Al referirse a los “marxistas legales”, que ostentaban ese título con vanidad intelectual, Karl Marx dio su respuesta: “lo que está claro es que yo no soy marxista” (1882). La frase tenía doble sentido: criticar a quienes, si bien pretendían ser sus seguidores, simplemente asumían posiciones para descalificar a los adversarios políticos; y, además, cuestionar su falta de conocimientos fundamentados en investigaciones rigurosas. El complemento lo dio Friedrich Engels: “En general, la palabra materialista les sirve a muchos jóvenes escritores alemanes de simple frase mediante la cual se rotula sin más estudio toda clase de cosas; pegan esta etiqueta y creen que la cuestión está resuelta. Pero nuestra concepción de la historia es, sobre todo, una guía para el estudio, y no una palanca para construir a manera de los hegelianos”.
Ante todo, hay que considerar que el marxismo es una teoría compleja, elaborada en el transcurso de la vida de Marx (1818-1883) y que tuvo cambios desde los escritos de juventud hasta los últimos durante los tres años finales de su vida. Algunos libros de Marx y Engels son más conocidos que otros; pero desde 1998 se desarrolla el proyecto MEGA (Marx-Engels Gesamtausgabe) de las obras completas, que incluye 200 cuadernos, aún de difícil acceso por publicarse solo en alemán. En todo caso, el centro de los estudios de Marx fue, en general, Europa; el capitalismo la esencia de sus descubrimientos; las investigaciones sobre el colonialismo, las nacionalidades, el medio ambiente, la cuestión femenina, así como India, China y especialmente Rusia, son prácticamente en sus últimos años. América Latina fue una región de menor atención.
El marxismo después de Marx es gigantesco. Uno de los estudios sobre este tema son los doce tomos que publicó el historiador inglés Eric J. Hobsbawm (1917-2012). Igualmente, el filósofo latinoamericano Enrique Dussel (1934-2023) hizo el seguimiento en tres tomos a la trayectoria del pensamiento de Marx. También cabe destacar al científico chileno Alejandro Lipschütz (1883-1990) con “Marx y Lenin en la América Latina y los problemas indigenistas” (1974), que da continuidad a las reflexiones de José Carlos Mariátegui (1894-1930), pionero en el tema. Contemporáneamente están, entre otros: Michael Löwy, quien en “El marxismo en América Latina” (2007) ofrece una antología de los distintos marxismos en la historia de la región; Pablo Guadarrama investiga “Marxismo y antimarxismo en América Latina” (2023); y también “El renacer de Marx” (2024) coordinado por Marcello Musto, que permite acercarse a los nuevos temas del marxismo. No hay estudios similares en Ecuador, aunque si varios sobre la historia de los partidos o agrupaciones de “la izquierda”, que demuestran que no solo ha existido en el país una izquierda “marxista”, sino varias.
Después del derrumbe del socialismo de tipo soviético, el marxismo perdió su antigua influencia cultural, al mismo tiempo que los partidos y organizaciones seguidores de Marx se derrumbaron. Pero el marxismo volvió a despegar con el avance del siglo XXI entre otras razones porque se agotó la globalización transnacional y el mundo entró a una época multipolar en la cual está en marcha el desplazamiento de la hegemonía de los Estados Unidos y es visible el ascenso de China, con la construcción del socialismo por una vía muy particular, que se fundamenta abiertamente en la teoría marxista, a la que el mismo presidente Xi Jinping ha contribuido. En América Latina el socialismo cubano sobrevive con limitaciones extremas debidas al bloqueo más inmoral en la historia contemporánea. Son procesos excepcionales.
Pero coincidiendo con el mismo siglo, se generalizaron en buena parte de la región los gobiernos progresistas que definieron una esfera política distinta a las tradicionales y que asumieron la representación de una nueva izquierda, en la que destacaron Ecuador (Rafael Correa), Bolivia (Evo Morales) y Venezuela (Hugo Chávez) con sus propuestas de “socialismo del siglo XXI”. Es un proceso histórico inédito, en medio de sectores políticos e intelectuales que solo admiten como “izquierda” a las organizaciones y movimientos que se autodefinen exclusivamente como “marxistas”.
El progresismo latinoamericano es, ante todo, una fuerza política de convergencia de sectores sociales que cuestionan al capitalismo, quieren terminar con el neoliberalismo por los desastres humanos que ha ocasionado, se inscriben en las instituciones de la democracia occidental para transformarla en democracia popular sostenida por los distintos movimientos sociales y que, sobre todo, admiten la edificación de una economía de tipo social, como parte de un proceso de largo plazo, que incluso puede sentar las bases para un futuro socialista. Es una vía en construcción al compás de las coyunturas latinoamericanas, sobre la cual no existen recetas preestablecidas como las que el marxismo clásico pudo ofrecer en el pasado.
Todo ello explica las variadas formas del progresismo, que puede confundirse con la vieja socialdemocracia, como un nuevo desarrollismo o con un neo keynesianismo, pero que también tiene militantes y partidarios marxistas.
En Ecuador la lucha política definida en las recientes elecciones presidenciales y legislativas (9/2/2025) ilustra la situación que predomina en América Latina: pasaron al balotaje el presidente Daniel Noboa, en quien se resumen los intereses de las élites oligárquicas y el empresariado neoliberal/libertario, y Luisa González, expresando al sector progresista de nueva izquierda. Si bien el candidato Leonidas Iza ocupó el tercer lugar con el 5.25% de los votos provenientes sobre todo del movimiento indígena, los resultados electorales dan cuenta de que también hubo sectores indígenas que votaron por Noboa, quien triunfó en toda la Sierra (excepto una provincia) y en cuatro de las seis provincias amazónicas (https://elecciones2025.cne.gob.ec).
Resulta difícil concluir que todo el movimiento indígena es “marxista”, “mariateguista” (bit.ly/3wjWFPk) o de izquierda “auténtica y verdadera” frente a la “socialdemócrata” Luisa González. Lo que ha quedado en claro en el país es la necesidad de la unidad y convergencia de las dos principales fuerzas sociales y populares: la Revolución Ciudadana y Pachakutik-CONAIE, si se busca asegurar el triunfo en la segunda vuelta frente al bloque de poder constituido en torno al presidente-candidato Noboa. Ambas fuerzas tienen coincidencias programáticas en múltiples cuestiones nacionales y el desafío por superar experiencias de confrontaciones o resentimientos mutuos en el pasado. Tanto líderes y miembros del “correísmo” como de los indígenas y trabajadores han sufrido persecución, lawfare, criminalización. Las movilizaciones indígenas de 2019 y 2022 afrontaron represiones brutales desatadas por gobiernos empresariales que les tildaron de “terroristas”.
De su parte, el marxismo es una teoría que proporciona los fundamentos centrales de las ciencias sociales y permite descubrir los ejes del poder, la naturaleza de las luchas de clases, el tejido económico complejo del capitalismo. Pero en América Latina toca realizar un esfuerzo constante para entender los procesos históricos propios y contemporáneos. Tal como en su tiempo Marx criticó a cierto marxismo, hoy los problemas latinoamericanos no pasan por considerar a esta teoría como la fuente para declararse en posesión exclusiva de la izquierda “auténtica y verdadera”. Sobre todo en medio de los variados “marxismos”.
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