El día 12 de marzo publicó Rebelión un artículo Jaime Richard con el que no estoy de acuerdo pero que plantea cuestiones interesantes sobre las que vale la pena discutir. De entrada hay una agresividad en su escrito que supongo que orientada contra la ideología políticamente correcta de los falsos progresistas y que me parece […]
El día 12 de marzo publicó Rebelión un artículo Jaime Richard con el que no estoy de acuerdo pero que plantea cuestiones interesantes sobre las que vale la pena discutir.
De entrada hay una agresividad en su escrito que supongo que orientada contra la ideología políticamente correcta de los falsos progresistas y que me parece muy certera. Pero creo que la ira le lleva por caminos demasiado viscerales que hay que evitar.
Yo también estoy harto de este discurso de la tolerancia y la no discriminación (más que igualitarismo, que creo que es otra cosa) que está formulada en unos términos tan abstractos que justamente funciona como una ideología para tapar los antagonismos reales. Pero me parece que el artículo, cuando habla de racismo y elitismo, se plantea en unos términos muy confusos. Porque parece afirmar que todos somos racistas y elitistas y que los que lo niegan son unos hipócritas.
Por supuesto que hay que aprender a discriminar y ser crítico significa hacerlo porque aplicamos un criterio que valora lo que está bien para nosotros y lo que no. Discriminar en este sentido esta bien y hay que hacerlo con firmeza, sin diluir nuestras posiciones en el relativismo del todo vale.
También es cierto que todos tenemos pasiones afirmativas y negativas y que tenemos tendencias agresivas, vanidosas o autoritarias hacia los otros. Y que siempre somos subjetivos cuando hablamos de afinidades, de filias y fobias personales. Pero una cosa es esto y otra decir que todos somos en cierta manera fascistas, racistas y elitistas.
No entro en lo de fascista porque me parece evidente que lo que quiere decir con esto es que a veces todos somos violentos o intolerantes, lo cual es cierto pero que no hay que confundir con una posición política fascista. Respecto a lo de racista y elitista creo que hay que recuperar desde la izquierda el sentido que tienen estos términos, no eliminarlos porque justamente esto es lo que quieren hacer los poderes fácticos que utilizan el discurso políticamente correcto para que las palabras pierdan su sentido real. Que no lo hacen todos, por otra parte, porque algunos (como el neoliberalismo USA que ha gobernado los últimos años) son claramente elitistas y otros (los populismos de extrema derecha) son claramente racistas. Quizás Zizek tiene razón cuando dice que se complementan y que el racismo es la parte reprimida de los tolerantes. Pero en todo caso nuestro trabajo es recuperar estos términos para darles un sentido real. Porque si no lo hacemos entonces las posiciones políticas reales son racistas y elitistas y cuando uno dice lo contrario consideramos que es sólo un discurso bienintencionado, con lo que sólo queda la primera opción como real y la segunda como falsa.
Racismo es el desprecio al otro que tiene unas características físicas (o culturales, ahora domina el racismo cultural) y es siempre un prejuicio. Por supuesto que tengo derecho y es humano y razonable a no hablar con alguien con el que no tengo afinidad, que no me gusta, por decirlo claro: pero en todo caso que sea un juicio y no un prejuicio (que ya sería mucho). Y el elitismo, esto ya nos pesa más a los que nos reclamamos de la izquierda radical porque muchas veces nos creemos especiales y sólo nos relacionamos con los que son de nuestro grupo de enterados. Y esto es una tendencia con la que no hay que transigir si queremos ser coherentes porque si no nos condenamos al izquierdismo, en el peor sentido de la palabra (que era el que decía Lenin). Hay un elitismo muy claro en muchos revolucionarios de salón que los que queremos ser coherentes hemos de evitar y denunciar. Porque todos tenemos contradicciones, por supuesto, pero una cosa es ésta y otra ser un impostor, que es lo que es inaceptable moralmente (y no hay, creo, izquierda sin criterio moral).
Otra cosa es que en el artículo hay trampa porque nos cuela muchas cosas que no son, como él dice, de sentido común. Porque a mí me parece muy discutible decir que los vascos (en su mayoría) tienen una lengua, cultura y mentalidad distintos del resto de la geografía peninsular. Discutible porque a) la mitad de los vascos, la mayoría obreros, tienen como lengua el castellano); b) la palabra cultura es un tópico peligroso cuando se le da este carácter tan homogeneizador: hay vascos ateos y cristianos, hay vascos de izquierdas y de derechas, unos son de un pueblo y otros de ciudad y cada rasgo nos identifica con un grupo determinado. Si no, como explica muy bien Amaryrta Sen, caemos en la ilusión de un destino (que puede ser defendido incluso con la violencia, claro). c) Lo de mentalidad común habría que ver lo que significa. Y, ojo, que no se me malinterprete, yo soy catalán y creo que hay que defender y promocionar las lenguas que han sido reprimidas y luchar contra el centralismo. Pero no opondré al españolismo otro tipo de nacionalismo sino la tradición republicana, democrática y federal. Esto es sólo un ejemplo de que estos artículos airados dicen demasiadas cosas y muy deprisa sobre las que hay que discutir.
Sólo amamos lo que conocemos, también nos dice. Bueno, en algún sentido sí pero hemos de hacer un esfuerzo por respetar también lo que no conocemos porque también podemos llegar a quererlo. Y aquí sí hay que denunciar esta ideología de la tolerancia que quiere decir no meterse con el otro para defender una forma activa de acercarse al otro, de conversar con el otro.
De acuerdo, Jaime, hay que afinar y discriminar pero discutamos los criterios comunes para hacerlo; por lo menos nosotros, no lo dejemos a nuestra espontaneidad y subjetivismo porque sino apaga y vámonos. En todo caso, el comentario es cordial y ya que compartimos un proyecto político mínimamente común, que mejor que conversar y discutir entre nosotros.