Seguramente este número no nos dice nada. Tampoco si hablásemos de 3.600 millones de personas. Es inimaginable pensar que ambos dígitos están íntimamente relacionados. La matemática es caprichosa cuando se trata de observar la desigualdad económica mundial. Las 62 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que los 3.600 millones de personas más […]
Seguramente este número no nos dice nada. Tampoco si hablásemos de 3.600 millones de personas. Es inimaginable pensar que ambos dígitos están íntimamente relacionados. La matemática es caprichosa cuando se trata de observar la desigualdad económica mundial. Las 62 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que los 3.600 millones de personas más pobres del planeta (el 50% de la población mundial). Así se reparte este mundo.
Desde el año 2010 hasta la actualidad, estas 62 personas han incrementado su riqueza en mas de medio billón de dólares. Un 45 % más que hace 5 años. Actualmente, poseen un total 1,76 billones de dólares, esto es, un promedio de algo más de 28.000 millones de dólares per cápita ultrarrica. Nada mal para estar en tiempos de crisis.
En este mismo periodo los 3.600 millones de pobres redujeron su riqueza en un billón de dólares. Esto significa un desplome del 38 %. Y tampoco mejora mucho si miramos algo más hacia atrás. Desde principios de siglo XXI, esta población sólo recibió el 1 % del incremento total de la riqueza mundial.
Podríamos continuar cansando y mareando con cifras y más cifras. Pero acabaría siendo contraproducente. Demasiado número deshumaniza y despolitiza. A veces nos avasallan con exceso de datos hasta tal punto de acabar creyendo que todo se trata de una cuestión aritmética. No. Lo que hay tras esta barbarie es político. Es económico.
Detrás de cada número hay nombres y apellidos. Esas 62 personas tienen rostro. Y los 3.600 millones también. Hay indudablemente una posición de poder de unos pocos sobre los otros. Este mundo desigual no vino caído del cielo. Es fruto de un orden económico en el que se toman decisiones económicas. O en el que no se toman. Por ejemplo, como sucede en el caso de los paraísos fiscales. Nadie acaba con ellos porque no interesa a los que más tienen. La riqueza oculta en los paraísos fiscales asciende ya a 7,6 billones de dólares.
Otra causa de esta desigualdad es la financiarización global de la economía. La banca se ha especializado en futuros y derivados, que multiplican en 126 veces el dinero actual en circulación. Por cada dólar que existe en la economía real, existen 20 dólares en el sector financiero. Se gana sin producir. Sin trabajar. Solo apostando con mayor información que el resto. Se juega al futuro pero bajo la dominación del presente. Así cualquiera.
La desigualdad tiene razones. Muchas razones. Y no debemos desconocerlas. La lluvia cae por razones meteorológicas al igual que la desigualdad tiene sus explicaciones económicas. Las reglas de propiedad intelectual son abusivas en detrimento de la mayoría. La seguridad jurídica solo es válida para la tasa de ganancia de unos pocos. La fragmentación geográfica de la producción mundial reparte el valor agregado desigualmente. Y así podríamos seguir y seguir desgranando cómo funciona este mundo que nos viene impuesto por un orden hegemónico.
La democracia no puede ser concebida como tal si se asienta en desigualdades económicas tan extremas. Solo un golpe de timón podría reconducir esta deriva para llevarnos a otro puerto más democrático. Un cambio de rumbo que exige revisar la brújula y la embarcación, las circunstancias adversas, las posibilidades reales, el cronograma de navegación, la tripulación disponible y fundamentalmente las herramientas necesarias. La desigualdad no se irá de nosotros si no encontramos cómo cambiar económicamente este mundo. 62 no debe ni puede ser igual a 3.600 millones.
Director CELAG, doctor en Economía, @alfreserramanci
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