las fuerzas reales y potenciales de las mayorías es la función más alta de las vanguardias sociales, que van preparando así su desaparición como tales. El predominio del proyecto sobre el poder es la brújula de ese proceso de creaciones, que debe ser capaz de revolucionar sucesivamente sus propias relaciones e invenciones, a la vez que hace permanentes los cambios y los va convirtiendo en hábitos. Todo el proceso depende de hacer masivos la conciencia, la organización, el poder y la generación de cambios: el socialismo no puede crearse espontáneamente, ni puede donarse.

El concepto de transición socialista está referido más al movimiento histórico, mientras el de socialismo resulta más «fijo»; entiendo que eso le brinda indudables ventajas para el análisis teórico y para el acompañamiento a las experiencias. Además, el ámbito de la transición socialista abarca toda la época entre el capitalismo y el comunismo, por lo que facilita la recuperación de este último concepto. Socialismo es ciertamente una noción más inclusiva que comunismo, lo cual ha facilitado que pueda pensarse desde él un arco muy amplio de situaciones y posibilidades no capitalistas. Pero al ser su sentido verdadero la creación de una sociedad cuya base y despliegue son opuestos y diferentes al capitalismo, el socialismo necesita de la noción de comunismo por dos razones. Una, la dimensión más trascendente, el objetivo la utopía, incluso de las ideas y los movimientos socialistas es el comunismo, una propuesta que no está atada a la coyuntura, la táctica, la estrategia de cada caso y momento, pero sirve para discernir actitudes y fijar el rumbo. La segunda, el referente comunista es útil para la recuperación de la memoria histórica de más de siglo y medio de ideas, sentimientos y acciones revolucionarias, y también lo es para pensar desde otro punto de partida ético y epistemológico los grandes temas de la transición socialista.

V. Dos concepciones del socialismo

Entre tantos problemas que porta el concepto de socialismo, he seleccionado solo algunos para esta exposición.

La vertiente interpretativa del marxismo originario que privilegió la determinación de los procesos sociales por la dimensión económica fue la más influyente a lo largo de las experiencias socialistas del siglo XX. Entre sus corolarios teóricos fueron centrales los de la «obligada correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción», la cuantificación «técnico-material» de las bases de la «construcción del socialismo» y la supuesta ley de «satisfacción creciente de las necesidades». La llamada Economía Política del Socialismo llegó a codificar en un verdadero catecismo estos y otros preceptos de mayor o menor generalidad. Pero el tema del desarrollo, que floreció y tuvo un gran auge en el tercer cuarto del siglo XX, replanteó el asunto al pensar la relación entre socialismo y desarrollo desde la situación y los problemas de los países que se liberaban en el llamado Tercer Mundo.

Entre polémicas y aportes, se avanzó en el conocimiento del formidable obstáculo al desarrollo constituido por el sistema imperialista mundial, el neocolonialismo y el llamado subdesarrollo. En cuanto a la relación desarrollo-socialismo, la concepción que aplicaba los principios citados entendió que el primero debía preceder al segundo, es decir, que el desarrollo de la «base económica» sería la base del socialismo. Fidel Castro y Che Guevara estuvieron entre los opuestos a esas ideas, desde la experiencia cubana y como parte de una concepción de la revolución socialista que articulaba la lucha en cada país, la especificidad del Tercer Mundo y el carácter mundial e internacionalista del proceso.[6] Guevara desarrolló un análisis crítico del socialismo de la URSS y su campo, y de su producción teórica, como parte de una posición teórica socialista basada en una filosofía marxista de la praxis, y en experiencias en curso.[7]

Ha habido dos maneras diferentes de entender el socialismo en el mundo del siglo xx. Ellas han estado muy relacionadas entre sí, han solido reclamarse del mismo origen teórico, y no han sido excluyentes. Expongo, sin embargo, los rasgos principales que permiten afirmar que se trata de dos entidades distintas.

La primera es un socialismo que pretende cambiar totalmente el sistema de relaciones económicas, mediante la racionalización de los procesos de producción y de trabajo, la eliminación del lucro, el crecimiento sostenido de las riquezas y la satisfacción creciente de las necesidades de la población. Se propone eliminar el carácter contradictorio del progreso, cumplir el sentido de la historia, consumar la obra de la civilización y el ideal de la modernidad. Su material cultural previo han sido tres siglos de pensamiento avanzado europeo, que aportaron los conceptos, las ideas acerca de las instituciones guardianas de la libertad y la equidad, y la fuente de creencias cívicas de Occidente. Este socialismo propone consumar la promesa incumplida de la modernidad, introduciendo la justicia social y la armonía universal. Para lograrse, necesita un gran desarrollo económico y una gran liberación de los trabajadores, hasta el punto en que la economía deje de ser medida por el tiempo de trabajo. Bajo este socialismo la democracia sería puesta en práctica a un grado muy superior a lo logrado por el capitalismo, aun por sus proyectos más radicales. Libertades individuales completas, garantizadas, instituciones intermedias, contrapesos, control ciudadano, extinción progresiva de los poderes. En una palabra, toda la democracia y toda la propuesta comunista de una asociación de productores libres. Su presupuesto es que al capitalismo no le es posible racionalmente la realización de aquellos fines tan altos: solo el socialismo puede hacerlos realidad.

La otra manera de entender el socialismo ha sido la de conquistar en un país la liberación nacional y social, derrocando al poder establecido y creando un nuevo poder, ponerle fin al régimen de explotación capitalista y su sistema de propiedad, eliminar la opresión y abatir la miseria, y efectuar una gran redistribución de las riquezas y de la justicia. Sus prácticas tienen otros puntos de partida. Sus logros fundamentales son el respeto a la integridad y la dignidad humana, la garantía de alimentación, servicios de salud y educación, empleo y demás condiciones de una calidad de la vida decente para todos, y la implantación de la prioridad de los derechos de las mayorías y de las premisas de la igualdad efectiva de las personas, más allá de su ubicación social, género, raza y edad. Garantiza su orden social y cierto grado de desarrollo económico y social mediante un poder muy fuerte y una organización revolucionaria al servicio de la causa, honestidad administrativa, centralización de los recursos y su asignación a los fines económicos y sociales seleccionados o urgentes, búsqueda de relaciones económicas internacionales menos injustas y planes de desarrollo.

Este socialismo debe recorrer un duro y largo camino en cuanto a garantizar la satisfacción de necesidades básicas, la resistencia eficaz frente a sus enemigos y a las agresiones y atractivos del capitalismo, y enfrentar las graves insuficiencias emergentes del llamado subdesarrollo y de los defectos de su propio régimen. Al mismo tiempo que realiza todas esas tareas y no después debe fundar instituciones y cultura democráticas, y un estado de derecho. En realidad está obligado a crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo.

En el ambiente del primer socialismo se privilegia la significación burguesa del Estado, la nación y el nacionalismo: se les condena como instituciones de la dominación y la manipulación. En el ambiente del segundo, la liberación nacional y la plena soberanía tienen un peso crucial porque la acción y el pensamiento socialistas han debido derrotar al binomio dominante nativo-extranjero, liberar las relaciones y las subjetividades de sus colonizaciones, y arrebatarle a la burguesía el control del nacionalismo y el patriotismo. Para el segundo socialismo es vital combinar con éxito las ansias de justicia social con las de libertad y autodeterminación nacional. El poder del Estado le es indispensable, sus funciones aumentan fuertemente y su imagen crece mucho, a veces hasta grados desmesurados. Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo al que avasalló la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos.

La explotación del trabajo asalariado y la misión del proletariado tienen lugares prioritarios en la ideología del primer socialismo; para el segundo, lo central son las reivindicaciones de todos los oprimidos, explotados, marginados o humillados. Este es otro lugar de tensiones ideológicas, contradicciones y conflictos políticos entre las dos vertientes, en la comprensión del socialismo y en establecer sus campos de influencia, con una larga historia de confusiones, dogmatismos, adaptaciones e híbridos. Sin embargo, las construcciones intelectuales influidas por la centralidad de la explotación capitalista y de la actuación proletaria han contribuido sensiblemente a la asunción del necesario carácter anticapitalista de las luchas de las clases oprimidas en gran parte del mundo colonizado y neocolonizado. Pero para el segundo modo de socialismo, el cambio profundo de las vidas de las mayorías es lo fundamental, y no puede esperar, cualquiera que sea el criterio que se tenga sobre las estructuras sociales y los procedimientos utilizados para transformarlas, o los debates que con toda razón se produzcan acerca de los riesgos implicados en cada posición. Y esto es así, porque la fuerza de este tipo de revolución socialista no está en una racionalidad que se cumple, sino en potenciales humanos que se desatan.

La libertad social pongo el acento en «social» es priorizada en este socialismo, como una conquista obtenida por los propios participantes, más que las libertades individuales y la trama lograda de un estado de derecho. Es una libertad que se goza, o que le hace exigencias a su propio poder revolucionario en los planos sociales, y es la que genera mejores autovaloraciones y más expectativas ciudadanas. La legitimidad del poder está ligada a su origen revolucionario, a un gran pacto social de redistribución de las riquezas y las oportunidades que está en la base de la vida política, y a las capacidades que demuestre ese poder en campos diversos, como son encarnar el espíritu libertario que se ha dejado encuadrar por él, guiarse por la ética revolucionaria y por principios de equidad en el ejercicio del gobierno, mantener el rumbo y defender el proyecto.

El segundo modo de socialismo no puede despreciar el esfuerzo civilizatorio como un objetivo que sería inferior a su proyecto liberador. Debe proporcionar alimentación, ropa, zapatos, paz, empleo, atención de salud e instrucción sin discriminar a nadie, pero enseguida todos quieren leer diarios, y hasta libros, y en cuanto se enteran de que existe la internet, quieren navegar en ella. Se levantan formidables contradicciones ligadas íntimamente al propio desarrollo de esta sociedad. Cito solo algunas. La disciplina capitalista del trabajo es abominada mucho antes de que una cultura productiva y una alta conciencia del papel social del trabajo puedan sustituirla. La humanización del trabajo y el auge de la calificación de las mayorías no son respaldadas suficientemente por los niveles técnicos y tecnologías con que se cuenta. Los frutos del trabajo empleado, el tesón y sacrificios conscientes y el uso planeado de recursos pueden reducirse mucho por las inmensas desventajas del país en las relaciones económicas internacionales. Los individuos son impactados en sus subjetividades por un mundo de modernizaciones que cambia sus valores, necesidades y deseos, y se dedican conscientemente a labores cuya retribución personal es más bien indirecta y de origen impersonal.

El sistema puede aparecer frente a ellos entonces como un poder externo, dispensador de beneficios y dueño del timón de la sociedad, que conduce con benévolo arbitrio. Porque la cultura «moderna» implica también individualismo exacerbado, y cada uno debe vivir en soledad la competencia, los premios o castigos, el interés y el afán de lucro, el éxito o el fracaso. La mundialización del incremento de las expectativas entre otras tendencias homogeneizadoras sin bases reales suficientes, que no puedo tratar aquí es muy rápida hoy, y suele constituir un arma de la guerra cultural mundial imperialista.

La transición socialista de los países pobres devela pues lo que a primera vista parecería una paradoja: el socialismo que está a su alcance y el proyecto que pretende realizar están obligados a ir mucho más allá que el cumplimiento de los ideales de la razón y la modernidad, y de entrada deben moverse en otro terreno. Su camino exige negar que la nueva sociedad sea el resultado de la evolución del capitalismo, negar la ilusión de que la sola expropiación de los instrumentos del capitalismo permitirá construir una sociedad que lo «supere» y negarse a «cumplir etapas intermedias» supuestamente «anteriores» al socialismo. Es decir, a este socialismo le es ineludible trabajar por la creación de una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeña en cumplir con sus prácticas más inmediatas.

 

VI. Necesidades y problemas actuales de la creación del socialismo

Y entonces aparece también otra cuestión principal. Del mismo modo que todas las revoluciones anticapitalistas triunfantes desde fines de los años 40 del siglo XX sucedieron en el llamado Tercer Mundo, es decir, fuera de los países con mayor desarrollo económico sin hacer caso de la doctrina que postulaba lo contrario, el socialismo factible no depende de la evolución progresiva del crecimiento de las fuerzas productivas, su «correspondencia con las relaciones de producción» y un desarrollo social que sea consecuencia del económico, sino de un cambio radical de perspectiva.

La transición socialista se enfrenta aquí a un doble enemigo. Uno es la persistencia de relaciones mercantiles a escala internacional y nacional, que tiende a perpetuar los papeles de las naciones y los individuos basados en el lucro, la ventaja, el egoísmo y el individualismo, y sus consensos sociales acerca de la economía, el dinero, el consumo y el poder. El otro es la insuficiencia de capacidades de las personas, relaciones e instituciones, resultante de la sociedad preexistente, para realizar las grandes y complejas tareas necesarias. El subdesarrollo tiende a producir un socialismo subdesarrollado; el mercantilismo, un socialismo mercantilizado. Las combinaciones de ambos son capaces de producir frutos peores. Es forzoso que en este tipo de transición socialista las «leyes de la economía» no sean determinantes; al contrario, la dimensión económica debe ser gobernada por el poder revolucionario, y este debe ser una conjunción de fuerzas sociales y políticas unificadas por un proyecto de liberación humana.

Es preciso calificar desde esa perspectiva los factores necesarios para emprender la transición socialista y avanzar en ella, y manejarlos de manera apropiada. Brindo ejemplos. Derribar los límites de lo posible resulta un factor fundamental, y que se torne un fenómeno masivo la confianza en que no existen límites para la acción transformadora consciente y organizada. Dentro de lo posible se consiguen modernizaciones, pero la transición que se conforma con ellas solo obtiene al final modernizaciones de la dominación y nuevas integraciones al capitalismo mundial. Los procesos educativos tampoco se pueden «corresponder» con el nivel de la economía: deben ser, precisamente, muy superiores a ella y muy creativos. Esta educación socialista no se propone formar individuos para obedecer a un sistema de dominación e interiorizar sus valores; al contrario, debe ser un territorio antiautoritario a la vez que un vehículo de asunción de capacidades y de concientización, una educación que está obligada a ser superior a las condiciones de reproducción de la sociedad, precisamente porque debe ser creadora de nuevas fuerzas para avanzar más lejos en el proceso de liberación.

Sintetizo preguntas sobre cuestiones principales: ¿el desarrollo económico es un presupuesto del socialismo, o el socialismo es un presupuesto de lo que hasta ahora hemos llamado desarrollo económico? ¿Qué objetivos puede y debe tener realmente la «economía» de los regímenes de transición socialista? ¿Qué crítica socialista del desarrollo económico es necesaria en este siglo XXI? ¿Cómo puede ser manejada con efectividad la conflictividad de las relaciones con los recursos y el medio natural por una posición ambientalista socialista? En otro campo de preguntas: ¿a través de la profundización de la democracia se marcha hacia el socialismo, o a través del crecimiento del socialismo se marcha hacia la profundización de la democracia? ¿Cómo pasar de la dictadura revolucionaria que abre caminos a la liberación humana, a formas cada vez más democráticas que con sus nuevos contenidos y procedimientos aseguren la preservación, continuidad y profundización de aquellos caminos? ¿Cómo evitar que el subdesarrollo, las relaciones mercantiles, el burocratismo, los enemigos externos, tejan la red en la cual el proceso sea atrapado y desmontado? ¿Cómo lograr y asegurar que la transición socialista incluya sucesivas revoluciones en la revolución?

No quisiera terminar sin expresar mi posición, a la vez que reconocer la difícil situación en que se encuentra el ideal socialista, y por tanto su concepto, en la coyuntura actual. La palabra socialismo se utiliza poco, incluso en medios sociales avanzados; algunos prefieren aludir a su contenido sin mencionarla expresamente, sobre todo cuando quieren ser persuasivos. Una pregunta pertinente es: ¿qué tiene que ver hoy el socialismo con nosotros? Opino que la única alternativa práctica, realmente existente, al capitalismo es el socialismo, y no la desaparición o el «mejoramiento» de lo que llaman globalización, que suele ser una vaga referencia al grado en que el capitalismo trasnacional y de dinero parasitario ejerce su dominación en el mundo contemporáneo. Tampoco considero una alternativa suficiente el fin del neoliberalismo, palabra que hoy sirve para describir determinadas políticas y la principal forma ideológica que adopta el gran capitalismo. Esos conceptos no son inocentes, el lenguaje nunca lo es. Cuando se acepta que «la globalización es inevitable» se está ayudando a escamotear la conciencia de las formas actuales de la explotación y la dominación imperialista, es decir, el punto a que ha llegado en su larga historia de mundializaciones, en una gama de modalidades que va del pillaje abierto a los dominios sutiles. A la vez, se da categoría de fenómeno natural a una despiadada forma histórica de aplastar a las mayorías, como si se tratara del clima.

En su guerra cultural mundial, el capitalismo intenta imponerle a todos incluidos sus críticos un lenguaje que condena a los pensamientos posibles a permanecer bajo su dominación. El rechazo al neoliberalismo expresa un avance muy importante de la conciencia social, y puede ser una instancia unificadora para acciones sociales y políticas. Pero el capitalismo es mucho más abarcador que el neoliberalismo: incluye todas las ventajas «no liberales» que obtiene de su sistema de expoliación y opresión económica, sus poderes sobre el Estado, la política, la información y la formación de opinión pública, la escuela, el neocolonialismo, sus instrumentos internacionales, su legalidad y su terrorismo, la corrupción y la «lucha» contra ella, etcétera. Es por su propia naturaleza que este sistema resulta funesto para la mayoría de la población del planeta y para el planeta mismo, y no por sus supuestas aberraciones, una malformación que puede ser extirpada o un error que pueda enmendarse.

El capitalismo ha llegado a un momento de su desarrollo en que ha desplegado todas sus capacidades con un alcance mundial, pero su esencia sigue siendo la obtención de la ganancia y el afán de lucro, la dominación, explotación, opresión, marginalización o exclusión de la mayoría de las personas, la conversión de todo en mercancía, la depredación del medio, la guerra y todas las formas de violencia que le sirven para imponerse, o para dividir y contraponer a los dominados entre sí. Lo más grave es el carácter parasitario de su tipo de expansión, centralización y dominación económica actual, y el dominio de Estados Unidos sobre el sistema. Ellos están cerrando las oportunidades a la competencia y la iniciativa que eran inherentes al capitalismo, a su capacidad de emplear a las personas; están vaciando de contenido su democracia y liquidando su propio neocolonialismo. Le cierran las oportunidades de satisfacer sus necesidades básicas a más de la cuarta parte de la población mundial, y a la mayoría de los países el ejercicio de su soberanía plena, de vida económica y social propia y de proyectos nacionales.

Es cierto que en la etapa reciente las luchas populares han sufrido numerosos descalabros en el mundo, y el capitalismo ha parecido más poderoso que nunca, aunque en realidad porta grandes debilidades y está acumulando elementos en su contra. El mayor potencial adverso a la dominación es la enorme cultura acumulada de experiencias de contiendas sociales y políticas y de avances obtenidos por la Humanidad, cultura de resistencias y rebeldías que fomenta identidades, ideas y conciencia, y deja planteadas inconformidades y exigencias formidables y urgentes. Todo eso favorece la opción de sentir, necesitar, pensar y luchar por avances y creaciones nuevas. Los principales enemigos internos de las experiencias fallidas de transición socialista han sido la incapacidad de ir formando campos culturales propios, diferentes, opuestos y superiores a la cultura del capitalismo y no solamente opuestos, y la recaída progresiva de esas experiencias en modos capitalistas de reproducción de la vida social y la dominación. Mientras, el sistema desplegó su paradoja: lograr un colosal y muy cautivador dominio cultural, y al mismo tiempo ser cada vez más centralizado y más excluyente, producir monstruosidades y monstruos, ahogar sus propios ideales en un mar de sangre y lodo, y perder su capacidad de promesa, que fue tan atractiva. Por eso trata hoy de consumar el escamoteo de todo ideal y toda trascendencia, y reducir los tiempos al presente, sin pasado ni futuro, para impedirnos recuperar la memoria y formular los nuevos proyectos, esas dos poderosas armas nuestras.

Solo podrá salvar a la humanidad la eliminación de ese poder, y un trabajo creador, abarcador y muy prolongado contra la pervivencia de su naturaleza. La única propuesta capaz de impulsar tareas tan ineludibles y prodigiosas es el socialismo.

Pero esta afirmación del socialismo es una postulación, que debe enfrentarse a un fuerte grupo de preguntas y desafíos. El socialismo ¿es una opción realizable, es viable? ¿Puede vivir y persistir en países o regiones del mundo, sin controlar los centros económicos del mundo? ¿Es un régimen político y de propiedad, y una forma de distribución de riquezas, o está obligado a desarrollar una nueva cultura, diferente, opuesta y más humana que la cultura del capitalismo? Por su historia, ¿no está incluido también el socialismo en el fracaso de las ideas y las prácticas «modernas» que se propusieron perfeccionar a las sociedades y las personas? No hay que olvidar ni disimular ninguno de esos desafíos, precisamente para darle un suelo firme a la idea socialista, sacar provecho a sus experiencias y tener más posibilidades de realizarla.

 

Notas

[1] «[…] la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que la derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases» (Carlos Marx y Federico Engels: La ideología alemana, La Habana, Edición Revolucionaria, 1966, p. 78).

[2] C. Marx y F. Engels: Manifiesto Comunista (1848), ver palabras finales del capítulo II.

[3] Ernesto Che Guevara: «El socialismo y el hombre en Cuba», Obras 1957-1967, t. II, La Habana, Casa de las Américas, 1970, p. 377.

[4] Como ilustración, un fragmento de José Carlos Mariátegui (1894-1930): «El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es, ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial […]. No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva»; en «Aniversario y balance», Amauta, Lima, 1928; III (17): septiembre.

[5] Selecciono aquí elementos que me parecen principales, pero forzosamente resultan parciales respecto a una argumentación que vengo elaborando desde hace tres décadas. Puesto a escoger una referencia, sugiero ver F. Martínez Heredia: «Transición socialista y cultura: problemas actuales», en Casa de las Américas, La Habana, 1990; XXX (178): 22-31, ene.-mar. (reproducido también en En el horno de los noventa, Buenos Aires, Ediciones Barbarroja, 1999, pp. 182-194; En el horno de los noventa, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2005, pp. 247-262; y Socialismo, liberación y democracia, Melbourne, Ocean Sur/Ocean Press, 2006, pp. 227-242).

 

[6] «Marx concibió el socialismo como resultado del desarrollo. Hoy para el mundo subdesarrollado el socialismo ya es incluso condición del desarrollo. Porque si no se aplica el método socialista poner todos los recursos naturales y humanos del país al servicio del país, encaminar esos recursos en la dirección necesaria para lograr los objetivos sociales que se persiguen, si no se hace eso, ningún país saldrá del subdesarrollo»; en Fidel Castro: «Hoy, para el mundo subdesarrollado, el socialismo es una condición de desarrollo», Pensamiento Crítico, La Habana, 1970; 36: 133-184, enero.

«No puede existir el socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraterna frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista […]. El desarrollo de los subdesarrollados debe costar a los países socialistas; de acuerdo, pero también deben ponerse en tensión las fuerzas de los países subdesarrollados y tomar firmemente la ruta de la construcción de una sociedad nueva»; en: Ernesto Che Guevara: «Discurso en Argel» [Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, 24 de febrero de 1965], ob. cit. (en n. 3), pp. 572-583.

[7] En los últimos años se ha publicado mayor cantidad de textos del Che. Llamo la atención sobre una obra reciente de gran valor, Ernesto Che Guevara: Apuntes críticos a la Economía Política, La Habana, Centro de Estudios Che Guevara/Editorial de Ciencias Sociales/Ocean Press, 2006.