Los intelectuales han forjado la historia de la humanidad desde su oficio de creadores de ideas. Para el mundo occidental la filosofía griega fue la matriz del pensamiento. Allí nacieron las bases de la lógica, la ética, la política, la estética. Platón fundó la Academia; Aristóteles el Liceo. Entre tantas reflexiones, describieron varias formas de gobierno y Estado: dictadura, timocracia, monarquía, aristocracia, democracia, oligarquía, tiranía. Se diferenció lo que es el “saber”, de lo que es “opinión”. En su famosa alegoría sobre la caverna, Platón retrató a quienes creen que las sombras sobre la pared son la realidad y no su reflejo. Confiaba en la dirección del filósofo-rey que ama el conocimiento, la justicia y el bien común. Aristóteles destacó la república y a los filósofos, es decir, amantes del saber. Alentó la ciencia, la edificación de la ciudad-Estado y fue el primero en elaborar una teoría del valor en el campo económico. Desde luego, los filósofos de la antigüedad también eran perseguidos por sus ideas. Sócrates fue acusado de cuestionar a los dioses y pervertir a la juventud, por lo que fue condenado a muerte, debiendo beber la cicuta.
Durante siglos el pensamiento humano en manos de los académicos, es decir de quienes estudian para encontrar la verdad y guiar la búsqueda de la justicia y el bien común, siguiendo la inspiración de los filósofos griegos, ha permitido avances espectaculares. Las edades Media, Moderna y, sobre todo, la Contemporánea, destacan a miles de pensadores que dejaron en obras escritas los frutos de su sabiduría. No se entiende la Revolución Francesa sin el papel de los Ilustrados, al mismo tiempo filósofos que políticos. En América Latina, la destrucción de las culturas aborígenes a raíz de la conquista no logró borrar por completo sus formas de pensar, retratadas por los cronistas y vividas, en sus comunidades, como relaciones propias de las poblaciones indígenas hasta nuestros días. Tampoco se entienden los procesos independentistas de la región sin el concurso de los pensadores ilustrados latinoamericanos. Durante el siglo XIX, la vida republicana de los distintos países está repleta de pensadores que confrontaron ideas, bien en las filas del conservadorismo o bien en las del liberalismo o del radicalismo. Si algo distinguió al pensamiento académico de entonces fue el análisis y la crítica a los gobiernos, al confrontarlos con las realidades a las que dejaban intactas o sobre las que hacían esfuerzos por superarlas. Por centurias, las universidades latinoamericanas, fundadas durante la época colonial y transformadas por la vida republicana, han sido el eje del pensamiento social crítico y los centros de descubrimiento de cómo han funcionado los regímenes oligárquicos, la dominación de hacendados o de capitalistas, las formas de explotación social o de las condiciones que históricamente han impedido el desarrollo económico, la justicia social y el bienestar colectivo. Así como los pensadores liberales fundamentaron las teorías del Estado de derecho y avanzaron los derechos individuales, son profesionales e intelectuales de izquierda los que desarrollaron teorías sobre el capitalismo y generaron conceptos y principios que fundamentan los derechos sociales, ambientales y laborales.
Naturalmente las universidades del presente forman académicos con títulos profesionales diversos. En el área de las ciencias sociales surgen entre ellos tendencias y visiones diferenciadas sobre las realidades de cada país latinoamericano, porque la región está caracterizada por profundas divisiones sociales, con élites dominantes, clases subordinadas a ellas y millones de pobladores todavía en la pobreza o la miseria, a tal punto que los organismos internacionales reconocen que América Latina es la más inequitativa del mundo. Datos, referencias, estudios, análisis, investigaciones de los científicos sociales en sus distintas áreas, se difunden y discuten. Hay múltiples contradicciones entre todos. Quienes son académicos saben perfectamente bien que la realidad tiene distintas “visiones” y en el mundo de sus profesionales los debates pueden llegar a pasiones y enfrentamientos conceptuales y teóricos. Pero también es cierto que los científicos sociales que cuestionan las bases del poder político y el régimen económico existente, como ocurre en la actualidad frente al capitalismo neoliberal y libertario, son los más expuestos a las reacciones de los gobiernos, de las burguesías dominantes, de las derechas políticas. Las dictaduras terroristas del Cono Sur no solo quemaban libros, sino que torturaron y asesinaron académicos “comunistas”. El pensamiento crítico puede llegar a los pueblos y convertirse en una bomba que los moviliza y les hace luchar contra el sometimiento y la explotación.
En Ecuador, el expresidente León Febres Cordero (1984-1988), empresario millonario, se refería a los científicos sociales como “sociólogos vagos”; y cuando se produjo un levantamiento de la fuerza aérea en su contra fueron cuestionados los estudios sociales en los institutos militares. Pero a cinco meses de gestión, el presidente Daniel Noboa, igualmente millonario, con título en negocios y tres masterados en los Estados Unidos (https://t.ly/MxFdD), en forma inesperada e inédita, apenas unos días antes de la consulta/referéndum realizado el domingo 21 de abril (2024), amenazó y sostuvo: “Un pocotón de PHD que nos atacan, más suenan como hdp que PHD” (https://t.ly/3fpnq). El fin es el mismo: impedir el pensamiento avanzado, crítico, anti-sistema entre los académicos que no pueden dejar de examinar la realidad a fondo para descubrir, como dirían los filósofos griegos, la esencia de esos fenómenos. En contraste, en los EE.UU. el respeto a las labores académicas es uno de los valores sociales más altos e importantes y sus más famosas universidades tienen orgullo de exhibir doctores PHD que destacan en las ciencias sociales (y todas las otras ciencias, incluyendo premios Nobel), por más que mantengan posiciones distintas. Entre ellos hay activistas y críticos radicales a los mismos EE.UU.
En Ecuador hay dificultades para la investigación científica. Se carece y a veces se oculta información decisiva. Las estadísticas históricas son muy limitadas o nulas. Los opinadores suplantan a los estudiosos, la “casta política” cuestiona a los científicos sociales y el poder amenaza a los académicos por no alinearse en la forma de ver el mundo y entender al país con los anteojos del gobierno de turno. La descalificación y la amenaza bien pronto pueden pasar a la persecución y la represión. Podrá galopar al fascismo. Es comprensible cuando se trata de preservar privilegios, salvar rentabilidades, explotar a los trabajadores y defender los intereses del gran capital nacional y extranjero. Pero la historia, como lo ha demostrado en toda época, va de la mano de quienes se identifican con los intereses de las clases sometidas al dominio de la élite del poder privado. El tiempo aclarará ese camino.
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