Prefiero que el lector consulte tantas referencias a los conceptos sociópata y psicópata en internet, a la tarea del “copia y pega”…
Porque prefiero partir, no de sus definiciones sino de las dos tesis históricas de alcance, sobre la condición y naturaleza del ser humano de la Ilustración que a mi juicio son un despertar de la inteligencia cualitativa. Dos teorías desprendidas de la obra de dos pensadores consagrados y universales: Hobbes y Rousseau. Hobbes sostiene que el hombre es lobo para el hombre. Rousseau sostiene que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que le malea. Hoy día todo se resuelve, o cree resolverse, a través de mecanismos de conocimiento que acaban en la inteligencia artificial y dilucidan preguntas eternas que el ser humano no dejará nunca de hacerse aunque ciertamente tampoco pasará de la conjetura para pasar a una respuesta concluyente. Si el ser humano es bueno desde que nace y la sociedad le pervierte; si nace malo y la sociedad le civiliza o doma; si hay o no hay vida después de la muerte, son tres buenos ejemplos de lo que quiero decir. Sin embargo, la tentación de dar por válida la respuesta de una máquina o de un supuesto supersabio está ahí, en conexión con tantos otros problemas artificiosos planteados por la complejísima sociedad occidental a los que la propia sociedad se empeña en dar respuesta categórica. Sociedades tan complejas como cercanas a conectar con otras dimensiones u otros mundos…
Por su parte la psiquiatría, mejor dicho, algunos psiquiatras, con la osadía a que acostumbra el “especialista”, dictaminan que la psicopatía es congénita y la sociopatía es adquirida. Es una manera atrevida de resolver cuestiones que, en línea de lo dicho antes, pertenecen -y siempre así será- al ámbito de la filosofía a la que osan en esta materia suplantar. Porque la naturaleza humana hunde sus raíces en el soma, sí, pero sobre todo en el insondable piélago del alma, del espíritu, del ectoplasma o como queramos denominar a lo que está fuera del tráfico de la ciencia, sea la pura o la aplicada. Todo lo que no sea una proposición intelectiva a este respecto, cae en el dominio de la pretenciosidad y de la hybris: desmesura del orgullo y la arrogancia. Y como proposición fruto de la presciencia de humanos de un intelecto superior, los mencionados Rousseau y Hobbes, es muy posible que se aproximen con ellas más a la verdad. Lo único que quizá nos corresponde siglos después es a nuestra vez conjeturar si, como en tantas y tantas abstracciones, “la verdad” no estará mucho más cerca de la combinación armónica de esas dos teorías contrapuestas. Desde luego no me interesa la revelación al respecto que eventualmente puedan dilucidar todos los algoritmos reveladores del mundo.
Pero no quiero que la anterior digresión me aleje demasiado de lo que me propongo hablar: de sociópatas y de psicópatas… Pues bien, según la psiquiatría más extendida, la distinción entre sociopatía y psicopatía es sutil, por rasgos que pudiéramos llamar formales. Ambas tienen en común, según esa disciplina, que son más que una patología, un “trastorno” profundo de la personalidad. La psicopatía es congénita y no tiene cura; lo es sin remedio. El sociópata puede corregirse mediante la psicoterapia y los medicamentos.
Sin embargo, más allá de la especialidad psiquiátrica mi proposición es que la distinción reside en otra u otras circunstancias distintas a la de que el psicópata nace y el sociópata se hace. En todo caso, el sistema social, el sistema económico, la ideología y la mentalidad imperantes desde hace siglos en el hemisferio occidental han ido siendo poco a poco el caldo de cultivopara psicópatas y sociópatas. Son sus generadores. Hasta ahora, hasta el industrialismo y la robotización, no existían o no se computaban como “trastornos” de la personalidad en general rudimentaria. El rey, la nobleza y la sociedad burguesa eran psicópatas también, a duras penas refrenados por la religión y sus jerarcas. Mientras que los que hubieran sido hoy sociópatas entonces eran “enfermos”, y como tales eran tratados en manicomios o Casas de Salud. Este ejemplo ilustrará el asunto. Michel Foucault, filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo francés de principios del siglo XX, en su obra “La historia de los hombres infames” recoge diversos casos de internados en siglos pasados en esas casas de “locos”: Por ejemplo, Mathurin de Milan, ingresó en el Hospital de Charenton el 31 de agosto de 1707:“Su locura consistió siempre en ocultarse de su familia, en llevar una vida oscura en el campo, tener pleitos, prestar con usura y a fondo perdido, en pasear su pobre mente por rutas desconocidas, y en creerse capaz de ocupar los mejores empleos”. El tal Mathurin hubiera sido hoy día una persona normal o si acaso un sociópata desconocido…
Desde luego hoy, tal como lo clasifica la psiquiatría, mientras el sociópata responde a la moral del dominado social y por eso en buena medida se explica que transgreda las normas sociales y se rebele contra ellas y el establishment, el psicópata responde a la moral del dominador social, pues pertenece a parcelas de la sociedad dominante; dominante por su riqueza o acomodo o por el poder personal inherente a su rol en estamentos de poder. Es en este otro ámbito donde también tiene lugar la lucha de clases aunque sea soterrada. A mí entender, el sociópata no se culpa a sí mismo de su fracaso personal y de su imposibilidad de integrarse satisfactoriamente en el sistema. Culpa de ello al sistema y reacciona contra el sistema, despreciando sus reglas. Quien no es ni psicópata ni sociópata, el individuo sumiso ordinario es el definido por Byung Chul Han: “ese que del fracaso en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace responsable a sí mismo y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. Dirigiendo la agresividad hacia sí mismo, el explotado no se convierte en revolucionario sino en depresivo”. El sociópata, el antisocial, no se deprime, se enfrenta a su manera al sistema y asume las consecuencias de su comportamiento. Las cárceles están repletas de sociópatas. Pero las cárceles para psicópatas, no por su trastorno de la personalidad sino por sus delitos, están mucho menos ocupadas de lo que merecen ejércitos de individuos carentes del sentimiento de culpa y de remordimiento por los daños que con su insensibilidad causan a la sociedad toda. Esta paradoja no es contemplada, como sabemos, por esa psiquiatría integrada en el sistema. Lo que ignora la psiquiatría porque la sociología no es de su incumbencia, es que el esfuerzo del sociópata, que desemboca a menudo en fracaso, es explotado por el psicópata. Y cuando, sin haber pasado por experiencias frustrantes pero la falta previa de fe en la bondad y en la justicia del sistema le lleva al individuo, generalmente joven, al desestimiento del esfuerzo, es castigado por el sistema y a menudo también con especial delectación por el psicópata.
Como dice de Prada, “el análisis de los rasgos de carácter y la descripción de los modelos de conducta propios de la psicopatía nos confronta con una realidad pavorosa. ¿No son, acaso, los rasgos de carácter y los modelos de conducta que nuestra época ha consagrado? Los psicópatas operan en distintos ámbitos de la vida social, pero en general están especializados en sacar partido de los demás de diversas maneras. Unas veces explotan directamente a sus víctimas social, económica, sexual y emocionalmente, robando toda su energía psíquica, y en su relación con la pareja el psicópata se presenta como víctima de sus víctimas, sirviéndose de la mentira”. Pero lo peor, digo yo, por la magnitud de las consecuencias en la sociedad toda, de esos seis millones de psicópatas que el profesor de la Universidad de Alcalá de Henares Iñaki Piñuel dice que hay en España, entre “narcisistas, trepas, maquiavélicos o malvados”, la mayoría han de estar al frente de las responsabilidades públicas, políticas, económicas, bancarias, empresariales, policiales y religiosas. Los sociópatas pertenecen, bien al lumpen, bien a disconformes o enemigos de una sociedad, por unos motivos o por otros, sencillamente insoportable… Sociópatas somos todos los que vivimos psicológicamente en equilibrio inestable en una sociedad deshilvanada toda su historia, en una sociedad escasamente evolucionada en comparación con las naciones que se integran en el sistema, en buena medida pervertida por esos seis millones de psicópatas… que siglo tras siglo se vienen renovando en España.