Recomiendo:
0

Solidaridad, fiscalidad y socialismo

Fuentes: Rebelión

El sistema fiscal permite la concreción, en una organización compleja como la del actual Estado del Bienestar (pese a las artimañas neoliberales y socialdemócratas por restringirlo), del principio de solidaridad que, independientemente de la voluntad de cada ciudadano, ha de ser ejercitado mediante la acción coactiva del Estado. No obstante, los principios ideológicos antisociales del […]

El sistema fiscal permite la concreción, en una organización compleja como la del actual Estado del Bienestar (pese a las artimañas neoliberales y socialdemócratas por restringirlo), del principio de solidaridad que, independientemente de la voluntad de cada ciudadano, ha de ser ejercitado mediante la acción coactiva del Estado. No obstante, los principios ideológicos antisociales del neoliberalismo y del seguidismo acomplejado socialdemócrata, han implicado una devaluación del principio de solidaridad desde el punto de vista tanto práctico como teórico y filosófico.

 La solidaridad, es la base existencial de la comunidad y a través de esta de la propia existencia del ser humano en tanto que, por naturaleza, ser social o zoon politikón aún con los matices que a continuación contemplaremos. Que el sistema fiscal sea progresivo resulta fundamental para conseguir la igualdad plena, real y efectiva, para con ello integrar en la comunidad, tanto a los más desfavorecidos, al otorgarles la dignidad merecida de acuerdo con sus necesidades y oportunidades a cuya consecución se debe la comunidad, pero también la integración de los más ricos, pues su propia existencia implica un fracaso social y su evasión fiscal supone un desentendimiento contrario a toda razón colectiva. Y en este último sentido, cabe considerar todo sistema fiscal progresivo como un medio para la consecución de un fin determinado dado por la igualdad en el sentido económico y de acceso a los recursos sociales como la cultura, la educación o la sanidad en orden a la consecución de un determinado ideal de ciudadanía y de plena humanidad. Y como tal medio, en el sentido teleológico, una vez desaparecida la situación que pretende solucionar (la desigualdad), el sistema fiscal progresivo desaparecerá por cuanto los recursos serán obtenidos de forma equitativa en base a los criterios de la sociedad y las necesidades de cada ser humano o agrupación humana infra colectiva -familia, agrupación vecinal, cultural, etcétera-.

 El debate sobre la fiscalidad en nuestro país, como en cualquier Estado de Bienestar, resulta fundamental y controvertido, lo que denota su importancia, a pesar de los constantes asaltos que gobierno tras gobierno se suceden sobre él con la supresión de impuestos o el avance hacia modelos regresivos de fiscalidad. No obstante, cada día nos encontramos con uno más de los problemas de incapacidad del Estado para velar por la misión para la cual está destinado: la gestión del interés general en función del interés general, abstraído de cualquier otro interés particular generalmente de los más poderosos (lobbies empresariales e ideológicos pro-capitalistas, sobre todo), que desvían la verdadera guía formal -democrática y participativa ciudadana- y material -igualdad-, defendiendo el interés general en tanto en cuanto beneficia su particularidad o al menos no la afecta negativamente.

Nos encontramos así con que el actual sistema fiscal se fundamenta, como toda la doctrina económica imperante a nivel político, mediático y académico, en unas premisas que hacen que sean los trabajadores los que, generadores últimos de toda la riqueza, de cuyo legítimo disfrute son negados por la concentración capitalista, soporten la mayor carga fiscal, mientras ven como los servicios sociales son sustraídos de su necesaria explotación, debido a la presión ideológica de quienes beneficiados por la evasión fiscal y la concentración del capital constan de los recursos suficientes para presionar a las instancias parlamentarias y ejecutivas en pro de una erosión institucional del Estado. En este sentido, debiera considerarse aquella expresión de Umberto Eco de enviar «al infierno (o así lo espero) si [el ciudadano europeo] se sustrae al debido tributo al Ministerio de Hacienda de su país respectivo». Y proponer en tal dirección la orden de expulsión de nuestro país de todo aquél especulador que de forma reiterada y deliberada ha evadido su deber de sostenimiento de la comunidad negándose con ello el derecho a pertenecer a una comunidad, a una sociedad, a la que no sólo no contribuye activamente, sino que destruye, tanto por su evasión como por su propia existencia. Cosa harto improbable en un Estado donde la especulación es premiada con una reducción de la imposición fiscal, pero necesaria en el modelo al que aspiramos desde las posturas anticapitalistas. Pues la desigualdad, particularmente agresiva en el modelo de producción capitalista, como nos recuerda Carlos Marx, no es, en el sentido que alegan los liberales y sus vástagos los neoliberales, una consecuencia natural, en ocasiones conectada con una elección divina. «(…) La naturaleza no produce por un lado poseedores de dinero o de mercancías, y por otro individuos que sólo posean su fuerza de trabajo. Esta relación, sin fundamento, tampoco es una relación social común a todos los períodos de la historia. Y lo que caracteriza a la época capitalista es que el poseedor de los medios de subsistencia y de productos encuentra en el mercado al trabajo, cuya fuerza de trabajo reviste la forma de mercancía y el trabajo, por consecuencia, la forma de trabajo asalariado» (Carlos Marx, El Capital. Sección I, Capítulo IV). Y en contra de cuanto pudiera parecer, y en tanto en cuanto el modelo capitalista, pese a su esclerosis congénita y propia naturaleza insostenible, sigue en plena vigencia, estas premisas han de ser puestas en valor, aún a pesar de que «(…) el debilitamiento teórico y político de la formulación de alternativas sistémicas al capitalismo, [que] habría erosionado también el vigor y la efervescencia conceptual e interpretativa asociada a la búsqueda de su superación» (Puerto Sanz, Luís Miguel. Economía para el desarrollo).

No obstante ello, las políticas adoptadas de forma decidida y acorde con las necesidades colectivas en los distintos gobiernos con propuestas socialistas en América Latina, deben servir de guía para una autoestima ideológica vital para el impulso de las propuestas alternativas al capitalismo y para su efectividad allí donde se esté en posesión de los recursos dispuestos por el poder genuinamente democrático, que no del poder mediático sujeto a intereses empresariales (poder económico capitalista) con los que, a todas luces, no se contará. Este ejemplo de acción decidida en Latinoamérica, debe ser tomado, no sólo por sí mismo, sino por las reacciones que frente a estos gobiernos han mostrado los poderes del capitalismo político y económico, con la permanente azotaina mediática hacia, por ejemplo, Hugo Chávez Frías, o el consumado Golpe de Estado a Zelaya, en Honduras, con el claro apoyo de los principales sectores empresariales contrarios a las políticas de fortalecimiento del Estado y beneficio de las clases sociales más desfavorecidas ( http://republicayhumanismo.blogspot.com/2009/07/una-propuesta-para-entender-cuanto.html )

Se trata, en esencia, de hacer valer, frente al utilitarismo competitivo e individualista congénito en la doctrina económica incrustada en la mente de gobernantes, ideólogos y ejecutivos convenientemente adoctrinados, el argumento de la superioridad axiológica de la solidaridad, así como su supremacía desde el punto de vista ideológico frente a los planteamientos antisociales del individualismo egoísta fundamento del capitalismo consumista y competitivo. La solidaridad constituye el eje de la socialización humana, de la gestión política, de la convivencia, de la propia configuración antropológica del ser humano y la esencia existencial de la comunidad.

 

1. En cuanto a la socialización humana, cabe considerar que, a pesar de que los seres humanos, en base a su configuración natural puedan presentar conductas egoístas, el carácter anti comunitario de estas, cuya esencia conlleva conflicto permanente y manifestaciones de la premisa homo homini luppus, obliga a considerar la socialización como aquél proceso cuyo objetivo consiste en «el descentramiento de la conciencia de sí, el aprendizaje del reconocimiento recíproco, la toma de conciencia de los límites propios y la aceptación de los otros, así como el aprendizaje en cierto modo forzoso del respeto de sus derechos» (Julio de Zan, La ética, los derechos y La justicia).

 

2. En relación con la gestión política, la solidaridad ha de ser el principio a recuperar, del cual se derivará la revisión de todos los procesos de privatización y externalización de los servicios públicos básicos, así como la sanción negativa hacia quienes pretendan desde determinadas posturas ideológicas evadir al Estado de la misión que le corresponde en orden a la defensa del interés general alejándose de la claudicación a los intereses privados con mayor capacidad de chantaje. Así, por extensión, será preciso recuperar y revitalizar todas las premisas constitucionales y legales incluidas en el ordenamiento jurídico por quienes constantemente han luchado, desde la izquierda genuina, por imprimir principios como la igualdad real y efectiva, la subordinación de la riqueza al interés general o la participación de los trabajadores en las empresas y en los medios de producción. Todos ellos vaciados de contenido por su inaplicación sistemática y por la deliberada dejación de funciones y negligencia política operada por los distintos gobiernos conservadores y socialdemócratas alrededor del Planeta. Ello nos debe alentar al impulso de aquellas fuerzas políticas y los correspondientes movimientos sociales por cuya presencia y actividad se consiguieron tales avances. Aunque es cierto que la impresión de estos planteamientos en la faz y estructura del Estado ha implicado un vaciamiento de la legitimidad de determinadas ideologías y sus movimientos para continuar reivindicando, ahora más que nunca, nos encontramos con una situación en la que los derechos constitucionales, de carácter socioeconómico sobre todo, se ven vaciados, y con un modelo político en general alejado de los valores superiores de democracia (con un déficit participativo y una elitización de la política, así como con un sistema monárquico claramente deficitario en términos democráticos), igualdad (con acentuadas injusticias sociales), justicia (a través de un sistema judicial lento y dispuesto para ser utilizado y disfrutado por quienes más recursos económicos tienen, y un modelo social que niega toda justicia efectiva o real) o libertad (pues sin una efectiva igualdad, toda libertad es impracticable).

 

3. En tercer lugar, el ser humano es un ser social por naturaleza, lo cual no ha de implicar la ausencia de conflicto, sobre todo cuando este es fuente de riqueza en el modelo capitalista (competitividad entre individuos y grupos en la vida cotidiana, erosión del principio de colaboración entre ciudadanos y trabajadores –divide et impera-, negocio de la guerra mediante la industria armamentística, etcétera). Aunque no cabe dejarse llevar por la consideración de que la no sociabilidad del ser humano implique su no socialidad o condición, como decíamos de ser social. A todas luces resulta ello evidente, máxime cuando parece ser una condición extraíble de la propia biología animal e incluso vegetal, dada la necesidad del otro para sobrevivir, para vivir y, en el caso del ser humano, para algo más que todo ello, vivir en comunidad como ser humano, y vivir para la propia comunidad, cuya vida propia es tan importante como la del propio ser que se nutre de ella. Como señala Muhamad Yunus, fundador del Banco Graamen o de los microcréditos, y Premio Nobel de la Paz en 2006, hay que tener siempre presente que es «propósito básico del ser humano (…) contribuir a este mundo en general» por cuanto «el ser humano no ha nacido para cuidar de sí mismo únicamente, sino para hacer mucho más que eso: para contribuir».

 

4. Finalmente, cabe considerar la solidaridad como el principio constitutivo de la comunidad política. Esta solidaridad, que podríamos denominar solidaridad constitutiva o constituyente se define tanto por la naturaleza de los sujetos que la constituyen como por la de los medios que la instrumentalizan. En relación con la naturaleza de los sujetos, cabe considerar los individuos o grupos definidos por una vinculación o identidad política (Solidaridad Política) o que pretenden consolidar y constituir tal vinculación o identidad política (Solidaridad Constitutiva y constituyente) (Aldeguer Cerdá, Bernabé & Sotornikova, Linda. Solidaridad y UE: Presente y Futuro). Si bien, a nivel instrumental, en relación con la naturaleza de los mecanismos que la concretan, nos encontramos con los medios estatales determinados por los sistemas de seguridad social, sistema de distribución y redistribución fiscal, ayudas directas, así como aquellos mecanismos de articulación jurídica que favorezcan la solidaridad entre los trabajadores no sólo en el ámbito político, sino en el laboral (participación en las empresas, intervención de los medios de producción, etcétera).

Por tanto, el ser humano es solidario por naturaleza. Por supuesto, y como decíamos, también es egoísta. El tan caso, el debate no es tanto determinar una estructura objetiva sobre la condición humana -misión harto ligera de modestia-, sino en una cuestión de elección ética entre el egoísmo o la solidaridad como piezas del mapa humano que cabe hacer encajar, o por su parte, limar para conseguir su encaje de otro modo en orden al beneficio de la comunidad o estructura social. Todo conjunto de conductas humanas es el producto de una tensión entre dos extremos, de tal modo que nuestra conducta final podrá estar más o menos escorada a uno u otro extremo en función de la capacidad de elección que nuestra voluntad y libertad nos concede, y sujeta a una ponderación ética. En términos aristotélicos, la virtud contempla dos extremos, siempre presentes en todo comportamiento humano, de tal suerte que, no obstante, la conducta debe tener una adecuada referencia respecto del tipo ideal que cada uno de los extremos representa. Por tanto, no negaremos que el ser humano sea egoísta, pues a la vista está de lo evidente y devastador de dicha condición y de su realidad; pero dicha negación se fundamenta, ante todo, porque la importancia de la cuestión reside en cuál es la opción ética a través de la que dirigir nuestros destinos colectivos en función de nuestra conducta individual (agregada o sumada al conjunto): si la del egoísmo o la de la solidaridad. Y qué opción por consecuencia, sirve mejor a los objetivos colectivos.

La existencia del ser humano y su plenitud (o felicidad, como eudaimonia) ha ido ligada a la comunidad política y a la sociedad que aquella organiza. Queda demostrado, además, desde un punto de vista filosófico y práctico, que ninguna comunidad política ni social es posible ser construida ni, a continuación sostenida, sin que medie la solidaridad de cada uno de los miembros que la constituirán. Precisamente, porque para construir el espacio común, con una serie de recursos que gestionar a nivel material e inmaterial, se requiere de una cesión individual cuya legitimación se halla en la solidaridad y que cuenta con un acto que concreta aquella: un acto de solidaridad. Una cesión de los recursos individuales tanto en un primer momento (constitución de la sociedad) como a la hora de mantener esa sociedad. Y de acuerdo con la visión de T. Hobbes, no resulta descabellado pensar que para ser egoísta, el ser humano primero ha de ser solidario, porque sólo es posible ser egoísta en el marco de una comunidad política. Egoísta preservando la vida, claro está. Porque sin comunidad que valga (y por tanto sin solidaridad), los seres humanos, egoístas, se autodestruirían, y sería insostenible la propia existencia.

El sistema capitalista llevado a su extremo tal y como con lo hemos venido conociendo a lo largo de los últimos decenios (pero sin excluir los dos siglos de implantación precedente), no obstante, consta de un virus ideológico y empírico, que destruye la comunidad política, atacando el gen de toda sociedad: el gen de la solidaridad. Descompone sus elementos y los reduce a migajas de egoísmo que precisarán, de nuevo, un acto de solidaridad o siquiera algo semejante (una intervención pública, colectiva, estatalizada -formal- o no) que invierta el camino recorrido. Y así, nos encontramos con que el Estado, hacia quien tantas diatribas se había venido lanzando durante décadas, es ahora hacia quien miran unos con ojos temerosos o otros con ojos avaros, y que hasta hace bien poco se mostraban amenazantes e insaciables (como ahora también al exigir ayudas que logren mantener el estilo de vida y las codicias corporativas). Pero que los seres humanos, en un sistema capitalista, sacien sus instintos a través del egoísmo, no quiere decir que por ello el ser humano sea egoísta por naturaleza. Tampoco que lo sea solidario. Pero existe un vínculo infalible entre solidaridad y condición social (es la solidaridad tal vínculo infalible) de los seres humanos, por cuanto la solidaridad constituye el catalizador que posibilita la reacción social por la que un conjunto de individuos aleatoriamente dispersos confluyen en una comunidad política organizada distinta de cada uno de ellos, pero fruto de estos, y en la que el resultado, en un acto excelente de sinergia, es superior a la suma de las partes tomadas aritméticamente. Y el individuo, tomado como tal ser humano social, gregario y colectivista, establece un vínculo vital desde el punto de vista, no sólo físico, sino también filosófico, de tal suerte que para vivir como tal precisa de un acto que si no fuese por el coste positivo que en términos absolutos se describe podría designarse como de sacrificio, pero que no constituye tal condición pues es un acto de construcción de la comunidad en la que se incardina el individuo.

Todas estas reflexiones, que pudieran ser tomadas por evidencias, resultan necesarias en el sentido de que, las evidencias devienen en fundamentos de toda estructura ideológica, debiendo estar continuamente presentes para que el edificio de propuestas no caiga o sea emitido en un vacío que todo lo hace desvanecer. Por tanto, cabe considerar la importancia de la reflexión sobre los elementos básicos de toda propuesta ética, política, social y comunitaria. Del mismo modo que supone un error abandonar las ayudas a la investigación de los procesos bioquímicos básicos de carácter oncológico en pro de ayudas a tratamientos o investigaciones sobre farmacología o cirugía (no incurro en el error de proponer un trasvase y una disminución de este último, sino evitar lo contrario), cabe invertir los recursos que sea preciso en ahondar sobre aquellas cuestiones psicosociales y filosófico-políticas desde las que construir la alternativa al destructivo, antisocial, depredador e insostenible modelo capitalista. Y en este sentido, en lugar de pretender hacer frente o al menos invertir todos los recursos en rebatir los argumentarios sobre política coyuntural (planes de inversión pública, sistemas de financiación), que resultan necesarios desde el punto de vista de la política activa y nadie niega su importancia, debemos tener presente la necesidad de reflexionar, promocionar y debatir doctrinalmente conceptos tales como el de solidaridad (del mismo modo que el de egoísmo o la individualidad ha sido explotado por la doctrina neoliberal) o responsabilidad antropológica en relación con los seres humanos que conviven con nosotros más o menos cerca así como con la naturaleza de la que obtenemos los recursos vitales. De este modo, se logrará incardinar en lo atemporal lo coyuntural; de incardinar y dotar de sentido a lo fugaz y superficial en una sólida base filosófica. La coyuntura, no obstante, beneficia en estos momentos el posicionamiento de la nave colectiva, en crisis y peligro de zozobra, sobre el nivel de flotación de la alternativa socialista. Rememos con nuestras cabezas en la dirección de la emancipación y echemos a la borda los sacos cargados de complejos y surcar con ligereza sobre el mar del marxismo y la filosofía política socialista. Pues mientras el capitalismo, por sí mismo, no haga levantar la ola revolucionaria que por su naturaleza lo haga mutar o colapsar definitivamente, la antítesis (el socialismo, el marxismo) será la única opción, que peligrosamente se quiso abandonar a instancias del propio capitalismo. Estamos a tiempo. Este es el tiempo.

 

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.