Recomiendo:
0

Sólo creo en lo que veo

Fuentes: Koinonia

Cuando estudiaba en Alemania leí una historia de un escritor infantil, Peter Bichsel, que me dio mucho que pensar. Ya no tengo ese libro pero guardé su contenido. Decía así: «Conocí a un hombre que sólo creía en lo que podía ver y experimentar personalmente. Aprendió en la escuela que la Tierra era redonda y […]

Cuando estudiaba en Alemania leí una historia de un escritor infantil, Peter Bichsel, que me dio mucho que pensar. Ya no tengo ese libro pero guardé su contenido. Decía así:

«Conocí a un hombre que sólo creía en lo que podía ver y experimentar personalmente. Aprendió en la escuela que la Tierra era redonda y todos lo repetían. Pero él decía: «sólo lo creeré si puedo hacer la experiencia: salgo de mi casa por la puerta de delante, voy siempre en línea recta y una vez hecho todo el recorrido llego a la puerta de atrás. Sólo así se comprueba de hecho que la Tierra es redonda.

Quiso poner en práctica su propósito enseguida. Compró ropa para las distintas estaciones, ropa de abrigo, zapatos y botas. Y dijo: «necesito un carro para meter esto dentro». Vió también que al otro lado de la calle había una casa. Para pasar por encima de la casa necesitaría una escalera. Recordó que más adelante había un río. Para atravesarlo necesitaría un bote. Para transportar el bote necesitaría otro carro más grande. Y una persona para conducirlo. Esta persona necesitaría también ropas y otros enseres. Recordó que después había una montaña con bosque frondoso. ¿Cómo subir los dos carros, la escalera y el barco montaña arriba? Necesitaría por lo menos cinco hombres. Para esos hombres necesitaría por lo menos otros dos carros, porque todos tendrían que llevar sus pertenencias. Y para pasar todo esto por encima de la casa sería necesaria una grúa. Y un camión para transportar la grúa. Y un hombre que manejase la grúa. Éste también tendría que llevar sus cosas. Y necesitaría otro barco todavía mayor para llevar la grúa. Y un carro mayor todavía…

Aquí se detuvo. Tomó una hoja de papel e hizo los primeros cálculos: necesitaría pertrechos para ocho personas, incluyéndose él, cuatro carros, un camión, dos barcos, una grúa y una escalera. No debería olvidarse del sueldo de los contratados. Se acordó de que más adelante tendría que enfrentarse al océano y debería que tener un barco para cargar todas las cosas y hacer la travesía. Hizo los cálculos y vió que necesitaría una gran fortuna.

Al darse cuenta del lío en que se había metido se puso muy triste. Más pesaroso quedó cuando cayó en la cuenta de que ya tenía 65 años. Debía darse prisa si quería regresar antes de morir.

Pero no desistió. No compró nada de aquella larga lista. Sólo una escalera grande. Se la echó al hombro y lentamente se dirigió a la casa de enfrente. Colocó la escalera y comenzó a subir con calma.

Las personas que sabían lo que pretendía le gritaban desde la calle: ‘Hombre, déjalo. No necesitas probar que la Tierra es redonda. Todo el mundo lo sabe’. Pero él les hizo oídos sordos. Subió hasta lo alto del tejado y alzando consigo la escalera desapareció por el otro lado.

Nunca más volví a ver a ese hombre. Tal vez ha cambiado de idea, tal vez habrá muerto ya, pero de vez en cuando me gusta ir a la ventana y mirar hacia occidente. Qué feliz sería si lo viera venir un día hacia mí diciendo: ‘Ahora lo sé por experiencia: la Tierra es redonda'».

Que los muy prácticos saquen de ahí sus conclusiones.